lunes, 17 de diciembre de 2012

LA RELACIÓN ENTRE VOCACIÓN Y MISIÓN. CONSIDERACIONES BÍBLICO-MAGISTERIALES (Primera entrega)




Por: Carlos Enrique Barrera Gómez[1].


INTRODUCCIÓN


Hablar de vocación y misión es hablar de algo que está en lo más profundo de la naturaleza misma de la persona creyente y de la Iglesia. No se puede soslayar la  importancia que tienen estas realidades sin correr el riesgo de caer en un detrimento de la persona creyente así como de la comunidad en donde nace y crece su fe, es decir, la Iglesia. Hablar de vocación y misión es hablar del sentido de la condición de hijos e hijas de Dios, del porqué somos lo que somos y estamos donde estamos.

Nuestro artículo trata sobre la íntima relación entre vocación y misión. Hemos querido tocar este punto por  motivaciones de tipo pastoral y de clarificación de conceptos, así como por el hecho de hacer notar que ambas realidades se reclaman y están presentes en la naturaleza misma de la Iglesia. Y que por lo mismo, no conviene obviar su conocimiento y profundización.

El presente trabajo consta de tres momentos, en el primero tratamos de dejar constancia de la existencia de la vocación, la misión y de su íntima relación en  los textos de la Sagrada Escritura. Es la que fundamenta los dos momentos siguientes. En esta parte se ha desarrollado la vocación, la misión y la relación existente entre ambas, desde la perspectiva comunitaria, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. No hemos tratado aquí la cuestión desde su dimensión personal. Consideramos que si bien  tanto la vocación y misión se dan de modo concreto en la historia personalmente, éstas sin embargo, no se pudieran dar si no tuvieran primero la dimensión comunitaria, pues es en la comunidad que Dios llama y encomienda una misión. Por ello hemos optado por tratar este punto, sabiendo que haría falta el aspecto personal, que aquí lo damos por supuesto. En este sentido, estudiamos la vocación y la misión tanto en el pueblo de Israel, como en la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios.

En un segundo momento pasamos a tratar algunos elementos doctrinales que encontramos en ciertos documentos del magisterio de la Iglesia, tanto universal como latinoamericano. Conviene aclarar que en esta parte no hacemos un análisis pormenorizado de lo que dicen los documentos, sino que hacemos una presentación de enseñanzas básicas que nos puedan ayudar a plantear la idea que se desarrolla en el tercer momento de nuestro escrito. Así como también presentar un elenco de enseñanzas magisteriales que corroboran y actualizan las ideas profundas que encontramos sobre la vocación y misión en la Sagrada Escritura.

En un tercer momento remarcamos la idea de la íntima relación entre vocación y misión y proponemos que no se haga una segmentación más que en el plano académico, pues en la realidad son elementos de la naturaleza de la Iglesia y del creyente que no pueden formar dicotomía, por eso incluso nos atrevemos a utilizar un vocablo heredado del pensamiento contemporáneo, que no pretende decir nada nuevo al respecto, pero sí hacer énfasis desde el plano metafísico-antropológico respecto a la relación entre vocación y misión.


I. VOCACIÓN Y MISIÓN EN EL ANTIGUO
Y EN EL NUEVO PUEBLO DE DIOS


1.      Israel, el pueblo de la llamada y de la misión[2]


1.1  Israel, pueblo elegido
Comenzamos diciendo que si hay una realidad con la cual Israel se identifica es con su condición de pueblo elegido (Cfr. Ex 34, 9; 19,5; Nm 23,1-8; Dt 7,7); alguien se ha atrevido a decir que la conciencia de Israel como pueblo elegido es tan antigua como la conciencia de pueblo[3]. Otros opinan que la elección de Israel en cuanto comunidad es la que más se menciona en los escritos sagrados[4]. Esto sólo nos da una idea de la importancia teológica de la doctrina sobre la elección del pueblo de Dios, llamado también con frecuencia pueblo elegido.

El término que en el Antiguo Testamento encontramos para referirse  a la elección es bakhir (escogido, elegido)[5]. Este término no sólo se aplica a la comunidad sino también al individuo, aquí nos centramos en el primer caso. Con el término bakhir se remarca que Israel tiene un destino diferente de los otros pueblos, pero esa circunstancia no indica que se deba a su mérito sino que es fruto del amor gratuito de Dios, como muy bien queda plasmado en el siguiente texto del Deuteronomio:

«Eres un pueblo consagrado a Yavé, tu Dios. Yavé te ha elegido de entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra, para que seas su propio pueblo. Yavé se ha ligado a ti, y te ha elegido, no por ser el más numeroso de todos los pueblos (al contrario, eres el menos numeroso). Más bien te ha elegido por el amor que te tiene y para cumplir el juramento       hecho a                 tus padres. Por eso Yavé, con mano firme, te sacó de la esclavitud y del poder de Faraón, rey de Egipto» (Dt 7,6-8).

El teólogo protestante J. E. Stam apunta que es significativo que el término bakhir aparezca por primera vez en el libro del Deuteronomio por el hecho histórico del éxodo[6], y es que  Israel se sabía elegido por haber sido sacado por Yahvéh  de Egipto. La elección se hace notar más cuando el pueblo toma conciencia que Yahvéh ha obrado prodigios porque son el pueblo elegido, prodigios por ejemplo como los narrados en el libro del Éxodo: las plagas en contra de Egipto (Cfr. Ex 7-11), el paso por el Mar Rojo ante la inminente amenaza de muerte por parte del ejército egipcio (Cfr. Ex 14, 5-30), el maná en el desierto (Cfr. Ex 16,1-15), el agua salida de la piedra (Cfr. Ex 17, 1-7). En todos estos textos está de fondo la idea de que Dios actúa eso a favor del pueblo en cuanto que es elegido, llamado entre los demás pueblos. Así por ejemplo, puede notarse de modo explícito cómo Yahvéh tiene una especial elección por Israel al que le da su favor aún pudiéndolo hacer con otro pueblo, más bien lo que hace es alejar el dominio que de ellos padece y entregarle la tierra que le había prometido desde sus antepasados primigenios, aún cuando eso implique sacar de esas tierras a otros pueblos:

