Cripta
de Catedral Metropolitana
San
Salvador, El Salvador, C.A., 14 de octubre de 2018
Homilía dirigida por:
Pbro. Juan Vicente Chopin
Estimados hermanos y hermanas, hoy hemos venido a
proclamar que los pobres tenían razón: Mons. Romero es santo. Y la contraria
también es verdadera, es decir, sus detractores y sus enemigos no tenían la
razón. No la tuvieron cuando él estuvo vivo, tampoco cuando lo mataron y muchos
menos ahora. Sin embargo, la canonización no es un punto de llegada, en todo caso
lo es solo desde el punto de vista canónico. Porque en sentido estricto esta
celebración eclesial es un punto de partida. Se abre paso una nueva primavera
en la vida de la Iglesia y de la sociedad salvadoreña.
En esta reflexión me centraré en cuatro aspectos: 1. En
primer lugar les leeré el acta del martirio de San Óscar Arnulfo Romero (aun no
concluida). 2. Establezco la correlación entre Jesús y San Romero en el núcleo
originario de la predicación evangélica. 3. Luego me referiré a las personas
que ayudaron a Mons. Romero y sin cuyo trabajo no tendríamos esta imponente
figura. 4. Finalmente, haremos algunas demandas que hagan aplicable y actual el
pensamiento y el legado de San Romero.
1.
ACTA DEL MARTIRIO DE
OSCAR ARNULFO ROMERO GALDÁMEZ, ARZOBISPO DE SAN SALVADOR, EL SALVADOR, CENTRO
AMÉRICA, ASESINADO EN SAN SALVADOR, EL 24 DE MARZO DE 1980 (en proceso de
redacción)
Estimados hermanos y hermanos, les cuento que
estamos redactando el acta del martirio de San Óscar Romero, puesto que todo
mártir debe tener su acta, en la cual quedan consignados los acontecimientos
principales de su vida e indicados los responsables de su martirio. El texto
final de esta acta debe ser validado por todas las comunidades que han
defendido su memoria y también por las personas que le conocieron, a fin de que
se trate de un texto apegado a los hechos históricos. A continuación doy
lectura a la parte del acta que recién hemos concluido:
[La Iglesia de Dios, que peregrina en San Salvador a
todas las Iglesias que peregrinan en Centro América, a las Iglesias del
continente latinoamericano, y a todas las Iglesias diseminadas por el mundo; a
los hermanos de las iglesias evangélicas y a los hombres y mujeres de buen
corazón que respetan los derechos de la persona humana; que la misericordia, la
paz, la justicia y el amor de Dios Padre, de nuestro Señor Jesucristo y del
Espíritu Liberador, sobreabunde en ustedes.
I.1. Amados hermanos,
les escribimos para narrarles los acontecimientos sucedidos en torno a la
persecución que se desató durante los años setenta y ochenta en El Salvador
contra los hermanos en la fe cristiana, y en modo particular, el martirio del
estimado arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero Galdámez, llamado por
el pueblo «Monseñor Romero» o simplemente «Romero», y con el cual, a decir de
los teólogos, «Dios pasó por El Salvador»[1]. 2. El obispo cuyo nombre ―«Romero»― ya,
en sí, remite a la condición itinerante e incansable de su ministerio y que los
cánones de la Iglesia describen como pastor según el corazón de Cristo,
evangelizador y padre de los pobres y como testigo heroico del Reino de Dios:
Reino de justicia, fraternidad y paz[2]. 3. Porque, como Jesús fue sacrificado
en el altar pagano de la cruz, así Óscar Romero, afectado mortalmente su
corazón por una bala asesina, hizo del altar del sacrificio el lugar propicio
de su resurrección. Todo ello, para que se cumpliera en los tiempos
contemporáneos la escena del Calvario: «mirarán al que traspasaron»[3].
