lunes, 10 de octubre de 2011

Ventana Misionera n. 26. La misión es un acto comunitario. No dejar solo al misionero.




Por: Pbro. Edgardo Rodríguez.
Rosita (Nicaragua). Viernes 7 de octubre de 2011. Venimos llegando de la comunidad de El Pejibaye, del municipio de Bonanza. Esta vez me acompañó el futuro Diácono Cristóbal. Fue una caminada de 4 horas, ida y regreso. Los guías nos dijeron que nos llevarían por un camino mas seco, pues por el otro estaban jalando madera y está batido.
Debido a que estaba enfermo desde hace una semana, después de una hora de camino, me sentí cansado pero no podía detenerme. De pronto me señalaron una casa de palma y me dijeron si podía pasar a ver a la catequista de Bautismo de la comunidad, que había sido picada por una serpiente “de las propias”. Entre sólo, por aquello de algunas creencias de la región y me recordé del los otros trabajadores que han fallecido por las mismas causas y… me faltaron palabras…
Ya en la capilla había ambiente de fiesta, era la primera vez que celebraban a su patrona con una Misa. Tenían preparados 1 matrimonio, 4 primeras comuniones y 5 confirmaciones. Entre los de la primera comunión tres de ellos eran adultos. Revisé los apuntes y confesé sacando fuerzas de la misma debilidad… Pero gracias a Dios, en palabras que no dicen nada y lo dicen todo, “estuvo muy bonito”.
Al llegar a la ciudad, todavía llegamos a tiempo de descansar y bañarnos antes de la misa del pueblo. Pensé en la próxima parroquia que recibiremos…
Monseñor David, estuvo este fin de semana con nosotros y nos explicaba que la parroquia de Rosita abarca dos municipios: Rosita y Prinzapolka. Fui a ver el mapa y descubrí que la parroquia será casi del tamaño de la mitad de El Salvador. Sólo que menos poblado.
Monseñor nos insistía que debemos ir a la zona de Prinzapolka y explorar un poco la región río abajo, llegando hasta el mar; que nos contactemos con gente de Alamikamba (la cabecera del municipio) e investiguemos si hay comunidades católicas en otros poblados. Nos dio unos números telefónicos y nos recomendó también que buscáramos al diácono permanente de Bilwi, que habla miskito, para que nos ayude o el mismo haga el recorrido por la zona; nos decía que si no hay llegada por el rio, que habláramos con los de Bilwi, tal vez ellos pueden entrar por el mar con más comodidad… Oía todas las indicaciones del Señor Obispo Auxiliar y en mi cabeza pensaba “ojalá que mi Diócesis no me deje sólo…”.

jueves, 29 de septiembre de 2011

EL P. LUIS BENÍTEZ PRESENTA SU LIBRO


La Universidad Don Bosco y la Editorial Universitaria Don Bosco

Tienen el agrado de invitarle a la presentación del libro:

LA IGLESIA Y LA INDEPENDENCIA POLÍTICA DE CENTROAMÉRICA:
EL CASO DEL ESTADO DE EL SALVADOR (1808-1832)
Del Pbro. y Dr. Luis Ernesto Ayala Benítez

PROGRAMA:
1. Palabras de Bienvenida.
2. Comentario por el Dr. Carlos Gregorio López Bernal.
3. Presentación del libro por Pbro. Dr. Luis Ernesto Ayala Benítez

JUEVES, 06 DE OCTUBRE DE 2011
LUGAR: UNIVERSIDAD DON BOSCO,
CAMPUS DE ANTIGUO CUSCATLÁN
HORA: 5:30 PM.

Para confirmar asistencia: 22 51 82 12

lunes, 12 de septiembre de 2011

DOMUND 2011. CUARTA CATEQUESIS MISIONERA








AMPLIAR LOS HORIZONTES DE LA MISIÓN

1. Motivación

La misión, entendida en su modo más específico ―como misión ad gentes―, no ha perdido su actualidad. Esa convicción es la que encontramos en el n. 33 de la Encíclica Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990).

Es importante comprender que la distinción que hace Juan Pablo II entre misión ad gentes, nueva evangelización y atención pastoral (RM, 33-34), no se refiere a «tres misiones» distintas, sino a tres modos circunstanciales de realizar la única misión. Afirmemos, pues, que la misión, en cuanto a su origen trinitario, es una sola y lo que puede variar son sus métodos, las circunstancias y los contextos en que se realiza.

