lunes, 27 de agosto de 2012

DOMUND 2012: CUARTA CATEQUESIS MISIONERA




CATEQUESIS N. 4
«PARA QUE EL MUNDO CREA» (Jn 17,21): FE Y TESTIMONIO

1.      MOTIVACIÓN
«La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio» (EN 21). Este principio básico de la misión sigue vigente, no ha pasado de moda. Esto es así porque la dinámica del testimonio es un elemento constitutivo del proceso evangelizador: «evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo» (EN 26).
Ahora bien, la centralidad del testimonio en el proceso evangelizador está sustentada en el dato bíblico. Jesús, en vísperas de su martirio, al ser cuestionado por Pilato dice: «para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37). Lo que hace el Evangelio de Juan es indicar la forma específica del testimonio: consiste en llevar a su máxima expresión la escucha de la Palabra y el ejercicio de la verdad. El éxito de la misión, según esto, consiste en hacer efectiva la Buena Nueva, primero en la propia persona y luego en el propio entorno. Así lo dice Jesús en Juan 4,34, en el contexto del diálogo de Jesús con la Samaritana: «mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra». Ahí están presente los dos elementos: aceptación de la voluntad y efectiva realización de la misma. En la misma dirección se movió la primera discípula, María: «yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Y además recomienda: «hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Su dignidad, en cuanto madre del Salvador, le viene dada porque no sólo escucha, sino que pone en práctica lo escuchado; Lucas lo dice en modo lapidario: «dichosa tú porque has creído» (Lc 1,45). El testimonio es la fidelidad con la que el discípulo hace efectiva la voluntad de Dios en la historia. En esa línea, sólo de Jesús dice la escritura que es «el testigo fiel y verdadero» (Ap 3,14) y en su martirio confluyen la fe, la esperanza y la caridad: «es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna» (Jn 3,14-15).
Pero, aun con lo dicho, cabe preguntarse: ¿qué características tiene el testimonio de Jesús? Su comportamiento, es normativo, esto quiere decir, que en la línea de los principios determina el comportamiento de los discípulos. En primer lugar, el testimonio de Jesús es amor a los pobres, llegando a afirmar que de ellos «es el reino de los cielos» (Lc 6,20). En segundo lugar, el testimonio de Jesús es radical, llega hasta la entrega de su vida: «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13). En esta perspectiva, la cruz tiene un alto valor simbólico. La cruz es «madre», ella es el seno de donde nace la Iglesia. La Iglesia nace bajo la cruz. Por tanto, el martirio de Jesús es el fundamento de la Iglesia y de su misión. Lo dice el Papa en modo diáfano: «la renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó» (Porta Fidei, n. 6).
En este horizonte, los mártires cobran mucha relevancia: «por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores» (Porta Fidei, n. 13). Por tanto, «el Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad» (Porta Fidei, n. 14). Si los mártires son para nosotros la máxima expresión del amor de Dios, entonces hay que preguntarse si la forma de entrega de ellos está siendo integrada en los programas de evangelización de nuestras comunidades o, por el contrario, está siendo dejada de lado.
El Kerigma, que es un elemento irrenunciable en el proceso evangelizador, supone predicar a un Cristo muerto y resucitado. En este contexto hay que preguntarse: ¿Cómo muere el pueblo en la muerte de un mártir? ¿Cómo resucita el pueblo en la resurrección de los mártires? La predicación kerigmática nos obliga a retornar a las palabras de la Lumen Gentium n. 8: «la Iglesia “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cfr. 1Co 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos».


2.      DIALOGANDO CON EL PAPA
En su mensaje, el Papa habla del Kerigma como uno de los elementos esenciales de todo proceso evangelizador:
La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz.
En Porta Fidei, n. 15 el Papa puntualiza el sentido del kerigma:
La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz.

3.      LA MISIÓN COMPARTIDA
Para comprender el sentido del testimonio cristiano comparemos un texto de la Lumen Gentium con un texto del Catecismo de la Iglesia Católica.
Lumen Gentium, n. 8:
Pero como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es la llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo Jesús, "existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo" (Fil., 2,69), y por nosotros, "se hizo pobre, siendo rico" (2Cor., 8,9); así la Iglesia, aunque el cumplimiento de su misión exige recursos humanos, no está constituida para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la abnegación incluso con su ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a "evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos" (Lc., 4,18), "para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc., 19,10); de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Hebr., 7,26), no conoció el pecado (2Cor., 5,21), sino que vino sólo a expiar los pecados del pueblo (cf. Hebr., 21,7), la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación.

