1. ENFOQUE
La
alegría es el tema transversal del mensaje del Papa para el DOMUND del año
2014. Por supuesto que no se trata de cualquier tipo alegría, sino de una
alegría que tiene su fundamento en los textos evangélicos y en el misterio de
la Trinidad.
Ahora
bien, la correlación entre anuncio del Evangelio y alegría está fuertemente
arraigada en la tradición. Para no remontarnos a tiempos tan lejanos, recordemos
las palabras con que inicia la Gaudium et
Spes del Concilio Vaticano II: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y
las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo» (n. 1).
Por
consiguiente nuestra alegría no es casual, sino causal, en el sentido de que
ella brota como consecuencia de los efectos que produce la predicación de la
Buena Noticia, así como lo manifiesta Lucas
10, 1-23. En ese texto, la misión no se entiende como ejercicio del poder, sino
como aquella que procura la salvación de las personas. Es comprensible la
corrección que hace Jesús a los discípulos que participaron en la misión que
narra el texto. Los discípulos retornaban invadidos por una falsa comprensión de
la alegría, al exaltar el poder especial que obraba en ellos. Pero Jesús les
dice: «no se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense de que sus
nombres estén inscritos en los cielos» (Lc 10,20).
Por
otra parte, el texto de Lucas da a entender que, tanto los predicadores del
Evangelio como sus destinatarios, en su mayoría eran gente sencilla y no gente
ilustrada, orgullosa o de las capas altas de la sociedad de su tiempo.
Justamente, esta es una de las notas características de la autenticidad de la
misión, es decir, que los pequeños, los humildes son quienes mejor están
dispuestos a recibir el Evangelio y a predicarlo. Jesús se deja invadir de la
alegría de sus discípulos y eleva una oración en perspectiva trinitaria: «En
aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te
bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas
a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues
así te ha parecido mejor” » (Lc 10,21).
La
misión más creíble es la que se ejerce con humildad y no con prepotencia; la
que encuentra eco entre los pobres y que expresa el profundo amor que nos ha
tenido el Padre al mandarnos a su Hijo con la fuerza del Espíritu Santo. En
este sentido, según nos dice el Papa: «El Padre es la fuente de la alegría. El
Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador» (Mensaje, n. 2).
2. ESCUCHANDO
AL PAPA
Escuchemos ahora lo que nos dice el Papa
en el n. 2 de su mensaje y profundicemos el sentido de sus palabras:
Los
discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de
los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren
por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros
nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se les ha concedido
experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta
experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de
Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria:
«Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y
glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de
Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los
pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de
alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y
ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y
la victoria sobre Satanás.
3. LA
MISIÓN COMPARTIDA
En
este momento pongamos a consideración algunas frases del Papa que encontramos
en la Exhortación Apostólica Evagelii
Gaudium y compartamos con nuestros hermanos qué nos dicen sus palabras en
la actualidad:
N. 6: Hay cristianos cuya opción parece
ser la de una Cuaresma sin Pascua.
Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y
circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y
siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal
de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que
tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero
poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse,
como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias.
N. 10: Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y
confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre
lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces
con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores
tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del
Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí
mismos, la alegría de Cristo».
N. 85:
Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte
en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede
emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que
comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus
talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que
seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san
Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2 Co12,9). El triunfo cristiano es
siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que
se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de
la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la
cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica.
4. LA
VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)
Monseñor Romero, como en los días en
que vivió su ministerio, días de persecución, de dolor y de muerte, nos invita
también a nosotros a no perder las esperanzas en Dios, a no dejarnos vencer por
el ambiente adverso, en una palabra a testimoniar con alegría nuestra fe en
medio de la tribulación.
Queridos hermanos, aunque estamos
viviendo como en un callejón sin salida, no desesperemos. En la palabra bíblica
de Isaías, un poco antes de la lectura que se ha hecho hoy [cfr. Is 50,2], dice Dios al pueblo: "¿Por qué desconfías? ¿Qué acaso se ha
acortado mi mano para darle bendiciones? ¿Qué acaso no tengo energías para
salvarte?" Hermanos, respondamos a esas preguntas de Dios con un acto de
fe y de esperanza. "Si Señor, nosotros creemos que tú eres el Redentor y por
eso hemos aclamado hoy con la alegría de los que te han recibido: ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor, Hosanna en los cielos!" (Domingo de
Ramos, 19 de marzo de 1978).
5. CANTO:
“Cristo, alegría del mundo”.
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