Se yergue entonces Óscar Romero como faro de luz y guía para que nosotros
salgamos de nuestro estado de quietud y mezquindad, para ser de él no solo
devotos y admiradores, sino discípulos, seguros como estamos, de que en él
cobra vida el Evangelio.
II.1. Constatamos,
amados hermanos, que el martirio sigue presente en nuestro mundo. Como en los
primeros siglos del movimiento cristiano, la Iglesia de Cristo, sigue siendo
perseguida. No por el Imperio Romano, sino por los imperios modernos y
contemporáneos, que pretenden someter a los discípulos del Divino Maestro, a
sus intereses políticos y económicos. 2.
Es admirable la determinación con que nuestros hermanos han sobrellevado la
persecución. Fueron calumniados constantemente en la prensa escrita, la radio y
la televisión, cuyos propietarios eran los miembros de la oligarquía
salvadoreña. Señalados nuestros hermanos de ser comunistas, marxistas y hasta
guerrilleros, con la intención de desprestigiar su ministerio sacerdotal y
social en favor de los pobres y marginados. 3. Hay sacerdotes, religiosas, seminaristas, agentes de pastoral e
incluso pastores evangélicos que fueron capturados, torturados y finalmente
asesinados. Otros, hasta nuestros días, viven en el exilio, en lejanos países a
causa de la persecución que padecieron. Los hay también que fueron
desaparecidos y hasta la fecha nadie sabe dónde quedaron sus cuerpos.
III.1. Así como en los
tiempos de la Roma Imperial, los correligionarios de la religión pagana
gritaban contra nuestros hermanos «¡Mueran los ateos!»[4],
considerando como falsa la fe de los cristianos y como verdadera fe el culto
que ellos tributaban a sus divinidades, así los correligionarios nacionalistas
de la oligarquía salvadoreña difundían la consigna «¡Haga Patria, mate un
cura!», dando por supuesto que su cristianismo y su catolicismo era mejor que
el de nuestros mártires. 2. Así,
hubo también sacerdotes y obispos, supuestos hermanos en la fe de nuestros
mártires, que fueron infieles al Evangelio de Jesucristo, por cuanto ellos
estuvieron de acuerdo con las acusaciones hechas contra nuestros hermanos
mártires y colaboraron difundiendo las calumnias que se decían en contra de
ellos. De lo cual deducimos que no es suficiente con llamarse «cristianos», ni
siquiera es suficiente con pertenecer a la jerarquía de la Iglesia de Cristo
para merecer tal nombre, cuando nuestras acciones son contrarias a los
principios del Evangelio. Como afirman las Sagradas Escrituras: No todo el que me diga: “Señor, Señor”,
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre
celestial[5].
IV.1. Por su parte,
Óscar Romero no traicionó su ministerio sacerdotal, por el contrario se mantuvo
fiel a él. Aun a sabiendas que podían matarle, no renegó del cayado del pastor,
es más, lo esgrimió con valentía contra los lobos rapaces que buscaban dispersar
su rebaño. De ahí su frase profética: «El que toca a uno de mis sacerdotes, a
mí me toca»[6].
Esto lo dijo en aquella memorable misa única, en sufragio por el martirio de su
hermano y amigo sacerdote Rutilio Grande, cuya santidad también es reconocida
por la Iglesia de Dios. La misa única no fue solamente un ritual fúnebre, un
saludo póstumo por el eterno descanso de un difunto, sino el acontecimiento
histórico y de fe que rubricó definitivamente el carisma profético de Óscar
Romero. Desde aquel momento, Rutilio Grande y Óscar Romero son, como dice el
libro del Apocalipsis: «los dos
olivos y los dos candeleros que están en pié delante del Señor»[7]. 2.
Su sangre se suma a la de todos aquellos que «han lavado sus vestiduras y las
han blanqueado con la sangre del Cordero»[8].