A partir de esta premisa no es difícil comprender otros aspectos de la realidad eclesial:

1. Aunque todas las comunidades cristianas, en función del bautismo, estén llamadas a ejercer la misión, sin embargo, no todas tienen el mismo grado de conciencia misionera. Por consiguiente también su práctica de la misión es limitada. De hecho, hay estructuras eclesiales que viven actualmente el nivel de la atención pastoral, es decir, el nivel de «comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas» (RM, 33); este nivel es el que encontramos en parroquias y comunidades bien consolidadas.

2. En cambio, hay otras comunidades que no sólo viven en los límites de la vida cotidiana de la parroquia o las diversas estructuras parroquiales, sino que arriesgan un poco más. En el sentido de llamar la atención no sólo de los que frecuentan normalmente la comunidad, sino de aquellos, que aun llamándose católicos, han perdido contacto con la comunidad cristiana parroquial y viven en un estado de evidente indiferencia. A este nivel lo llamamos proceso de nueva evangelización.

3. La posibilidad de acceder a un estado específico de misión ad gentes depende de una inteligente y creativa correlación entre el estado normal de las estructuras eclesiales y su avanzada en la línea de la nueva evangelización. De modo que con la nueva evangelización no se busca simplemente «traer o atraer más gente al redil», sino de traerlos y atraerlos para que se proyecten a la misión ad gentes, si esto último no se logra se está dañando la esencia misma de la Iglesia, incluso con toda la buena intención del mundo.

¿Cuáles han de ser las líneas de acción a seguir para alcanzar el grado de madurez eclesial que implica la misión ad gentes?

En primer lugar, hay que apostarle a la linealidad misionera, es decir, que la misión ha de entenderse como el punto culminante o el estado de madurez que parte de la pastoral ordinaria, se refuerza en los procesos de evangelización y desemboca en la proyección más allá de las fronteras. Está comprobado que las comunidades que siguen esta linealidad son comunidades más fuertes y más dinámicas.

Cuando no se respeta esta linealidad la parroquia se estanca y comienza a girar en torno a sí misma, decantando en modas religiosas sentimentalistas o en el activismos económico y social. Ni el sentimiento, ni los eventos para recaudar fondos en vistas a la promoción social son contrarias a la misión, al contrario forman parte de ella, pero ambos aspectos han de ser integrados en la complejidad de la misión y no favorecer unilateralmente uno de ellos en defecto de todo el esfuerzo misionero.

En segundo lugar, es importante comprender que los tres niveles de la misión no son independientes unos de otros. Por ello, sin negar la linealidad misionera, se da también entre ellos una correlación. La comunidad consolidada y pastoralmente estable sostiene material y espiritualmente a los que están en la vanguardia de la misión ad gentes. A su vez tanto la pastoral ordinaria como la misión ad gentes están proporcionando los insumos necesarios para la organización de los procesos de evangelización.

Son, pues, elementos estructurales necesarios para hacer funcionar una parroquia misioneramente: 1) que las comunidades cristianas tomen conciencia del estado actual de la misión en la diócesis y en el mundo, a eso lo llamamos animación misionera; 2) que conociendo las necesidades materiales y espirituales que sufre la Iglesia estemos dispuestos ayudar, hablamos entonces de cooperación misionera; 3) que ninguna de las anteriores puede funcionar si no existe una estructura que sostenga a los misioneros, por ello hablamos de organización misionera; 4) que el ejercicio de la misión no es cuestión de buenas intenciones, sino de un conocimiento específico de los contenidos que la rigen, ello se adquiere con la formación misionera; 5) que nada se habría logrado si todos estos esfuerzos no concluyen en la efectiva implicación en la misión ad gentes, a eso lo llamamos proyección misionera.

En tercer lugar, aunque debería ser el primero en el orden estratégico, se requiere que el obispo, sus párrocos y vicarios se impliquen directamente en la promoción de la esencia misionera de la Iglesia. Concretamente, es indispensable, dado que hablamos de la esencia de la Iglesia, que en los seminarios donde se forman los futuros sacerdotes se imparta la materia de Misionología, de preferencia durante los años de teología. Que los seminaristas adquieran no solo los conocimientos teóricos sobre la misión, sino que aprendan las técnicas pastorales básicas para la elaboración de proyectos de animación misionera. También los sacerdotes deben gozar de amplios espacios de formación en vistas a la misión, dado que son ellos los que tienen un contacto más directo con las comunidades cristianas a quienes interesa despertar el amor por la misión.