Catecismo de la Iglesia, n. 786:
El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo". Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.


Por su parte, el documento de Aparecida valora como algo esencial la práctica de la fe en la forma del testimonio: «el énfasis en la experiencia personal y lo vivencial nos lleva a considerar el testimonio como un componente clave en la vivencia de la fe» (n. 55). Analicemos el n. 98 del mismo documento y démonos un espacio para evaluar si el testimonio de los mártires nos conduce a una eclesiología responsable, o simplemente los vemos como algo ornamental, muy bonito y hasta devocional, pero que no interpela el nivel de testimonio que estamos viviendo:
La Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de algunos de sus miembros, ha dado testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y brindado su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el esfuerzo por promover su dignidad, y también en el empeño de promoción humana en los campos de la salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la tierra, cultura, vivienda y asistencia, entre otros. Con su voz, unida a la de otras instituciones nacionales y mundiales, ha ayudado a dar orientaciones prudentes y a promover la justicia, los derechos humanos y la reconciliación de los pueblos. Esto ha permitido que la Iglesia sea reconocida socialmente en muchas ocasiones como una instancia de confianza y credibilidad. Su empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en muchos casos, la persecución y aún la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos testigos de la fe. Queremos recordar el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes, aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo.

4.      MEDITAR LA PALABRA
A partir de la lectura de la Carta a los Hebreos, que nos hace un fuerte llamado: «no se vuelvan flojos, sino más bien imiten a aquellos que por su fe y constancia consiguieron al fin lo prometido» (Hb 6,12). Siguiendo la pedagogía de Jesús que «aunque era Hijo, aprendió en su pasión lo que es obedecer» (Hb 5,8), reflexionemos:
¿Por qué nuestro testimonio no está teniendo efectos contundentes en este momento histórico?
No hay que olvidar que la cizaña se siembra mientras los discípulos duermen: «pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue» (Mt 13,25).
A cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II:
¿No será que el enemigo hace su siembra mientras nosotros permanecemos dormidos? ¿Qué tan en serio nos hemos tomado la aplicación del Concilio Vaticano II?

DOMUND 2012: TERCERA CATEQUESIS MISIONERA




CATEQUESIS N. 3
CREER AMANDO: FE Y CARIDAD

1.      MOTIVACIÓN
«La fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (St 2,17). Según las palabras de Santiago, la misión, como forma específica de la fe, se prueba en el crisol de la caridad. La credibilidad de la misión de la Iglesia tiene que ver directamente con el ejercicio de la caridad. El Papa lo dice en modo sintético: «la fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda» (Porta Fidei, n. 14).
La caridad es el rostro visible de la sacramentalidad de la Iglesia. Ahora bien, si el Año de la Fe «es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor» (Porta Fidei, n. 6). Entonces, esa renovación se entiende como «un compromiso eclesial más convencido a favor de una nueva evangelización», por que «la fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo» (Ibíd.).
La correlación entre fe y caridad implica fundamentalmente dos aspectos: a) situar la misión en el corazón de la historia y b) darle un rostro creíble al sujeto histórico-sacramental de esa misión: la Iglesia.

a)      Historicidad de la misión
En uno de los textos más preciosos que nos ha dado el Concilio Vaticano II se define y encuadra históricamente la misión de los discípulos: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (Gaudium et Spes, n. 1).
Por eso, el Papa, en su mensaje afirma que «el afán de predicar a Cristo nos lleva a leer la historia». En este sentido la historia es el contexto de la misión y dado que el mensaje de Cristo es siempre actual, por ello «se introduce en el corazón de la historia y es capaz de dar una respuesta a las inquietudes más profundas de la cada ser humano». No en vano la Evangelii Nuntiandi dice que «evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad» (n. 18). Y el n. 20 de la Redemptoris Missio encuadra este propósito en la dimensión del Reino, pues «la Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino» diciendo que una de las formas de servir al Reino es «fundando comunidades e instituyendo Iglesias particulares, llevándolas a la madurez de la fe y de la caridad, mediante la apertura a los demás, con el servicio a la persona y a la sociedad, por la comprensión y estima de las instituciones humanas».

