LUMEN
FIDEI
REFLEXIONES ACERCA DE LA CARTA ENCÍCLICA
DEL PAPA FRANCISCO
I.
INTRODUCCIÓN
El Papa, al presentar la fe como luz recurre a una teología simbólica, es
decir, se apoya en un recurso alegórico que tiene profundas raíces bíblicas y
patrísticas. En el sentido bíblico
la luz es el don de Dios revelado en Jesucristo: «Yo he venido al mundo como
luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas» (Jn 12,46). En el sentido
simbólico Jesucristo es el Sol
Naciente, que otorga su luz a la Luna (la Iglesia), toda ella bañada en
rocío, que en el plenilunio, derrama el agua del bautismo sobre todos aquellos
que quieran dejarse iluminar por la luz de Jesucristo[1]. Si en
tiempos antiguos —en la cultura helénica— los hombres adoraban al Sol invicto y la Iglesia de entonces,
supo aplicar la mitología griega a la teología cristiana, también hoy no
podemos dejarnos ofuscar por la razón ilustrada que instrumentaliza al ser
humano; al contrario, debemos con prudencia y creatividad, saber proponer la
luz de Cristo al mundo contemporáneo. Esto es aquello que los padres de la
Iglesia llamaban el Mysterium Lunae:
«quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque
llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce
ocaso» (LF, 1).
II.
ARTICULACIÓN
DE LA ENCÍCLICA
CONTENIDO
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TÍTULO
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NUMERALES
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RESUMEN DEL CONTENIDO
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Introducción
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—
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1-7
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Se introduce
el sentido en que es presentada la fe en la Encíclica.
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Primer Capítulo
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Hemos creído
en el amor
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8-22
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Fundamentación
bíblica.
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Segundo Capítulo
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Si no creéis
no comprenderéis
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23-36
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La fe y sus
correlatos: verdad, amor, escucha, visión, razón, búsqueda, teología.
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Tercer Capítulo
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Transmito
lo que he recibido
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37-49
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Sentido
eclesial de la fe.
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Cuarto Capítulo
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Dios prepara
una ciudad para ellos
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50-60
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La fe y sus
mediaciones: el bien común, la familia, relaciones sociales, sufrimiento y esperanza.
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III.
CLAVES
DE LECTURA
El Papa hace uso de cuatro categorías
fundamentales que atraviesas en modo transversal el texto: luz, camino, memoria y amor. Un resumen lo encontramos en el n. 4:
La fe, que recibimos de Dios como
don sobrenatural, se presenta como luz
en el sendero, que orienta nuestro camino
en el tiempo. Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de la vida
de Jesús, donde su amor se ha
manifestado totalmente fiable, capaz de vencer a la muerte. Pero, al mismo
tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de la muerte, la fe es
luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más
allá de nuestro «yo» aislado, hacia la más amplia comunión.
a) En cuanto LUZ la fe dice claridad.
La encíclica trata de salir al paso a la mentalidad moderna que considera a la
fe como tendiente al oscurantismo: «la fe ha acabado por ser asociada a la
oscuridad» (LF, 3). Pero, dado que la luz ilustrada del mundo tecnócrata no
logra satisfacer suficientemente el deseo de luz de las personas, de lo que se
trata es de «recuperar el carácter luminoso propio de la fe» (LF, 4), que tiene
la capacidad de «iluminar toda la existencia del hombre» (Ibídem). En términos concretos se busca
tener clara la diferencia entre el acto
de fe y los contenidos de la fe, algo que ya fue pedido por el papa Benedicto
XVI: «quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más
profunda no sólo los contenidos de la fe
sino, juntamente también con eso, el acto
con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios»
(PF, 10). Como dice el Papa Francisco: «la Iglesia nunca presupone la fe como
algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y
robustecido para que siga guiando su camino» (LF, 6).