  1. Escuchando al Papa

Del Mensaje del Papa:

Destinatarios del anuncio del Evangelio son todos los pueblos. La Iglesia “es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Ad gentes, 2). Esta es “la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14). En consecuencia, no puede nunca cerrarse en sí misma. Se arraiga en determinados lugares para ir más allá. Su acción, en adhesión a la palabra de Cristo y bajo la influencia de su gracia y de su caridad, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y a todos los pueblos para conducirlos a la fe en Cristo (cfr Ad gentes, 5).

3. La misión compartida

Dialoguemos los textos siguientes tomados de la Exhortación Apostólica Verbum Domini, n. 91:

El Verbo de Dios nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). Su Palabra no sólo nos concierne como destinatarios de la revelación divina, sino también como sus anunciadores.

En efecto, lo que la Iglesia anuncia al mundo es el Logos de la esperanza (cf. 1 P 3,15); el hombre necesita la «gran esperanza» para poder vivir el propio presente, la gran esperanza que es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1)». Por eso la Iglesia es misionera en su esencia. No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita este anuncio. El Señor mismo, como en los tiempos del profeta Amós, suscita entre los hombres nueva hambre y nueva sed de las palabras del Señor (cf. Am 8,11). Nos corresponde a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia.

4. Meditar la Palabra

Leer el texto siguiente y compartir las preguntas:

Hechos 1,8.

Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.

a) ¿Qué analogía descubrimos entre el texto bíblico y los tres niveles de la misión (atención pastoral, nueva evangelización y misión ad gentes)?

b) ¿Se viven en nuestra parroquia los tres niveles con la misma intensidad?

c) ¿Tiene nuestra comunidad algún contacto con proyectos misioneros más allá de los límites parroquiales?

¿Qué podemos hacer para fortalecer la misión ad gentes?

DOMUND 2011. TERCERA CATEQUESIS MISIONERA










1. Motivación

El primero y principal misionero es Jesucristo. Con su encarnación inaugura el proceso histórico de la misión. El sí de María a la propuesta de ser la madre del Salvador es la puerta que permite el ingreso del Espíritu Santo para que este pueda configurar a la Iglesia.

El prólogo del Evangelio de San Juan presenta a Jesucristo como la Palabra del Padre: Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). De tal manera que hay una íntima relación entre Palabra de Dios y Misión.

Hay que aclarar que cuando decimos “Palabra de Dios” no entendemos, en primer lugar, el texto escrito, es decir, lo que llamamos “La Biblia”, sino la persona misma de Jesucristo. Por tanto, la Palabra de Dios no es un simple sonido nominal o escrito, sino una persona que en sí recoge el misterio de Dios y del hombre.

En la correlación entre Palabra de Dios y Misión la prioridad la tiene la Palabra de Dios. ¿Por qué? Porque fue la necesidad de predicar la Palabra a todos los pueblos la que originó la Misión. Es teológicamente correcto afirmar que “de la Palabra de Dios surge la Misión de la Iglesia” (Verbum Domini, 92). Por tanto, históricamente no es la Iglesia la que da origen a la misión, sino al revés, es la misión ―entendida como predicación de la Palabra― la que justifica la existencia de la Iglesia.

Según esto, la lectura personal y comunitaria de la Palabra de Dios nos sitúa en el corazón de la misión. El sentido contrario de esta idea es también verdadero, es decir, quien no tiene contacto con la Palabra de Dios no puede conocer los contenidos principales de la misión. De modo que el contacto personal con la Palabra de Dios pone al cristiano en el camino de una auténtica espiritualidad misionera. Al mismo tiempo, el contacto comunitario con la Palabra de Dios nos induce a tener un mayor aprecio de la Liturgia como lugar privilegiado de la lectura orante de la Palabra de Dios y a valorar en modo especial la Eucaristía en la que Jesucristo se nos da como comida sacramental, actualizando de ese modo la presencia de la Palabra de Dios en nosotros.

