miércoles, 11 de octubre de 2017

IDEOLOGÍA E INTOLERANCIA EN EL EJERCICIO DE LA POLÍTICA



(J. V. CHOPIN, Teología del martirio cristiano. Implicaciones socio-eclesiales, 
Fundacultura, San Salvador 2017, pág. 209-220)


1.      La ideología en general
En términos generales hay dos formas de entender la ideología. En primer lugar como la doctrina filosófica centrada en el estudio del origen de las ideas; en segundo lugar como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político[1].
De momento interesa más la segunda acepción. En modo particular, una de sus deformaciones: la manipulación ideológica. Es decir, la capacidad que tiene una persona o un grupo social de poder interpretar su propia ideología y las ideologías circundantes, escoger una o varias de ellas y manipularlas para obtener ventajas —económicas, políticas, religiosas, etc.— que fortalezcan el propio proyecto ideológico.
Ahora bien, al considerar la ideología en modo abstracto no se entiende a partir de un juicio moral, como buena o como mala, sino simplemente como conjunto de ideas cohesionadoras de un grupo social determinado. La ideología es nociva cuando se propone dañar la integridad de la persona humana. Pero, casi nunca una postura ideológica da por supuesto que su punto de vista sea el peor o que sea nocivo; todo lo contrario, se parte del supuesto que el propio proyecto ideológico es el mejor y que son los otros que deben perfeccionarse y adecuarse, de otro modo son ignorados o aniquilados. Es normal que las ideologías sufran de adjetivación, es decir, la ideología en estado puro sería más del interés de la filosofía; pero en el lenguaje común casi siempre la ideología es política, religiosa, moral, económica, etc.

a) Caracterización de la ideología

En una primera aproximación hay que diferenciar la ideología de la mentalidad, de la concepción del mundo (Weltanschauung), de la teoría y de la doctrina[2]. No es fácil trazar una línea divisoria clara entre estas categorías. Lo que sí puede decirse es que en lo que respecta su relación con la mentalidad y con la visión del mundo, la ideología adquiere una forma más colectiva y sólida, cuya forma subjetiva tiene poco peso si no desemboca en un proyecto fáctico. En cambio la mentalidad y la concepción de mundo admiten una visión más personal y subjetiva, sin la obligación de expresarse en modo colectivo e institucional. Técnicamente la mentalidad implica al menos tres aspectos: es acción intelectiva, es habitud de moción y es habitud intrínseca y formal de esa moción. Dicho de otro modo, es la concreción estructural que constituye la forma mentis.  Es la figura concreta que la intelección adopta en su modo formal de estar lanzada a lo real. Por supuesto que se puede distinguir entre la mentalidad entendida de este modo, es decir, aquella que tiene que ver con el modo formalmente constitutivo de la habitud con la cual vamos a la realidad y la mentalidad entendida en modo lato, que tiene que ver con la cualificación de algo ya constituido[3].
En la relación de la ideología con la teoría y con la doctrina, la primera sale fortalecida, aunque a nuestro parecer es en ese momento que puede decantar en la degeneración. Tanto la teoría como la doctrina descansan en bases sólidas[4]: la teoría en el sistema de proposiciones científicas y la doctrina en proposiciones dogmáticas y axiológicas. La ideología se adjetiva apoyándose en estos elementos en la medida que se deje influenciar por uno o el otro. Así, por ejemplo, los partidos políticos, en cuanto expresión de una ideología determinada, presentan comportamientos más dogmáticos o más teóricos, en la medida que no sepan distinguir lo político de lo ideológico. Muchos partidos políticos en sus estadios decadentes son más parecidos: o bien a una secta religiosa fundamentalista, o bien a un ente corporativo mercantilista. A lo que menos se parecen es a un instituto político. De ahí la importancia de no olvidar la distinción fundamental entre el «bloque histórico», cuyos contenidos lo conforman las fuerzas materiales de transformación y la ideología como expresión formal de esos contenidos; por cierto una distinción artificiosa, o como se suele decir, «meramente didascálica», en cuanto las fuerzas materiales no serían concebibles históricamente sin una forma, y las ideologías serían caprichos o antojos individualistas sin los medios materiales posibilitantes[5].

b) Valoración de la ideología
La ideología, para poder tener carta de ciudadanía en la polis debe constituir sistema[6]. Debe entrar en un proceso de sustantivación en el que las ideas son tan reales y en cierto momento, más reales que las cosas mismas. No le basta para gestionar su identidad la mera agregación de sujetos que coinciden en la misma idea. Su primer nivel de sistematización es, por tanto, articular en un aparato visible los campos genéricos de la opinión y la creencia. Lo que la gente opina acerca de la realidad o lo que las personas creen que puede ser la sociedad; se trata de la primera pasta con la que se construye la ideología.
En segundo lugar, todo sistema reclama orden y forma. Aunque las ideologías, en su promoción, utilicen lenguajes vernáculos, persuasivos y emocionales, eso no quita nada al complejo aparato que rige la estructura ideológica. La ideología experimenta un flujo y un reflujo entre la opinión-creencia y lo normativo-disciplinar. Inicialmente, la ideología promueve un flujo de ideas afines, un flujo de sentido único: se trata de encaminar a la mayor cantidad de personas posibles hacia el centro del sistema ideológico en formación. Una vez dentro, y con lo cual posibilitada la conformación del sistema ideológico, la opinión muta y adquiere la categoría de norma. La normatividad del sistema ideológico es posible si un grupo de personas, afines en sus ideas, convienen en respetar una disciplina interna que rige su propio sistema.
La tercera fase es de carácter evaluativo: hay opiniones que se pueden dar y otras que el mismo cuerpo normativo rechaza en modo taxativo. La crisis del sistema está en el reflujo de las ideas. Dado que las ideas en sentido estricto no pueden ser controladas en ningún modo, el último recurso que le queda a un sistema ideológico para no ver erosionada su forma constitutiva, es ir creando tribunales internos a veces llamados «comités de ética» y otros nombres, que evalúan la pertinencia ya no de las opiniones y creencias, sino de las ideas expresadas en sentido contrario. Las expulsiones de los sistemas ideológicos son el destino final de la imperfección e inadecuación de las mediaciones histórico-burocráticas en que se expresa toda ideología. Es al mismo tiempo el inicio de su decadencia y de su muerte si no cambia el rumbo, o de pasar a una forma nueva de ideología. Lo importante es notar que todo sistema ideológico debe su existencia al equilibrio entre un conjunto de valores subyacentes y la normatividad que impone su forma institucional.
Una vez que la ideología se ha consolidado, lo que queda es orientar y enrumbar los comportamientos de los que se sienten identificados con ella y la de los que se inscriben en un proyecto específico de promoción de la misma. En términos concretos se trata de abonar y reforzar un conjunto de actitudes y comportamientos, que concuerden con las directrices emanadas del centro de poder;  además se trata de mantener la armonía entre los miembros inscritos al proyecto ideológico en vistas a la consecución de los objetivos de lucha que se hayan propuesto.

c) La ideología dominante
Durante la Guerra Fría, la ideología adquirió una forma totalitaria, ello la llevó a un proceso de devaluación. Debe ser claro que lo que entra en crisis no es el proceso de percepción de la realidad, sino la utilización que de él se hizo con fines dominadores. La devaluación de la que estamos hablando no está sustentada en la ideología misma, más bien se trata de otra forma de ideología, con un nombre rimbombante y engañoso: «el fin de las ideologías»[7]. Cuando se habla de «el fin de las ideologías», la ideología capitalista y su aparato mediático se han encargado de difundir la idea  que se trata exclusivamente del fin de la «ideología marxista». La ideología como forma y expresión de lo real-social no parece que de señales de desaparecer.
Sin embargo, no se intenta aquí describir los tipos de ideología que se conocen, porque ese ejercicio carece de interés. Conceptos como «izquierdas» o «derechas», vinculados a temáticas ideológicas, son artificios que justifican lo único que ha tenido y sigue teniendo realidad y vigencia: el deseo de dominación de unos grupos sociales respecto de otros. Este tipo de lenguaje ha quedado restringido a los países que no han logrado sobreponerse —ni económica, ni políticamente— de los conflictos internacionales en los cuales se han visto envueltos en su condición de países dependientes. Mientras en las sociedades donde nacieron los maestros de la sospecha (Marx, Nietzche, Freud) hoy el pensamiento débil (Gianni Vattimo) sospecha de ellos, en los países de escasa cohesión social se sigue anclados en el sueño totalitario. El eclecticismo político y la sospecha respecto de la autoridad verticalista se abre paso en nuestros días.
De modo que el tipo de ideología que sí merece ser mencionada es la ideología dominante. Es la que expresa los intereses de los grupos o clases sociales dominantes en cada estructura social a las cuales les corresponde un grupo de intelectuales, entiéndase en categorías gramscianas, un grupo de ideólogos[8], cuya función es la de organizar la hegemonía social de un grupo y su domino estatal[9]. Al respecto, la cuestión que se planteó A. Gramsci, aun tiene sentido, es decir, «los intelectuales [los ideólogos] son un grupo social autónomo e independiente o bien cada grupo social tiene su propia categoría especializada de intelectuales»[10]. Lo que sí se acepta normalmente es que, si bien todos los hombres pueden considerarse «intelectuales», es decir, con capacidad de interpretar la realidad social y tener una idea de ella, sin embargo, no todos tienen en la sociedad la función específica de ser los intelectuales de un grupo hegemónico dominante. Esto aparece bien claro en los editorialistas y columnistas de los periódicos, que dedican su esfuerzo para justificar el grupo de poder al que representan y del que reciben el alpiste que pone en movimiento sus dedos para escribir. Por tanto, es fácil darse cuenta que en la propuesta gramsciana no existe una reforma o una revolución que se dé en lo meramente ideológico, ya que toda reforma intelectual reclama, como cosa necesaria, un programa de reforma económica[11].
Los ideólogos pueden ser urbanos  o rurales[12]. Los ideólogos urbanos están vinculados a la industria; ellos tienen la misma función que los oficiales subalternos del ejército, es decir, ponen en relación al empresario con la masa instrumental, hacen efectivo el proyecto de producción establecido por el «estado mayor» de la industria. Los ideólogos urbanos son muy estandarizados y no se deben confundir con los altos «intelectuales orgánicos» (ideólogos orgánicos), cuya función es asesorar a la alta clase industrial[13].
En cambio, los ideólogos rurales ponen en contacto la masa campesina con la administración estatal o local (abogados, notarios, maestros, sacerdotes, médicos, etc.) y por esta misma función tienen una mayor importancia política. Todas esas categorías de profesionales representan en el medio campesino un modelo social en la aspiración de salir de la propia situación para mejorar. La actitud de los campesinos ante los ideólogos rurales son dos: algunas veces les admira y espera que al menos uno de sus hijos llegue a ser un profesional dentro de uno de esos gremios y otras veces desprecia la vida profesional, pero es siempre la actitud de admiración expresada en modo negativo[14].
A. Gramsci habla de intelectuales o ideólogos como «categoría social cristalizada», refiriéndose a la categoría social que se entiende a sí misma como continuación ininterrumpida en la historia, es decir por encima de las luchas de grupos y no como expresión de un proceso dialéctico en el cual cada grupo social dominante elabora su propia categoría de intelectuales o ideólogos. En sentido estricto, dice A. Gramsci, que una nueva situación histórica crea una nueva superestructura ideológica, cuyos representantes (los intelectuales) deben ser concebidos como «nuevos intelectuales», generados por la nueva situación y no simplemente continuadores de la intelectualidad precedente. Se entiende entonces que si la tarea de los intelectuales es la de determinar  y organizar la revolución cultural, es decir, la de adecuar la cultura a la función práctica, es evidente, entonces, que los intelectuales «cristalizados» en ese contexto se convierten en conservadores y reaccionarios; de tal suerte que el gobierno de un país puede llamarse a sí mismo como gobierno de «izquierda», pero si no logra impulsar la revolución cultural, es decir, superar el estado anterior de dominio ideológico, su proyecto político tiende a cristalizarse, a ser continuador, no transformador. Dicho de otro modo, los procesos de transformación que impulsan pueden ser tan lentos que las bases populares y las clases trabajadoras no logran identificar la diferencia entre el sistema dominante anterior y el presente[15]. Para encubrir esta lentitud muchas veces se renuncia a hablar de revolución cultural y en su puesto se habla de reforma, en la cual, la tesis puede permanecer firme y pronta para iniciar el proceso revolucionario, pero la antítesis se debilita porque se secciona en una larga serie fragmentada de momentos, tantos como son la cantidad de reformas que se impulsen para no decidirse a cambiar el estado actual de cosas[16].
Un «bloque histórico» se forma cuando hay correspondencia entre la estructura y la superestructura[17]. Es decir, el conjunto complejo, discorde y a veces contradictorio que manifiestan las formas superestructurales son el reflejo del conjunto de relaciones sociales de producción. En este marco de comprensión solo una forma totalitaria de la ideología está en condiciones de transformar la praxis histórica. Esto es, si se forma un grupo social homogéneo al 100% a partir de la ideología, ello significa que existen al 100% las premisas para poder transformar la praxis, esto implica que lo «racional» es real actuosamente y actualmente. En esto queda claro que el razonamiento de A. Gramsci tiene sentido si se acepta una reciprocidad necesaria entre estructura y superestructura, reciprocidad que coincide con el proceso dialéctico real[18].
El concepto que mejor ha expresado la ideología dominante es el de hegemonía. Según A. Gramsci:
«el hecho de la hegemonía presupone que se tenga en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales la hegemonía será ejercida, que se forme un cierto equilibrio, es decir, que el grupo hegemónico haga sacrificios de orden económico-corporativo, pero estos sacrificios no se refieren a lo esencial, porque la hegemonía es política, pero también y sobre todo es económica; tiene su base material en la función decisiva que el grupo hegemónico ejercita sobre el núcleo decisivo de la actividad económica»[19].
En los países centroamericanos son evidentes los momentos de la evolución de la ideología dominante. Inicia con la ideología de cristiandad, profesada por los colonizadores y enfrentada con la cosmovisión indígena; pasa a la ideología liberal en tiempos de la independencia, que enfrenta a los españoles nacidos en tierras americanas con los exponentes de la ideología imperial; luego adquiere la forma de una oligarquía enfrentada de nuevo con la organización indígena y campesina; hasta la constitución de lo que hoy se denomina el grupo hegemónico empresarial, fuertemente enfrentado con la clase pobre, la clase media y los nuevos bloques económicos emergentes, algunos de de ellos llamados incluso de izquierda. El mérito de la intuición gramsciana está en afirmar que la lucha entre los bloques hegemónicos no se libra solo en el plano de las estructuras y por los medios de producción, sino también en el plano superestructural, en el plano ideológico[20]. Además, A. Gramsci no identifica en sus escritos —sobre todo en sus cuadernos de la cárcel— en modo necesario al grupo hegemónico con la «derecha», pues él por grupo hegemónico entiende aquel que tiene el control de todas las magistraturas posibles: del gobierno, del sistema económico, el sistema político, el sistema judicial. Y esto, evidentemente, lo puede alcanzar también la «izquierda», constituyéndose en otro bloque hegemónico[21].
Lo que sucedió en el caso salvadoreño expresa justamente lo que se viene tratando. Mientras las formas superestructurales de la Iglesia Católica estuvieron de acuerdo con el bloque hegemónico dominante, que se concentra en la oligarquía salvadoreña, no hubo mayores conflictos. Pero cuando Mons. Romero se puso de la parte de los grupos o «clases subalternas»[22], el grupo hegemónico dominante no toleró eso y catalogó el modo de proceder del arzobispo como un falso cristianismo[23], y sus ideólogos procedieron a buscar apoyo en formas estructurales de la misma Iglesia Católica pero que estuvieran alineados con ellos. Hay que decir que ese conflicto entre el grupo hegemónico dominante y el acercamiento de la Iglesia Católica a las clases populares no surge con Mons. Romero, sino que él lo heredó en una forma estructurada de la gestión de Mons. Luis Chávez y González. Por cierto, el expediente o Positio que reporta la investigación del martirio de Mons. Romero, responsabiliza a la parte más radical de la oligarquía salvadoreña de haber organizado su asesinato.
Hay que puntualizar dos cosas relativas a la ideología dominante. En primer lugar, actualmente ella no se rige por el criterio territorial, sino por el no-lugar. Lejos quedaron los extensos campos sembrados de añil, café, caña de azúcar o algodón, según el momento hegemónico que se estuviera viviendo. Actualmente su campo de acción es el ciber-espacio, el dominio se ejerce no desde un beneficio de café, sino desde una computadora conectada a una señal satelital que posibilita infinitas redes financieras. La gran lucha no es la conquista del territorio, sino la del espacio. A esto se le llama; para utilizar una categoría antropológica, el advenimiento del no-lugar[24].

d) El no-lugar como ámbito de la ideología dominante
Para abordar esta categoría, lo primero que hay que hacer es considerar que el no-lugar necesita un punto situado en la ciudad, pero su función primaria no es territorial, sino comercial; se propone facilitar la circulación ―y por tanto el consumo― en un mundo de dimensiones planetarias. Una característica fuerte del no-lugar es que nadie puede «tenerlo» en su casa, sobre todo si no forma parte de sus artífices.
El no-lugar no se deja apresar ni por lo identitario, ni por lo relacional, ni por lo histórico. La hipótesis que sostiene M. Augé es que la supra-modernidad es productora de no-lugares. El no-lugar estaría expresando el sentido de la existencia contemporánea, que quiere ser, pero no estar localizada. Que quiere un presente sin historia. Piénsese por ejemplo en un post en el muro de una cuenta de facebook. Este, después de un día, parece algo anacrónico, a no ser que se trate de algo extremadamente sensacional; pero incluso en ese caso, cada día que pase el post irá perdiendo interés.