b)      Credibilidad de la Iglesia
La imagen que privilegia el documento de Aparecida para situar a la Iglesia en el contexto histórico es Iglesia Samaritana. Así, por ejemplo, en el n. 26: «iluminados por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como Iglesia samaritana (cfr. Lc 10, 25-37), recordando que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana».
La Iglesia es samaritana en dos sentidos. En primer lugar, debe suscitar la inquietud por ser discípulos y misioneros de Jesús, como en el diálogo que Jesús mantiene con la mujer samaritana (cfr. Jn 4,1-30). Y en segundo lugar, debe ser samaritana, en cuanto que lucha por sanar las heridas que el mal inflige en el mundo (cfr. Lc 10, 29-37). Así lo entiende Aparecida en el n. 135: «la respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cfr. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cfr. Lc 5, 29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cfr. Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (cfr. Mc 1, 40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora (cfr. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la Samaritana (cfr. Jn 4, 1-26)».


2.      DIALOGANDO  CON EL PAPA
Como en el mensaje central del documento de Aparecida, también el Papa, en su mensaje considera importante el encuentro con Cristo vivo, en vistas a renovar el entusiasmo de comunicar la fe. Escuchemos al Papa:
El encuentro con Cristo como Persona viva, que colma la sed del corazón, no puede dejar de llevar al deseo de compartir con otros el gozo de esta presencia y de hacerla conocer, para que todos la puedan experimentar. Es necesario renovar el entusiasmo de comunicar la fe para promover una nueva evangelización de las comunidades y de los países de antigua tradición cristiana, que están perdiendo la referencia de Dios, de forma que se pueda redescubrir la alegría de creer. La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio.

3.      LA MISIÓN COMPARTIDA
Cuando Aparecida habla de la parroquia como comunidad de comunidades, se refiere a la Eucaristía como elemento central de la misma. Las palabras del documento nos pueden ayudar a comprender correctamente nuestro amor a ese sacramento, muchas veces desfigurado por tendencias utilitaristas y sentimentalistas. El documento vincula nuestro amor a la Eucaristía con el ejercicio del amor al prójimo. Leamos el n. 176:
La Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el misterio del Hijo de Dios hecho hombre (cfr. Fil 2,6-8), nos plantea la exigencia de una evangelización integral. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino para que todos tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello, tiene que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Cada parroquia debe llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en los diversos medios en que ella se mueve, con toda “la imaginación de la caridad” (Nuovo Millennio Ineunte, 50). No puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que, con mucha frecuencia, son pobrezas escondidas. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece.

Podemos compartir el sentido del texto con nuestros hermanos que participan de la catequesis.

4.      MEDITAR LA PALABRA
Hacer una lectura contextualizada de Santiago 2,1-13, pidiendo a los asistentes que hagan una interpretación del texto según el ambiente donde viven y trabajan cada uno de ellos.


