1.
Enfoque
La fe admite distintos modos de ser
representada. En los últimos documentos del Papa aparece bajo las imágenes de luz, camino
y memoria. En cuanto luz, la fe dice claridad, es decir
conocimiento verdadero de aquello en lo que creemos. En cuanto camino dice movimiento, un modo de ser
dinámico y procesual. En cuanto memoria
alude a la esperanza, que pone en relación los hechos originarios del
movimiento cristiano, el estado actual de los creyentes y la promesa que viene
a nuestro encuentro al final de los tiempos.
Ahora bien, la misión es el lugar en que
confluyen los tres aspectos —conocimiento verdadero, praxis eclesial y
esperanza—.
En primer lugar, un cristiano no puede ser
auténticamente misionero si desconoce los principios constitutivos de la
doctrina cristiana, de modo que la formación es esencial para la toma de
conciencia de la propia función, tanto en la sociedad como en la Iglesia.
En segundo lugar, la misión exige superar las
barreras que nos encierran en nuestra propia parroquia, nuestro movimiento de
apostolado o nuestra comunidad; se exige entrar en la dinámica pluralista y
comunitaria del Evangelio.
En tercer lugar, el tiempo histórico presente —tiempo del Espíritu— es el lugar normal en
que se realiza la misión, pero entendida como herencia recibida de las
generaciones que ofrendaron su vida por el Evangelio y como marcha hacia el
encuentro definitivo con el Dios que viene, y donde la misión alcanza su
culmen.
Por tanto, la misión es tensión, es tender a
algo, es estar orientados hacia algo. Ese tender a algo es camino y ese camino
no se hace en solitario, sino junto con la comunidad de creyentes y con todo el
que nos pida ayuda. En esta forma de comprender la misión, la Iglesia se
entiende como una realidad extrovertida, es decir, vertida hacia fuera de sí
misma, a ejemplo de Jesús, que «siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo haciéndose semejante a los hombres» (Filipenses 2,7).
2. Escuchar al Papa
Hay
un reclamo del Papa en diversas direcciones. Entre otras cosas, pide que
asumamos con responsabilidad la crisis del momento histórico presente; que sepamos
integrar escatológicamente pasado, presente y futuro; que seamos apóstoles de
esperanza; que renunciemos al proselitismo y entremos en la dimensión del
testimonio:
En
esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro
parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar
con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de
esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su
misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es
capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del
bien. El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su
camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo,
a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe.
La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de
vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito
una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que
es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que
han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir
esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el
Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia en este camino
(Mensaje, n. 4).
Especifiquemos
un poco más las observaciones del Papa:
a)
En cuanto LUZ: el hombre tiene necesidad de
conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no
va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se
queda en una bella fábula, […] O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que
consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de
ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino
de la vida. […] En cambio, gracias a su unión intrínseca con la verdad, la fe
es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del rey, porque ve
más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su alianza y a
sus promesas (PF, n. 24).
b)
En cuanto CAMINO: La fe es, además, un conocimiento
vinculado al transcurrir del tiempo, necesario para que la palabra se pronuncie:
es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento. La escucha
ayuda a representar bien el nexo entre conocimiento y amor
(LF, n. 29).
c)
En cuanto MEMORIA: La Iglesia, como toda familia,
transmite a sus hijos el contenido de su memoria. […] Mediante la tradición
apostólica, conservada en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo,
tenemos un contacto vivo con la memoria fundante. […]En ellos [en los sacramentos]
se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de la vida,
asociada a todos los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto
vivo, de un tejido de relaciones comunitarias. Por eso, si bien, por una parte,
los sacramentos son sacramentos de la fe, también se debe decir que la fe tiene
una estructura sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de un
nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana,
en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno
(LF, n. 40).
3. La misión compartida
Leer
el texto de Juan 14,1-12 y analizar
cada una de las imágenes usadas por el Papa:
a)
Luz.
b)
Camino.
c)
Memoria.
TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
De
la Constitución Dogmática Lumen Gentium,
n. 8:
Pero como Cristo realizó la obra de la redención en
pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el
mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres.
Cristo Jesús, «existiendo en la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo,
tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7), y por nosotros «se hizo pobre,
siendo rico» (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios
humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena,
sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo.
Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los
oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido»
(Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los
afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que
sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus
necesidades y procura servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, «santo,
inocente, inmaculado» (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2
Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo
(cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y
siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente
por la senda de la penitencia y de la renovación.
La Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones
del mundo y los consuelos de Dios», anunciando la cruz del Señor hasta que
venga (cf. 1 Co 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor
resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y
dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su
misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el
esplendor al final de los tiempos.
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