El no-lugar hasta la fecha no ha podido prescindir totalmente de la territorialidad. No ha logrado realizarse plenamente en cuanto tal. El no-lugar para abrirse paso en el horizonte de comprensión opone localidad con espacialidad, dejando que el tiempo fluya en los parámetros que impone la duración del paso de las personas por el no-lugar.

Una distinción importante, aunque etimológicamente signifique lo mismo, la utopía (ού, no, y τοπος, lugar) se opone al sentido de no-lugar, pues este último lo que menos quiere es una sociedad orgánica idealizada, que es el sentido que le dio Tomás Moro a la utopía[25]. Se prescinde aquí del modo en que el marxismo utiliza el concepto utopía, es decir, más vinculado a una escatología intramundana: la crítica de lo existente y la propuesta de lo que debería existir (M. Horkheimer)[26].

El no-lugar tiene una función precisa. Es una especie de válvula de escape para que el sector dominado de la sociedad no se percate de la dominación. También es un espacio para liberar a los ciudadanos momentáneamente del miedo que se padece en la ciudad, hablando como si el no-lugar no formara parte de la ciudad, pero de hecho, es una de esas estructuras que tienen más interés y motivos fuera del propio territorio, es decir, en el centro comercial, la mayoría de tiendas son extranjeras, sus capitales están fuera del territorio. La moneda que se utiliza para comprar es de otro país. Es una especie de burbuja de oxígeno global en la ciudad, que narcotiza las posibilidades de organización social.

Además los no-lugares no buscan que las personas se encuentren entre ellas, de modo que nadie puede quedarse permanentemente en el no-lugar, pues entonces serían justamente un lugar de habitación. En el no-lugar se está en modo anónimo, lo único que cuenta es si se tiene las condiciones para hacerse visible: dólares para comprar, si se tiene el boleto aéreo en mano, si se tiene el ticket del tren para viajar. Son no-lugares también las terminales de trenes, los aeropuertos, los hoteles.

En fin, dado el miedo que experimenta el ciudadano, si quiere experimentar un ambiente global, debe retornar con frecuencia al no-lugar, de modo que no muera de miedo y de marginalidad. El punto es claro, a más miedo en la población, más personas buscando seguridad y un poco de narcótico globalizado. Y lo peor de todo, solo una parte muy selecta de la población podrá adquirir los productos que ahí se venden, los marginados pueden hacerlo pero ponen en serio peligro su economía. El no-lugar se apoya en la proyección mental del ciudadano, que sueña con que su sociedad toda ella sea segura.


e) Clases peligrosas y castas urbanas

El grupo hegemónico dominante no está solo. Tiene que vérselas con aliados peculiares —la casta política y la casta jurídica— y con inquilinos indeseados —las clases peligrosas—. El sociólogo Z. Bauman ha puesto de manifiesto que no solo los habitantes de los países del tercer mundo experimentan miedo, que también lo están padeciendo los habitantes del primer mundo, salvadas las diferencias de nivel de vida[27].

Imagínese los miembros de una sociedad, asediados por grupos empresariales que practican un capitalismo salvaje; por la casta de los políticos que buscan en todas las formas posibles de engañarles para que voten por ellos y seguir gozando así de los privilegios de la inmunidad política y comercial; imagínese también a jueces y magistrados empeñados en favorecer sectores políticos y grupos económicos dominantes; y, por si fuera poco, además agredidos por grupos de pandilleros y de mafiosos que están al acecho todos los días para dañarles su integridad física. Esta es la sociedad del miedo, donde lo que procede de inmediato es protegerse.

En el ambiente de los posibles agresores surge lo que los sociólogos llaman las clases peligrosas[28], que son, en su última versión, las reconocidas como no-idóneas para la reintegración y declaradas no-asimilables, porque se considera que no sabrían hacerse útiles incluso después de una «rehabilitación». Estas clases pueden desestabilizar a un país entero y llevar a una crisis de gobernabilidad al Estado.

Las clases peligrosas son efectos no deseados o perversos, que se generan al interno de una sociedad. En la medida que no se resuelvan las causas sociales fundamentales que generan la aglutinación de sectores sociales en clases peligrosas, en esa medida ellas no son solo grupos sociales no deseados, sino desde una perspectiva más compleja, son subsistemas en un sistema que no tenía prevista su existencia. La causa principal del surgimiento de estos efectos sociales perversos y peligrosos no está, como inducen a pensar los medios de comunicación social del grupo hegemónico dominante, en el hacinamiento social, sino en la desvinculación que impone el sistema —político y económico— del ámbito vital. Las pretensiones del sistema no corresponden con el realismo histórico y vital de las personas. El caldo de cultivo de los subsistemas peligrosos no deseados está sustentando en el olvido que ejercen los sectores dominantes respecto de los sectores populares desheredados. La ingobernabilidad llega cuando las clases peligrosas, en su calidad de subsistemas en el sistema, adquieren más fuerza que el sistema mismo.

Pero, a las clases peligrosas se les suman las castas urbanas, magníficamente representadas en los parlamentos de diputados, que darían su vida por proteger sus intereses, los de su familia y el de sus colegas. La casta política suele realizar dos maniobras fundamentales: por una parte, le hace creer al pueblo que su elección les faculta para guiar al pueblo, es decir, que son los políticos y la política la que guía al pueblo, matando de este modo —con la mayor buena intención democrática— todo proceso que ponga a los habitantes de la sociedad como protagonistas de su destino; por otra parte, la casta política instalada se encarga de proteger su propia participación en el mercado y favorecer los intereses de los grupos dominantes. La casta política necesita de otra casta, la casta jurídica. Todas las posibilidades de maniobra de la casta política y todo lo que representan negativamente deben pasar, desde que los romanos inventaron el derecho, bajo los ojos de la casta jurídica. Es apremiante, pues, si se quiere tener éxito en la correlación entre grupos hegemónicos dominantes y la casta política que se resuelva el modo de relación con la casta jurídica. Dado que todos estos grupos tienen intereses específicos en el mercado, solo un equilibrio entre las fuerzas dominadoras contendientes puede evitar que se detenga la máquina ideológica.

En este ambiente el miedo del ciudadano se refuerza y se mezcla con un agudo sentido de impotencia, pues lo agreden todos: las «clases peligrosas» y las «castas urbanas». La violencia callejera es el último estadio de esta cadena de agresiones.

En una sociedad normal, estas dos categorías sociales —las clases peligrosas y las castas urbanas— son combatidas con determinación y descartadas de la vida social, sin embargo, en la crisis de gobernabilidad, son ellas las que tienen el poder. Son ellas las que deciden qué partes de la ciudad son «zonas de paz» o «zonas de guerra», «santuarios» bajo su control. Esta tendencia se refuerza cuando los medios de comunicación, en su afán mercantilista, ceden los espacios para que no solo transmitan sus obscuras ideas, sino que puedan defenderse diciendo que ellos son inocentes y que la culpable es la clase trabajadora por no comprenderlos.


2. La manipulación ideológica

La ideología llevada a su expresión absoluta genera violencia. La primera forma de violencia que provoca es la manipulación. Los medios privilegiados para poder influir en la conciencia de las personas son tres: la escuela, la religión y los medios de comunicación social.

Aunque a una parte de los representantes de la doctrina marxista le cueste aceptarlo, entre estos tres aspectos se dan correlaciones y están lejos de desaparecer de la vida social, lo mejor es asumir su realidad y tratar de orientarlos para fines positivos[29].

Si se toma como referencia la religión, se cae en la cuenta que este concepto no es exclusivo de las comunidades o grupos religiosos que practican una determinada fe. En muchos países es común que se practique también una religión civil o de la nación. Se construyen altares a la patria, como en la Plaza Venecia, en el corazón de la ciudad de Roma. Hay monumentos que año con año, en ciertas recurrencias, reciben la visita de altos mandatarios a cuyos pies depositan ofrendas florales. Existen oraciones a la bandera y todo un ceremonial, que no tiene nada que envidiarle a los rituales de las religiones. Y este fenómeno se da tanto en altares civiles comunistas como en los nacionalistas, en esto no hay diferencia. Los mártires de la patria y el santoral civil son tan reales como el santoral de la Iglesia Católica Romana[30].

En lo que toca la educación, en los países latinoamericanos, después de los procesos de independencia, el debate se centra en determinar quién tiene el derecho a fijar el método y los contenidos que han de desarrollarse en la escuela: si el Estado en modo exclusivo, o si pueden también las religiones tener sus propios centros de formación confesionales. En otro sentido, la escuela, en muchos países, aun sigue la norma clásica de recibir clases en un salón rectangular, con un profesor al frente y con horarios determinados para las clases. Un estilo muy cercano a los procedimientos militares. Los que creyeron que la pizarra de acrílico era el último grito en la evolución de la escuela, hoy se quedan de brazos cruzados viendo a sus estudiantes conectados a internet todo el tiempo y exigiendo proyecciones digitales y videoconferencias para sus clases.

Por último, los medios de comunicación social, actualmente juegan un papel preponderante en el dominio de las conciencias. Por supuesto, se valora como positivo el aporte que dan en el plano de la información. La peculiaridad de ellos en la correlación escuela-religión-medios es que son indispensables para poder poner de manifiesto las injusticias o para encubrir las mismas.

Conclusión
La cuestión ideológica no puede tomarse a la ligera. Aunque el tema haya sufrido una devaluación en el marco de la Guerra fría y en el debate de la modernidad con el pensamiento débil, su valor, en cuanto expresión de lo que está sucediendo en la realidad, no ha variado. Tampoco ha variado el proceso lógico, gnoseológico y epistémico que posibilita el que se pueda hablar con rigor de los procesos de acercamiento a la realidad.
Sin embargo, lo que se busca no es explicar la complejidad de la correlación entre el plano real (social, económico, político) en sus constitutivos formales con sus representaciones, sino detenerse en uno de los aspectos que más daña a la sociedad: la manipulación ideológica. Es decir la absolutización del propio punto de vista ideológico y el intento de «colonizar» por la fuerza las ideologías que no corresponden u obstaculizan al proyecto político y económico.
Lo importante es saber que el ideólogo juega con los valores y su interés no es favorecer aquello que Agustín de Hipona denomina de vera ecclesia, es decir, el rostro verdaderamente creíble de la Iglesia. Se trata simplemente de atacar toda expresión religiosa que ponga en peligro su estatus de poder, y la argucia ideológica está en situarse en un punto de vista religioso que se presenta como auténtico, de frente al punto de vista religioso atacado, al cual se le acusa de falsa religión. En este proceso se ha llegado incluso a matar. El caso más claro es Mons. Romero. Él no fue asesinado por personas que se declaraban ateas, en el sentido clásico del ateísmo, entendido como odio a la religión, sino a partir de un cristianismo que se considera como auténtico de frente a un cristianismo «subversivo» y disidente. Estas distinciones son peligrosas, porque aun dándose en el plano ideológico, desembocaron en acciones de hecho.
Procede entonces, un proceso de des-ideologización, que ponga en evidencia tanto aquello que pertenece a una auténtica praxis de la religión como a todo aquello que ha de entenderse como ideología de la religión.



[1] Cfr. RAE, edición digital. Consultado el 28.09.2016. Para ampliar esta acepción, véase A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 4 (1932), Einaudi, Torino 2007, 453-458; Id., Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 11 (XVIII) (1932-1933), Einaudi, Torino 2007, 1490-1491.
[2] Sigo en esto las indicaciones de E. Sabaté Muro – J.L. Illanes Maestre, «Ideologías», en GER, vol. XII, Rialp, Madrid 1984,  339-343. Véase también A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 11, 1380-1381.
[3] Cfr. I. Ellacuría, «Voluntad de fundamentalidad y voluntad de verdad: conocimiento-fe y su configuración histórica», en Id., ET, vol. I, 136.
[4] Es cierto que esta afirmación actualmente es discutible, sobre todo a partir de los argumentos de Th. Kuhn. Pero nos interesa resaltar la diferencia que existe entre una simple mentalidad o visión del mundo y el complejo aparato que se genera al interno de lo científico y de lo doctrinal.
[5] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 67 (VII) (1930-1932), Einaudi, Torino 2007, 867-868.
[6] Para la correlación entre urbe, civitas y polis, cfr. J. Chopin, «Los hijos de  Caín. La ciudad y los cristianos», en T&P 21 (2012) 37-48. También en: http://misionologiachopin.blogspot.com.
[7] Un interesante análisis en L. Silva, Teoría y práctica de la ideología, Nuestro Tiempo, México 1992.
[8] En palabras de A. Gramsci: «No existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada clase tiene sus propios intelectuales», A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 1-5 (1929-1932), Einaudi, Torino 2007, 42, 132-134 (Quaderno 1, XVI), 311-312, 317 (Quaderno 3, XX). Id., Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 7 (VII) (1930-1932), Einaudi, Torino 2007, 930; Id., Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 11, 1505-1506.
[9] A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 4, 476.
[10] A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. III: Quaderno 12 (XXIX) (1932), Einaudi, Torino 2007, 1513-1524, 1550-1551.
[11] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. III: Quaderno 13 (XXX) (1932-1934), Einaudi, Torino 2007, 1561.
[12] Sobre esta distinción, véase: A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. III: Quaderno 12, 1520-1521.
[13] Sobre los intelectuales orgánicos, cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. III: Quaderno 12, 1514-1515.
[14] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 1-5, 477; Id., Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 6 (VIII) (1930-1932), Einaudi, Torino 2007, 820.
[15] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 8 (XXVIII) (1931-1932), Einaudi, Torino 2007, 1043-1044. Id., Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 11, 1407-1408.
[16] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 10 (XXXIII) (1932-1935), Einaudi, Torino 2007, 1328.
[17] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. III: Quaderno 13, 1569.
[18] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 8, 1091.
[19] A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 4, 461. Véase también A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 6, 703, 751-752, 763, 800-801; Id., Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 6, 703; Id. Quaderni del carcere, vol. II: Quaderni 7, 858.
[20] Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 4, 433-437, 441-442, 444.
[21] «La hegemonía de un centro directivo sobre los intelectuales tiene estas dos líneas estratégicas: “una concepción general de la vida”, una filosofía (Gioberti), que dé a los adherentes una “dignidad” que debe contraponerse a las ideologías dominantes como principio de lucha; un programa escolástico que pueda interesar y dé una actividad específica en el propio campo técnico a aquella fracción de los intelectuales que es la más homogénea y la más numerosa (educadores, desde los maestros hasta los profesores de la Universidad)», A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 1-5, 56.
[22] Acerca de la caracterización de las clases subalternas, cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderni 3 (1930), Einaudi, Torino 2007, 372-373; A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. III: Quaderno 25 (XXIII) (1934), Einaudi, Torino 2007, 2286-2289.
[23] Como se mostrará más adelante, los ideólogos de la derecha se valieron de la prensa escrita para desacreditar el testimonio profético de Mons. Romero. Este modo de proceder ya había sido tipificado por A. Gramsci: «Un estudio acerca de cómo está organizada de hecho la estructura ideológica de una clase dominante, es decir, la organización material orientada a mantener, defender y desarrollar el “frente” teórico o ideológico. La parte más notable y más dinámica al respecto es la prensa en general», A. Gramsci, Quaderni del carcere, vol. I: Quaderno 3 (1930), Einaudi, Torino 2007, 332-333.
[24] La palabra es más conocida en M. Augé, Non luoghi. Introduzione a una antropología della surmodernità, Elèuthera, Milano 1993; pero su elaboración inicial se debe a M. de Certeau, La invención de lo cotidiano, 2 vol., Universidad Iberoamericana, México 1999.
[25] T. Moro, Utopía, Alianza, Madrid 2012.
[26] Sobre este punto recomiendo: J.-J. Tamayo, Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis, Trotta, Madrid 2012.
[27] Z. Bauman, Fiducia e paura nella città, Mondadori, Milano 2005. El solo hecho de pensar que los problemas de los sectores marginales y marginados lleguen al primer mundo ―para el caso la epidemia del Ébola y las masas de inmigrantes― produce pánico en los habitantes del primer mundo, aunque muchos de estos fenómenos tengan su origen y causa en sus propio países.
[28] R. CASTEL, L’insécurité sociale: Qu’est-ce être protégé?, Editions du Seuil, Paris 2003.
[29] El marxismo históricamente ha visto en la religión una amenaza para el proceso de concientización en vistas al proceso revolucionario, pero hasta la fecha no ha podido hacer desaparecer ese aspecto cohesionador de la vida social y de la conciencia colectiva. Hay incluso procesos revolucinarios que no se han podido realizar sin la participación de los cristianos.
[30] Cfr. C.G. López Bernal, Tradiciones inventadas y discursos nacionalistas: el imaginario nacional de la época liberal en El Salvador, 1876-1932, Editorial Universitaria, San Salvador 2007.