«Luego le dijo: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.” Al instante Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de que su mirada se fijara sobre Dios. Yavé dijo: “He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he oído sus quejas cuando lo maltrataban sus mayordomos. Me he fijado en sus sufrimientos,  y he bajado, para librarlo del poder de los egipcios y para hacerlo subir de aquí a un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel, al territorio de los cananeos, de los heteos, de los amorreos, los fereceos, los jeveos y los jebuseos. El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto cómo los egipcios los oprimen. Ve, pues, yo te envío a Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.” Moisés dijo a Dios: “¿Quién soy yo para ir donde Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?”» (Ex 3, 6-11).

Las preguntas que saltan a la vista inmediatamente son: ¿acaso sólo Israel sufre de opresiones? ¿Acaso sólo Israel era necesitado de un territorio estable? Sin duda que no, aquí está presente el hecho de que el escritor sagrado quiere dejar claro que Dios actúa esto en favor de Israel en cuanto que lo ha elegido para una misión importante. Aquí se habla «de un pasado en un presente hacia el futuro»[7]. Recordemos que la elección del pueblo tuvo lugar mediante la llamada de los patriarcas[8], pero se irá actualizando a lo largo de la historia de Israel, en vistas a que se cumpla en la plenitud escatológica. I. Ellacuría comentando este hecho bíblico apostilla:

«No basta con un Dios de los padres, recibido en una experiencia que ya pasó, por más que siga viva en el pueblo; se trata también de un presente, el presente de un pueblo oprimido y explotado, en el cual se reasume la experiencia pasada de los padres y se la renueva por la experiencia histórica, la cual en su negatividad obliga volverse al Dios de la vida, libertad y unidad social; se trata finalmente de un futuro de promesa y esperanza, el cual no anula esa negatividad y recupera de modo antiguo la experiencia antigua, un futuro en el cual colaboran Dios y el hombre y que dependerá, aunque de distinto modo, de la fidelidad de Dios y de la correspondencia humana»[9].

Por eso respecto al pueblo de Israel se dice que «la elección es la de un destino diferente al de los otros pueblos, de una condición singular debida, no a un concurso ciego de circunstancias o a una serie de éxitos humanos, sino a una iniciativa deliberada y soberana de Yahwéh»[10].

Sin embargo, se tiene que tener en cuenta que esa elección no busca llevar al pueblo de Israel a considerarse mejor que los demás pueblos sino servidor de todos, porque «la elección es principio de servicio»[11]; vista así la elección de Israel conlleva la exigencia de compasión hacia el extranjero y el oprimido (Cfr. Dt 10,15.22; 15, 13-15) porque «si Dios entabló un diálogo privilegiado con Israel no fue para convertirlo en un pueblo superior a los otros, en una élite privilegiada sino para ser un pueblo testigo de su Designio de amor y de su llamada universales»[12].

Como podemos ya ir apreciando, la elección se da por el hecho de que Israel es depositario también de una llamada particular, la de ser testigo del único y verdadero Dios que ama[13], esto conlleva también una misión, la de proclamar a otros que Dios es el único entre los dioses y que ama a todos[14]. En este sentido, la elección está en función de la vocación y misión que el pueblo elegido tiene por parte de Dios.

También hay que decir que la elección no debe ser entendida como hecho que viene de Dios buscando rechazar a unos y apreciar a otros, entender así la elección sería un grave desacierto, caeríamos en un error ya conocido en la historia de la Iglesia, la doctrina de la doble  predestinación[15]. Si la elección es para una vocación-misión, o en otras palabras para servir al plan de Dios, entonces la elección no conlleva un objetivo de corte egoísta sino que la elección bíblica, y en el sentido de elección comunitaria que estamos tratando, tiene como característica esencial la alteridad. Israel es elegido de modo gratuito, y gratuitamente está invitado a ser luz para los demás pueblos. J. Ratzinger decía a inicios de la década de los noventa: «En cuanto pueblo elegido, Israel debe ser el lugar de verdadero culto y a la vez sacerdocio y templo para el mundo»[16]. Bajo esta perspectiva Israel es elegido para ser bendición para los demás pueblos y llevarlos a Dios, esto que decimos trasluce ya su vocación y misión. Porque toda elección de parte de Dios conlleva una vocación que vivir y una misión que cumplir y está dotada de alteridad. No existe ninguna elección para  el beneficio único del elegido, sino que el elegido, en este caso el pueblo de Israel, es elegido para que se convierta en luz para los demás.

Resumiendo, podemos decir que la Elección de Israel tiene los siguientes elementos: 1) Origen, que es Dios mismo, Dios elige a su pueblo y en su pueblo a personas concretas por iniciativa de su amor (Cfr. Dt 7,7); 2) Fin, la elección tiene una finalidad que es la de construir el pueblo santo (Cfr. Dt 26, 19; 7,1-6); 3) Resultado, pone a Israel a parte de los otros pueblos para ser guía y enseñarles el camino de la salvación y liberación[17].

Todo lo dicho hasta el momento se debe tener muy  presente, pues las elecciones particulares en el Antiguo Testamento se dan dentro del pueblo de Israel, esto implica que la elección no es individualista sino que nace en el pueblo, en una comunidad y en función de la edificación, en cierto modo, de esa comunidad a través de la vocación-misión otorgada.