DOMUND 2012: SEGUNDA CATEQUESIS MISIONERA



CATEQUESIS N.2
CREER LO QUE SE PREDICA: FE Y MISIÓN

1.      MOTIVACIÓN
«La fe se fortalece dándola» (RM 2). Esta ya es una frase lapidaria entre misioneros y misionólogos. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿hemos asumido responsablemente lo que significa y las implicaciones eclesiales que supone?
La frase pone de manifiesto dos aspectos. Primero: que la fe es un don de Dios. Segundo: ya que es un don, ella cobra fuerza cada vez que se comparte. Lo primero tiene que ver con el acto de fe y lo segundo se refiere a la misión.
Al respecto el Papa propone la realización de un Año de la fe para que todo el pueblo de Dios concentre su atención en el don de la fe. Ella es vista como puerta y como camino. El año de la fe inicia el 11 de octubre de 2012 (en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II) y culmina con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.
Como puerta, la fe alude al modo de acceso al misterio, por mediación de la Iglesia; en modo particular por medio del bautismo («La puerta de la fe», cfr. Hch 14,27). La imagen de la puerta ayuda a comprender la dinámica de la salvación, pues en una casa la puerta permite ver de adentro hacia fuera, que sería relativo al misterio de la revelación divina, pero también permite ver de afuera hacia dentro, que se refiere el acceso que los seres humanos tenemos al misterio.
En cambio la imagen de la fe como camino, se refiere al ejercicio concreto de la fe. La fe es un proceso, un itinerario, en el que están implicadas la libertad de Dios y la libertad del hombre. El Papa advierte que «sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado» (Porta Fidei, n. 2). La fe no es algo obvio. Ese es el punto. Para acceder a ella se necesita un acto de libertad. Ante el don de Dios en la fe yo debo decidir si emprender o no ese camino.
El éxito de la misión, supuesta la acción del Espíritu Santo, es proporcional al grado de profundidad con que los cristianos viven su fe. Lo dice el dicho popular: «nadie puede dar lo que no tiene». Y lo dicen también los filósofos: «nadie puede amar lo que no conoce». Por tanto, «la fe crece y se fortalece creyendo» (Porta Fidei, n. 7). Esto parece obvio, pero la verdad es que nadie puede creer en algo en lo que no ha profundizado. De modo que el creer supone también el saber. Al respecto dice el Papa: «en efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento» (Porta Fidei, n. 10). Hay que intentar siempre mantener unido lo que Dios nos revela por medio de la gracia en nuestro corazón y la profesión de fe que hacemos con nuestros labios; en el mismo sentido que lo dice Pablo: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (Rom 10,10).
En nuestros días abundan los charlatanes de la fe: predicadores exaltados, promotores de sentimentalismo religioso, iluminados que tienen visiones, taumaturgos y sanadores de toda especia, etc. Pero, en sentido estricto, son pocos los que se esfuerzan por conocer los fundamentos de la fe y de la evangelización. Con frecuencia son estos charlatanes los más reacios a aceptar en su corazón el don de la gracia.
Por eso no hay que olvidar que el creer supone un acto de responsabilidad de cara a Dios y de cara al mundo. O como lo dice el Papa: «la fe implica un testimonio y un compromiso público», es decir, «una responsabilidad social de lo que se cree». Por tanto: «el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios» (Porta Fidei, n. 10).

2.      DIALOGANDO CON EL PAPA
La dinámica de la misión se juega entre la recepción que nosotros hacemos de don de Dios en nuestro corazón y la disposición que tengamos para compartirlo. Así el Papa en su mensaje nos dice:
En este designio de amor realizado en Cristo, la fe en Dios es ante todo un don y un misterio que hemos de acoger en el corazón y en la vida, y del cual debemos estar siempre agradecidos al Señor. Pero la fe es un don que se nos ha dado para ser compartido; es un talento recibido para que dé fruto; es una luz que no debe quedar escondida, sino iluminar toda la casa. Es el don más importante que se nos ha dado en nuestra existencia y que no podemos guardarnos para nosotros mismos.

Una de las preocupaciones centrales del pontífice es el acceso al conocimiento de los contenidos de la fe, puestos en modo sistemático, en el Catecismo de la Iglesia Católica. Preguntémonos seriamente si hemos profundizado la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, si nos apoyamos en él, si lo leemos con frecuencia. Ahora veamos lo que dice el Papa:
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia CatólicaEn efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe (Pora Fidei, n. 11).

3.      LA MISIÓN COMPARTIDA
Pablo VI había advertido en la Evangelii Nuntiandi acerca de la importancia de hacer vida lo que se predica. Esto sigue siendo una necesidad siempre actual. Veamos lo que dice:
N. 22:
La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.

N. 23:
Efectivamente, el anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado y cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón. Adhesión a las verdades que en su misericordia el Señor ha revelado, es cierto. Pero, más aún, adhesión al programa de vida —vida en realidad ya transformada— que él propone. En una palabra, adhesión al reino, es decir, al "mundo nuevo", al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de ser, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio. Tal adhesión, que no puede quedarse en algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de una entrada visible, en una comunidad de fieles.