martes, 5 de septiembre de 2017

LA ECLESIOLOGÍA DEL PADRE OSCAR ROMERO. Estudio de las notas que escribió en el Semanario Chaparrastique entre 1944 y 1967




Por: Juan Vicente Chopin[1]

La concepción de la Iglesia en el beato Oscar A. Romero sigue un proceso de evolución, que corresponde con el desarrollo en él del carisma profético, según las modulaciones que van a imponer las circunstancias históricas salvadoreñas y la realización del Concilio Vaticano II. En las notas que él escribe como sacerdote de la Diócesis de San Miguel en el semanario Chaparrastique, encontramos tres ejes argumentativos que van a configurar en el nivel de los presupuestos el modo cómo entiende la Iglesia: 1. Su conflicto con la masonería; 2. Su patriotismo; 3. Su anticomunismo. El resultado es una Iglesia «patriótica», triunfalista[2]; una Iglesia conquistadora a la manera de una militia christi, donde el cristiano es un militare Deo, en la línea de la salus animarum, es decir, conquistar almas para el Señor, a la manera como la entendía San Ignacio de Loyola. En esta forma de entender la Iglesia predomina la expresión sentir con la Iglesia, que será retomada por el padre Oscar Romero como lema de su episcopado. Este sentir con la Iglesia se concreta en la romanidad, es decir, ese amor incondicional al Romano Pontífice, presente en el cuarto voto ignaciano y en el respeto a la forma jerárquica de la Iglesia[3].

En todo caso, no encontramos en los escritos del joven sacerdote Oscar Romero una sistematización de lo que normalmente se entiende por Iglesia, sino algunas nociones de lo que en su tiempo se entendía por tal y una aproximación al concepto de Iglesia que presentan los documentos del Concilio Vaticano II. Sin embargo, cabe destacar que aparece como muy original su propuesta de una Iglesia como soplo divino, donde la dignidad humana es exaltada y fecundada por la gracia divina.

El padre Oscar Romero nació en Ciudad Barrios (San Miguel), el 15 de agosto de 1917. En 1929, a sólo doce años, entró en el Seminario Menor de San Miguel. A la edad de 20 años fue trasladado al Seminario Mayor de San Salvador y en el mes de agosto se inscribió en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Entre 1937 y 1943 culmina sus estudios de sacerdote y culmina su licenciatura, no pudiendo concluir sus estudios de doctorado. Su ordenación sacerdotal se realizó en 1942, en la capilla del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano. En 1943 regresa a San Salvador. Es nombrado párroco en 1944, en el pueblo de Anamorós de la Diócesis de San Miguel. Luego es nombrado Vicario General de esa diócesis. En 1967 es nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador.

El presente artículo toma como fuente primaria los artículos que el padre Oscar Romero escribió en el semanario Chaparrastique entre los años 1944 a 1967. El padre Oscar Romero fue director de dicho periódico desde 1945[4].


1.         PRESUPUESTOS
Para poder entender la idea que tiene el padre Oscar Romero de la Iglesia es esencial analizar las circunstancias en que está escribiendo sus notas periodísticas, porque ello va acentuar o atenuar su concepción de la misma. Desde sus orígenes, la Iglesia, aunque surja del designio divino como sostiene el padrea Oscar Romero, sin embargo, se va configurando en el proceso histórico. Muchos de los dogmas de la Iglesia se formularon para responder a las objeciones de las diversas herejías que surgieron en su interior. Al leer sus notas en el periódico Chaparrastique son tres las circunstancias que hacen de acicate a su labor editorial: el conflicto con los masones, su patriotismo y su anticomunismo.

4.1. La masonería
La filosofía siempre ha estado presente en el movimiento cristiano. En los primeros años de su desarrollo, el cristianismo tuvo que vérselas con el movimiento gnóstico. En tiempos modernos, desde el siglo XVII, la sociedad de masones especulativos pronto se convirtió en el contrapeso secular más importante de la Iglesia Católica que no tardó en excomulgarlos[5]. El pasaje de Simón Mago, que aparece en los Hechos de los Apóstoles, es considerado por muchos como las primeras señales de la incorporación en el movimiento cristiano de intereses económicos, elementos mágicos y filosóficos (cfr. Hch 8, 9-25). Lo cierto es que este tipo de movimiento es difícil de combatir pues son una especie de hiedra que se adhiere al movimiento cristiano, combinando elementos judeocristianos con elementos filosóficos y pretende ser una forma paralela de moralidad y de realización personal.

En el proceso de beatificación de Monseñor Romero, reaparece la masonería como una de las fuerzas contrarias a su pensamiento. Muchos de los millonarios salvadoreños concedían favores a la Iglesia con el fin de gozar del favor de los pastores, que a su vez podían orientar a las bases de la iglesia para que no protestaran ante las injusticias que se les cometían. Cuando a raíz de la llegada del Concilio Vaticano II, la Iglesia inicia la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, es decir, a apoyar, defender y organizar a las clases desposeías, la oligarquía salvadoreña entiende ese modo de proceder como una traición. En este sentido la Positio del martirio del beato Oscar Romero es muy puntual en establecer esa conexión segmentada en la historia entre las expresiones de la masonería durante el ministerio del padre Oscar Romero y lo que después será el conflicto de Monseñor Romero con la oligarquía salvadoreña:

«La oligarquía consideraba también la Iglesia entre sus propiedades. En realidad varios de estos “constructores de iglesias” no eran católicos fervientes. Habían apoyado el catolicismo en cuanto pilar de su orden social. Era un fenómeno antiguo, muy conocido en Europa donde cierto liberalismo agnóstico, e incluso masónico y anticlerical, había constatado la influencia de la Iglesia sobre las clases no pudientes, para mantener el orden social. Hasta la década de los sesenta ―es verdad― también la Iglesia católica salvadoreña había buscado la alianza con los regímenes conservadores para volver a adquirir esa centralidad en la vida del país que le había quitado el laicismo del siglo XIX»[6].

La primera vez que encontramos en los escritos del padre Oscar Romero alusiones al racionalismo moderno es en una nota del año 1944, en donde aparece ya claramente perfilada en sus escritos la caridad como elemento configurador de la esencia del cristianismo. Este elemento se mantendrá como eje transversal en todo su ministerio, en el modo de entender una Iglesia siempre orientada a la trascendencia. El padre Oscar Romero opone el ejercicio de la caridad cristiana con la filantropía de corte racionalista. Su tesis central es que «la meta de la caridad es Dios», y ese principio lo va a desplegar en una serie de sentencias:

«Nuestros tiempos, nuestra patria, más que de filantropía necesita de caridad. El sueño de la filantropía es un ideal meramente humano, de telas abajo y como tal, caduco. El ideal de la caridad es un ideal divino, de pupilas abiertas hacia el cielo y, como tal, eterno. Necesitamos caridad ―ideal de eternidad― y no filantropía efímera, en estos tiempos en que lo meramente humano se derrumba o cruje. La beneficencia que necesitamos es la que se inspira en el Evangelio y en las encíclicas papales. No esa otra beneficencia de formas ambiguas, de inspiración extranjera. Queremos la caridad de nuestro catolicismo neto. No la filantropía de peligrosa convivencia con credos extranjeros»[7].

Otras veces, el padre Oscar Romero se refiere al liberalismo como uno de los enemigos de la Iglesia: «Muchos gobernantes mezquinos ―los Herodes modernos― temieron esa afluencia triunfal de almas que buscaban a Cristo. Y por eso tratan de impedir esos triunfos de la Iglesia ya con leyes abiertamente hostiles, ya con una conocida táctica de hipócrita liberalismo»[8].

El padre Oscar Romero no condena el progreso en cuanto tal, sino las formas ateas del mismo: «No es que se condene el progreso, sino el ateísmo de nuestro progreso»[9]. Tampoco encuentra oposición entre lo científico y lo religioso: «no hay pues oposición entre el concepto religioso y el concepto científico; son distintos pero no se oponen ni se eliminan y al legislar sobre los complejos intereses de una nación, estos dos conceptos deben conjugarse sabiamente»[10]. En ese sentido se adelanta respecto a la mayoría de sacerdotes de su época en abordar argumentos relativos a lo que hoy se denomina «crítica de la razón instrumental» o «paradigma tecnocrático»[11]: «La fuerza más potente del mundo no es el vapor, sino la fe. La energía más valiosa del mundo no es la electricidad sino el amor. El ideal más digno del hombre no es el campeón de boxeo, sino el santo. El tesoro más sublime del hombre no es la máquina, sino el alma»[12]. En otra parte nos dice:

«…la vida moderna ha robado el tiempo a los valores espirituales: la carrera vertiginosa de la vida sigue el ritmo de la edad maquinaria que vivimos. El hombre está orgulloso de este adelanto técnico… sin embargo es necesario detenerse de vez en cuando unos minutos para orar. El hombre que no tiene tiempo para orar se ha hecho una máquina… solo es hombre el hombre que se sobrepone a la máquina y el vértigo moderno para sentirse en la serenidad de la plegaria un hijo de Dios»[13].

El sacerdote Oscar Romero proporciona una lista de los aspectos que aparecen en la Constituyente y que a su modo de ver dañan los intereses de la Iglesia: la enseñanza como atribución del Estado; restricciones a las congregaciones religiosas; el matrimonio civil; restricciones a la Iglesia Católica[14].
Ahora bien, el primer enfrentamiento que el padre Oscar Romero tiene con los masones y liberales es en lo relativo al matrimonio civil, como el único reconocido por el Estado, dejando de lado el matrimonio religioso:

«El único matrimonio que la historia y la razón reconoce es el sancionado por la autoridad religiosa. Solo fue desvergüenza de la masonería y del liberalismo, acostumbrados a robar los bienes de la Iglesia, quiere despojarla también de este derecho plurisecular concedido por Dios. Y solo fue triste privilegio de nuestros avances liberales la pretensión de cambiar la sagrada solemnidad del altar por un frío escritorio de alcaldía en la celebración del más sagrado contrato entre el hombre y la mujer.
Así es de ilógica la tendencia sectaria de un liberalismo trasnochado e indigesto que solo cabe en los sesos obtusos y en el alma hipócrita de nuestros masones y liberales»[15].

A partir de este momento la polémica con los masones arrecia y aparece con toda nitidez el ímpetu del padre Oscar Romero, expresión de su carácter que luego se hará más notorio en la vivencia del carisma profético al frente de la sede metropolitana. Habla por primera vez el padre Oscar Romero del laicismo que se está abriendo paso en la vida pública salvadoreña. Interesante notar que el padre Oscar Romero no condena la condición laica o laicidad, sino esta misma llevada a sus extremos: «Así es de insensata la sabiduría cuando se aleja de Dios: los que  proclaman libertad hasta Dios, se han sentado en su curules para querer imponer su asqueroso laicismo. Destronar a Dios y colocar en su lugar el laicismo»[16]. El padre Oscar Romero se muestra indignado ante la avanzada liberal y masónica; les llama «Pigmeos del laicismo salvadoreño» y les considera dignos de lástima: «De Dios nadie se ríe! Las logias, el liberalismo, etc., podrán tener por un tiempo el imperio de sus intrigas tenebrosas, pero sobre su caducidad, se cantarán los triunfos definitivos del Señor»[17].

A propósito de la asamblea constituyente de 1950, el padre Oscar Romero presenta una serie de argumentos legales para preservar los derechos de Iglesia. De hecho, el texto de la Constitución de ese año, en el artículo 160 dice: «Se prohíbe el establecimiento de congregaciones conventuales y toda especie de instrucciones monásticas», pero el artículo 161 dice que «se reconoce la personalidad jurídica de la Iglesia Católica. Las demás iglesias podrán obtener, conforme a la ley, el reconocimiento de su personalidad». En este punto, el padre Oscar Romero introduce un argumento valioso, porque nos da la clave de lectura de por qué en vísperas de su asesinato, el 23 de marzo de 1980, hizo un llamado a las bases del ejército a desobedecer una orden injusta e inmoral. Consideremos lo que dice en 1950:

«Por exceder sustancialmente los límites de su potestad sería injusta toda ley que contrariara la ley divina. Y por dar al César no solo lo del César sino también lo de Dios, sería el caso de repetir con entereza lo de S. Pedro: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Es injusta la ley que no distribuye con equidad las cargas sobre los súbditos en tanto en cuanto sean necesarias para el bien común.
Tales excesos en recta doctrina no se llamarían leyes sino violencias, y no hay obligación de obedecerlas en conciencia.
Ojalá pues, nuestros Legisladores tengan presente que la justicia no pide favores sino derechos. Y que si atropellan los derechos de las realidades salvadoreñas en la nueva Constitución, se habrá edificado, tal vez con mucho trabajo y ciertamente con mucho costo para la nación, un edificio pero cuyos cimientos se echan en arena»[18].

Por tanto, el llamado a la desobediencia pacífica que Monseñor Romero hizo a las bases del ejército el 23 de marzo de 1980 no era una idea peregrina, sino que está sólidamente sustentado en los argumentos que el padre Oscar Romero sostuvo desde 1950.

El segundo aspecto en que el padre Oscar Romero se encuentra en desacuerdo con los liberales es en el tema de la educación de corte laico[19]. El padre Oscar Romero alude a las veinte mil firmas que se han presentado a la Asamblea Constituyente para que desaparezca la enseñanza laica y se «implante en nuestras escuelas la enseñanza religiosa católica»[20].