1.2  Israel, pueblo convocado


Hemos dicho que la elección de Israel está en función de su vocación y misión. Cuando hablamos de Israel como pueblo convocado queremos remarcar esencialmente lo siguiente: que su existencia y su ser tiene fundamento y sentido en cuanto es pueblo con-vocado, es decir, con-llamada de parte de Dios, y esto le hace tener un origen que está en la eternidad,  para hacer presente lo eterno en lo histórico y llevar lo histórico a su plenitud en la eternidad[18]. Conviene decir también,  que Israel es llamado por Dios para una misión. Israel no existe por y para él, existe por y para el Eternamente Otro que se ha hecho uno de nosotros, así como para cumplir con su Plan Salvífico[19]. Por último, para que esto se realice se da entre Dios y su pueblo una mutua correspondencia, pues no solo Dios debe hacer su parte también Israel está llamado a ejecutar la suya, hay una interrelación, esto es el carácter dialógico de la vocación del pueblo.

La llamada de Dios es «una llamada que hace, de una polvareda de tribus nómadas, un pueblo»[20]. La vocación hace que el pueblo sea pueblo, éste no es solamente el resultado de una decisión propia de la voluntad humana, el pueblo existe ante todo por la iniciativa de Dios. J. A. Estrada sostiene que: «la negación de Dios lleva consigo la descalificación de Israel: se convierte en no-pueblo y las promesas y bendiciones divinas se tornan en maldición y condena (Jer 7, 16-28)»[21]. Olvidarse de su llamada constituye para Israel el origen de sus desgracias, «es la amnesia de la historia propia lo que lleva a Israel a la idolatría»[22] y con ella al abandono en su propia debilidad, constituyéndose así en presa fácil de abusos y muerte (Como en el caso del destierro, Cfr. Jer 25, 1-14; 2 Re 24-25; Jer 52, 30). Por tanto, lo sociable y comunitario no nace en Israel por mero contrato social, no es al estilo que proponía Jean Jacques Rousseau a partir de esa mentalidad que busca poner al hombre como creador de todo lo verdaderamente bueno y considerar lo que viene de Dios como un modo retrógrado e ilusorio de entender la realidad, y por ende, limitante del ser humano; bajo este modo de concebir, lo comunitario-social es consecuencia del ser humano que toma la iniciativa de establecerlo[23]. No es así en Israel, y no será así tampoco en el nuevo pueblo de Dios.

Israel entiende que es pueblo no por iniciativa humana sino por iniciativa divina, es esto lo que da plenitud y valor a lo comunitario. Es lo que se lee en Gen 1, 3: Haré de ti una gran nación y te bendeciré; voy a engrandecer tu nombre, y tú serás una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. No es Abraham quien decide formar un pueblo, a él se le pide obedecer  para que de él se inicie una gran nación. Este hecho es el que le hace a Israel tener un sentido profundo como pueblo, el cual no está presente solamente en el hecho de su formación como tal y en su existencia social en la historia, sino como algo querido por Dios en su amor sin límites para una finalidad que no se reduce al plano histórico e intramundano sino que conlleva el plano meta-histórico y trascendente, escatológico.

Por eso tiene tanta importancia el término hebreo qahal con el que se remarca el aspecto de con-vocación del Pueblo elegido. J. Ratzinger  plantea que el pueblo de Israel se constituía como  entidad cultual, y a partir de ello también en entidad jurídica y política[24], es decir, en pueblo reconocido como tal por los demás pueblos de su entorno. El pueblo de Israel se constituye a partir de su dimensión religiosa. En este sentido, podemos decir también, a partir de su llamada de Dios. No hay que olvidar que en el lenguaje bíblico la acción de llamar se identifica con la de nombrar, poner nombre, tener autoridad sobre lo nombrado; la significación se vuelve más profunda cuando ese llamar viene de Dios, no sólo indica autoridad sobre algo, sino que ese algo, o a veces alguien, es creado a través de la llamada, o del nombramiento. Dios crea cuando llama. T. Bargiel ha escrito: «Llamar, dar nombre a una cosa significa en el lenguaje bíblico hacerla existir, Dios al llamar al hombre, lo crea según el proyecto de vida que ha pensado para él (Gen 17,5; Is 45, 4; Jn 10, 3-28)»[25]. En este sentido, Dios crea al pueblo cuando éste se reúne en acción cultual para darle alabanza, reconocer su señorío y pedir su ayuda y sabiduría, es aquí donde el pueblo se constituía como pueblo y de aquí retoma las fuerzas y luces para cumplir con la misión que Dios le pedía.

Por tanto, Israel tiene los elementos de vocación: La alianza en el Sinaí es un llamamiento de Dios a ser su pueblo (Cfr. Jer 30,22; Ex 19-24), por eso es que la ley y los profetas están llenos de llamadas al Pueblo (Cfr. Dt 4,1; 5,1; 6,4; 9,1; Os 2,16; 4,1; 11, 1; Sal 50,7; Isaías 7,13, 42,6-7; 43, 1-12; 49,1-6). Por ejemplo, el tema de la elección y de la vocación queda bien plasmado en textos como el del capítulo 41 de Isaías: «Pero tú, Israel, eres mi siervo. Tú eres mi elegido, pueblo de Jacob, raza de Abraham, mi            amigo,  yo te traje de los confines de la tierra. Te llamé de una región lejana, diciéndote: “Tú eres mi   servidor, yo me fijé en ti y te elegí.» No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios; yo te he dado fuerzas, he sido tu auxilio, y con mi diestra victoriosa te he sostenido» (Is 41, 8-10).


Además, esta llamada pone al pueblo aparte y Dios se hace garante (Cfr. Ex 19,4; Dt 7, 6), le pide a Israel que no busque apoyo más que en Yahvéh, su Dios (Cfr. Is 1, 1-11; 7, 4-9;); por último, podríamos decir que este llamamiento pide una respuesta y un compromiso (Cfr. Ex 19,8; Jos 24, 24). Israel tendrá que responder a la llamada de Dios y he aquí el otro aspecto que salta a nuestra consideración, la misión. El pueblo de Israel responderá a la llamada cumpliendo su misión de pueblo elegido para guiar a los otros pueblos al encuentro con el Dios vivo, salvador y liberador de la humanidad. En este hermoso diálogo existencial entre Dios y su pueblo; Dios que llama, el pueblo que responde con su fidelidad y confianza, se irá realizando la misión del pueblo elegido y llamado.