Desde un punto de vista sacramental la misión está directamente conectada con el bautismo. A su vez el bautismo reclama la participación de los cristianos en el triple modo de vivir el misterio de Cristo: profético, sacerdotal y real. Pues bien, es la lectura y meditación de la Palabra de Dios la que nos proporciona la caracterización de la misión a partir del bautismo: como anuncio explícito de la Palabra (función profética: kerygma-martyria); como participación y celebración de los misterios cristianos (función sacerdotal: leiturgia) y como testimonio en la caridad (función real: diakonia) [Benedicto XVI, Deus Caritas Est, 25]. Así se llega a las tres leyes que rigen una equilibrada espiritualidad misionera: la liturgia entendida en modo amplio (lex orandi), el estudio de la teología y la aceptación en la fe del cuerpo doctrinal (lex credendi) y el testimonio de vida (lex vivendi).

2. Escuchando al Papa

Del Mensaje del Papa:

La misión universal implica a todos, a todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido, sino que es un don que hay que compartir, una buena noticia que hay que comunicar. Y este don-compromiso le es confiado no solamente a algunos, sino a todos los bautizados, los cuales son «un linaje elegido, [...] una nación santa, un pueblo adquirido por Dios» (1 Pe 2, 9) para que proclame sus obras maravillosas.

3. La misión compartida

De la Exhortación Apostólica Verbum Domini del Papa Benedicto XVI:

N. 93:

Por lo tanto, la misión de la Iglesia no puede ser considerada como algo facultativo o adicional de la vida eclesial. Se trata de dejar que el Espíritu Santo nos asimile a Cristo mismo, participando así en su misma misión: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21), para comunicar la Palabra con toda la vida. Es la Palabra misma la que nos lleva hacia los hermanos; es la Palabra que ilumina, purifica, convierte. Nosotros no somos más que servidores.

Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo. Renovamos en este sentido la conciencia, tan familiar a los Padres de la Iglesia, de que el anuncio de la Palabra tiene como contenido el Reino de Dios (cf. Mc 1,14-15), que es la persona misma de Jesús (la Autobasileia), como recuerda sugestivamente Orígenes. El Señor ofrece la salvación a los hombres de toda época. Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. No se trata de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva.

N. 94:

Puesto que todo el Pueblo de Dios es un pueblo «enviado», el Sínodo ha reiterado que «la misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo». Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia, como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada uno en su propio estado de vida, está llamado a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano.

4. Meditar la Palabra

Hacer una Lectio Divina del texto de Hebreos 4,12-13.

DOMUND 2011. SEGUNDA CATEQUESIS MISIONERA







LA CORRESPONSABILIDAD MISIONERA

1. Motivación

La misión es un acto comunitario. Tiene su origen en el seno de la comunión trinitaria y se despliega históricamente en el mundo por medio de la Iglesia, comunidad de discípulos. La misión conforma la comunidad y la comunidad hace presente la misión en la historia.

Ahora bien, lo más normal en una auténtica comunidad cristiana es que entre sus miembros haya respeto y colaboración. De manera que si Dios, comunidad trinitaria, es el origen de la misión y si Dios es amor (1Jn 4,16), entonces la misión debe ser expresión de ese amor.

De modo que sólo las personas que aman se sienten responsables del destino de sus hermanos. El egoísta y el individualista no se sienten responsables de sus hermanos. Cuando Dios pregunta a Caín dónde está su hermano Abel, su respuesta fue: ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? (Gn 4,9).

Así se explica que si la responsabilidad es fruto directo de la libertad cristiana, entendida en el contexto del ejercicio de la caridad, entonces la corresponsabilidad misionera es la decisión que toman los creyentes en Cristo de apoyarse mutuamente para difundir su Reino en el mundo.

La corresponsabilidad misionera tiene un triple despliegue: a) la animación misionera; b) la cooperación misionera; c) la formación misionera. Estas tres dimensiones completan el ciclo de mutuo apoyo que todas las comunidades están llamadas a ejercitar para poder llamarse efectivamente misioneras. Una comunidad cristiana que nunca apoya materialmente a las comunidades más necesitadas lacera seriamente la comunión eclesial; lo mismo sucede cuando no presta ayuda en términos de apoyo con recursos humanos bien formados para fortalecer aquellas comunidades que tienen escasa formación misionera; todavía más evidente es la falta de corresponsabilidad misionera cuando una comunidad que se dice cristiana nunca ora por sus hermanos y hermanas que tienen una débil estructura eclesial. La misión no es cuestión de buenas intenciones o de sentimentalismo misionero, sino de apoyo material concreto, de presencia física en los lugares más necesitados y apoyo logístico efectivo en los procesos misioneros. No se trata de ser cristianos sólo nominalmente, sino efectivamente.