En el marco de una misa ofrecida a los maestros migueleños, el padre Oscar Romero sostiene que no se puede desterrar del proceso educativo los valores sobrenaturales: «La persona humana que el cristianismo concibe tiene exigencias y tendencias ultraterrenas, sobrenaturales. Y desconocer esas tendencias para dar al niño una educación naturalista, laica, es truncar en lo más vivo la educación»[21]. En su manera de entender la educación, la tarea del maestro consiste en «formar cabales ciudadanos de la Patria, de la Iglesia y del Cielo»[22]. En cambio, «la pretendida libertad laica no es más que un parapetarse de la masonería en la escuela. El laicismo escolar no defiende ninguna libertad sino que termina atacando la religión»[23]. En este contexto, el sacerdote Oscar Romero dice unas palabras proféticas, que a la vuelta de 30 años resultaron ser ciertas, en la expresión de la oligarquía recalcitrante que organizó su asesinato: «porque queremos sea troquel de hombres sanos y no laboratorio de criminales y descreídos…por eso pedimos enseñanza religiosa en las escuelas»[24]. Efectivamente, el profetismo del sacerdote Oscar Romero se nota en la puntualización de la importancia que tiene el sistema educativo de una sociedad para evitar la criminalización de los habitantes de un país y en el señalar que las oligarquías descreídas pueden llegar incluso a la comisión de crímenes.

Como sucede con todos los prelados de la Iglesia Católica, en conciencia tienen que defender los intereses de la institución a la que sirven. El padre Oscar Romero lo que está haciendo es siguiendo las directrices anti-masónicas que le vienen de la Iglesia de Roma. Además, obispos como Mons. Luis Chávez y González[25] también tuvieron argumentos contra los masones.

4.2. El patriotismo del padre Oscar Romero
El segundo presupuesto para entender la eclesiología del padre Oscar Romero es su sentimiento patriótico o su concepción de la patria[26]. Un primer influjo de este patriotismo lo recibe el padre Oscar Romero de Monseñor Luis Chávez y González, según lo hace notar él mismo: «Con una humildad que subyuga, con una sencillez que avasalla. Monseñor Chávez ha sabido colocarse a la altura del momento que vive la Iglesia en la patria del Divino Salvador»[27]. Y en seguida agrega, en el marco del recuerdo por la erección de la diócesis de San Salvador: «Para Monseñor Chávez esa historia centenaria debe coronarse con una manifestación palpable de la juventud perenne de la Iglesia en nuestra nación; y su incansable afán hace que la patria se conmueva ―no solo la patria salvadoreña, sino la patria que él definió: “todas las repúblicas del istmo”»[28]. Es evidente que el padre Oscar Romero se suma a la corriente unionista en Centroamérica y El Salvador. No se debe olvidar que Monseñor Luis Chávez y González era muy operativo y había promovido la creación del CEDAC,  el secretariado del episcopado centroamericano, proponiendo desde 1968 como secretario del mismo al padre Oscar Romero.

Para el padre Oscar Romero, en el momento en que escribe, el pueblo salvadoreño es un pueblo católico y no se puede separar el sentimiento nacional de las fiestas de su patrón, el Divino Salvador: «En estos momentos de democracia, la auscultación del pueblo es fundamental. Y las fiestas agostinas son un micrófono de esa voz: el pueblo salvadoreño es un pueblo católico. Oigámoslo». Llega incluso a preguntarse: «…quién es más patriota, el que fomenta ese vínculo de unión o el que trata de disolverlo? El que niega los derechos de la Iglesia o el que los defiende?»[29].

El patriotismo del padre Oscar Romero es taxativo, pero siempre lo mira relacionado con el amor a Dios y a la Iglesia: «siempre será cierto que los mejores patriotas coinciden ser los hombres que mejor adoran a Dios»[30]. En él, amor a la Patria y amor a la Iglesia son dos cosas concomitantes:

«Un motivo que impele al sacrificio, es el amor a la patria. Como ningún egoísmo es más repugnante que el de aquellos falsos ciudadanos que, pudiendo hacer algo por su patria, se resguardan en su vida muelle a costa tal vez de los esfuerzos ajenos.
El hombre debe amar a su patria. Y cuando el bien de ella lo exige, debe el patriota sacrificarle hasta la vida. Lo contrario sería no ser patriota. Sin arrancar ese amor a la patria ―y más bien robusteciéndolo― el católico debe amar hasta el delirio, hasta el sacrificio, a su Iglesia»[31].

Aquí podríamos estar de frente a uno de los argumentos que más arroja luz sobre el martirio de Monseñor Romero. En el sentido que su patriotismo nunca lo separa de la promoción de las vocaciones sacerdotales y de la Iglesia. De tal suerte que su patriotismo es distinto del patriotismo de quienes lo asesinan, puesto que ellos también se llaman «patriotas», pero decantan en el odio. El patriotismo del padre Oscar Romero es siempre positivo y propositivo, constructivo, y el de sus verdugos es homicida. En este sentido estaríamos frente a un falso patriotismo. El contraste mayor se da cuando el padre Oscar Romero afirma del sacerdote que «nadie como él hace patria»[32]. En cambio, los escuadrones de la muerte durante la guerra civil salvadoreña, siendo arzobispo Monseñor Romero, distribuían hojas volantes con la frase: «haga patria, mate un cura». Entonces la raíz de la crisis de vocaciones en el país él lo ve en un falso patriotismo y en una falsa comprensión de la religión: «Es que nos hemos acostumbrado a ver la religión como una cosa de sacristías y procesiones y escapularios…Y que se quiere identificar al sacerdote con esa religión entendida a medias»[33]. Este argumento nos muestra que el padre Oscar Romero no puede ser catalogado a priori como un cura conservador.

El padre Oscar Romero distingue entre una aristocracia espiritual, que tiene que ver con la dignidad del sacerdocio y una aristocracia mundana que no quiere saber nada de sacrificios. El padre Oscar Romero viene de una familia trabajadora, como la mayor parte de sacerdotes de El Salvador, y le choca el que las familias más acomodadas sean las más apáticas a la entrega vocacional:

«Si los hogares cristianos comprendieran bien la invitación de Cristo; si la falsa aristocracia comprendiera este honor; si más que el brillo efímero de su posición social o de sus riquezas relativas, o de sus pretensiones mundanas, apreciará esta verdadera aristocracia del espíritu, esta sólida riqueza del cielo… de qué distinta manera recibirían las íntimas confidencias de un hijo, de una hija a quien Cristo llama para ser su colaborador…»[34].

Como se puede notar, el distanciamiento del padre Oscar Romero con las clases acomodadas no inicia por cuestiones políticas, sino por motivos de falta de colaboración con la Iglesia. Y no se refiere a dinero, sino a vocaciones sacerdotales. Él no esconde su malestar cuando las personas pudientes le dan dinero en concepto de limosna: «Que la limosna despectiva…es que se tira como  quien echa un mendrugo a un perro, mejor se queda en las cajas acaudaladas donde duermen como en un infierno anticipado, aquellas que Cristo llamó demonios de iniquidad»[35]. Él acusa a la tendencia liberal de dañar las relaciones entre el Estado y la obra del Seminario: «una injusta mentalidad liberal de tipo totalitario, atropellador, ha implantado en un pueblo netamente católico el laicismo, que nos ha acostumbrado a ver todas las obras de la Religión del pueblo como algo ajeno a los deberes del Estado»[36]. En su opinión, apoyar la obra del Seminario es un acto de patriotismo, puesto que los sacerdotes, al igual que los demás profesionales, contribuyen en la construcción de la nación. En ese sentido les recuerda a los liberales que uno de sus máximos representantes, Gerardo Barrios, tuvo a bien firmar un concordato con la Santa Sede, donde se le conceden beneficios a la Iglesia: «Los liberales salvadoreños no deberían olvidar que uno de los gobernantes que ellos mismos reconocen como de los mejores, el Gral. Gerardo Barrios, fue verdaderamente comprensivo de este deber del Estado cuando firmó su concordato con la Santa Sede»[37]. Ante el abandono a la Iglesia que acusa el padre Oscar Romero por parte del laicismo oficial recurre a la generosidad de los ciudadanos: «que la generosidad de los ciudadanos, supla la mezquindad de nuestro laicismo oficial»[38].

En su forma más radical, para el padre Oscar Romero «tener patria libre es un don inapreciable de Dios»[39]. Y el modelo de patriotismo es Jesucristo: «Jesucristo mismo ―flor de la humanidad y modelo de hombres― es el modelo de patriotismo»[40]. Él condensa su patriotismo en una frase muy utilizada por los salvadoreños y que él considera que resume el alma nacional: «¡primero Dios!»[41]. Para poder entender esta forma radical de patriotismo cristiano es necesario resaltar que para el padre Oscar Romero el patriotismo no es solo un sentimiento, sino, sobre todo, es una virtud; con él pretende demostrar que el catolicismo no se interesa solamente por las cosas del cielo, sino también por las de la tierra:

«Con frecuencia se repite la objeción de que el catolicismo por vivir soñando en la patria del cielo, descuida su trabajo por la patria del suelo.
Calumnia! Nuestro evangelio tiene una máxima de oro: dar al César lo que es del César, dar a Dios lo que es de Dios. Y el cristianismo proclama como una virtud el patriotismo. Y porque anhela la patria eterna y muchos méritos para la gloria, trata de perfeccionarse aquí abajo siendo útil a los demás
La esperanza de una patria inmortal, los motivos de la conciencia son los únicos resortes que mueven al sacrificio del deber consciente y oculto que va forjando la Patria.
Porque patriotismo ni es solo la emoción del 15 de septiembre. Patriotismo es estudiar para que la ciencia nacional se eleve; patriotismo es contribuir con su conducta a que la juventud de la patria sea una juventud de carácter; patriotismo es hacer con mi comportamiento que los ciudadanos de otras patrias aprecien a mi nación porque tiene hombres de palabra, de moral pura, de fe limpia. Y ese patriotismo solo lo forja un gran a mor a la Patria inmortal»[42].

Confiesa el padre Oscar Romero su ferviente patriotismo: «Y con gratitud juramos una vez más nuestra consagración a la Patria»[43]. Pero se trata de un patriotismo crítico, con sentido común. De frente a la actitud pasiva de los ciudadanos, el padre Oscar Romero reacciona: «El salvadoreño es por naturaleza un ciudadano que se lleva a donde se quiere; basta empujarlo. Parece que no tiene voluntad propia, porque cualquiera lo puede manejar. Pueblos de esta clase solo necesitan un capataz y ya se subyugan»[44]. Pero ¿quién domina al pueblo? El padre Oscar Romero lo tiene claro: «No se puede pensar que manden menos y que impongan su voluntad con la anuencia omnímoda a la manada de ovejas. Es necesario [que el salvadoreño] sacuda su marasmo y su apatía, el miedo lo apabulla pues teme las represalias de los pocos que manejan a los dos millones. Que deje el salvadoreño de ser manada o hato para que entre en rol de los hombres libres, mediante el uso de sus derechos que nadie ni nada le puede restringir»[45]. Su visión de la patria es otra:

«¿Cuál Patria? ¿La que sirven nuestros gobiernos no para mejorarla sino para enriquecerse? ¿La de esa historia cochina de liberalismo y masonería cuyos propósitos son embrutecer al pueblo para maniobrarlo a su capricho? ¿La de las riquezas pésimamente distribuidas en que una “brutal” desigualdad social hace sentirse arrimados y extraños a la inmensa mayoría de los nacidos en su propio suelo? ¿La de los profesionales y obreros y padres de familia, etc. sin pisca de sentido de responsabilidad?»[46].

El patriotismo del padre Oscar Romero no es ingenuo, ni sentimentalista; tiene un fuerte sentido crítico. Es evidente que él se posiciona de la parte de las clases desposeídas, pero lo molesta que los miembros de dichas clases no se sacudan el yugo que los tiene oprimido. Lo importante aquí es notar que la actitud crítica del padre Oscar Romero con respecto a los hechos de la realidad no le surge cuando llega a ser arzobispo, sino que es algo permanente en su persona. En todo caso se puede aceptar que, al llegar como arzobispo a San Salvador, tenía razón acerca de los reclamos que como sacerdote venía haciendo.

4.3. El anticomunismo del padre Oscar Romero
La tercera cuestión a la que alude ampliamente el padre Oscar Romero es al sistema comunista. Aspecto que va a posicionar a la Iglesia y su misión de frente al mundo. Las primeras alusiones al socialismo las encontramos en marzo de 1945. Hablando de Pío XI, se refiere a la cuestión social como «una apremiante cuestión moderna»[47]. El padre Oscar Romero sostiene que Pío XI en la encíclica Quadragesimo Anno (15 de mayo de 1931) «traza este lindero infranqueable que divide, en la cuestión social, el campo cristiano y el campo socialista, aun en su forma más mitigada»[48].

Pero el padre Oscar Romero condena también al fascismo, manteniendo así una postura equilibrada. En una defensa que hace a favor del Papa Pío XII, ante las acusaciones de favorecer el fascismo, afirma: «Ni con el nazi-fascismo ni con el comunismo. La palabra serena del Vaticano en medio de las borrascas de la política y de los grandes errores, ha hablado muy claro al que quiere oír. Y si hoy es más fácil entender la verdad frente al nazi-fascismo cuyos escombros husmean, esperamos que también se entenderá y ojalá no muy tarde, la serena voz del Vaticano que condena el peligro comunista»[49].

El sacerdote Oscar Romero se declara anticomunista: «Queremos expresar nuestra firme adhesión al movimiento anticomunista»[50]. Es la primera publicación donde trata el tema en modo específico. Aun cuando ha dejado clara su postura anticomunista, considera importante estudiar los puntos de coincidencia:

«Hay pues en el comunismo un fenómeno que es interesante estudiar. Y por de pronto encontramos entre el cristianismo y el comunismo interesantes puntos de contacto. El comunismo aboga por una sociedad sin clases, justa y pacífica; el cristianismo también. El comunismo tiene el sentido de las masas populares; el cristianismo también.
Pero lo que los diferencia radicalmente es que esos mismos ideales se buscan por caminos muy diferentes; el comunismo pretende construir esa nueva civilización con sus solas fuerzas humanas, y para lograrlo todos los medios son lícitos. Mientras que el cristianismo sostiene que es imposible ese nuevo orden sin contar con la justicia y la caridad de Cristo instaladas en las almas: sin Cristo se destruirán ciertas injusticias, pero se entronizarán otras peores»[51].

En varias partes de sus escritos el padre Osar Romero sostiene que «la raíz más perniciosa del comunismo en nuestra patria está en la misma universidad»[52]. Los argumentos anticomunistas del padre Oscar Romero coinciden con la entrada como rector de la Universidad de El Salvador del Doctor Fabio Castillo Figueroa en 1963[53] y al cual acusa de permitir la infiltración comunista en dicha universidad[54]. Llegó incluso a pedir la creación de una universidad católica[55]. El lenguaje que usa el padre Oscar Romero en este caso no difiere mucho del que más tarde la oligarquía utilizará contra él en sus medios impresos, en su caso, acusándolo de permitir la infiltración marxista en la Iglesia Católica.

Al final, el padre Oscar Romero reconoce que el Concilio Vaticano II no hizo una condena pública y solemne del comunismo, al estilo de los anatemas de los concilios anteriores y que la Iglesia se ha orientado por la línea del diálogo. Aun manteniendo la condena doctrinal, el padre Oscar Romero propone que apliquemos las nuevas orientaciones dadas por el concilio en materia social, en particular las que aparecen en la Gaudium et Spes, porque «solo en su profundo humanismo cristiano podrá saciarse el trágico vacío que supone la pobre alma del comunismo»[56].