1.3  Israel, pueblo enviado


Habiendo dicho algunas ideas claves sobre la elección y la vocación de Israel, nos toca ahora decir algunos puntos sobre su misión. ¿Hay en Israel una conciencia de ser un pueblo misionero, llamado a anunciar a los demás pueblos la salvación ofrecida por Yahvéh? ¿En qué sentido decimos que Israel es pueblo enviado? ¿A qué se le envía, cuál es su misión? Tratemos de responder a estas interrogantes.

En Isaías 49, 3.6 se lee: El me dijo: “Tú eres mi servidor, Israel, y por ti me daré a conocer.”[…] “No vale la pena que seas mi servidor  únicamente para restablecer a las tribus de Jacob, o traer sus sobrevivientes a su patria. Tú serás, además, una luz para las naciones, para que mi salvación llegue hasta el último extremo de la tierra.”. Este  pasaje del Deuteroisaías  nos expresa con claridad que Israel tiene como pueblo elegido y llamado que es, la misión de guiar a los demás pueblos a la verdad del Dios que se le ha revelado, en eso consiste iluminar, ser luz de las naciones.

Por eso es que autores como R. Sánchez-Chamoso plantean que «Dios creó un pueblo profético-misionero. La Biblia ofrece un esquema fijo: llamado para ser enviado, a comenzar por la vocación de Israel, pueblo profético, pueblo-puente para llegar por medio de él a todos los demás pueblos»[26]. Otros  se plantean la pregunta ¿Hay que hablar también de una misión del pueblo de Israel? A lo cual se responden diciendo que «sí, si se piensa en el estrecho nexo que hay siempre entre misión y vocación. La vocación de Israel define su misión en el designio de Dios. Elegido entre todas las naciones, es el pueblo consagrado, el pueblo-sacerdote encargado del servicio de Yahvéh (Cfr. Ex 19,5)»[27]. Ahora bien, tenemos ya un dato preciso, Israel es enviado a ser luz de las naciones, esto es a revelar con su presencia y su historia la vida de los demás pueblos,  ya que con su presencia e historia Dios ha hablado para toda la humanidad. Así pues, a Israel se unirán las demás naciones para dar culto a Dios (Cfr. Is 19,21-25; 60) por eso es que Israel es invitado a ser testigo como pueblo del Dios verdadero ante los dioses de los otros pueblos, que son producto de la inventiva humana (Cfr. Is 43, 10.12; 44,8) y transmitir  al mundo la luz imperecedera de la ley (Cfr. Sab 18,4) por eso está abierto a  los prosélitos (Cfr. Is 56,3.6)[28]. «Israel tiende finalmente a convertirse en pueblo misionero, particularmente en el medio helenístico de Alejandría, en el que se traducen al griego sus libros sagrados»[29].

Teniendo en cuenta lo dicho respondamos a las interrogantes que nos hacíamos al inicio de este apartado. En primer lugar, en Israel no hay una conciencia profunda de envío, saben que son un pueblo enviado a los otros, pero este envío no se debe entender en el sentido de ir a predicar a los demás, aún cuando hay casos excepcionales como el de Jonás, aún así en éste vemos cómo Jonás no sale contento porque los ninivitas se convirtieron al escuchar su predicación, esto nos indica que si los israelitas sabían que tenían que ser luz para los demás eso no implicaba que tuvieran conciencia clara de salir a predicar, a anunciar al Dios que se les había revelado,  probablemente entienden ese ser luz en cuanto que los otros pueblos debían venir a Israel a nutrirse de ese Dios que habitaba con ellos. Por eso Bernard-Marie Ferry concluye que: «El hebreo posee el verbo sălāj, traducido generalmente en los LXX por apostellō o exapostellō (unas 700 veces); sin embargo, no se trata de un envío «misionero» pues la función de los enviados es más bien de mensajeros, o de mediadores. El pueblo de Israel no parece decidido a ir a enseñar a todas las naciones»[30].

Sin embargo, eso no quita que sea un pueblo enviado en cuanto que siendo fiel a Alianza se convierte en punto de referencia para los demás pueblos. Claro que el concepto de misión con la riqueza y profundidad como ha llegado a nosotros no parece ser algo transmitido en el Antiguo Testamento, será algo propio del nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia.

Entonces, a Israel debemos entenderlo como pueblo enviado no tanto en el sentido de que contenga una «preocupación misionera» sino en cuanto que Dios a través de él pone el germen misionero desde el primer momento que elige a Abraham para formar a su pueblo, pues en él serán benditas todas las razas de la tierra (Cfr. Gen 12,3). La bendición de Dios ha comenzado a concretizarse para la humanidad entera en Israel, esa era su misión y para eso Dios lo constituyó Pueblo suyo. El desarrollo de esa semilla de misión alcanzará plenitud en el tiempo de la Iglesia, la cual es enviada por el Enviado del Padre, Jesucristo, que es lo que tratamos a continuación.



2.      La Iglesia, el nuevo pueblo de la llamada y de la misión


2.1  Iglesia, Pueblo de elegidos y llamados


En el punto de partida de la Iglesia, como en el de Israel, hay una elección de Dios (Cfr. Jn 15, 16; Dt 7, 6). Algunos consideran que el texto de la segunda carta de San Juan puede referirse a la Iglesia, ya sea universal o particular, pero que tiene ese carácter de «señora elegida» por Cristo como esposa (2 Jn 1; Ef 5, 25-27; Cfr. 2 Cor 11, 2; Ap 19,7)[31]. El teólogo francés J. Guillet ha señalado al respecto: «La elección de los doce manifiesta pronto que Jesús quiere cumplir su obra teniendo “consigo a los que quería” (Mc 3,13s). Éstos representan en torno a él a las doce tribus del nuevo pueblo y este pueblo tiene su origen en la elección de Cristo (Lc 6,13 Jn 6,70), que se remonta a la elección del Padre (Jn 6,37; 17,2) y se hace bajo la acción del Espíritu Santo (Hech 2,1)»[32].

