Por:
Juan Vicente Chopin.
Homilía
pronunciada en la Parroquia San Juan Bautista.
Cojutepeque, 29 de
agosto de 2019.
1. El
núcleo histórico, que explica la causa política del asesinato de Juan el
Bautista, aparece atestiguado en una fuente extra-bíblica, esto es, en Flavio
Josefo, que al respecto argumenta:
«Algunos
judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios,
sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan, llamado el Bautista […].
Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo
hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los
súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus
consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo
de en medio, de lo contrario quizá
tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Es así
como por estas sospechas de Herodes fue encarcelado y enviado a la fortaleza de
Maquero, de la que hemos hablado antes, y allí fue muerto. Los judíos creían
que en venganza de su muerte, fue derrotado el ejército de Herodes, queriendo
Dios castigarlo»[1].
2. Además, según los
cuatro evangelios el movimiento cristiano inició con Juan el Bautista. Ninguno
de los evangelios ha podido prescindir de la figura de Juan para narra la vida
de Jesús.
3. Ahora bien, el
asesinato de Juan posibilita la conformación del círculo de discípulos de
Jesús. Esto es lo que afirma el evangelio de Mateo, cuando narra el asesinato
de Juan: Llegaron sus discípulos,
recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús (Mt
14,12).
3.1.
Recogieron el cadáver y lo sepultaron. Este
fragmento nos remite a una de las tradiciones más importante del movimiento
cristiano: la tutela del cadáver del que fue asesinado. Esta tradición la
inauguraron las mujeres discípulas de Jesús, puesto que son ellas las que
estaban pendientes del lugar donde lo colocaron. El texto dice: Las mujeres que habían venido con él desde
Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo (Lc
23,55). En particular, María Magdalena, solicita al hortelano que le entregue
el cadáver de Jesús para llevárselo. Por supuesto, no sabía que el hortelano
era Jesús mismo. Estas son sus palabras: Señor,
si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré (Jn
20,15). No es normal pedir el cadáver de alguien, a no ser que se trate de
alguien importante para mí. El mismo interés encontramos también por el cadáver
de Esteban, puesto que dice el texto que unos
hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él (Hch
8,2).
3.2.
Y fueron a informar a Jesús. De
inmediato surge la pregunta: ¿por qué tenían que informar a Jesús? Está claro
que los discípulos de Juan asocian su discipulado con la persona de Jesús.
Entienden que la doctrina de ambos líderes es muy parecida, lo mismo su estilo
de vida.
4. Jesús, una vez
asesinado Juan, retoma su predicación. De entrada la muerte de su maestro le
impacta. Dice el texto que, cuando supo de la muerte, se retiró en una barca, aparte, a un lugar solitario (Mt 14,13). La
verdad es que Jesús ya era militante del movimiento impulsado por Juan el
Bautista. Cuando Juan fue capturado, dice el texto que Jesús se retiró a Galilea e incluso vino a residir en Cafarnaúm junto al mar (4,12-13).
Por tanto, cuando se dice que Jesús se desplazó de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él (3,13),
no ha de entenderse este texto, en primera instancia, como fundamento del
sacramento actual del bautismo, aunque de hecho sea presentado así, el bautismo
de Jesús por manos de Juan, tiene que ver con la adhesión consciente por parte
de Jesús al movimiento socio-religioso organizado por Juan el Bautista. Es tan
íntima esta correlación que, no solo los discípulos se percatan, sino también
los enemigos. De modo que cuando Herodes oye hablar de la actividad apostólica
de Jesús, afirma, Aquel Juan, a quien yo
decapité, ése ha resucitado (Mc 6,16). Así, el movimiento iniciado por Juan
tiene dos centros de expansión: Jerusalén y Galilea. Se entiende que al morir
Juan, se fortalece la parte galilea del movimiento. Y aunque al evangelista
Juan le cueste aceptar el liderazgo de Juan el Bautista, reconoce que entre
ellos compartían el grupo de sus discípulos. Cuando el evangelista Juan hace
decir a Juan el Bautista que Jesús es el Cordero de Dios, a renglón seguido,
afirma que dos (de sus) discípulos le oyeron hablar así y siguieron
a Jesús (Jn 1,37).