En vísperas de su llegada como secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y de su nombramiento como obispo auxiliar de San Salvador, el padre Oscar Romero va matizando sus posturas, pasa de un anticomunismo radical a una postura más evangélica a favor de la persona, pero equidistante del capitalismo y del comunismo. El cambio se explica porque en ese momento se ha verificado también en el episcopado y el magisterio de Mons. Luis Chávez y González un giro decidido y lúcido hacia la Doctrina Social de la Iglesia, además con aplicaciones prácticas. El padre Oscar Romero se ve obligado a defender la imponente Carta pastoral del arzobispo, titulada La responsabilidad del laico en el ordenamiento de lo temporal, donde hay duras críticas al sistema capitalista. Es la primera vez que la oligarquía llamará comunista a un arzobispo, se trata de Mons. Luis Chávez y González. En ese documento se lee, por dar un ejemplo: «Si las estructuras políticas o económicas de un país, condicionan a un parte importante de la población a vivir en situaciones donde el hombre normal no puede alcanzar su pleno desarrollo humano, esas estructuras tienen que cambiar. Porque es el hombre el centro de la sociedad y ésta tiene que estar ordenada a él y no éste a la sociedad»[57]. Igual tuvo que defender el documento Populorum progressio del Papa Pablo VI, publicada el 26 de marzo de 1967, que trata acerca de la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. Este tipo de publicaciones van a modelar el pensamiento social del padre Oscar Romero y él será fiel al magisterio de la Iglesia. Nos dice el padre Oscar Romero: «Del sector capitalista surgió inmediatamente el calificativo de marxista para la ideología de la “Populorum Progressio”… Pero la verdad es que nuestra maravillosa encíclica no es ni marxista ni capitalista»[58].

Ante estos argumentos, el padre Oscar Romero pudo haberse quedado callado, pero no lo hizo, aun a sabiendas que, por ese camino de defensa de la Doctrina Social de la Iglesia, también él sería acusado de ser marxista. Ya como arzobispo reaparecerán estos temas en su homilías, discursos y cartas pastorales. El padre Oscar Romero fue coherente en mantener su fidelidad a la Iglesia en cuestiones de análisis social.

2.         IMÁGENES DE LA IGLESIA
Las imágenes de la Iglesia son consecuencia de la auto-comprensión que sus miembros tienen de ella a lo largo de la historia[59]. Otros prefieren hablar de modelos de la Iglesia[60], pero en este caso estamos de frente a un concepto moderno, propio de la crítica científica en el modo como aparece en los argumentos de Thomas Kuhn[61] aplicados a la teología. Mientras las imágenes de la Iglesia son representaciones simbólicas que buscan ilustrar a los fieles respecto del modo cómo se debe entender y vivir la Iglesia, los modelos de la Iglesia son formas descriptivas que buscan clasificar las diversas expresiones de la Iglesia a lo largo de la historia. Las imágenes de la Iglesia las encontramos desde los orígenes del movimiento cristiano, los modelos de Iglesia se construyen en el contexto de la realización del Concilio Vaticano II, aunque la teoría de los modelos de Iglesia presente modelos anteriores al evento conciliar.

Las imágenes de la Iglesia en el padre Oscar Romero van a surgir, por tanto, del modo cómo él en cada momento entiende la Iglesia. Es importante pues analizar brevemente cuál es la idea de fe católica que él tiene para poder comprender por qué utiliza ciertas imágenes para referirse a la Iglesia. En este sentido la tesis central del padre Oscar Romero es la siguiente: «el catolicismo de muchos, deja mucho que desear y que en verdad un catolicismo a medias es tan enemigo de la Iglesia ―o peor― que el mismo protestantismo, el laicismo o la masonería, porque tan enemigo de la verdad es el error, como la verdad mutilada o desmentida con la conducta»[62]. Ya el título mismo del artículo apunta a cosas esenciales: «¿somos católicos?». En la tesis del padre Oscar Romero hay un celo por la autenticidad en la vivencia de la fe. Solo un creyente maduro llega a la conclusión de que los problemas más agudos de la Iglesia le vienen a ella de su  interior, de los miembros que traicionan los principios del Evangelio y al mismo tiempo pretenden ser «buenos creyentes».

El padre Oscar Romero promueve la integración de la profesión de fe en una deontología y en una moral práctica, que atraviesa en modo transversal el ámbito personal y privado hasta cuestiones que tienen que ver con la justicia social:

En efecto, ¿de qué sirve el bautismo, la primera comunión, el ir a misa, el desfilar en una procesión del silencio o del santo entierro… si todo ese culto externo no es la expresión de una fe y una moral cristiana que se lleva en el alma como cristiano práctico que se traduzca en actos de la vida íntima, familiar, profesional, social? ¿De qué sirven las limosnas, aunque sean cuantiosas, para levantar obras materiales de la Iglesia, si con los trabajadores y necesitados no se practica la justicia social y la caridad cristiana que la Iglesia reclama en su doctrina social?[63]

En conclusión, para el padre Oscar Romero la Iglesia no se restringe a lo meramente ritual o sacramental, no es ni apariencia ni abstracción. Para él la verdadera Iglesia es la que, inspirada por Dios, desemboca en una praxis de vida, personal y social, a partir de los postulados de la doctrina social de la Iglesia. Se trata de un «catolicismo militante»[64], donde los laicos tienen notable protagonismo[65] y para formar parte de él se requiere ser «un enamorado de la cruz»[66]. Ya en las formas más maduras de la eclesiología del padre Oscar Romero, entiende la religión en un enfoque más moderno, en cuanto ella «eleva a los cristianos no haciéndoles escapar a los problemas que tienen aquí abajo, sino haciéndoles capaces espiritual y humanamente de enfrentarse con ellos y transformarlos», es decir, «no hay que poner a Dios al lado de lo real y fuera de este mundo, ya que amar a Dios es amar todo lo que él nos ha dado…a todos nuestros hermanos. A mar a Dios efectivamente es responder a esa voz del cual el mismo mundo material es ya un eco»[67].

2.1.            La Iglesia como soplo divino
Para el padre Oscar Romero, «la Iglesia es el soplo divino sobre el barro humano»[68], es decir, «un conjunto de valores humanos impulsados por el soplo de Dios»[69]. El texto fue publicado el 20 de mayo de 1961. Con lo cual, estamos en vísperas de la realización solemne del Concilio Vaticano II. El punto de transición es exacto y la eclesiología del padre Oscar Romero está por entrar en la vorágine de los años 60’s, de la ilustración moderna, pero también al esplendor de ese giro providencial hacia el mundo y sus sufrimientos, nítidamente plasmados en la Lumen Gentium y, sobre todo, en la Gaudium et Spes.

Según el orden cronológico que vamos siguiendo en el manejo de la fuente primaria para redactar este artículo, esta imagen tendría que ir al final de este apartado, sin embargo dada la lucidez con que trata el tema de la Iglesia, hemos querido colocarla antes, por ello, el lector percibirá como si el padre Oscar Romero retrocediera en su modo de presentar la Iglesia bajo las restantes imágenes: triunfalista, conquistadora y patriótica. Tómese este sub-apartado como una conceptualización fundamental de lo que el padre Oscar Romero entiende por Iglesia.

Es dominante en la exposición del padre Oscar Romero la tesis de que la Iglesia tiene su origen en el misterio eterno de Dios: «La Iglesia brotó de un soplo de Dios sobre los hombres. Y por eso tiene rostro humano y alma de Dios. Y porque tiene rostro humano, lleva en su rostro la huella de la miseria humana; pero tiene alma de Dios, la Iglesia es santa como Dios e inmortal. Nadie como ella sabe mirar la serenidad del triunfo del torbellino de la historia»[70].

La figura del barro en esta imagen quiere llamar la atención en el sentido que la Iglesia es el fruto correlato del acto creador, en tanto los miembros de la Iglesia constituyen una «nueva creación», así: «como nadie ha sido capaz de detener las energías que encierra la naturaleza desde que emergió de la nada por el soplo creador de Dios… quién será capaz de detener el ímpetu de este otro soplo divino que forjó la Iglesia como una nueva creación espiritual que emerge sobre el barro humano?»[71]. Resultan aquí dos consecuencias. Por una parte la Iglesia aparece frágil, es decir pecadora; y justamente por esa expresión los poderes de este mundo se atreven a atacarla, creyendo que la pueden vencer; pero, por otra parte, su fragilidad esconde el misterio del Dios encarnado, misterio que no puede ser derrotado por los poderes del mundo. Se da, pues, en la Iglesia un consorcio entre lo divino y lo humano: «Esos elementos fusionados explican el misterio de la Iglesia con sus pretensiones tan celestiales y sus realidades tan terrenas»[72].

Es comprensible el ímpetu y la determinación con que el padre Oscar Romero defiende a la Iglesia, porque está convencido de que lo que sustenta a la Iglesia no es el pecado que se puede verificar incluso en los miembros que la conforman, sino ―y sobre todo― en su alma divina:

«Pero por qué no se fijan también en el inmenso tesoro de su Santidad? Porque así como es injusto despreciar a una persona de alma noble solo porque tiene feo el rostro… es una injusticia detenerse a ver solo los defectos humanos de la Iglesia y no tratar de penetrar hasta el corazón, hasta el pensamiento, hasta allá donde tendrían que encontrarse con la esplendente santidad del mismo Dios, oculta en el ropaje humano de la Iglesia. Y allí se convencerían que la Iglesia es divina, es santa no porque todos sus hijos sean santos, sino porque su esencia, su fin, sus medios, sus leyes, sus exigencias, sus sanciones, sus ideales… toda su vida íntima es de santidad.
La misma existencia de la fragilidad humana está probando la santidad y la verdad de la Iglesia. Porque sus malos sacerdotes, sus católicos infieles al matrimonio, sus jóvenes degenerados, etc. no están así por estar de acuerdo con la Iglesia, sino contrariando sus leyes santas que reprochan y sancionan»[73].

Entonces, concluye el padre Oscar Romero, hay que dar «paso a la Iglesia», porque «Dios va con Ella y nadie puede detener su marcha»[74]; de modo que, «pese a lo humano de su rostro, lleva el soplo de Dios en el alma… y nadie la puede detener»[75]. Hay que tener en cuenta esta determinación del padre Oscar Romero, porque este modo de entender y vivir la Iglesia es lo que hará de él un obispo intransigente con el pecado, en todas sus expresiones, y es lo que en definitiva lo pondrá en el horizonte profético del martirio. Sus asesinos entienden la Iglesia como un medio para mantener su hegemonía política y económica en la sociedad salvadoreña, para el padre Oscar Romero, en cambio, la Iglesia es una institución de origen divino que no debe ser instrumentalizada ni manipulada por nadie.

Siete días después de que el padre Oscar Romero abordó este tema, escribió otra nota, donde aparece por primera vez en sus escritos del Chaparrastique claras alusiones a la Doctrina Social de la Iglesia. Pero, lo interesante es que aparece también en ese texto, la frase que luego se hará famosa, es la que dice: «hay que quitarse los anillos». La cita de 1961 es la siguiente:

«Cierto Obispo de Italia aconsejaba a sus diocesanos spogliatevi, se non vi spoglieranno (despojaos, si no os despojarán). Que equivale a decir, apresuraos a buscar al agudo problema social ―hoy más insoslayable que nunca― una solución digna, conforme a la razón y la fe, de acuerdo con la justicia social y el amor cristiano, la solución que proclama la Rerum Novarum… porque de otra manera Dios permitirá como un azote el triunfo de una solución de violencia, de odio, de fuerza bruta»[76].

El mismo pensamiento lo encontramos en la homilía del 6 de enero de 1980. En esa ocasión dice lo siguiente: «El Cardenal Lorscheider me dijo una comparación muy pintoresca: hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos, creo que es una expresión bien inteligente. El que no quiere soltar los anillos, se expone a que le corten la mano y el que no quiere dar por amor y por justicia social, se expone a que se lo arrebaten por la violencia»[77].

Lo importante en ambas citas es, en primer lugar, que el padre Oscar Romero ya tenía clara la importancia que tiene la cuestión social en la vida de la Iglesia. En segundo lugar, tenemos otro ejemplo de la continuidad en el pensamiento del padre Oscar Romero. Es decir, mantiene la misma tesis desde 1961 hasta 1980 y en el mismo sentido. De nuevo habría que replantear la tesis de la conversión en el padre Oscar Romero.

En esta imagen de la Iglesia, el soplo divino es la esencia de la Iglesia. El rostro humano de la Iglesia pone de manifiesto la fragilidad de la misma, pero su éxito en la predicación del Evangelio no está sustentado en la humanidad de la Iglesia, sino en su origen divino. Esta constatación es la que va a llevar al padre Oscar Romero a ser determinado en la defensa de la Iglesia, incluso cuando aparece con toda su crudeza su condición humana y pecadora.

3.1.            Iglesia conquistadora de almas para el Señor
Una imagen de la Iglesia muy presente en los escritos del padre Oscar Romero es la de la Iglesia conquistadora. Una especie de militia christi que busca incansablemente la salvación de las almas (salus animarum). Se trata, como dice él de «conquistar el mundo para Dios»[78]. En esta imagen de la Iglesia aparece con mayor claridad el aprecio que el padre Oscar Romero tiene por la congregación fundada por Ignacio de Loyola, al punto de retomar una frase del santo como lema de su futuro episcopado: sentir con la Iglesia. A propósito dice lo siguiente: «“Sentir con la Iglesia” fue siempre el inconmovible dogma de la Compañía de Jesús, que lleva además en sus mismas bases constitucionales la promesa jurada, escrita por la misma mano de Ignacio de Loyola de “servir a Dios en la obediencia fiel a nuestro Santo Padre el Papa Paulo III y a los Romanos Pontífices que sean sus sucesores”»[79].

«Sólo así puede realizar la Iglesia el programa del divino Fundador. Programa de conquista para una fe, una fe que es intransigente en sus dogmas y que va contra todas las inclinaciones del hombre»[80]. El padre Oscar Romero habla de «la vida conquistadora de la Iglesia», en la cual los sacerdotes juegan un papel protagónico: «Cristo ha querido, que solamente a través del sacerdocio realice la Iglesia su vida conquistadora»[81]; también el seminario donde se forman los futuros sacerdotes juega un papel esencial en la conquista que realiza la Iglesia: «El  cenáculo, el primer seminario. Después otros y otros seminarios, cenáculos nuevos, donde nuevos apóstoles esperan su pentecostés para lanzarse intrépidos heraldos a realizar la vida conquistadora de la Iglesia»[82]. En ese sentido el día del seminario dice que «suena como un clarín de cruzada»[83]. En esta visión de la Iglesia, la misión de la misma consiste en «conquistar almas para hacerles el bien»[84]. La Iglesia no puede descansar, es decir, «no puede estar tranquila mientras sus labores de pacíficas conquistas no se dilaten sobre toda la humanidad»[85], es decir, se trata de «lanzarse a la conquista de las naciones»[86]. Además, «la Iglesia tiene derecho a escoger sus conquistadores»[87].

Aparece, pues, la Iglesia como un ejército formado en misión de pacífica conquista: «Pero esa Esposa de Cristo necesita hijos adalides de sus conquistas, que empuñando con brazos robustos la bandera de la religión, con fe clara y espíritu intrépido, la defiendan y la propaguen por todo el mundo»[88]. El jefe de ese ejército conquistador es el Papa que: «señala a cada soldado su puesto de combate»[89]. La misión de la Iglesia consiste en «conquistar todo el mundo y subyugarlo al imperio de Cristo. El imperio de Cristo es la Iglesia Católica»[90].

La iglesia aparece triunfalista en este período de la vida del sacerdote Oscar Romero: «Hoy sobre todas las fronteras la Iglesia pasea triunfante su bandera de pacíficas conquistas»[91]. El contexto en que dice esto es en la fiesta de la Epifanía y alude a la expansión de la Iglesia en todo el mundo. La misma patria salvadoreña, según él, debe abrirse a esa conquista pacífica que trae el Señor: «Y repitamos una vez más para los que la ignoran o simulan ignorarlo: esa Iglesia viene en busca de nuestra Patria, con el noble afán de una madre que quiere conquistar pueblos no para robarles sus terrenos y dominios, sino para enriquecer a los hombres con celestiales riquezas»[92].