b) En cuanto CAMINO la fe dice tránsito,
movimiento, dinamismo. La fe, en cuanto camino, supone un recorrido, de modo
que para comprenderla adecuadamente es necesario narrar la historia de los que
creyeron antes que nosotros, es decir, debemos conocer «el camino de los
hombres creyentes» (LF, 8). En el testimonio de Abrahán «la fe es la respuesta
a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro
nombre» (Ibídem). Abrahán emprende un
camino porque fue llamado y al caminar era fortalecido por la esperanza en una
promesa, así la fe implica «una llamada y una promesa» (LF, 9). Ahora bien, la
forma plena de la fe la encontramos en Jesucristo, habida cuenta que, «la fe no
sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus
ojos: es una participación en su modo de ver» (LF, 18) y esto en un despliegue
inspirado en la teología joánica que distingue entre creer a Jesús y creer en Jesús:
«Creemos
a Jesús cuando aceptamos su Palabra... Creemos en Jesús cuando lo acogemos personalmente
en nuestra vida» (Ibídem).
c) En cuanto MEMORIA la fe dice promesa
y esperanza. La promesa que Dios hace
a Abrahán obliga a este a mantener en su memoria lo prometido. La fe, entonces,
no se refiere a un mero recuerdo, sino al deseo de que se cumpla la promesa,
está íntimamente vinculada a la esperanza: «la fe de Abrahán será siempre un
acto de memoria. […] memoria de una promesa, es capaz de abrir al futuro, de
iluminar los pasos a lo largo del camino. De este modo, la fe, en cuanto
memoria del futuro, memoria futuri,
está estrechamente ligada con la esperanza» (LF, 9). Por supuesto, también el
Pueblo de Israel se pone en camino, animado por las promesas de Dios y no
desiste aunque haya caído en el pecado de la idolatría (cf. LF, 13). Por
definición, «la idolatría no presenta un camino, sino una multitud de senderos,
que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto» (LF, 13); de
modo que «la fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la
idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un
encuentro personal» (Ibídem).
d) En cuanto AMOR la fe dice comunión. Por amor no hay que entender
en primer lugar la acción caritativa, sino el principio teológico que pone en
relación a la misión salvífica de Jesucristo con la acción del Espíritu Santo.
De modo que si la fe implica creer en
Cristo y creer a Cristo, esto es
posible por la acción del Espíritu Santo: «en la fe, el “yo” del creyente se
ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace
más grande en el Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo»
(LF, 21). El acto de fe integra la libertad del creyente, el encuentro con
Cristo y la acción del Espíritu Santo que posibilita el encuentro: «Y en este
Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús. Sin esta conformación
en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde en nuestros corazones
(cf. Rm 5,5), es imposible
confesar a Jesús como Señor (cf. 1
Co 12,3)» (Ibídem). Ahora
bien, dado que «la fe no es algo privado, una concepción individualista, una
opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse
y a convertirse en anuncio» (LF, 22, cf. LF, 39), entonces reclama como
necesaria una forma eclesial y comunitaria: «la fe tiene una configuración
necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión
real de los creyentes» (LF, 22).
IV.
CRITERIOS
SUGERIDOS POR EL PAPA PARA UNA ADECUADA COMPRENSIÓN DE LA FE
a) Relación
entre fe, verdad y amor.
Hay que superar, nos dice el Papa, tres tipos de reducción en cuanto al modo de
vivir la fe: la reducción sentimentalista,
que la hace depender «de los cambios en nuestro estado de ánimo» (LF, 24); la reducción tecnócrata que «tiende a
menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica» (LF, 25) y la reducción individualista según la cual
las verdades son «válidas sólo para uno mismo» (Ibídem). Por otra parte, «amor y verdad no se pueden separar. Sin
amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de
la persona» (LF, 27). Además, «sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo
sólido, no consigue llevar al “yo” más allá de su aislamiento, ni librarlo de
la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto» (Ibídem).
b) La
pedagogía de la fe.
El acto de creer integra el escuchar
y el ver. La fe es el resultado de
una comunicación visual (oculata fides)
y auditiva (fides ex auditu) entre
Dios y los hombres en Jesucristo (LF, 29-31). A su vez, la escucha nos orienta
hacia el diálogo, en primer lugar, al diálogo
entre fe y razón: «La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta
invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza
inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la
investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la
naturaleza no se reduce a ellas» (LF, 34).
En segundo lugar, al diálogo
entre los diversos credos que se
profesan en el concierto de las
religiones: «La luz de la fe en Jesús ilumina también el camino de todos
los que buscan a Dios, y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo
con los seguidores de las diversas religiones» (LF, 35).
c) El
sentido eclesial de la fe.