La Iglesia de los escritos neotestamentarios se sabe originada en la historia de Israel, asume la herencia del Antiguo Testamento y se llega a convertir en el nuevo Pueblo de Dios (Cfr. Rm 9, 25-26; 2 Cor 6,16), en el verdadero «Israel de Dios» (Gal 3, 29). En la Iglesia se reúnen por ello los judíos y gentiles (Cfr. Hch 28, 27-28)[33].

En 1Pe 2, 9 se le atribuye a la incipiente comunidad cristiana los títulos del pueblo de la primera Alianza: Pero ustedes son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios hizo suyo para proclamar sus maravillas; pues él los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. P. Buis apunta que la noción de elección se le aplica «a cada uno de los miembros del Nuevo Pueblo de Dios. Pablo suele hablar de la elección en plural: “nos eligió  en Cristo” (Ef 1,4). En este sentido, “elegido” es sinónimo de “cristiano” (2 Tim 2, 10; Tit 1, 1; 1 Pe 1, 1)»[34].

La Iglesia aparece en el Nuevo Testamento como «comunidad de los elegidos» (Cfr. Rm 8, 33; Col 3,12; 2 Tm 2,10) que forman la comunidad de los llamados  (Cfr. Rm 1,6; 1 Cor 1, 24; Ap 17,14). Si bien el término Ekklēsía no es un término nacido con los ambientes cristianos, pues ya tenía existencia en el mundo profano de Grecia y significaba únicamente una reunión plenaria de personas, una aglomeración de gente, como incluso aparece en algunos textos del Nuevo Testamento (Cfr. Hch 19,39; 19,32.40)[35], eso no quita que fue con el cristianismo que tomó una concepción religiosa. En este sentido la Ekklēsía designaba, según el esquema que nos presenta W. Warnach,  a la comunidad de los redimidos o salvados (Mc 16,18; 1Cor 12,28; Ef 1, 22; 3,10.21; Flp 3, 6; Col 1,18.24), la comunidad localmente limitada (Hch 8,1; 11,22; 14,27; 15,41; 1 Cor 7,17; Gal 1,22; Filp 4,15; Ap 2,1.8) o a la comunidad doméstica (Rm 16,5; Col 4, 15, Flm 2)[36].

Más profundamente, en la Biblia de los LXX el término aparece unas 100 veces, según los  exégetas en algunas ocasiones con la determinación hebrea de qāhāl  la cual es traducida como Ekklēsía, otras veces con la determinación precisa de qāhāl Yāhweh traducido como Ekklēsía Kyriou[37]. Si bien no es el único término utilizado para referirse a la reunión de personas convocadas por Dios en Cristo, pues también se ocupa Synagōgē[38]; con todo, es el término Ekklēsía que nos conecta con la elección del pueblo de Dios en la Antigua Alianza. Se ha dicho que Israel se constituía como Pueblo, no sólo en el aspecto religioso, sino también en el político-social, a partir de la asamblea llamada por Dios; con el término Ekklēsía se quiere expresar que la Iglesia es la comunidad que se constituye  a partir de la llamada de Dios, manifestada incluso físicamente en la reunión litúrgica en torno a la práctica sacramental. La Ekklēsía guarda esa noción de convocación. El término procede etimológicamente de ekkaléin, ekkaleō (Convocar, llamar)[39]. Los cristianos son los llamados a la fe en Cristo, para que desde esa fe puedan cumplir con su misión de hijos de Dios. «El punto de reunión interior del nuevo pueblo es Cristo; por otra parte, se convierte en un solo pueblo a través de la llamada de Cristo y de la respuesta a la llamada, a la persona de Cristo»[40].

Como se puede apreciar, la Iglesia, en cuanto nuevo Pueblo de Dios, es constituida por Cristo como el nuevo pueblo de los elegidos y llamados para la salvación eterna (carácter escatológico de la elección), presente en la historia de los hombres para que estos se incorporen a ella y estando injertados vivan en la vida de Cristo Cabeza (Col 1, 18; Ef. 4,15; 1 Cor 12,13 etc.). De allí que Ekklēsía (Iglesia)  y Eklekte (Elegida) no se asocie sólo por su asonancia en la lengua griega sino porque esencialmente  el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza tiene en su ser dichas realidades (Cfr. 2 Juan 13; Ap. 17,14).

2.2  Iglesia, Pueblo enviado


Ahora bien, esa comunidad de los elegidos y llamados que es la Iglesia es también comunidad de enviados. Como en la Antigua Alianza, el pueblo de Dios era elegido, llamado y enviado; en la Nueva Alianza el nuevo pueblo de Dios es también elegido, llamado y enviado[41]. La Iglesia no existe para sí misma sino para el Evangelio de Jesús, podría aplicarse bajo esta perspectiva aquellas palabras del gran apóstol de los gentiles: «De hecho, ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor». (Rm 14, 7-8). Este ser totalmente de Jesucristo podría aplicarse al hecho de que en la Iglesia, ninguno de sus miembros vive de modo básico su ser cristiano, como perteneciente al nuevo pueblo de Dios,  si no procura que el reino de Dios se instaure con todo lo que esto implica.

La Iglesia «debe continuar la obra iniciada por Jesús, para lo que cuenta con la asistencia del Señor (Mt 28,20) y con el Bautismo del Espíritu (cfr. Hch 1, 5.8.22; 2,32; 3,15; Jn 1,33; 3,5-6; Lc 3,16) […] Los evangelios, que nacen en la Iglesia, son escritos “misioneros” que marcan el programa y la pauta de la Iglesia»[42]. O sea que podemos decir que, en el caso de la Iglesia, no sólo se da el hecho de que la Sagrada Escritura hable de ella como esencialmente misionera, como pueblo enviado;  sino también que la Sagrada Escritura (Nuevo Testamento), en cierto modo, es fruto de ese aspecto propio de la naturaleza de la Iglesia, es decir, de su esencia misionera.