Un poco más tarde tiene que hacer distinciones ante la acusación de ser imperialista que los comunistas y liberales hacen a la Iglesia. Citando a Pío XII, sostiene que: «La Iglesia ciertamente no abriga ambición alguna de dominio sobre los pueblos o sobre las cosas meramente temporales. Su único anhelo es el de llevar la luz sobrenatural de la fe a todas las gentes, de favorecer el incremento de la cultura humana y civil y la concordia fraterna entre los pueblos»[93].

La imagen de la Iglesia conquistadora es la manera cómo el padre Oscar Romero pone de manifiesto su aprecio por la Compañía de Jesús, hasta hacer del principio sentir con la Iglesia el lema de su episcopado. Esta imagen de Iglesia no significa una Iglesia que irrespeta la soberanía y la cultura de los pueblos, o una Iglesia opresora. Se refiere a ese ejército de evangelizadores dispuestos a dar la vida por la causa del Reino de Dios.

3.2.            La Iglesia patriótica y revolucionaria
La primera  vez que el padre Oscar Romero habla de la correlación entre Iglesia y patria es el contexto de una nota dedicada a Monseñor Luis Chávez y González y en la que afirma:

«Iglesia y patria en una fraternal conjunción son para Monseñor Chávez el móvil de sus pacificas batallas por el reino del Divino Salvador.
Por eso nuestro magnífico seminario interdiocesano es para él “la obra radical de mejoramiento y elevación patrios” a la que se debe “prestar apoyo no solo por motivos cristianos y religiosos, sino aun por simple dictado de humanidad y patriotismo”»[94].

Tal parece que la idea de la correlación entre Iglesia y patria no le molesta al neo-sacerdote[95]. El padre Oscar Romero tiene claridad del papel que está jugando el arzobispo en lo que él llama la «encrucijada de la historia patria»[96]. El 8 de mayo de 1944 el general Maximiliano H. Martínez había anunciado su inminente renuncia a la presidencia, como consecuencia de una huelga general. En realidad, el episcopado de Monseñor Luis Chávez y González es uno de los más largos de la historia de la Iglesia salvadoreña, fue obispo de 1938 a 1977. Por tanto, tuvo que vérselas con las propuestas masónicas del general Maximiliano H. Martínez; fue miembro de la comisión preparatoria del Concilio Vaticano II, además de tener el mérito de aplicar las orientaciones pastorales de dichos documentos, en modo particular lo que concierne a la Doctrina Social de la Iglesia y a la modernización de la pastoral en El Salvador. El mismo padre Oscar Romero reconoce que Monseñor Luis Chávez y González buscaba en la formación de sus seminaristas «cristalizar su ideal de ser sacerdotes “sanamente modernos”»[97].

La iglesia patriótica del padre Oscar Romero no se funda preponderantemente en un argumento político, como podría pensarse, sino en un teísmo férreo. El binomio fe y patria conforman la base de su argumentación: «Fe y Patria en admirable conjugación de sentimientos inspirarán el amor abnegado y el servicio noble de la nación»[98] y en esa conjugación, Jesucristo es el «Divino Patriota»: «Fe y Patria en nuestro credo son inseparables. Ellas inspiraron las lágrimas del Divino Patriota cuando lloró sobre Jerusalén, que precipitaba al abismo su nacionalismo precisamente por su incredulidad ante el mensaje de Jesús»[99].

En su disputa con los masones, como ya quedó dicho, él lucha porque el nombre de Dios no sea desterrado de la Constituyente de 1950, puesto que sabe que impactando en el concepto de Dios se impacta directamente en su mediación sacramental que es la Iglesia. Según él, la expresión «¡Primero Dios!» es la frase que mejor condensa el nacionalismo teísta que él propugna: «Y no es porque el pueblo tenga de Dios un “concepto derrotista”, sino precisamente se siente más optimista, y más realizado cuando se arraiga a sus empresas con la expresión tan suya: “primero Dios”»[100]. Para el padre Oscar Romero, la religión del pueblo salvadoreño es la religión católica[101]. A su modo de ver, el objetivo último de los masones es desterrar a Dios de la Constituyente para terminar con la autoridad moral que ostenta la Iglesia[102] y lograr de ese modo concretar sus intereses, que no tienen nada que ver con un proceso auténticamente revolucionario: «El pueblo salvadoreño quiere a Dios en la Constitución… La otra “masa que se mueve por allí” será siempre la masa de aquellos cuyo Dios es su vientre… o acaso la “masita” que se movía en el bolsillo asalariado por la intriga… Esa sí que es oscurantista y antirrevolucionaria»[103]. Según esto, la idea de un proceso revolucionario no es extraña para el sacerdote Oscar Romero. En todo caso hay que determinar cómo entiende el sacerdote migueleño el concepto de revolución.

El concepto de «revolución» aparece en los escritos del sacerdote Oscar Romero, en el contexto de la Constituyente de 1950. Según él, las pretensiones revolucionarias prometidas por los legisladores se han quedado cortas, al excluir o restringir los intereses de la Iglesia Católica:

«El pueblo saludó jubiloso la revolución hace dos años, porque esperaba como fruto sabroso de tanta alharaca una constitución ecuánimemente revolucionaria que hiciera justa estima de las genuinas realidades nacionales. Hoy va a recibir esa constitución… pero qué desilusión! qué resentido va el pueblo! Cuál es el fruto de dos años llamados revolucionarios? Una institución que proclama los viejos y agrios postulados de la masonería. Y ese nuevo yugo sobre el sufrido pueblo precisamente en la fiesta de su independencia»[104].

La Iglesia, dice el sacerdote Oscar Romero, lleva a cabo una «revolución milenaria», cuyo cometido principal es trabajar por el Reino de Dios y su justicia: «Pero a pesar de todo, la iglesia seguirá haciendo el bien en El Salvador. No porque busque aplausos ni comodidades, sino porque su destino es por adelante [sic] en su revolución milenaria que hace el bien a todos, buscando el Reino de Dios y su justicia»[105]. En esta visión revolucionaria, la Iglesia no es una entidad pasiva o que pueda ser amedrentada. Antes bien, surge altiva, no obstante las vicisitudes: «Y es ésta la primera colaboración de la Iglesia: trabajar en la nación, no por fines bastardos: nunca la arrastraron la adulación ni el soborno, ni la acobardó la amenaza, su ideal fue siempre trabajar por el Reino de Dios y su justicia. Solo esta colaboración es ya preciosa para el carácter nacional que debieran aprender tantos mequetrefes de la política y de la prensa títere»[106]. Esta forma de ver el papel de la Iglesia en la historia, nos muestra que el sacerdote Oscar Romero no contempla la idea de que ella esté sometida a los poderes que rigen el mundo. Es una instancia que cuestiona y critica al consciente dominante, porque su potestad no le viene de los hombres, sino de Dios. En este sentido no es extraño que afirme que la Iglesia es la más auténtica revolucionaria de la historia:

«Viendo este principio [el de la potestad divina] la Iglesia es la más auténtica revolucionaria de la historia. Porque predica obediencia de los ciudadanos hasta el sacrificio, pero mientras el mandatario y sus leyes se mantengan en su papel de participantes del domino de Dios. Porque una vez salidos de ese cauce, el mandatario ya no es digno de obediencia y el ciudadano debe obedecer primero a Dios; en este caso la historia no conoce rebeldía ni revolución más valiente que la resistencia de la Iglesia… auténtica revolución de 20 siglos con incomodables [sic][107] páginas de sangre y persecución»[108].

El 23 de marzo de 1980, el arzobispo Oscar Romero, en su homilía, aplicará el principio que está propugnando en la cita anterior. Es decir, ante las leyes injustas que se han promulgado contra la población y ante la orden de matar a un inocente que da un jefe militar, las bases del ejército no están obligadas a obedecerla, dado que «una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla»[109]. De nuevo encontramos un elemento de continuidad entre el sacerdote Oscar Romero, y su posterior ministerio como arzobispo.

El padre Oscar Romero muestra desconcierto antes los proyectos revolucionarios en curso, en cambio insta, fiel a la imagen de la «iglesia revolucionaria», a sus lectores diciendo «aceleremos la revolución del Evangelio»: «Desilusionados de tantas llamadas revoluciones que surgen hoy para devorar mañana a sus propios hijos, la única Revolución que vale la pena acuerpar hasta el heroísmo es la de la Iglesia que viendo usurpadas por el enemigo de Cristo las Posiciones que Él conquistó, lucha por volver a entronizarlo como Rey para estructurar un mundo sobre las bases de luz y de vida de su Evangelio»[110]. En la visión del padre Oscar Romero: «ninguna voz ha estremecido tan eficazmente las tiranías y despotismos de la historia, como la serena voz de la Iglesia en defensa de este eterno concepto de libertad»[111].

Otra característica importante en la iglesia patriótica del sacerdote Oscar Romero es ―aunque parezca extemporáneo― su «estar en salida» y su dimensión política. El argumento lo plantea siempre en el marco de la disputa con masones y comunistas. En el sentido que ambas corrientes coinciden en que la religión, según el precepto moderno, ha de circunscribirse al ámbito privado y no inmiscuirse en asuntos de la política de Estado. El sacerdote, con lucidez excepcional, muestra ya su vena profética, que luego será más visible cuando sea arzobispo: «La consigna de la masonería y del comunismo que está siendo llevada a cabo por sus serviles sabuesos, es alejar el influjo de la Iglesia de la vida del pueblo»[112]. En los argumentos en que se detiene el joven sacerdote encontramos una de las causales que provocará más tarde su asesinato. El sacerdote Oscar Romero no acepta que los poderosos de turno jueguen con la fe del pueblo y con la Iglesia, le molesta que la manipulen y se aprovechen de ella. Vale la pena reproducir lo que dice:

«Su táctica es conocida; proclamar respeto, libertad… pero solo en cosas accidentales. En su vida sustancial, en su irradiación fundamental, todas las trabas a la pobre Iglesia. Al episcopado, al Clero grandes honores, grandes recepciones. Invitaciones a cantar Te Deum, a bendiciones etc. Pero que no reclamen enseñanza religiosa para el pueblo, que no se le dé personería jurídica a la Iglesia, que se pongan trabas al matrimonio religioso.
Todo su argumento brillante que deslumbran los ignorantes es que el sacerdote no debe mantenerse en política sino que debe ocuparse de su iglesia y de su sacristía.
Y sin embargo la misión del sacerdote fue delineada con trazos de infinito por Jesucristo: “id y enseñad a todas las gentes”. Y a menos de ser traidor, el sacerdote no puede encerrarse en la sacristía cuando el error y el engaño de las gentes arde con voracidad de incendio allá afuera en las leyes, en las instituciones, en el pueblo»[113].

Según estos argumentos, no es del todo cierta la tesis de la conversión de Oscar Arnulfo Romero arzobispo. El joven sacerdote tiene claro cuál es el papel que la Iglesia debe jugar en la sociedad moderna. Y esto lo dice mucho tiempo antes de la realización del Concilio Vaticano II y de su nombramiento como arzobispo. Sus lapidarias palabras en torno a la función que los sacerdotes y la Iglesia deben jugar en un contexto político han quedado rubricadas: «El sacerdote no hace política… pero “cuando la política toca el altar”, como hoy en El Salvador, cuando descarada o hipócritamente la masonería por medio de sus sabuesos ataca los derechos de la Iglesia, entonces por deber de vocación, los obispos y los sacerdotes no pueden encerrarse en los templos, porque es afuera del templo donde arde el peligro de la Religión que por deber tiene que defender»[114]. La frase central del parágrafo la toma, según explicará más tarde como arzobispo, del magisterio del Papa XI, a quien se la escuchó cuando él era joven estudiante en Roma[115]. Con ello demuestra que hay una continuidad en su modo de pensar y de actuar.

3.3.            Otras imágenes de la Iglesia y la llegada del Concilio Vaticano II
En el marco de la redacción de este artículo se han tomado en cuenta solo las imágenes de la Iglesia que más ha desarrollado el padre Oscar Romero. Pero él hizo referencia a otras imágenes sin llegar a desarrollarlas. Por ejemplo, él habla de la Iglesia como Esposa de Cristo[116] o la Esposa del varón de dolores[117]. Esta imagen aparece también en el contexto de la primera imagen que hemos presentado, es decir, de la Iglesia como soplo divino[118]. En otra parte entiende la Iglesia al modo del hilemorfismo aristotélico, como un compuesto de alma y cuerpo[119]. Habla también de la Iglesia como sociedad perfecta (Societas perfecta)[120]. Otras veces habla de la Iglesia como madre y maestra, así como aparece en la encíclica Mater et Magistra de Juan XXIII[121]. En la línea ignaciana habla de la Iglesia como sociedad jerárquica[122], en la cual la jerarquía es considerada como «la voz auténtica de Dios»[123]. En esta expresión eclesial: «La Iglesia es objeto de fe porque detrás de esta organización visible jurisdiccional humana que es la jerarquía cuya máxima  expresión es el Papa, se esconde una virtud invisible secreta, divina, siempre activa, que la identifica con la misma vida del Salvador de los hombres»[124]. Alguna vez habla de la Iglesia como Cuerpo Místico[125]. Y con el advenimiento del Concilio Vaticano II inicia a hablar de la Iglesia como Pueblo de Dios[126].

La llegada del Concilio Vaticano II puso al padre Oscar Romero en un proceso de cambio profundo en su modo de entender la Iglesia. Mira en el evento conciliar una oportunidad para rejuvenecer la Iglesia y la sociedad: «Sintamos en nosotros el deseo de cambiarnos de renacer y de crecer en nuestro cristianismo, porque “cristianos adultos” es lo que necesita nuestro mundo de hoy y nuestra sociedad envejecida»[127]. Incluso habla de que el Concilio ayudará a la «renovación del concepto de Iglesia, un profundo sentido de apertura, de diálogo y de ecumenismo», y aparece por primera vez en sus escritos el concepto de una Iglesia «humilde y servidora»[128], bajo la convicción de que «mandar en la Iglesia es servir»[129]. Para el padre Oscar Romero servir no es solo un sentimiento, sino que está sustentado en el principio ignaciano del sentir con la Iglesia. Es probable que la fecundidad del ministerio del padre Oscar Romero tenga que ver con la capacidad de obediencia que impone el cuarto voto ignaciano, es decir, la aplicación de la obediencia a la romanidad. Así como Ignacio de Loyola tuvo que vérselas con los vientos reformistas protestantes en su época, así el padre Oscar Romero está dispuesto a obedecer a la Iglesia a propósito de las reformas que suponía la realización del Concilio Vaticano II:

«Si se puede hablar de reforma, no se debe entender cambio, sino más bien confirmación en el empeño de conservar la fisonomía que Cristo ha dado a su Iglesia, más aun, de querer devolver siempre su forma perfecta que por una parte corresponda al plan primigenio y que por otra sea reconocida como coherente y aprobada en aquel desarrollo necesario, que como árbol de la semilla, ha dado a la Iglesia, partiendo de aquel diseño, su legítima forma histórica y concreta… Debemos servir a la Iglesia tal cual es y amarla con sentido inteligente de la historia y con la humilde búsqueda de la voluntad de Dios que asiste y guía a la Iglesia, aun cuando permite que la debilidad humana oscurezca algo la pureza de sus líneas y la belleza de su acción. Esta pureza y esta belleza son las que estamos buscando y queremos promover…»[130].

Pero siempre posicionado en el axioma ignaciano sentir con la Iglesia, critica en el proceso de aggiornamento (puesta al día), tanto a los que profesan en la Iglesia un apego incondicional a lo viejo, como a los que van con un desmesurado espíritu de novedades: «Para no caer en el ridículo de estar apegado a lo viejo sin criterio; y para no caer en el ridículo de ser un aventurero de “sueños artificiosos” de novedades, lo mejor es vivir hoy más que nunca aquel clásico axioma: SENTIR CON LA IGLESIA, que concretamente significa apego incondicional a la Jerarquía. Porque son el Papa y los Obispos los hombres inspirados por Dios para el “aggiornamento” de la Iglesia en todas las horas de su historia»[131]. La densidad de este momento, dice el padre Oscar Romero, «no necesita ya discusiones sino fidelidad»[132].