De los que vinieron antes ― Alfonso Navarro, Ernesto Barrera, Octavio Ortiz,
Rafael Palacios, Alirio Macías ― y de los que vinieron después ― Cosme
Spesotto, Ohtmaro Cáceres, Manuel Reyes, Ernesto Ábrego, Marcial Serrano,
Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Joaquín
López y López, Juan Ramón Moreno y Joaquín Ramos ―. A la sangre de las
valientes mujeres ― Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel, Jean Donovan, Julia
Elba Ramos, Celina Mariceth Ramos ―. A la sangre de los catequistas ― Juan
Chacón, a su papá, Apolinar (Polín) y compañeros mártires ―. Y tantos otros
hermanos que ofrendaron su vida en el campo y la ciudad, campesinos y obreros,
estudiantes e intelectuales. Ellos vencieron a sus acusadores «gracias a la sangre
del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su
vida ante la muerte»[9].
V. 1. A Óscar Romero le sucedió como a Jesús, pasó de los
márgenes a la ciudad. De la Galilea de Ciudad Barrios a San Miguel, de San
Miguel a San Salvador y de San Salvador a Roma. En la Ciudad Eterna aprendió a
amar al Papa. Comprendió, de la mano de sus hermanos jesuitas, qué significa
«sentir con la Iglesia», verse como un soldado de Cristo, conquistando el mundo
para Dios[10].
Allí también maduró el don de la amistas; Rafael Valladares fue su primer Juan
el Bautista, el otro fue Rutilio Grande, los únicos a quienes llama «hermanos»
en sus escritos. Rafael Valladares le enseñó a amar su sacerdocio, a jugarse la
vida por él. La amistad le duró poco a Óscar Romero, su amigo murió
prematuramente, pero Dios le permitió acompañarlo hasta el último suspiro. En
la penumbra de la existencia de su amigo, Óscar Romero exclamó: «murió como
santo porque vivió como sacerdote»[11]. Consternado por la partida de su amigo, Óscar
Romero recordaría aquel profético poema que su amigo le dedicara el día de su
ordenación sacerdotal, en el mes de los poetas, un 4 de abril de 1942, y que,
desde entonces, en las noches de soledad, retornaría a su mente con
intermitente melancolía:
2. HOSTIA DE PAZ
Fue un instante no mas … y el pobre barro
al calor de unos labios se esfumó!
y, atónito, dilató mis pupilas
y me hallo ante un milagro del amor!
Sacerdote, ese ósculo de Cristo
ha invadido tu ser,
penetró hasta tu alma y te hizo eterno,
divino como él!
taumaturgo, en la cuenca de tus manos
sus prodigios dejó;
para que ames y sufras, en tu pecho
metió su corazón.
Amor, dolor, siempre en sublime,
siempre asi en armoniosa dualidad;
en la cruz son la muerte que redime
y en el pan son la hostia del altar!
sacerdote, eres hostia. No has sentido
la culpa de los hombres sobre ti?
tu sublime estructura se ha formado
para amar y sufrir.
Sacerdote, eres hostia. Abre tus ojos
y en un fondo de llanto y de pavor,
mira que se alzan mil escuetos brazos
siluetas del dolor.
El odio con su rictus de venganza
se arroja por doquier.
Y es Caín fratricida que se sacia
con la sangre de Abel.
Fue un instante nomas ... y se abrió el cielo
con su aurora pascual
y en las manos de Cristo el pobre barro
se hizo una hostia de paz!
Sacerdote, tu nombre es un poema
de amor y de dolor;
para amar y sufrir, Cristo en tu pecho
con un beso dejó su corazón.
En tu rica patena los dolores
de los hombres estrecha a tu dolor;
y la llama que abrase el holocausto…
sea siempre tu amor ... !
VI. 1. Pero Óscar Romero no se quedó en la Urbe romana y volvió
a los márgenes, a Anamorós. 2. Óscar
Romero fue entre nosotros un predicador incansable. Su pasión por la Palabra le
llevó a exhortar a sus hermanos en la fe a que si un día lo mataban, «ellos
debían ser micrófonos de Dios»[12].