Por eso hemos hablado en la primera catequesis de la necesidad de la conversión para ejercer la misión. Es tiempo de preguntarse si nuestro cristianismo personal no pasa de ser un sentimiento y no tiene nada que ver con la objetividad del cristianismo activo. Es tiempo de preguntarse si nuestras parroquias y comunidades cristianas no pasan de ser ambientes aislados donde nunca se plantea la posibilidad de salir en busca del que sufre carencias espirituales y materiales.

2. Escuchando al Papa

Del Mensaje del Papa:

La atención y la colaboración con la actividad evangelizadora de la Iglesia en el mundo no pueden limitarse a algunos momentos y ocasiones particulares, ni tampoco se pueden considerar como una más entre otras actividades pastorales: la dimensión misionera de la Iglesia es esencial, por lo que hay que tenerla siempre presente. Es importante que tanto cada bautizado como las comunidades eclesiales se interesen en la misión no de manera esporádica y ocasional, sino de manera constante, como forma de la vida cristiana.

Así, por medio de la participación responsable en la misión de la Iglesia, el cristiano llega a ser constructor de la comunión, de la paz, de la solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del proyecto salvífico de Dios para toda la humanidad. Los desafíos que esta encuentra llaman a los cristianos a caminar con los demás, y la misión es parte integrante de este camino con todos. En ella llevamos, si bien en vasijas de barro, nuestra vocación cristiana, el tesoro inestimable del Evangelio, el testimonio vivo de Jesús muerto y resucitado, encontrado y creído en la Iglesia.

3. La misión compartida

Citamos a continuación algunos números del documento de Aparecida que pueden ser compartidos y dialogados con los participantes en la segunda catequesis:

N. 155

Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1 Jn 1, 3) y con su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Co 13, 13). El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: “Un pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, llamada en Cristo “como un sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. La comunión de los fieles y de las Iglesias Particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la Trinidad.

N. 156.

La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa.

N. 176.

La Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el misterio del Hijo de Dios hecho hombre (Cf. Fil 2,6-8), nos plantea la exigencia de una evangelización integral. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino para que todos tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello, tiene que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Cada parroquia debe llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en los diversos medios en que ella se mueve, con toda “la imaginación de la caridad”. No puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que, con mucha frecuencia, son pobrezas escondidas. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece.

4. Meditar la Palabra

Para concluir recomendamos una lectura comparada de los textos siguientes: Hechos 11,27-30; 2Corintios 8,7-15.

Socializar la lectura entre los participantes.

viernes, 9 de septiembre de 2011

DOMUND 2011. PRIMERA CATEQUESIS MISIONERA

Introducción

La razón de ser de la Iglesia está directamente vinculada a la actividad misionera que ella está llamada a desempeñar (cfr. Ad Gentes, 2; Evangelii Nuntiandi, 14). De modo que es normal afirmar que la Iglesia es esencialmente misionera. A tal punto que es impropio decir que la Iglesia tiene una misión, porque, en realidad la Iglesia no tiene una misión, sino que ella es misión.

Ahora bien, si ella es misión, ¿por qué se hace necesario cada año, con ocasión del DOMUND, recordarle su propia esencia? ¿No sería lo más normal que sus miembros actuaran en proporción a lo que ella es?

Esa es la cuestión, es decir, aunque los documentos, la tradición y la doctrina afirmen la naturaleza misionera de la Iglesia en la línea de los principios, ese principio misionero que la sostiene y que conforma su situación en la historia debe ser asumido libremente. La misión no es un acto determinista e instintivo, como no lo es el acto originario en que se funda: el amor fontal del Padre, es decir, la entrada de Jesús ―Hijo del Padre y Primer Misionero― en la historia. La misión implica la libertad y la responsabilidad de los cristianos.

Por tanto, aunque una comunidad cristiana no pierda, en la línea de los principios, su esencia misionera, en cambio sí la puede debilitar e incluso perder en los hechos concretos de su desenvolvimiento en la historia. Por tanto, el DOMUND tiene sentido, no porque agregue algo a la naturaleza misionera de la Iglesia ―de hecho no le agrega nada―, sino porque su objetivo es recordar a los cristianos su razón de ser y profundizar en esa razón. De manera que el único aporte original que la Iglesia puede ofrecer al mundo es justamente la predicación y el testimonio vivo de Jesús, enviado del padre, que padeció, murió y resucitó para la vida del mundo.

