lunes, 2 de septiembre de 2013

CATEQUESIS N. 3: LA FE COMO LUZ, COMO CAMINO, COMO MEMORIA





1.   Enfoque
La fe admite distintos modos de ser representada. En los últimos documentos del Papa aparece bajo las imágenes de luz, camino y memoria. En cuanto luz, la fe dice claridad, es decir conocimiento verdadero de aquello en lo que creemos. En cuanto camino dice movimiento, un modo de ser dinámico y procesual. En cuanto memoria alude a la esperanza, que pone en relación los hechos originarios del movimiento cristiano, el estado actual de los creyentes y la promesa que viene a nuestro encuentro al final de los tiempos.
Ahora bien, la misión es el lugar en que confluyen los tres aspectos —conocimiento verdadero, praxis eclesial y esperanza—.
En primer lugar, un cristiano no puede ser auténticamente misionero si desconoce los principios constitutivos de la doctrina cristiana, de modo que la formación es esencial para la toma de conciencia de la propia función, tanto en la sociedad como en la Iglesia.
En segundo lugar, la misión exige superar las barreras que nos encierran en nuestra propia parroquia, nuestro movimiento de apostolado o nuestra comunidad; se exige entrar en la dinámica pluralista y comunitaria del Evangelio.
En tercer lugar, el tiempo histórico presente  —tiempo del Espíritu— es el lugar normal en que se realiza la misión, pero entendida como herencia recibida de las generaciones que ofrendaron su vida por el Evangelio y como marcha hacia el encuentro definitivo con el Dios que viene, y donde la misión alcanza su culmen.
Por tanto, la misión es tensión, es tender a algo, es estar orientados hacia algo. Ese tender a algo es camino y ese camino no se hace en solitario, sino junto con la comunidad de creyentes y con todo el que nos pida ayuda. En esta forma de comprender la misión, la Iglesia se entiende como una realidad extrovertida, es decir, vertida hacia fuera de sí misma, a ejemplo de Jesús, que «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres» (Filipenses 2,7).

2.   Escuchar al Papa
Hay un reclamo del Papa en diversas direcciones. Entre otras cosas, pide que asumamos con responsabilidad la crisis del momento histórico presente; que sepamos integrar escatológicamente pasado, presente y futuro; que seamos apóstoles de esperanza; que renunciemos al proselitismo y entremos en la dimensión del testimonio:
En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien. El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe. La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia en este camino (Mensaje, n. 4).
Especifiquemos un poco más las observaciones del Papa:
a)    En cuanto LUZ: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, […] O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. […] En cambio, gracias a su unión intrínseca con la verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del rey, porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su alianza y a sus promesas (PF, n. 24).
b)    En cuanto CAMINO: La fe es, además, un conocimiento vinculado al transcurrir del tiempo, necesario para que la palabra se pronuncie: es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento. La escucha ayuda a representar bien el nexo entre conocimiento y amor (LF, n. 29).
c)    En cuanto MEMORIA: La Iglesia, como toda familia, transmite a sus hijos el contenido de su memoria. […] Mediante la tradición apostólica, conservada en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, tenemos un contacto vivo con la memoria fundante. […]En ellos [en los sacramentos] se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de la vida, asociada a todos los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto vivo, de un tejido de relaciones comunitarias. Por eso, si bien, por una parte, los sacramentos son sacramentos de la fe, también se debe decir que la fe tiene una estructura sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno (LF, n. 40).


3.   La misión compartida
Leer el texto de Juan 14,1-12 y analizar cada una de las imágenes usadas por el Papa:
a)    Luz.
b)    Camino.
c)    Memoria.

TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
De la Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 8:
Pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, «existiendo en la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7), y por nosotros «se hizo pobre, siendo rico» (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación.
La Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos.

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