En él se cumple lo que dice la Sagrada Escritura: «la Palabra de Dios no está
encadenada»[13].]
2.
EL KERYGMA DE LA PREDICACIÓN
EVANGÉLICA Y LOS RESPONSABLES DEL ASESINATO DE MONS. ROMERO
El
núcleo originario de la predicación evangélica nos indica cómo hay que proceder
en casos como el de Mons. Romero. Ante la muerte de Jesús, sus discípulos
vociferaban:
Ustedes
renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un
homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los
muertos, de lo cual nosotros somos testigos (Hechos
cap. 3).
Se
trata de un texto divida en tres partes:
a) Una
parte histórico-jurídica, cuando dice Ustedes
renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un
homicida, mataron al autor de la vida. Se pone de manifiesto la condición
homicida de los jefes judíos a lo cual han llegado pervirtiendo la ley. Y sobre
todo se niegan a aceptar su responsabilidad en el asesinato. Más adelante, en
el capítulo 5, ese mismo libro afirma: 'Nosotros
les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han
llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la
sangre de ese hombre! Así, en San Salvador, se recrea la escena de los
orígenes de la predicación evangélica. Ante la pregunta: Quién asesinó a Mons.
Romero y apoyados en el expediente de la beatificación de Mons. Romero
sostenemos que ustedes –la oligarquía salvadoreña- son responsables de la
muerte de nuestro máximo pastor y que no podemos quedarnos callados ante tan
abominable crimen. La Positio[14]
afirma: pero sobre el odio profundo de la
oligarquía por Romero no puede haber duda alguna (p. 462). Y en otra parte
lo dice con más contundencia: fue el odio
profundo de la represión oligárquica la que armó la mano asesina, que mató
a Mons. Romero. Tres expedientes incriminan al ex mayor Roberto D’Aubuisson en la
logística del asesinato: La Comisión de la Verdad, respaldada por la ONU; La
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, respaldada por la OEA y La Positio sobre el Martirio de Monseñor
Romero, respaldado por el Vaticano.
b) La
segunda afirmación dice: Pero Dios lo
resucitó de entre los muertos. Esta mañana hemos venido a eso nosotros, a
proclamar la resurrección de San Óscar Arnulfo Romero, pastor, profeta y
mártir. Ha dejado la condición de cadáver y, en cuanto víctima, con la
canonización se le restituye dignidad. Se constituye entonces en símbolo de
todas aquellas víctimas de nuestra sociedad que siguen clamando a Dios por
justicia.
c) La
tercera parte: de lo cual nosotros somos
testigos. Ello tiene que ver con el horizonte que se nos plantea a partir
de la canonización. En primer lugar hay que decir que la canonización no es un
punto de llegada, sino un punto de partida. Está a nosotros propiciar las
mediaciones históricas para que una nueva Iglesia surja y el Reino de Dios se
abra paso entre nosotros. Luchamos por una sociedad más justa y solidaria; luchamos
por un país donde las personas sean respetadas por su dignidad y que no sea una
élite de millonarios que decidan el destino de todo un país.
3.
UNA SANTIDAD COMPARTIDA
Mons.
Romero solía decir: con este pueblo no es
difícil ser pastor. Es decir, que él refería el éxito de su ministerio al
influjo positivo que recibía de la comunidad. En este sentido en la santidad de
Mons. Romero participan varias personas:
a)
En primer lugar, traigamos a la
memoria a Mons. Arturo Rivera Damas. El hombre que acompañó a Mons. Romero en
los momentos más difíciles de su ministerio. Sobre todo, le agradecemos el
haber iniciado la causa de canonización de Mons. Romero, sin cuyo esfuerzo no estaríamos
tan alegres este día.
b)
También tenemos una Magdalena. Me
refiero a la lidereza María Julia Hernández, al frente de la Tutela legal,
ícono de una pastoral de incidencia, de la documentación meticulosa. A ella el
mérito de compilar las homilías de Mons. Romero, un tesoro del magisterio
cristiano universal.
c)
Un titán de la promoción de Mons.
