lunes, 12 de septiembre de 2011

DOMUND 2011. TERCERA CATEQUESIS MISIONERA










1. Motivación

El primero y principal misionero es Jesucristo. Con su encarnación inaugura el proceso histórico de la misión. El sí de María a la propuesta de ser la madre del Salvador es la puerta que permite el ingreso del Espíritu Santo para que este pueda configurar a la Iglesia.

El prólogo del Evangelio de San Juan presenta a Jesucristo como la Palabra del Padre: Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14). De tal manera que hay una íntima relación entre Palabra de Dios y Misión.

Hay que aclarar que cuando decimos “Palabra de Dios” no entendemos, en primer lugar, el texto escrito, es decir, lo que llamamos “La Biblia”, sino la persona misma de Jesucristo. Por tanto, la Palabra de Dios no es un simple sonido nominal o escrito, sino una persona que en sí recoge el misterio de Dios y del hombre.

En la correlación entre Palabra de Dios y Misión la prioridad la tiene la Palabra de Dios. ¿Por qué? Porque fue la necesidad de predicar la Palabra a todos los pueblos la que originó la Misión. Es teológicamente correcto afirmar que “de la Palabra de Dios surge la Misión de la Iglesia” (Verbum Domini, 92). Por tanto, históricamente no es la Iglesia la que da origen a la misión, sino al revés, es la misión ―entendida como predicación de la Palabra― la que justifica la existencia de la Iglesia.

Según esto, la lectura personal y comunitaria de la Palabra de Dios nos sitúa en el corazón de la misión. El sentido contrario de esta idea es también verdadero, es decir, quien no tiene contacto con la Palabra de Dios no puede conocer los contenidos principales de la misión. De modo que el contacto personal con la Palabra de Dios pone al cristiano en el camino de una auténtica espiritualidad misionera. Al mismo tiempo, el contacto comunitario con la Palabra de Dios nos induce a tener un mayor aprecio de la Liturgia como lugar privilegiado de la lectura orante de la Palabra de Dios y a valorar en modo especial la Eucaristía en la que Jesucristo se nos da como comida sacramental, actualizando de ese modo la presencia de la Palabra de Dios en nosotros.

Desde un punto de vista sacramental la misión está directamente conectada con el bautismo. A su vez el bautismo reclama la participación de los cristianos en el triple modo de vivir el misterio de Cristo: profético, sacerdotal y real. Pues bien, es la lectura y meditación de la Palabra de Dios la que nos proporciona la caracterización de la misión a partir del bautismo: como anuncio explícito de la Palabra (función profética: kerygma-martyria); como participación y celebración de los misterios cristianos (función sacerdotal: leiturgia) y como testimonio en la caridad (función real: diakonia) [Benedicto XVI, Deus Caritas Est, 25]. Así se llega a las tres leyes que rigen una equilibrada espiritualidad misionera: la liturgia entendida en modo amplio (lex orandi), el estudio de la teología y la aceptación en la fe del cuerpo doctrinal (lex credendi) y el testimonio de vida (lex vivendi).

2. Escuchando al Papa

Del Mensaje del Papa:

La misión universal implica a todos, a todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido, sino que es un don que hay que compartir, una buena noticia que hay que comunicar. Y este don-compromiso le es confiado no solamente a algunos, sino a todos los bautizados, los cuales son «un linaje elegido, [...] una nación santa, un pueblo adquirido por Dios» (1 Pe 2, 9) para que proclame sus obras maravillosas.

3. La misión compartida

De la Exhortación Apostólica Verbum Domini del Papa Benedicto XVI:

N. 93:

Por lo tanto, la misión de la Iglesia no puede ser considerada como algo facultativo o adicional de la vida eclesial. Se trata de dejar que el Espíritu Santo nos asimile a Cristo mismo, participando así en su misma misión: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21), para comunicar la Palabra con toda la vida. Es la Palabra misma la que nos lleva hacia los hermanos; es la Palabra que ilumina, purifica, convierte. Nosotros no somos más que servidores.

Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo. Renovamos en este sentido la conciencia, tan familiar a los Padres de la Iglesia, de que el anuncio de la Palabra tiene como contenido el Reino de Dios (cf. Mc 1,14-15), que es la persona misma de Jesús (la Autobasileia), como recuerda sugestivamente Orígenes. El Señor ofrece la salvación a los hombres de toda época. Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. No se trata de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva.

N. 94:

Puesto que todo el Pueblo de Dios es un pueblo «enviado», el Sínodo ha reiterado que «la misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo». Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia, como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada uno en su propio estado de vida, está llamado a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano.

4. Meditar la Palabra

Hacer una Lectio Divina del texto de Hebreos 4,12-13.

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