En esta catequesis se recomienda a los participantes hacer una evaluación acerca del uso que se está haciendo del Catecismo de la Iglesia Católica: ¿Cómo se puede facilitar y promover su uso? ¿Por qué no se está utilizando (si ese fuera el caso)? ¿Cómo podemos conseguir ejemplares para nuestras comunidades?

4.      MEDITAR LA PALABRA
Hacer una Lectio Divina a partir del texto de la Samaritana: Juan 4,1-30.

DOMUND 2012: PRIMERA CATEQUESIS MISIONERA



CATEQUESIS N.1
LA IGLESIA: COMUNIÓN Y MISIÓN

1.      MOTIVACIÓN
«La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo». Así de claras son las palabras de Juan Pablo II en el n. 4 de la Redemptoris Missio. Ahora bien, como dice el mismo documento en el n. 24: «la misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu». Por tanto, la misión que nace de la fe en Jesucristo y que testimonia la Iglesia tiene su origen en Dios, en ese sentido está orientada totalmente a la construcción del Reino de Dios; es un servicio, según lo que nos dice en otra parte el Papa: «el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento» (RM 18).
Pero la fe de los miembros de la Iglesia en vistas a la construcción del Reino de Dios, debe adquirir una forma visible y al mismo tiempo creíble en la historia. ¿Cómo demuestra la Iglesia que está sirviendo al Reino? Fundamentalmente de dos modos: viviendo la caridad de Cristo en términos de comunión-caridad y compartiendo el don de la fe que ha recibido en términos de misión-evangelización.
De nuevo el Papa Juan Pablo II nos recuerda: «en efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir «la comunión fraterna» (koinonía) significa tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32), instaurando una comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y material» (RM  26).
Y, sin embargo, la fe no se vive completamente si sólo se comparte con el grupo cerrado de los creyentes, pues, hay un principio básico del proceso evangelizador que dice: «la fe se fortalece dándola» (RM 2). Justamente porque la fe es un don de Dios, al intentar aprisionarla, retenerla en el círculo de amigos, de mi grupo de oración, de mi movimiento de apostolado, de mi grupo de amigos sacerdotes, de mi congregación religiosa, de mi comunidad, etc., se atenta contra la esencia misma de la misión, que es un don de Dios para la salvación del mundo.
Por tanto, la misión se entiende, en primer término, como un servicio, el cual adquiere la forma de la comunión. Así nos lo deja claro la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI: «el esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad» (n. 1). La fe se entiende, entonces, en el marco del proceso evangelizador, como fidelidad al mensaje del que somos servidores respetando la dignidad de las personas a las que estamos llamados a anunciar el Evangelio, según las palabras de Pablo VI: «esta fidelidad a un mensaje del que somos servidores, y a las personas a las que hemos de transmitirlo intacto y vivo, es el eje central de la evangelización» (EN 4).
La misión nace en el seno de la comunión intra-trinitaria, pues del seno de la Trinidad procede el Misionero del Padre, Jesucristo, porque dice Jesús: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30) hasta poner de manifiesto el sentido de su venida: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Ahora bien, la misión adquiere una forma histórico-sacramental en el momento de la encarnación con el fiat («hágase») de María y con la convocación de los doce apóstoles para hacer creíble en la historia la venida del Hijo con la fuerza del Espíritu Santo. Así es la dinámica de la misión. La comunión trinitaria no se agota en sí misma sino que se comunica a los hombres: «como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). La comunión es un elemento constitutivo de la misión. Y su sentido contrario también es verdadero: la división mata la misión.
Llegados a este punto, no debería ser difícil comprender las palabras de la Evangelii Nuntiandi n. 15: en primer lugar, la Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce, de modo que, nacida de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El; en segundo lugar, la Iglesia toda —desde los obispos hasta el más sencillo de los evangelizadores— con humildad y diligencia comienza por evangelizarse a sí misma; en tercer lugar, no hay que olvidar que la Iglesia es depositaria y no propietaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada, sólo en esa perspectiva se dice que la Iglesia, enviada y evangelizada, envía a los evangelizadores.