Romero: Mons. Ricardo Urioste. Con la Fundación Romero mantuvo viva la memoria
de nuestro santo. A su lado, no podemos dejar de mencionar a Edín Martínez, a
quienes recordamos con alegría.
d)
Hagamos mención especial de Juan
Chacón, de su padre y de Polín, de todos los catequistas y mártires anónimos.
También ellos han hecho posible este momento.
e)
No debe escapar a este acto de la
memoria el nombre de Luis Chávez y González, el arzobispo artífice de la
cuestión social en El Salvador. El hombre que mereció ser cardenal.
4.
UNA SANTIDAD JUSTA
Para
que la santidad de Mons. Romero tenga también un impacto real, es necesario que
se concreten ciertas cuestiones:
a)
Como comunidad cristiana le
presentamos nuestro apoyo al juez cuarto de instrucción y confiamos en que hará
las diligencias necesarias para esclarecer el magnicidio de San Óscar Arnulfo
Romero.
b) En
función de la reconciliación y bajo una ética de la responsabilidad esperamos
que aquellos medios de comunicación que un día difamaron a San Óscar Romero, también
tengan la decencia de pedirle disculpas públicamente. Lo mismo vale para
aquellos sacerdotes, obispos y católicos que se refirieron a él con epítetos
difamatorios como “comunista”, “marxista” o “guerrillero”. Tengan todos ellos
por sabido que la Iglesia Católica no canoniza guerrilleros.
c) En
proporción a la importancia que supone la canonización del primer salvadoreño y
con el objeto de no manchar su imagen ni promover liderazgos equivocados,
esperamos que las organizaciones sociales y comunidades cristianas se
manifiesten en el sentido de solicitar a la Asamblea Legislativa que por los
mecanismos pertinentes, en adelante se establezca que no se rinda ningún tipo
de homenaje público, o se nombren calles y lugares públicos, a aquel o aquellos
que están acusados de ser los responsables del asesinato del santo salvadoreño.
d) Al
Estado salvadoreño que cumpla las disposiciones dadas por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos en el caso Romero.
e) Como
decíamos, la canonización de Mons. Romero no es un punto de llegada sino un
punto de partida. A partir de este hecho debe ir surgiendo una Iglesia más
creíble y una sociedad más justa y reconciliada.
f)
A nuestros obispos les
solicitamos que, según las disposiciones de la Iglesia, se inicien los trámites
para declarar Doctor de la Iglesia a San Óscar Arnulfo Romero, por la dignidad
de su magisterio y por su entrega a los pobres. Él bien podría ser para
nosotros el “doctor justus”, por su amor a la justicia.
San Óscar Arnulfo Romero, pastor
y mártir nuestro, aquí están tus hijos que te aman. Intercede por nosotros ante
nuestro Padre Dios y suscita en nosotros la determinación de luchar por la
instauración del derecho y la justicia en nuestra patria. En tus manos
encomendamos el proceso de reconciliación de nuestra sociedad. Y a ti, respeto
y veneración en lo venidero hasta que el Señor nos preste vida.
Que así sea!
[1] La frase es de I. Ellacuría.
[4] J. J. Ayán Calvo (ed.), Carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelio, Ciudad
Nueva, Madrid 1999 p. 253.
[10] Cfr. O. A. Romero, «Lo que
podemos hacer por el seminario», en Semanario
Chaparrastique, 28 de mayo de 1955.
[11] Requiere
cita.
[14] Documento
de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano, donde se relata todo el caso de Monseñor Romero, el cual se
utiliza para fundamenta la beatificación.