Este dato sólo nos remarca el hecho que a la Iglesia el tema de la misión o el hecho de ser enviada a anunciar la Buena Nueva del Señor, le pertenece a su entraña y sin ella carece de sentido. Si habíamos dicho que el pueblo de Israel era enviado, pero que él mismo no se sentía con la «preocupación misionera» de ir donde los otros a anunciar al Dios único y verdadero, en el caso de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, eso se supera y ella sí se sabrá enviada desde sus mismos inicios.

Bíblicamente eso queda plasmado, en primer lugar, con el hecho de que Jesucristo, su fundador, es enviado por el Padre para realizar la obra de Redención. «El Señor es con todo su ser el enviado, el que ha bajado del  Cielo, el que ha cambiado su “ser con” el Padre en “estar con” los hombres»[43].  

Jesucristo es enviado para anunciar el Evangelio (Cfr. Mc 1,38), cumplir la ley y los profetas (Mt 5,17), aportar fuego al mundo (Cfr. Lc 12,49), llamar no a justos sino a pecadores (Cfr. Mc 2,17). Buscar lo perdido (Cfr. Lc 19,10), dar su vida en rescate (Mc 10,45), nos enseña a ser obedientes a la voluntad del Padre (Cfr. Jn 4,34) a decirnos lo que ha aprendido de Él (Cfr. Jn 8,26), etc. Es más, Jesús pide una fe en su misión (Cfr. Jn 11, 42; 17,8.21.23.25) y esto conlleva tener fe en Él, como el Hijo enviado (Cfr. Jn 6,29) y fe en el Padre que lo envía (Cfr. Jn 5,24; 17,3). Jesús es presentado por ello como el enviado por excelencia (Cfr. Jn 9,7) y como dice Hebreos 3,1 «el apóstol de nuestra fe». Jesús enviado a su vez envía a sus apóstoles: para predicar delante de él (Cfr. Lc10,1), como obreros a su mies (Cfr. Mt 9,38; Jn 4,38), son esos enviados del rey para conducir  a los invitados a las bodas de su Hijo (Cfr. Mt 22,3), ellos no son más que el que los envía (Cfr. Jn13,16) pero quien los oye a ellos, escucha a Cristo y quien escucha a Cristo, también escucha al Padre (Cfr. Lc 10,16),  porque el que los recibe a ellos recibe a Cristo y en Cristo al Padre (Cfr. Jn 13,20). En la Iglesia, desde entonces, siempre resuena fuerte aquel «Como el Padre me ha enviado a mí por eso yo los envío a ustedes» (Cfr. Jn 20,21).

A su vez, los apóstoles enviarán a otros y realizarán su envió como el Señor se los había pedido, esto queda manifestado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se sigue entonces un esquema del envío que parte desde la Trinidad misma, Cristo es el enviado del Padre y quienes lo reconozcan lo harán con la gracia del Espíritu Santo, por eso también, Cristo promete enviar al Espíritu Santo (Cfr. Jn 14, 26; 15,26, 16,7; Lc 24,49; Hch 1, 4). Y aquellos que tienen al Espíritu Santo y reconozcan a Cristo como enviado del Padre para salvación de los pecados, no sólo aceptarán esto sino que se sabrán urgidos de anunciar a los demás la Buena Noticia. La fe cristiana no solo es para vivirla es también para compartirla. Esto lo podemos ver brevemente con un paradigmático ejemplo, nos referimos al apóstol San Pablo, que tomando conciencia que Cristo lo amó y se entregó por él (Cfr. Gál 2,20), lo estima todo como basura comparado con la obtención del conocimiento de Cristo (Cfr. Flp 3,8); este conocer es darse cuenta del amor infinito y eterno del Padre  en el Hijo hacia toda la humanidad (Cfr. Jn 3,16). Por eso ahora «Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer » (Gál 3,28). Y porque no hay ya ninguna diferencia eso significa que todos son hermanos, con quien siempre se es deudor de amor (Rm 13,8-10). Y por ello, urge darles el don más preciado, la fe en Cristo para que se nutran de ese verdadero amor inconmensurable del Padre, por eso puede exclamar: «¡ay de mí sino evangelizo!» (1Cor 9,16).