2.      DIALOGANDO CON EL PAPA
Del mensaje del Papa retomamos dos pensamientos. En primer lugar, un fragmento en el que el pontífice insiste en la responsabilidad que todos los miembros de la Iglesia tenemos de frente a la misión. En segundo lugar, cómo la comunión y el ejercicio de la caridad misionera son un antídoto contra la indiferencia y la falta de fe en el mundo.

a)      Eclesiología misionera:
Así, no sorprende que el Concilio Vaticano II y el Magisterio posterior de la Iglesia insistan de modo especial en el mandamiento misionero que Cristo ha confiado a sus discípulos y que debe ser un compromiso de todo el Pueblo de Dios, Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos. El encargo de anunciar el Evangelio en todas las partes de la tierra pertenece principalmente a los Obispos, primeros responsables de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del colegio episcopal, o como pastores de las iglesias particulares. Ellos, efectivamente, “han sido consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo” (Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio, 63), “mensajeros de la fe, que llevan nuevos discípulos a Cristo” (Ad Gentes, 20) y hacen “visible el espíritu y el celo misionero del Pueblo de Dios, para que toda la diócesis se haga misionera” (ibíd., 38).

b)      El anuncio se transforma en caridad:
¡Ay de mí si no evangelizase!, dice el apóstol Pablo (1 Co 9,16). Estas palabras resuenan con fuerza para cada cristiano y para cada comunidad cristiana en todos los continentes. También en las Iglesias en los territorios de misión, iglesias en su mayoría jóvenes, frecuentemente de reciente creación, el carácter misionero se ha hecho una dimensión connatural, incluso cuando ellas mismas aún necesitan misioneros. Muchos sacerdotes, religiosos y religiosas de todas partes del mundo, numerosos laicos y hasta familias enteras dejan sus países, sus comunidades locales y se van a otras iglesias para testimoniar y anunciar el Nombre de Cristo, en el cual la humanidad encuentra la salvación. Se trata de una expresión de profunda comunión, de un compartir y de una caridad entre las Iglesias, para que cada hombre pueda escuchar o volver a escuchar el anuncio que cura y, así, acercarse a los Sacramentos, fuente de la verdadera vida.


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA
Según la Evangelii Nuntiandi la misión se entiende como un acto eclesial, derivado del mandato del Señor. ¿Qué significa que la misión sea un acto eclesial?
Leamos atentamente  el texto y expresemos libremente lo que pensamos de su contenido, intentando responder a la pregunta planteada. Si es necesario lo leeremos más de una vez.

Evangelii Nuntiandi n. 60:
La constatación de que la Iglesia es enviada y tiene el mandato de evangelizar a todo el mundo, debería despertar en nosotros una doble convicción.
Primera: evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia. Esto supone que lo haga, no por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre.
De ahí, la segunda convicción: si cada cual evangeliza en nombre de la Iglesia, que a su vez lo hace en virtud de un mandato del Señor, ningún evangelizador es el dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la Iglesia y sus Pastores.


4.      MEDITAR LA PALABRA

Para concluir hacer un ejercicio de Lectio Divina utilizando el capítulo 17 del Evangelio de san Juan.





viernes, 17 de agosto de 2012

EL DR. LARA MARTINEZ PRESENTA NUEVO LIBRO








Lara Martínez una vez más nos sorprende explorando e interpretando regiones de nuestra realidad humana y social. Regiones cuya dificultad de exploración radica en el proceso de ocultamiento voluntario e involuntario que opera el humano en sí mismo y en su entorno.
El libro de Lara Martínez es un ejercicio arqueológico de lo humano, lo cultural y social. Una puesta en crisis de las seguridades físicas y psíquicas, que sustentan el imaginario de lo personal y lo nacional. Los suyo es una descolonización de las mentes. Lara Martínez vincula la sexualidad al poder-dominio y el poder-dominio a la sexualidad en la línea etimológica y psicoanalítica de la sober-anía y la nacionalidad
Los aspectos considerados son: lo indígena y lo mestizo, como perspectiva de acceso a la realidad. La mediación escogida es la literatura salvadoreña. Es de esperarse que el resultado sea, no sólo un ingenioso texto, sino la introducción en el debate acerca de las supuesta solidez de las seguridades personales y nacionales.
El libro es publicado por la Editorial Universidad Don Bosco, 2012.

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