Vale la pena mencionar el modo cómo entiende el episcopado el padre Oscar Romero al terminar el Concilio Vaticano II y ya cercana su consagración como obispo auxiliar. Inspirándose en el magisterio de Pablo VI, y con motivo de la consagración episcopal de Monseñor Álvarez como auxiliar de San Salvador, describe el ministerio episcopal de un modo que recuerda mucho el modo cómo lo entiende el actual Papa Francisco:

«El Papa [Pablo VI] evocó dos expresiones históricas para definir el nuevo estilo de los obispos no según aquella línea de superioridad, exterioridad, honor suntuoso que llamó “marca superflua y anacrónica”, porque en otros tiempos cuando el poder episcopal estaba unido al poder temporal no provocaba escándalo en el pueblo y se veía con naturalidad en el obispo la suntuosidad de un príncipe temporal y mundano.
Pero ahora no es así, no debe ser así, repetía el Santo Padre. La expresión histórica de nuestros días reclama la pobreza y sencillez evangélica. Que se procure lo necesario para mantener un decoro sobrio y digno para la autoridad, pero que se agradezca a Dios por haber abandonado lo que de exterior y mundano se había pegado a esa autoridad divina.
El Papa definía con tres palabras el nuevo perfil del Obispo: sentido de responsabilidad, sentido de servicio, amor.
La voz del Maestro y las apremiantes circunstancias de esta hora gritan a los capitanes del Reino de Dios que no se escala esa dignidad para satisfacción personal sino para sacrificio; que el heredero de los poderes del Salvador debe estar en el mundo “no para ser servido sino para servir” y que una corriente de caridad y amor debe invadir y animar todo su ministerio pastoral»[133].

Evidentemente, el modo cómo entiende el episcopado da una idea del modo cómo entiende la Iglesia, puesto que para él, en la jerarquía se manifiesta la voluntad de Dios, y el respeto a ella es respeto a Dios. El padre Oscar Romero está a punto de entrar de lleno en el ambiente episcopal[134] y está escribiendo las últimas notas como director del periódico Chaparrastique. Las líneas generales de su visión de la Iglesia han sido modeladas y se dispone a su aplicación como obispo auxiliar de San Salvador (1970), luego como obispo diocesano en Santiago de María (1974-1977) y en modo preponderante como arzobispo de San Salvador (1977-1980). Sus palabras dan cuenta de su proceso de madurez eclesial: «Y ya sabemos que fe no solo es creer en lo que dice Dios, sino actuar como Él quiere. Y Dios no puede querer una sociedad como la que actualmente se estructura en El Salvador sobre injusticias, vicios e ignorancias. Quien cree en Dios debe dar a su fe un sentido dinámico y una proyección social»[135]. El padre Oscar Romero ha entrado en una nueva etapa de su ministerio sacerdotal.

3.         CONCLUSIONES
Revisados los materiales propuestos como fuente primaria para la elaboración de este artículo, es decir, las notas del padre Oscar Romero publicadas en el periódico Chaparrastique entre 1944 y 1967, llegamos a los siguientes hallazgos o conclusiones.

Encontramos por lo menos cuatro factores que van a determinar el modo cómo va presentando la Iglesia el padre Oscar Romero: la masonería, el patriotismo, el anticomunismo y la realización del Concilio Vaticano II.

No es posible separar el concepto de Iglesia del concepto de Patria en los escritos del padre Oscar Romero. Ser un buen patriota significa para él defender y apoyar los derechos de  Dios y de la Iglesia. En consecuencia, la misión de la Iglesia es religiosa y patriótica. Esto es particularmente evidente cuando solicita ayuda para la formación de los seminaristas, es decir, para el seminario. También es evidente cuando la corriente liberal e ilustrada, es decir, los masones, atentan contra los derechos de la Iglesia. En este caso, el padre Oscar Romero no puede ser considerado un clérigo moderno, en cuanto proclama que la religión católica es la religión de los salvadoreños y del Estado salvadoreño. Su apertura a la modernidad coincide con el advenimiento del Concilio Vaticano II.

El patriotismo del padre Oscar Romero pondrá en evidencia los falsos patriotismos que se dan en la sociedad salvadoreña, en modo particular, el patriotismo de los oligarcas radicales, en el sentido que cuando necesitan el apoyo de la Iglesia Católica para lograr sus intereses políticos, económicos o de dominación en general, entonces utilizan los servicios de la Iglesia. Pero si la Iglesia se pone de la parte de los pobres, entonces la Iglesia Católica y su jerarquía son traidores a la Patria, llegando incluso a usar de violencia contra ellos.

Dado su acentuado anticomunismo en ese periodo, no es posible acusar al padre Oscar Romero de secundar o promover ideas marxistas o comunistas. Tal acusación es falsa y mal intencionada.

El resultado de la investigación pone en cuestión la tesis de que el padre Oscar Romero se convirtió, es decir, que haya pasado de una visión conservadora de la Iglesia a una visión más liberadora. En este trabajo sostenemos que hay una progresión o evolución en la visión de la Iglesia que tiene el padre Oscar Romero. Su obediencia a la Iglesia, fruto de su aprecio por el cuarto voto de los jesuitas, lo lleva a respetar las directrices que emanan de la autoridad romana. Si se tiene que ser anticomunista, el padre Oscar Romero aparece como tal, pero si la Iglesia le manda orientar el discurso hacia la Doctrina Social de la Iglesia, él lo hace. Fidelidad a la Iglesia aquí significa respeto y promoción de la constante reforma de la Iglesia.

Las imágenes de la Iglesia que más sobresalen en los escritos de ese período del padre Oscar Romero son tres: la Iglesia como soplo divino, la Iglesia conquistadora y la Iglesia patriótica. De las tres, la que nos parece más original es la primera, puesto que conjuga el origen y sustentación divina de la Iglesia y su expresión humana y frágil. La segunda tiene una clara matriz jesuítica y la tercera se construye a partir de la dialéctica con los masones, es decir, de la entrada del pensamiento liberal e ilustrado en la legislación salvadoreña, poniendo en cuestión los privilegios de la Iglesia Católica.

Las imágenes que se perfilan son las de una Iglesia humilde y servidora. Aparecen también las imágenes de Pueblo de Dios propias del Concilio Vaticano II, pero no las desarrolla lo suficiente en ese momento.

En todo caso, se debe afirmar que el padre Oscar Romero no busca en los escritos estudiados dar una explicación sistemática de lo que él entiende por Iglesia. Las imágenes predominantes de la Iglesia las construye, ya sea por el aprecio que en ese momento tiene de una en especial, fruto seguramente en su proceso de formación sacerdotal, o bien como consecuencia de las polémicas que está teniendo con ciertos sectores o tendencias de la sociedad salvadoreña. También influye la eclesiología de la época preconciliar y conciliar.

Finalmente, hay que resaltar, como virtud, esa capacidad de escribir que tenía el padre Oscar Romero, esto nos ha dado un tesoro invaluable a la hora de analizar en un rango amplio de tiempo la evolución de sus ideas eclesiológicas. También nos manifiesta el temperamento del padre Oscar Romero, intransigente y determinado en aquello que según su conciencia es correcto. Esto, por parte del sacerdote Oscar Romero, puede tomarse como el fundamento antropológico de su profetismo, supuesta la gracia divina requerida para ejercer el carisma profético. 