[1] Sacerdote diocesano de la Diócesis de San Vicente, El Salvador, C.A.; actualmente rector del Seminario Menor Pío XII, de la misma diócesis.
[2] Al hablar de Israel como pueblo de Dios estamos hablando también de su triple carácter como pueblo elegido, llamado y enviado; no se debe hablar del pueblo de Dios sin tener en cuenta las realidades que recién mencionamos, si lo hacemos vaciaríamos la riqueza teológica que encierra la expresión «pueblo de Dios» y la reduciríamos a una expresión exánime y de pobreza conceptual tal que limitaría toda concepción teológica posterior. Israel es pueblo de Dios, antes de apuntar cualquier otro tipo de razón, en cuanto ha sido elegido, llamado y enviado. Así que iniciamos nuestro breve estudio con un acercamiento a estos conceptos (elección, llamada y misión) aplicándolos al pueblo de Israel, no sin antes hacer una breve aclaración. Tanto la elección, la llamada y la misión son elementos presentes de modo unitario en la realidad histórica llamada pueblo de Israel, esto significa que no se puede dar uno sin el otro, pues Dios cuando elige, llama y cuando llama, convoca para algo; sin embargo, por razones metodológicas necesitamos hacer una separación terminológica-conceptual que nos permita un mejor estudio, al final notaremos que existe entre ellos una unidad tal que es imposible que se dé uno sin la presencia del otro o que exista uno sin estar en función del otro.
[3] Cfr. J. GUILLET, «Elección» en VTB, 264. A este respecto conviene mencionar que Israel tiene tanta conciencia de su elección que hasta se cometieron abusos interpretativos al respecto, se consideraba la elección en términos de superioridad. Por eso en el Nuevo Testamento no se niega que Israel sea elegido (Cfr. Mt, 2,6; Lc 1, 10.16.32s; 13,16; Mt 8,12; 12,39; 15,24), sin embargo, Jesucristo rechaza las falsas consecuencias de esta elección (Cfr. Mt 3,7; Lc8, 21; 13,23; 16,19-31). Por tanto, decir que Israel no tenía conciencia de ser pueblo elegido es un error respecto al conocimiento del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Puede verse esto en G. von RAD, Teología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1975.
[4] Cfr. P. BUIS, «Elección», en DEB, 494.
[5] Cfr. P. BUIS, «Elección», en DEB, 494; J. E. STAM, «Elección», en DIB, 187.
[6] J. E. STAM, «Elección», en DIB, 187. Y continua diciendo: «En contraste con documentos de pueblos paganos contemporáneos, que atribuyen su “elección” a su superioridad nacional, el deuteronomista se halla perplejo ante el misterio, ¿por qué Yahvéh escogió a Israel para redimirlo de Egipto y entregarle la tierra de Canaán? No fue porque eran más numerosos, poderosos e importantes (Cfr. Dt 7,7, 7,1), ni más justos y piadosos (Cfr. Dt  9,4-7) sino a pesar de ser “pueblo de dura cerviz” (Cfr. Dt 9, 6-8.13; 5,21). Fue por el puro amor y el favor inexplicable de Yahvéh (Cfr. Dt 4,37s; 7,6-8; Ex 33,19), confirmado por su juramento y pacto (Cfr. Dt 7,8; 9,4s)», p. 188.
[7] I. ELLACURÍA, «Historicidad de la salvación cristiana», en I. ELLACURÍA – J. SOBRINO, ed. Mysterium liberationis, I, UCA editores, San Salvador 2008, 334.
[8] Los relatos patriarcales revelan que Dios hizo un pacto con Abraham, el cual constituyó una elección y la base de toda exposición subsecuente de la elección (Cfr. Gen 15, 18; 17, 2-21) De hecho, tanto el relato del Éxodo (Cfr. Ex 2, 24; 6, 4) como muchos pasajes deuterocanónicos sobre la elección (Cfr. Dt 4, 31-37: 7, 6-9, etc.) hacen referencia retrospectiva a este pacto.
[9] I. ELLACURÍA, «Historicidad de la salvación cristiana», en Mysterium liberationis, I,  334.
[10] J. GUILLET, «Elección», en VTB,  264. En esta misma línea también están  los prodigios narrados por otros pasajes bíblicos como el de la nube que aparece en el libro de los Números (Cfr. Nm 9, 15-17.23) o la milagrosa toma de Jericó (Cfr. Jos 6, 1-27). La lista, de hecho, es más larga, bástenos estas muestras para hacernos una idea general. En ellos y en los restantes está implícito o explícito el hecho electivo de Dios para con Israel.
[11] G. M. SALVATI, «Elección» en DTE, 300.
[12] M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre. Vocación y Misión, Mensajero, Bilbao 2004,42.
[13] Eso queda remarcado en libros sagrados como el de Jonás, si bien el ejemplo es personal pero refleja la conciencia del pueblo. Jonás piensa que ir a predicar a un pueblo pagano no vale la pena, que no tiene sentido, de todos modos Nínive no es el pueblo elegido, a lo cual Dios le reprocha severamente. El libro bíblico presenta el siguiente esquema: Elección-llamada de Jonás (Cfr. Jon 1,1), Reacción de rechazo de Jonás (Cfr. Jon 1, 3), consecuencias de la desobediencia (Cfr. Jon 1, 3-15; 2, 1-13), obediencia a la elección-llamada y misión por medio de la predicación a la ciudad pagana de Nínive (Cfr. Jon 3), enojo de Jonás por la conversión (Cfr. Jon 4,1-3), Yahvéh explica por qué lo mandó (Cfr. Jon 4, 4-10).
[14] Ama a la viuda de Sarepta enviándole al profeta Elías que le resucita a su hijo (Cfr. 1 Re 17,7-24), ama al sirio Naaman a quien da sanidad (Cfr. 2 Re 5), la historia de Ruth deja entrever que Dios no sólo ama a los que no son israelitas sino que también los elige para ayudar a cumplir su plan de salvación.
[15] A este respecto conviene tener en cuenta lo que nos dice Marco Salvati respecto al tema de la elección en su sentido escatológico, que tiene que ver también con la elección en la historia, pues ésta se da en cuanto que Dios nos ha elegido para llevarnos a la eternidad, el teólogo italiano dice: «La elección, entendida como acción histórica con que Dios llama a Israel y a la humanidad al pacto salvífico, tiene como antecedente la predestinación, es decir, una toma de posición  en-favor -de y como punto final la glorificación eterna del hombre…El concilio de Quercy (853) recuerda que “Dios quiere que todos los hombres se salven, sin excepción (Cfr. 1 Tim 2,4) aunque no todos se salvan” (DS 623); esto significa que, si alguno no goza de la salvación, esto se debe a que algunos se sustraen de forma culpable y autónoma de la voluntad de Dios: “el hecho que unos se salven es un don que se les hace; el hecho que algunos se pierdan, es por su culpa”  O sea que la elección no se da para formar el grupo de los condenados y de los salvados, eso no viene de Dios, por eso continua diciendo “En la comprensión del misterio de la elección  no hay que caer en las redes del individualismo (¿por qué uno se salva y otro no?)”: la elección se refiere a la comunidad de Israel, a la comunidad eclesial, a la comunidad humana», G. M. SALVATI, «Elección», en DTE, 299-300.
[16] J. RATZINGER, La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, San Pablo, Buenos Aires 2006, 116.
[17] Cfr. J. GUILLET, «Elección», en VTB266.
[18]  «Si bien la Biblia nos ha conservado toda una serie de “vocaciones” fuertemente personalizadas, nos revela también que el conjunto del pueblo de la Alianza ha recibido una vocación específica y esta ha hecho de su historia una verdadera “historia santa”. Y sólo a través de los acontecimientos, dichosos y desgraciados, es como Israel tomará conciencia de su vocación como pueblo “llamado” a una misión profética en el seno de la humanidad». M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre. Vocación y Misión, Mensajero, Bilbao 2004, 41.
[19]  Es interesante lo que nos dice J. A. ESTRADA: «El pueblo es de Dios y de él viene su identidad. Para Israel la historia profana es también la salvífica. Su Dios no es alguien lejano y despreocupado de la suerte del hombre, sino, al contrario, es el origen de la vida y el Señor de la historia que interviene salvando y mostrando el camino de la salvación». J A ESTRADA, «Pueblo de Dios», en I. ELLACURÍA – J. SOBRINO, ed. Mysterium liberationis, II, UCA editores, San Salvador 2008, 176.
[20] M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre. Vocación y Misión, Mensajero, Bilbao 2004, 42.
[21] J. A. ESTRADA, «El Pueblo de Dios», en Mysterium liberationis, II, 176.
[22] A. CENCINI, Dios de mi Vida. Discernir la acción divina en la historia personal, Paulinas, Bogotá 2009, 28.
[23] J. J. ROUSSEAU, El Contrato Social, Maxtor, Valladolid 2008. El capítulo VI del Libro I,  lo titula «El Pacto Social», 24-29.
[24] Cfr. J. RATZINGER, La Iglesia, una comunidad siempre en camino, 27.
[25] T. BARGIEL, «Vocación» en DTE, 1034-1035. Si bien el ejemplo que nos presenta T. BARGIEL es entorno a la llamada personal, eso mismo pasa con la llamada comunitaria, ya que Israel también será llamado por Dios como atestigua Is 48,12. Sobre que la Palabra  de Dios es creadora puede verse también: M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre. Vocación y Misión, 49; L. RUBIO, El Misterio de Cristo en la Historia de la Salvación, Sígueme, Salamanca 1998, 53.

