1. Enfoque
Así
como hay una íntima relación entre fe y misión, así también la misión es
afectada negativamente si la fe de las personas entra en crisis. De hecho, en
la Biblia encontramos distintas actitudes con respecto al acto de fe. Algunas
veces adquiere la forma de una gran seguridad, como cuando el Evangelio de Mateo dice que el que tenga fe «nada le
será imposible» (Mateo 17,20); otras
veces se presenta en forma de duda, como cuando Tomás pide señales para creer
en el Resucitado: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi
dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Juan 20,25). Lo importante es que
notemos la relación directa que existe entre el acto de fe y la efectividad de
la misión. El mismo texto que hemos citado de Mateo 17 narra cómo los discípulos vienen desconsolados porque no
han podido expulsar un demonio y le preguntan a Jesús, «¿por qué nosotros no
pudimos expulsarle?», a lo que Jesús responde: «por vuestra poca fe» (Mateo 17,20).
De
modo que la fe, aunque sea un don de Dios, está sujeta al estado existencial
del creyente. Creer no consiste en una constante decisión sin vacilaciones,
sino en un proceso en el que se mezclan momentos de gran seguridad y momentos
de oscuridad. De ello nos pone al tanto el texto bíblico: «yo he rogado por ti,
para que tu fe no desfallezca» (Lucas
22,32), con lo cual se da por supuesto que la fe puede desfallecer, y eso fue
dicho a Pedro, al príncipe de los apóstoles, de quien no se esperaba que dudara.
Pero,
contrario a lo que muchos cristianos creen, los obstáculos para la fe y para la
misión no están sólo fuera de la Iglesia; probablemente los problemas de fe internos
a la Iglesia son los que más obstaculizan el proceso evangelizador.
Por
tanto, la fe ha de conjugarse con otras virtudes que le ayudan a encontrar su
justa colocación en el proceso evangelizador. El creyente debe ser humilde para reconocer sus límites y así
dejarse ayudar por Dios y por sus hermanos de la comunidad. El creyente debe
ser una persona de esperanza, que
confíe en la acción del Espíritu Santo y no solo en sus propias fuerzas, que es
una de las causas de las crisis de fe. De modo que no hay que temer a las
crisis de fe, porque también de ellas ha de ocuparse el proceso evangelizador.
2. Escuchar al Papa
La
fe en la actualidad se predica en una época de crisis y el Papa no lo esconde:
Crece
el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa
o animados por otras creencias...Vivimos en una época de crisis que afecta a
muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad
alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida
y los valores fundamentales que la animan
(Mensaje, n. 4).
El
Papa, en su mensaje, es consciente que predicar la fe tiene sus dificultades y
que no podemos esconder dichos problemas:
A
menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino
dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la
esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de
nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que
llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad
(Mensaje, n. 3).
Pablo
VI, en su Encíclica Evangelii Nuntiandi, hizo
notar que las frustraciones de muchos cristianos son causadas por su
distanciamiento de la comunidad, por querer practicar una fe aislada y privada
de un contexto comunitario. El Papa Francisco retoma el criterio expresado en Evangelii Nuntiandi:
Es
urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio
con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia.
Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental
de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar
nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial.
Pablo VI escribía que «cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor,
en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o
administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de
Iglesia»; no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración
personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (EN, 60). Y
esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero y evangelizador que
nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu
Santo (Mensaje, n. 3).
3. La misión compartida
Se
recomienda hacer un lectura compartida o una Lectio Divina del texto de 2
Cor 4,7-18. En esta lectura tendremos presente los siguientes puntos:
a)
¿Qué características tiene una
crisis de fe?
b)
¿Cómo afectan negativamente las
crisis de fe a la evangelización?
c)
¿Qué actitud tomar de frente a
una crisis de fe?
TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
De
la Constitución Pastoral Gaudim et Spes,
n. 1:
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en
Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del
Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos.
La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y
de su historia.
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