[1] Doctor en teología por la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma. Director de la Escuela de Teología y del Doctorado en Teología de la Universidad Don Bosco de El Salvador. Docente del Seminario Mayor Monseñor Romero de Santiago de María, El Salvador.
[2] No se debe confundir la expresión triunfalista de la Iglesia peregrina con la forma triunfante de la misma en sus santos.
[3] Cfr. A. Antón, El misterio de la Iglesia. Evolución histórica de las ideas eclesiológicas, Vol. I: En busca de una eclesiología y de la reforma de la Iglesia, BAC, Madrid 1986, 794-799.
[4] Estamos citando como fuente la transcripción de dichos artículos, publicados en: Arzobispado de San Salvador, Mons. Oscar A. Romero, su pensamiento en la prensa escrita, (Sin Editorial), San Salvador, 1992. En la transcripción se encuentran muchos errores tipográficos y es probable que algún dato esté incorrecto. Por ejemplo, el material no explica el modo cómo han sido escritos los números de páginas del periódico Chaparrastique, es decir, dónde termina la página n. 1, la n. 2, etc. de cada artículo. Por tal motivo aquí citaremos solamente el número serial y la fecha del semanario, indicando el número de página del material de la transcripción. Sin embargo, es un material de alto valor, considerando que no se conoce un archivo completo de los ejemplares del Semanario Chaparrastique. Queda pendiente la tarea de confrontar la transcripción con cada uno de los artículos citados en su forma original.
[5] El material escrito acerca de la masonería es ingente. Para el caso de las relaciones entre la Iglesia Católica Salvadoreña y la masonería, recomiendo los siguientes trabajos: R. A. Valdés Valle, Masones, liberales y ultramontanos salvadoreños: debate político y constitucional en algunas publicaciones impresas, durante la etapa final del proceso de secularización del estado salvadoreño (1885-1886), UCA (Tesis doctoral), San Salvador 2010. R. A. Chanta Martínez, «Antimasonería y antiliberalismo en el pensamiento de Oscar Arnulfo Romero 1962-1965», en Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña, Vol. 3, n. 1, Mayo 2011-Noviembre 2011, pág. 122-141.
[6] Congregatio de Causis Sanctorum,  Positio Super Martyrio Ansgarii Arnolfi Romero, Tipografía Nova Res, Roma 2014, 27.
[7] O. A. Romero, «Caridad, no filantropía», en Semanario Chaparrastique, N° 1530 (29 de julio de 1944); citado en: Arzobispado de San Salvador, Mons. Oscar A. Romero, su pensamiento en la prensa escrita, pág. 11-12. En adelante citaremos solamente la página de la fuente citada.
[8] O. A. Romero, «La Epifanía», en Semanario Chaparrastique, N° 1552 (6 de enero de 1945), pág. 31.
[9] O. A. Romero, «Si habéis resucitado con Cristo», en Semanario Chaparrastique, N° 1766 (9 de abril de 1949), pág. 143.
[10] O. A. Romero, «Dios en la Constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950), pág. 174.
[11] Estos argumentos han sido ampliamente tratados últimamente por el Papa Francisco, si bien la tesis procede la llamada Escuela de Fráncfort: Papa Francisco, Carta Encíclica Laudato Sì (24 de mayo de 2015), nn. 107, 195, 210 y 219.
[12] O. A. Romero, «Si habéis resucitado con Cristo», en Semanario Chaparrastique, N° 1766 (9 de abril de 1949), pág. 143-144.
[13] O. A. Romero, «El primer mandamiento y la oración», en Semanario Chaparrastique, N° 2025 (14 de agosto de 1954), pág. 325-326.
[14] Cfr. A. Romero, «Ley o capricho?», en Semanario Chaparrastique, N° 1836 (9 de septiembre de 1950), pág. 188.
[15] O. A. Romero, «Efectos civiles para el matrimonio cristiano exige la democracia salvadoreña», en Semanario Chaparrastique, N° 1788 (17 de septiembre de 1949), pág. 147-148. Véase también: O. A. Romero, «Matrimonio civil versus matrimonio religioso», en Semanario Chaparrastique, N° 2904 (6 de julio de 1963), pág. 562-564.
[16] O. A. Romero, «El salmo de hoy», en Semanario Chaparrastique, N° 1818 (6 de mayo de 1950), pág. 143-162.
[17] Ibídem., pág. 163-164.
[18] O. A. Romero, «Justicia en la constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1819 (13 de mayo de 1950), pág. 166.
[19] O. A. Romero, «¿Son verdaderamente católicas nuestras escuelas?», en Semanario Chaparrastique, N° 2889 (16 de marzo de 1963), pág. 548-553.
[20] O. A. Romero, «Veinte mil ciudadanos salvadoreños se dirigen a la Asamblea, repudian el laicismo de nuestras escuelas y solicitan la enseñanza religiosa», en Semanario Chaparrastique, N° 1822 (3 de junio de 1950), pág. 171.
[21] O. A. Romero, «El laicismo empequeñece al maestro», en Semanario Chaparrastique, N° 1825 (24 de junio de 1950), pág. 179.
[22] O. A. Romero, «El laicismo empequeñece al maestro», en Semanario Chaparrastique, N° 1825 (24 de junio de 1950), pág. 180.
[23] O. A. Romero, «O enseñanza religiosa en la escuela o un pueblo de descreidos», en Semanario Chaparrastique, N° 1828 (15 de julio de 1950), pág. 183. Véase también: O. A. Romero, «La Iglesia engendradora de escuelas», en Semanario Chaparrastique, N° 1949 (10 de enero de 1953), pág. 267-269.
[24] O. A. Romero, «O enseñanza religiosa en la escuela o un pueblo de descreidos», en Semanario Chaparrastique, N° 1828 (15 de julio de 1950), pág. 184.
[25] Sobre este obispo, véase: P. A. Martínez, Luis Chávez y González, Archbishop of San Salvador (1938-1977): The Changing Face of the Salvadoran Church, The Catholic University of America (Dissertatio), Washington 2012.
[26] Hay que decir que los salvadoreños, en línea de máxima, somos «patriotas», ya sea que hablemos de corrientes de derechas o de izquierdas. No siempre somos conscientes de ello, puesto que casi nadie pone en cuestión qué cosa signifique ser patriota o qué sentido tenga serlo en un contexto moderno. Este tema es muy sensible hasta la fecha.
[27] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944), pág. 5.
[28] Ibídem.
[29] O. A. Romero, «El pueblo salvadoreño rubrica una vez más su entusiasta catolicismo. Tres estampas de las fiestas agostinas», en Semanario Chaparrastique, N° 1532 (12 de agosto de 1944), pág. 12.
[30] O. A. Romero, «Catolicismo y patriotismo», en Semanario Chaparrastique, N° 2911 (24 de agosto de 1963), pág. 574.
[31] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945), pág. 38-39.
[32] Ibídem., pág. 40.
[33] Ibídem.,  pág. 40.
[34] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1558 (17 de febrero de 1945), pág. 42.
[35] O. A. Romero, «Se acerca el día del seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1820 (20 de mayo de 1950), pág. 168.
[36] O. A. Romero, «El seminario y el Estado», en Semanario Chaparrastique, N° 1821 (27 de mayo de 1950), pág. 168-169.
[37] O. A. Romero, «El seminario y el Estado», en Semanario Chaparrastique, N° 1821 (27 de mayo de 1950), pág. 169.
[38] Ibídem., pág. 170.
[39] O. A. Romero, «¿Qué es patria? Discurso pronunciado por el Pbro. Lic. Oscar Romero en el Te Deum del 15 de septiembre celebrado en la catedral de San Miguel», en Semanario Chaparrastique, N° 1638 (21 de septiembre de 1946), pág. 73.
[40] Ibídem., pág. 74.
[41] O. A. Romero, «Dios en la Constitución », en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950), pág. 172.
[42] O. A. Romero, «¿Qué es patria? Discurso pronunciado por el Pbro. Lic. Oscar Romero en el Te Deum del 15 de septiembre celebrado en la catedral de San Miguel», en Semanario Chaparrastique, N° 1638 (21 de septiembre de 1946), pág. 74-75. Véase también: O. A. Romero, «Fe y Patria», en Semanario Chaparrastique, N° 2130 (22 de septiembre de 1956), pág. 365.
[43] O. A. Romero, «¿Qué es patria? Discurso pronunciado por el Pbro. Lic. Oscar Romero en el Te Deum del 15 de septiembre celebrado en la catedral de San Miguel», en Semanario Chaparrastique, N° 1638 (21 de septiembre de 1946), pág. 74.
[44] O. A. Romero, «La dejadez cívica salvadoreña», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de marzo de 1962), pág. 490.
[45] O. A. Romero, «La dejadez cívica salvadoreña», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de marzo de 1962), pág. 490-491. O. A. Romero, «Después de las elecciones», en Semanario Chaparrastique, N° 2839 (14 de marzo de 1964), pág. 628.
[46] O. A. Romero, «¿Cuál Patria?», en Semanario Chaparrastique, N° 2375 (8 de septiembre de 1962), pág. 519.
[47] O. A. Romero, «Un santo antiguo promotor del hombre moderno», en Semanario Chaparrastique, N° 1562 (17 de marzo de 1945), pág. 47.
[48] Ibídem., pág. 47.
[49] O. A. Romero, «El Papa y las responsabilidades de la guerra», en Semanario Chaparrastique, N° 1574 (16 de julio de 1945), pág. 60.
[50] O. A. Romero, «Marxismo y cristianismo», en Semanario Chaparrastique, N° 2021 (17 de julio de 1954), pág. 312. O. A. Romero, «El comunismo ya rodea a San Miguel», en Semanario Chaparrastique, N° 2358 (12 de mayo de 1962), pág. 498-499. O. A. Romero, «Enfermedad de muerte», en Semanario Chaparrastique, N° 2886 (23 de febrero de 1963), pág. 543-545.
[51] O. A. Romero, «Marxismo y cristianismo», en Semanario Chaparrastique, N° 2021 (17 de julio de 1954), pág. 313-314. Véase también: O. A. Romero, «Educación marxista», en Semanario Chaparrastique, N° 2022 (28 de julio de 1954), pág. 315-318.
[52] O. A. Romero, «La universidad se prostituye», en Semanario Chaparrastique, N° 2363 (16 de junio de 1962), pág. 503. O. A. Romero, «La peor tiranía que existe en El Salvador», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (23 de junio de 1962), pág. 504-507. O. A. Romero, «Cerremos filas», en Semanario Chaparrastique, N° 2961 (22 de agosto de 1964), pág. 658-659. Se refiere a la Universidad Nacional.
[53] Su nombre completo es Víctor José Fabio Fernando Castillo Figueroa. Fue rector por dos periodos de la Universidad de El Salvador, de 1963 a 1966 y de 1990 a 1995. No ha de confundirse con su homónimo, el actual Fabio Castillo que fue coordinador general del FMLN. Cfr. R. B. Parada Reina, Fabio Castillo Figueroa y sus periodos rectorales: 1963-1966/1990-1995, UES (Tesis de licenciatura), San Salvador 2016.
[54] O. A. Romero, «¿Universidad o agencia de Rusia?», en Semanario Chaparrastique, N° 2958 (1 de agosto de 1964), pág. 654-655.
[55] O. A. Romero, «Es la hora de la Universidad Católica», en Semanario Chaparrastique, N° 2971 (31 de octubre de 1964), pág. 678-679. O. A. Romero, «¿Barra u horda?», en Semanario Chaparrastique, N° 2974 (21 de noviembre de 1964), pág. 680-681.
[56] O. A. Romero, «¿Condenación o diálogo?», en Semanario Chaparrastique, N° 3083 (4 de febrero de 1967), pág. 740-741.
[57] L. Chávez y González, Trigésima Séptima Carta Pastoral La responsabilidad del laico en el ordenamiento de lo temporal (6 de agosto de 1966), pàg. 17. Para profundizar este argumento véase: J. V. Chopin, Teología del martirio cristiano. Implicaciones socio-eclesiales, Fundacultura, San Salvador 2017, 253-291.
[58] O. A. Romero, «La “Populorum Progressio” ni marxista ni capitalista», en Semanario Chaparrastique, N° 3093 (22 de abril de 1967), pág. 745.
[59] El que mejor ha presentado estas cosas es Hugo Rahner, en su obra Symbole der Kirche, Salzburg 1954. Hemos consultado la edición italiana: H. Rahner, Simboli della Chiesa. La ecclesiologia dei Padri, San Paolo, Milano 1995.
[60] En este tema el libro más famoso es: A. Dulles, Modelos de la Iglesia. Estudio crítico sobre la Iglesia en todos sus aspectos, Sal Terrae, Santander 1975.
[61] Cfr. Th. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México 2013.
[62] O. A. Romero, «¿Somos católicos?», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961), pág. 457.
[63] Ibídem., pág. 457.
[64] O. A. Romero, «Movilización general de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2386 (21 de octubre de 1961), pág. 477. O. A. Romero, «1964… Año vocacional», en Semanario Chaparrastique, N° 2930 (4 de enero de 1964), pág. 611.
[65] O. A. Romero, «El apostolado seglar», en Semanario Chaparrastique, N° 2956 (18 de julio de 1964), pág. 652-653.
[66] O. A. Romero, «Cruz y triunfo», en Semanario Chaparrastique, N° 2352 (24 de marzo de 1962), pág. 494.
[67] O. A. Romero, «Vida de fe y realidades terrenas», en Semanario Chaparrastique, N° 2950 (6 de junio de 1964), pág. 644-645. O. A. Romero, «“Ecclesiam Suam”», en Semanario Chaparrastique, N° 2960 (15 de agosto de 1964), pág. 657-658.
[68] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2354 (7 de abril de 1962), pág. 449.
[69] O. A. Romero, «Lo único que falta !!!», en Semanario Chaparrastique, N° 2362 (9 de junio de 1962), pág. 502-503.
[70] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961), pág. 449.
[71] Ibídem., pág. 449.
[72] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961), pág. 449-450.
[73] O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961), pág. 450.
[74] Ibídem., pág. 449.
[75] Ibídem., pág. 451.
[76] O. A. Romero, «La “Rerum Novarum” perenne y urgente», en Semanario Chaparrastique, N° 2365 (27 de mayo de 1961), pág. 453. Mantiene esa misma postura todavía en 1966, como se puede ver: O. A. Romero, «Una Carta Providencial», en Semanario Chaparrastique, N° 3062 (27 de agosto de 1966), pág. 724. O. A. Romero, Editorial, en Semanario Chaparrastique, N° 3068 (8 de octubre de 1966), pág. 728-730. 
[77] O. A. Romero, Su pensamiento, Vol. VIII, Imprenta Criterio, San Salvador 2000, pág. 130.
[78] O. A. Romero, «Lo que podemos hacer por el seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 2063 (28 de mayo de 1955), pág. 347.
[79] O. A. Romero, «Apuntes del P. Romero en el 50 aniversario Jesuítico», en Semanario Chaparrastique, N° 2966 (26 de septiembre de 1964), pág. 673.
[80] O. A. Romero, «Pentecostés día del Seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1520 (20 de mayo de 1944), pág. 1.
[81] Ibídem.
[82] O. A. Romero, «Pentecostés día del Seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1520 (20 de mayo de 1944), pág. 2. Véase también: O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945), pág. 40.
[83] O. A. Romero, «Lo que podemos hacer por el seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 2063 (28 de mayo de 1955), pág. 345.
[84] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945), pág. 39.
[85] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1558 (17 de febrero de 1945), pág. 42.
[86] O. A. Romero, «Pentecostés y seminario», en Semanario Chaparrastique, N° 1671 (24 de mayo de 1947), pág. 93. O. A. Romero, «Movilización general de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2386 (21 de octubre de 1961), pág. 477-478.
[87] O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1558 (17 de febrero de 1945), pág. 42.
[88] Ibídem., pág. 42.
[89] Ibídem., pág. 43.
[90] O. A. Romero, «Misiones y clero nacional», en Semanario Chaparrastique, N° 1842 (21  de octubre de 1950), pág. 197.
[91] O. A. Romero, «La Epifanía», en Semanario Chaparrastique, N° 1552 (6 de enero de 1945), pág. 31.
[92] Ibídem., pág. 32.
[93] Pío XII, Encíclica Evangelii Praecones (2 de junio de 1951), n. 23. Cfr. O. A. Romero, «Misiones, cultura de pueblos», en Semanario Chaparrastique, N° 1987 (17 de octubre de 1953), pág. 277.
[94] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944), pág. 5-6.
[95] Cfr. O. A. Romero, «Iglesia y Patria», en Semanario Chaparrastique, N° 3064 (10 de septiembre de 1966), pág. 725-726.
[96] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944), pág. 6. La frase original se la encuentra en un documento firmado por los obispos de San Salvador, Santa Ana y San Miguel: L. Chávez y González – S. R. Villanova y Meléndez – M. A. Machado y Escobar, Instrucción Pastoral Colectiva de los excelentísimos prelados de la provincia eclesiástica de El Salvador. Acerca del neo-paganismo racial y totalitario y el sistema comunista (1 de julio de 1944), pág. 3.
[97] O. A. Romero, «Monseñor Luis Chávez», en Semanario Chaparrastique, N° 1525 (24 de junio de 1944), pág. 6.
[98] O. A. Romero, «Fe y Patria», en Semanario Chaparrastique, N° 2130 (22 de septiembre de 1956), pág. 365.
[99] Ibídem.
[100] O. A. Romero, «Dios en la Constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950), pág. 172.
[101] O. A. Romero, «A propósito de un revoltijo protestante. Libertad de cultos», en Semanario Chaparrastique, N° 1824 (17 de junio de 1950), pág. 176.
[102] Cfr. O. A. Romero, «Moral católica y moral laica», en Semanario Chaparrastique, N° 1979 (22 de agosto de 1953), pág. 270-273. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica. Las tres fuentes de la moralidad», en Semanario Chaparrastique, N° 1989 (31 de octubre de 1953), pág. 280-283. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica», en Semanario Chaparrastique, N° 2005 (20 de febrero de 1954), pág. 291-294. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica», en Semanario Chaparrastique, N° 2006 (27 de febrero de 1954), pág. 294-297. O. A. Romero, «Moral laica y moral católica. El pecado», en Semanario Chaparrastique, N° 2009 (27 de marzo de 1954), pág. 297-300.
[103] O. A. Romero, «Dios en la Constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1823 (10 de junio de 1950), pág. 172.
[104] A. Romero, «Ley o capricho?», en Semanario Chaparrastique, N° 1836 (9 de septiembre de 1950), pág. 189.
[105] O. A. Romero, «La colaboración de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 1838 (23 de septiembre de 1950), pág. 192.
[106] Ibídem., pág. 190.
[107] Es probable que en el original diga: «incontables».
[108] O. A. Romero, «La colaboración de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 1838 (23 de septiembre de 1950), pág. 191.
[109] O. A. Romero, «La Iglesia un servicio de liberación personal, comunitaria, trascendente», Homilía del 23 de marzo de 1980, en Id., Su pensamiento, Vol. VIII, Imprenta Criterio, San Salvador 2000, 384.
[110] O. A. Romero, «Nueva señal de victoria», en Semanario Chaparrastique, N° 2366 (3 de junio de 1961), pág. 454.
[111] O. A. Romero, «La verdad os hará libres», en Semanario Chaparrastique, N° 2367 (10 de junio de 1961), pág. 456.
[112] O. A. Romero, «Sacerdote, a tu sacristía…?», en Semanario Chaparrastique, N° 1832 (12 de agosto de 1950), pág. 185.
[113] Ibídem., pág. 186.
[114] O. A. Romero, «Sacerdote, a tu sacristía…?», en Semanario Chaparrastique, N° 1832 (12 de agosto de 1950), pág. 187.
[115] Cfr. O. A. Romero, «Misión de la Iglesia», Homilía del 8 de mayo de 1977, en Id., Su pensamiento, Vol. I-II, Imprenta Criterio, San Salvador 2000, 28.
[116] cfr. O. A. Romero, «El Papa y las vocaciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1557 (10 de febrero de 1945), pág. 42. O. A. Romero, «¿El que está con el Papa está con Cristo?», en Semanario Chaparrastique, N° 2883 (26 de enero de 1963), pág. 541. O. A. Romero, «La fiesta de la transfiguración, regalo de la providencia a nuestra patria», en Semanario Chaparrastique, N° 2911 (24 de agosto de 1963), pág. 579.
[117] O. A. Romero, «Por la cruz a la Luz», en Semanario Chaparrastique, N° 3042 (2 de abril de 1966), pág. 700.
[118] Cfr. O. A. Romero, «Paso a la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2364 (20 de mayo de 1961), pág. 450.
[119] O. A. Romero, «A pesar de las decepciones», en Semanario Chaparrastique, N° 1719 (6 de mayo de 1948), pág. 104-105.
[120] cfr. O. A. Romero, «Justicia en la constitución», en Semanario Chaparrastique, N° 1819 (13 de mayo de 1950), pág. 166. O. A. Romero, «Ley o capricho?», en Semanario Chaparrastique, N° 1836 (9 de septiembre de 1950), pág. 188.
[121] O. A. Romero, «Mater et Magistra», en Semanario Chaparrastique, N° 2373 (22 de julio de 1961), pág. 459-460.
[122] O. A. Romero, «¿Es que se nos cambia la religión?», en Semanario Chaparrastique, N° 2380 (5 de enero de 1963), pág. 533. O. A. Romero, «¿Creemos en la Iglesia Católica?», en Semanario Chaparrastique, N° 2885 (16 de febero de 1963), pág. 539-541.
[123] O. A. Romero, «San Miguel moviliza sus fuerzas espirituales», en Semanario Chaparrastique, N° 2891 (30 de marzo de 1963), pág. 554.
[124] O. A. Romero, «El cónclave», en Semanario Chaparrastique, N° 2901 (15 de junio de 1963), pág. 562.
[125] O. A. Romero, «El Espíritu Santo y María», en Semanario Chaparrastique, N° 2948 (23 de mayo de 1964), pág. 642. O. A. Romero, «Construyamos la Diócesis», en Semanario Chaparrastique, N° 3035 (12 de febrero de 1966), pág. 695.
[126] O. A. Romero, «Misiones y libertad religiosa», en Semanario Chaparrastique, N° 3019 (17 de octubre de 1965), pág. 735. O. A. Romero, «Seminario y bien social», en Semanario Chaparrastique, N° 3047 (14 de mayo de 1966), pág. 703. O. A. Romero, «El 8 de diciembre se clausura el Jubileo Posconciliar», en Semanario Chaparrastique, N° 3076 (3 de diciembre de 1966), pág. 732-733.
[127] O. A. Romero, «¿Es que se nos cambia la religión?», en Semanario Chaparrastique, N° 2380 (5 de enero de 1963), pág. 533.
[128] O. A. Romero, «La Iglesia está en Concilio», en Semanario Chaparrastique, N° 2965 (19 de septiembre de 1964), pág. 661-663. O. A. Romero, «La verdadera presencia de la Iglesia», en Semanario Chaparrastique, N° 2996 (15 de mayo de 1965), pág. 710-711.
[129] O. A. Romero, «Los dos clericalismos son perniciosos. Solo hay una solución: autenticidad en el sacerdote y en el laico», en Semanario Chaparrastique, N° 3101 (17 de junio de 1967), pág. 752.
[130] O. A. Romero, «Modernizarse no es profanarse», en Semanario Chaparrastique, N° 2972 (7 de noviembre de 1964), pág. 679.
[131] O. A. Romero, «“Aggiornamento”», en Semanario Chaparrastique, N° 2981 (16 de enero de 1965), pág. 691-692.
[132] O. A. Romero, «Es la hora del “Aggiornamento”», en Semanario Chaparrastique, N° 3027 (11 de diciembre de 1965), pág. 737-738.
[133] O. A. Romero, «Nuevo estilo episcopal», en Semanario Chaparrastique, N° 3033 (29 de enero de 1966), pág. 692-693.
[134] Fue secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador de 1967 a 1974. Fue secretario del SEDAC, el secretariado del episcopado centroamericano, desde mayo 1968.
[135] O. A. Romero, «El fulgor de las encíclicas en la transmisión del poder», en Semanario Chaparrastique, N° 3104 (8 de julio de 1967), pág. 755.

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