5. Por consiguiente,
el detonante del movimiento cristiano fue el asesinato de Juan el Bautista y
posteriormente, el asesinato de Jesús. En la visión lucana del movimiento, hay
una correlación dinámica entre la muerte de Jesús y la evangelización; entre la
muerte de sus discípulos y la expansión de la Buena Nueva. Así, el martirio es
causa de la misión. Una síntesis de esto la encontramos en el texto de Lucas 16,16, cuando afirma: La Ley y los profetas llegan hasta Juan;
desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios. La misma
comunidad lucana es la que afirma que se
desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén (Hch 8,1) y que los que se habían dispersado iban por todas
partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra (Hch 8,4).
6. Y en lo que toca a
nosotros, tomemos muy en cuenta las palabras de la Carta a los Hebreos, cuando afirma: Fíjense en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores,
para que no desfallezcan faltos de ánimo. Ustedes se enfrentan con el mal, pero
todavía no han tenido que resistir hasta la sangre (Hb 12,4). A tenor de
estas palabras, nuestra Iglesia no solo tiene mártires, sino que es martirial
en su estructura formal, en su esencia. Por tanto, toda actitud de
acomodamiento y aburguesamiento de parte de sus miembros, contradice el origen
del movimiento cristiano, es más, no es cristiano. En este sentido, son
memorables las palabras de Monseñor Romero, cuando afirma:
"Aquí está un llamamiento, hermanos, que desde el
obispo hasta el último fiel, pasando por sacerdotes y religiosas e
instituciones católicas, está reclamando una revisión. Es un escándalo en
nuestro ambiente que refleja la realidad descrita por Puebla, que haya personas
o instituciones en la Iglesia que se despreocupan del pobre y que viven a gusto.
Es necesario, pues, un esfuerzo de conversión" (1 de julio de 1979).
7. La memoria de
nuestros mártires, desde Abel en el Génesis, hasta el padre Ceclilio Pérez[2],
en Sonsonate, no puede ser dejada en el olvido, y mucho menos traicionada, a la
usanza de los escribas y fariseos hipócritas, según nos decían las lecturas que
meditamos ayer: ¡Ay de vosotros, escribas
y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los
mausoleos de los justos, diciendo: "Si hubiéramos vivido en tiempo de
nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los
profetas"! Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los
que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros
padres!» (Mt 23,27-32). Es decir, sigan esa actitud maldita. El Salvador no
cambiará su situación a partir de una devoción superficial y sentimental, sino
a partir de una espiritualidad martirial consciente, valiente e incisiva en las
cuestiones sociales. El talante, el estilo de vida y la doctrina de Juan el
Bautista nos lo reclaman y el ejemplo de nuestros mártires nos inspiran. Por
ejemplo, Monseñor Romero decía: " ¡Qué vergüenza para mí, pastor —y les
pido perdón a mi comunidad—, cuando no haya podido desempeñar como servidor de
ustedes mi papel de obispo! No soy un jefe, no soy un mandamás, no soy una
autoridad que se impone. Quiero ser el servidor de Dios y de ustedes " (10
de septiembre de 1978).
8. Conclusión. Terminemos de momento esta reflexión, tomando muy en
cuenta la advertencia del libro del Apocalipsis,
al decir que no está permitido sepultar
sus cadáveres (11,9). Y porque nuestros mártires vencieron a la Bestia gracias a la sangre del Cordero y a la
palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte (Ap
12,11), también nosotros, sacudamos la modorra y el adormecimiento que impone
la lógica de este mundo y alcémonos intrépidos a la construcción del Reino de
Dios, que soñaron Juan el Bautista y Jesús de Nazaret.
Ahora podemos hacer la misma
oración que encontramos en los Hechos de
los Apóstoles, de cara a la amenaza política de la alianza entre Herodes,
Poncio Pilato, las naciones y pueblos de Israel, contra nuestro Señor, pero esta
vez orientada a todos nuestros hermanos que sufren, en modo particular los
migrantes y los sectores empobrecidos:
Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a
tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía, extendiendo tu
mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo
siervo Jesús (4,29-30).
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