A continuación, inspirados en el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Misiones 2011, se propone una catequesis misionera en cuatro temas, que puede ayudar a profundizar el sentido de la misión en nuestras comunidades cristianas.

Los temas son los siguientes: 1) Misión y conversión pastoral; 2) La corresponsabilidad misionera; 3) Palabra de Dios y Misión; 4) Ampliar los horizontes de la misión.

CATEQUESIS N. 1: MISIÓN Y CONVERSIÓN PASTORAL

1. Motivación

La conversión es un presupuesto indispensable para la misión. Una vez que Dios se ha revelado por medio de Jesucristo, el ser humano está llamado a dar una respuesta de frente a su propuesta de salvación. La conversión es necesaria, porque los intereses de la humanidad no siempre corresponden con los intereses de Dios. Ya en el prólogo del Evangelio de San Juan se pone en evidencia esta tensión entre Dios y los hombres: Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (Jn 1,11); sin embargo, también afirma que a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios (Jn 1,12).

Por tanto, la participación activa y consciente en la misión implica un acto de libertad. Tanto es así, que no es suficiente con ser una persona bautizada para hacerse llamar «misionero»; nuestro bautismo debe ser puesto en acto por medio de nuestra participación en los demás sacramentos y en la misión de la Iglesia, afirmando nuestra pertenencia al grupo de los discípulos que dan testimonio de Jesús en el mundo.

Todo cristiano, y en modo particular todo católico, debe pasar de un estado de adormecimiento en la fe a un estado activo de participación en la misión de la Iglesia.

Hay distintas expresiones de la conversión. El tipo fundamental es la conversión personal-primaria, es decir, cuando una persona que nunca ha conocido a Jesucristo decide hacerse discípulo de Jesús, es el tipo de conversión que provoca la predicación inspirada en el primer anuncio de la Palabra y que normalmente llamamos kerygma. Es el efecto de la misión realizada en zonas geográficas y ambientes culturales donde Jesús es poco o nada conocido. La conversión personal es el fundamento de cualquier otro tipo de conversión. Ejemplos clásicos de conversión personal son la conversión de San Pablo, que pasa de ser un perseguidor de la Iglesia a ser misionero de Cristo (cfr. Hch 9,1-19); también tenemos la conversión de San Agustín y de muchas otras personas que han pasado de un estado negativo de frente a Jesús a ser intrépidos heraldos de su Evangelio.

Pero cuando hablamos de conversión pastoral ¿a qué nos referimos?

La pregunta tiene dos respuestas: 1) Por una parte, se refiere a todas las personas que tienen una función directiva al interno de la Iglesia (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos animadores de comunidades, áreas de pastoral y movimientos); 2) Por otra parte, se refiere al modo cómo se desarrolla la acción pastoral en nuestras comunidades, es decir, cuál es el método empleado en la acción pastoral.

Así, cuando la conversión se refiere a los agentes responsables de la pastoral, se entiende el paso de un estado de pasividad ante los desafíos planteados por la realidad a un estado de creatividad pastoral, siguiendo y aplicando efectivamente las directrices dadas por la Iglesia.

En cambio, cuando la conversión se refiere al modo o al método cómo intentamos responder a los desafíos que plantea la realidad, nos referimos al paso de unas estructuras y procedimientos pastorales que no responden a la situación histórica actual a unas estructuras más dinámicas y actualizadas que digan algo a hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Es verdad que toda conversión supone una dolorosa ruptura con el estado presente de las cosas para poder dar espacio a una nueva visión. Se trata, como dice el Evangelio, de poner vino nuevo en odres nuevos (Lc 5,38). De modo que la conversión supone un alto grado de humildad, pero justamente la humildad nos coloca en lo más específico del mensaje cristiano: Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18,3).

2. Escuchando al Papa

Del Mensaje del Papa:

Efectivamente, el incansable anuncio del Evangelio vivifica también a la Iglesia, su fervor, su espíritu apostólico; renueva sus métodos pastorales para que cada vez sean más apropiados para las nuevas situaciones —incluso aquellas que requieren una nueva evangelización— y estén animados por el impulso misionero: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris missio, 2).

Las expresiones que más llaman la atención en la primera parte de este fragmento son que la misión “vivifica a la Iglesia” y, sobre todo, que “renueva sus métodos pastorales”. Esto quiere decir que la misión obliga a las comunidades a replantearse su estado pastoral actual. Y en una sana eclesiología nos motiva a tomar decisiones en orden a mejorar nuestros procesos de evangelización.

