lunes, 27 de agosto de 2012

DOMUND 2012: PRIMERA CATEQUESIS MISIONERA



CATEQUESIS N.1
LA IGLESIA: COMUNIÓN Y MISIÓN

1.      MOTIVACIÓN
«La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo». Así de claras son las palabras de Juan Pablo II en el n. 4 de la Redemptoris Missio. Ahora bien, como dice el mismo documento en el n. 24: «la misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu». Por tanto, la misión que nace de la fe en Jesucristo y que testimonia la Iglesia tiene su origen en Dios, en ese sentido está orientada totalmente a la construcción del Reino de Dios; es un servicio, según lo que nos dice en otra parte el Papa: «el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento» (RM 18).
Pero la fe de los miembros de la Iglesia en vistas a la construcción del Reino de Dios, debe adquirir una forma visible y al mismo tiempo creíble en la historia. ¿Cómo demuestra la Iglesia que está sirviendo al Reino? Fundamentalmente de dos modos: viviendo la caridad de Cristo en términos de comunión-caridad y compartiendo el don de la fe que ha recibido en términos de misión-evangelización.
De nuevo el Papa Juan Pablo II nos recuerda: «en efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir «la comunión fraterna» (koinonía) significa tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32), instaurando una comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y material» (RM  26).
Y, sin embargo, la fe no se vive completamente si sólo se comparte con el grupo cerrado de los creyentes, pues, hay un principio básico del proceso evangelizador que dice: «la fe se fortalece dándola» (RM 2). Justamente porque la fe es un don de Dios, al intentar aprisionarla, retenerla en el círculo de amigos, de mi grupo de oración, de mi movimiento de apostolado, de mi grupo de amigos sacerdotes, de mi congregación religiosa, de mi comunidad, etc., se atenta contra la esencia misma de la misión, que es un don de Dios para la salvación del mundo.
Por tanto, la misión se entiende, en primer término, como un servicio, el cual adquiere la forma de la comunión. Así nos lo deja claro la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI: «el esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad» (n. 1). La fe se entiende, entonces, en el marco del proceso evangelizador, como fidelidad al mensaje del que somos servidores respetando la dignidad de las personas a las que estamos llamados a anunciar el Evangelio, según las palabras de Pablo VI: «esta fidelidad a un mensaje del que somos servidores, y a las personas a las que hemos de transmitirlo intacto y vivo, es el eje central de la evangelización» (EN 4).
La misión nace en el seno de la comunión intra-trinitaria, pues del seno de la Trinidad procede el Misionero del Padre, Jesucristo, porque dice Jesús: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30) hasta poner de manifiesto el sentido de su venida: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Ahora bien, la misión adquiere una forma histórico-sacramental en el momento de la encarnación con el fiat («hágase») de María y con la convocación de los doce apóstoles para hacer creíble en la historia la venida del Hijo con la fuerza del Espíritu Santo. Así es la dinámica de la misión. La comunión trinitaria no se agota en sí misma sino que se comunica a los hombres: «como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). La comunión es un elemento constitutivo de la misión. Y su sentido contrario también es verdadero: la división mata la misión.
Llegados a este punto, no debería ser difícil comprender las palabras de la Evangelii Nuntiandi n. 15: en primer lugar, la Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce, de modo que, nacida de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El; en segundo lugar, la Iglesia toda —desde los obispos hasta el más sencillo de los evangelizadores— con humildad y diligencia comienza por evangelizarse a sí misma; en tercer lugar, no hay que olvidar que la Iglesia es depositaria y no propietaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada, sólo en esa perspectiva se dice que la Iglesia, enviada y evangelizada, envía a los evangelizadores.


2.      DIALOGANDO CON EL PAPA
Del mensaje del Papa retomamos dos pensamientos. En primer lugar, un fragmento en el que el pontífice insiste en la responsabilidad que todos los miembros de la Iglesia tenemos de frente a la misión. En segundo lugar, cómo la comunión y el ejercicio de la caridad misionera son un antídoto contra la indiferencia y la falta de fe en el mundo.

a)      Eclesiología misionera:
Así, no sorprende que el Concilio Vaticano II y el Magisterio posterior de la Iglesia insistan de modo especial en el mandamiento misionero que Cristo ha confiado a sus discípulos y que debe ser un compromiso de todo el Pueblo de Dios, Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos. El encargo de anunciar el Evangelio en todas las partes de la tierra pertenece principalmente a los Obispos, primeros responsables de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del colegio episcopal, o como pastores de las iglesias particulares. Ellos, efectivamente, “han sido consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo” (Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio, 63), “mensajeros de la fe, que llevan nuevos discípulos a Cristo” (Ad Gentes, 20) y hacen “visible el espíritu y el celo misionero del Pueblo de Dios, para que toda la diócesis se haga misionera” (ibíd., 38).

b)      El anuncio se transforma en caridad:
¡Ay de mí si no evangelizase!, dice el apóstol Pablo (1 Co 9,16). Estas palabras resuenan con fuerza para cada cristiano y para cada comunidad cristiana en todos los continentes. También en las Iglesias en los territorios de misión, iglesias en su mayoría jóvenes, frecuentemente de reciente creación, el carácter misionero se ha hecho una dimensión connatural, incluso cuando ellas mismas aún necesitan misioneros. Muchos sacerdotes, religiosos y religiosas de todas partes del mundo, numerosos laicos y hasta familias enteras dejan sus países, sus comunidades locales y se van a otras iglesias para testimoniar y anunciar el Nombre de Cristo, en el cual la humanidad encuentra la salvación. Se trata de una expresión de profunda comunión, de un compartir y de una caridad entre las Iglesias, para que cada hombre pueda escuchar o volver a escuchar el anuncio que cura y, así, acercarse a los Sacramentos, fuente de la verdadera vida.


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA
Según la Evangelii Nuntiandi la misión se entiende como un acto eclesial, derivado del mandato del Señor. ¿Qué significa que la misión sea un acto eclesial?
Leamos atentamente  el texto y expresemos libremente lo que pensamos de su contenido, intentando responder a la pregunta planteada. Si es necesario lo leeremos más de una vez.

Evangelii Nuntiandi n. 60:
La constatación de que la Iglesia es enviada y tiene el mandato de evangelizar a todo el mundo, debería despertar en nosotros una doble convicción.
Primera: evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia. Esto supone que lo haga, no por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre.
De ahí, la segunda convicción: si cada cual evangeliza en nombre de la Iglesia, que a su vez lo hace en virtud de un mandato del Señor, ningún evangelizador es el dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la Iglesia y sus Pastores.


4.      MEDITAR LA PALABRA

Para concluir hacer un ejercicio de Lectio Divina utilizando el capítulo 17 del Evangelio de san Juan.





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