El Papa nos dice una hermosa frase: «quien cree nunca está solo, porque la fe
tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros» (LF, 39). Debido al
hecho de que la fe es fruto de un proceso de comunicación —de la comunicación
de Dios a los hombres—, para que ese proceso pueda continuar en la historia, se
necesita un sujeto que comunique en el presente y en el futuro aquello que ha
recibido; como afirma el Papa: «quien se ha abierto al amor de Dios, ha
escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La
fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz»
(LF, 37). Este proceso de transmisión justifica la existencia de la Iglesia en
cuanto sujeto encargado de transmitir y testimoniar la fe. Dicho en modo
gráfico, «la fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a
persona, como una llama enciende otra llama» (Ibídem). Desde una perspectiva escatológica, el mecanismo que da
sentido a la Iglesia y a su esencia (cf. AG, n. 2) es la categoría de memoria: la Iglesia es el sujeto de la
memoria. Así lo expresa el Papa: «El pasado de la fe, aquel acto de amor de
Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos llega en la
memoria de otros, de testigos, conservado vivo en aquel sujeto único de memoria
que es la Iglesia» (LF, 38). Dicho en modo más contundente, «tenemos un
contacto vivo con la memoria fundante» (LF, 40). Ahora bien, la Iglesia no es
auto-referencial, sino que la posibilidad del recuerdo en ella la determina la
acción del Espíritu Santo, según aquello que dice el texto bíblico, «os irá
recordando todo» (Jn 14,26, cf. LF,
38). Otro aspecto importante es el ámbito en que se da la comunicación de la
fe; desde sus orígenes, «la fe tiene una estructura sacramental» (LF, 40). Además
de los sacramentos, también facilitan
el proceso de transmisión de la fe el Credo
(cf. LF, 45), la oración del Padrenuestro
(cf. LF, 46) y el Decálogo (cf. LF,
46). Esos cuatro elementos constituyen «el tesoro de memoria que la Iglesia
transmite» (LF, 46). El respeto y la práctica de estos elementos asegura la
unidad de la fe (cf. LF, 47), que debe «ser confesada en toda su pureza e
integridad», «puesto que la unidad de la fe es la unidad de la Iglesia» (LF,
48). Por último, la sucesión apostólica
se encarga de asegurar la continuidad del proceso (LF, 49).
d) Fe
y mundo contemporáneo.
Finalmente, «la fe no sólo se presenta como un camino, sino también como una
edificación» (LF, 50). No puede entenderse como una fuga mundi, como un aislarse o una huida del mundo: «La fe no
aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro
tiempo» (LF, 51). Para un cristiano, la edificación de un lugar para la fe se
traduce en el empeño por inspirar la arquitectura de las relaciones humanas:
«las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad,
una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de
Dios» (LF, 51). Entre las mediaciones privilegiadas para iluminar las
relaciones humanas está la familia basada en el matrimonio
cristiano (cf. LF, 52). Se busca que la familia sea escuela de la fe con un
aporte específico a la construcción del bien común. Esto es así porque «la luz
de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo» (LF, 57). Si
bien es cierto, «la luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que,
como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar»
(LF, 57). Lo importante es saber que «en la debilidad y en el sufrimiento se
hace manifiesto y palpable el poder de Dios
que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento» (LF, 57). Se trata, pues de
afincarse en la esperanza, «que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el
futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos
sólidos y duraderos» (LF, 57). Se da así la correlación entre fe, esperanza y
caridad: «El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta
hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza» (LF, 57).
«Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45) (LF, 58).
V.
ASPECTOS QUE AMERITAN PROFUNDIZACIÓN
·
La
crisis de fe en los cristianos.
El sensus fidelium. El sentido de la fe en
el pueblo de Dios.
[1]
La relación entre la mitología helénica y la doctrina
cristiana ha sido estudiada por Hugo Rahner, Simboli della Chiesa. L’ecclesiologia dei Padri, San Paolo, Cinisello
Balsamo (Milano) 1995. En la primea parte de su libro el autor trata el tema de
la Iglesia bajo el imagen del Mysterium
lunae.
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