3. La misión compartida

A continuación proponemos algunos textos del documento de Aparecida que podrán ser compartidos en diálogo abierto con los participantes en la primera catequesis misionera:

N. 366 La conversión pastoral atañe a todos y todas

Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2,29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.

N. 367 Las dimensiones de la conversión pastoral

La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales.

Los pasos concretos para alcanzar verdadera conversión pastoral

N. 370

La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a un pastoral decididamente misionera.

N. 371

El proyecto pastoral de la Diócesis, camino de pastoral orgánica, debe ser una respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy.

4. Meditar la Palabra

Para concluir recomendamos una Lectio Divina del texto de Lc 5,1-11. (En tu palabra, echaremos las redes).

lunes, 18 de julio de 2011

FUNDAMENTO ANTROPOLÓGICO DE LA MISIÓN















Introducción
La correlación de los términos antropología y misión implicados en el tema en estudio obliga a tener claro su valor específico y la relación que se pueda establecer entre ambos.
I. PRESUPUESTO INMEDIATO DE LA RELACIÓN ANTROPOLOGÍA Y MISIÓN
1. La misión, entendida como esencia de la Iglesia, refiere su origen al misterio de la Trinidad (AG 2).
2. El punto de correlación entre antropología y misión se debe encontrar, entonces, en esa referencia a la Trinidad.
3. ¿Cuál es el mejor punto de contacto entre lo humano y lo divino, que al mismo tiempo vincule el anthropos al theos?
4. Parece evidente que el punto de contacto es el misterio de la encarnación de Jesucristo: Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros (Jn 1,14).
4.4. Al decir carne se hace tangible el Dios lejano del AT. La misión cristiana, que es específica del NT, introduce la cuestión de la entrada personal de Dios en la historia. Ello trae como consecuencia existencial la Kenosis, es decir, la libre entrada de Dios en la historia.
4.5. Por tanto, de antropología de la misión sólo es posible hablar a partir del sentido que Jesús le dé a su paso por este mundo. La vida de Jesús nos ofrece los principios fundamentales de interpretación de la antropología cristiana.
II. PRESUPUESTO MEDIATO DE LA RELACIÓN ANTROPOLOGÍA Y MISIÓN
5. Y sin embargo, la misión como esencia de la Iglesia (AG 2), se refiere a la Trinidad entera y no solamente a la segunda persona. De modo que una correcta antropología de la misión debería plantearse en qué modo el Padre y el Espíritu Santo participan en la correlación antropología y misión.
6. Para vincular la misión del Padre y del Espíritu Santo con la del Hijo es indispensable partir ―antes del acto de la redención― del acto de la creación: Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8,22).
7. Pero no solo la creación, como macro-contexto, estable relaciones entre las personas de la Trinidad. Hay otros dos ámbitos que median en la relación antropología y misión. Me refiero a la cultura y a la historia.
7.1. Si el acto de la creación implica en primer lugar a Dios, en cambio la cultura y la historia implican en primer lugar al hombre y la mujer. La primera noción acerca de los cultores del mundo la tenemos en el libro del Génesis: Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador (Gn 3,2).
7.2. El presupuesto remoto de la complejidad de la relación entre antropología y misión, y en último término, entre Dios y el hombre, se da en modo simbólico en la construcción de la primera ciudad, como expresión de la autoafirmación del hombre de frente a Dios, después del pecado: Caín engendra a Henoc. Estaba construyendo una ciudad, y la llamó Henoc, como el nombre de su hijo (Gn 4,17). Naturalmente la máxima expresión de esta tendencia hay que buscarla en Babel, en Sodoma o en Babilonia (¿En New York, en Pekin?).
7.3. El único elemento que permanece intacto es la presencia de Dios en el hombre. Desde el momento que Dios crea a la primera pareja y les concede el estado de ser su imagen, en ese momento se está posibilitando la relación entre Dios y los hombres, por más que dicha relación sea problemática y vaya reclamando una serie de alianzas para restablecer las diferencias. El hombre es primero imago Dei y a partir de ese presupuesto es capax Dei.
III. PASAJES SUGERIDOS PARA FUNDAR ANTROPOLÓGICAMENTE LA MISIÓN
8. La antropología en sentido bíblico.
9. La antropología cristiana.
10. Antropología y misión.
11. La inculturación como ámbito de encuentro entre antropología y misión.
12. Iglesia, cultura y Reino de Dios.

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