[26] R. SÁNCHEZ-CHAMOSO, Misión y Vocación en DPV, Sígueme, Salamanca 2005, 707.
[27] J. PIERRON-P. GRELOT, «Misión», en VTB, 548; J. RATZINGER, La Iglesia, una comunidad siempre en camino, 116.
[28]Cfr. J. PIERRON-P. GRELOT, «Misión», en VTB, 548.
[29] J. PIERRON-P. GRELOT, «Misión», en VTB, 548. Es interesante lo que apunta J Ratzinger: «setenta (setenta y dos) era según la Tradición judía (Gen 10; Ex 1,5; Dt32, 8), el número de los pueblos del mundo. El hecho de que el Antiguo Testamento griego, nacido en Alejandría fuera atribuido a setenta(setenta y dos) traductores debía significar que con aquél texto en lengua griega el libro sagrado de Israel se había convertido en la Biblia de todos los pueblos, como luego ocurrió de hecho, al adoptar los cristianos aquella versión», J. RATZINGER, La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, 22-23.
[30] B.M. FERRY, «Misión», en DEB, 1036.
[31] A. M. GERARD, por ejemplo, plantea que «el examen del texto induce con mucha más seguridad a ver en la “Señora Electa” una personificación de la Iglesia o, mejor aún de una Iglesia particular, asamblea de los cristianos cuya “madre” es ella, resultando efectivamente ellos mismos elegidos (Cfr. 1Pe 1,1) por Dios para servir a su eterno designio de salvación (Cfr. Rm 11, 7; 1 Cor 1, 27-30)», A.M. GÉRARD, «Electa, Señora» en DEB, 495.
[32] J. GUILLET, «Elección», en VTB, Herder, Barcelona 1982, 268.
[33] Cfr. A. ALCALÁ, Iglesia, BAC, Madrid 1963, 81-88;112-115; J A. SAYÉS, La Iglesia de Cristo, Palabra, Madrid 2003, 204-227; F. MATEOS, Cristo amó a su Iglesia, Nueva Evangelización, México 1997, 94-98.
[34] P. BUIS, «Elección», en DEB, 494.
[35] Para un estudio más profundo sobre la terminología ocupada en el Nuevo Testamento entorno al concepto de la primitiva comunidad cristiana recomendamos el texto y las notas explicativas de L. COENEN, «Iglesia(Ekklēsía)», en DTNT, II, Sígueme, Salamanca 1980, 322-334.
[36] W. WARNACH, «Iglesia» en DTB, Herder, Barcelona 1966, 477-478.
[37] P. TERNANT, «Iglesia» en  VTB, Herder, Barcelona 1982, 404-405.
[38] L. COENEN, «Iglesia (Ekklēsía)» en DTNT, II, Sígueme, Salamanca 1980, 323.
[39] M. SEMERARO, «Iglesia», en DPV, 551
[40] Cfr. J. RATZINGER, La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, 20.
[41]  A este respecto M. Hubaut comenta: « En la Biblia toda vocación está ligada a una misión […] Toda vocación es una misión destinada a liberar a nuestros hermanos de la opresión […] No somos nosotros mismos los que nos damos una misión, sino que la recibimos», M. HUBAUT, Dios te llama por tu nombre. Vocación y Misión, 20.
[42] R. SÁNCHEZ-CHAMOSO, «Misión y Vocación», en DPV, Sígueme, Salamanca 2005, 711.
[43] J. RATZINGER, La Iglesia. Una comunidad siempre en camino, 90.





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