jueves, 18 de septiembre de 2014

CATEQUESIS N. 3: LA IGLESIA Y LA ALEGRÍA DE SALIR



1.      ENFOQUE

Cuando hay un clima adverso —con mucha lluvia o mucha nieve― a nadie se le ocurre salir de su casa sin un motivo razonable. Es más cómodo quedarse en casa que afrontar el mal tiempo.

Algo de esto les pasa a muchas comunidades de la Iglesia Católica en la actualidad. Prefieren quedarse gozando de la calidez de la casa que afrontar los desafíos que le presenta la contemporaneidad.

Sin embargo, los textos evangélicos hablan de que Jesús y sus discípulos eran un movimiento itinerante; narran cómo afrontaban tormentas en los lagos, asaban pescado para comer juntos, pasaban la noche en descampado. El mismo Jesús fue capturado en un huerto, no en una casa. Ellos pasaban mucho tiempo «fuera» a la vista de todos.

No resulta extraño que Jesús recomendara ser como niños para entrar en el Reino de los cielos, porque los niños, cuando llueve, siempre quieren salir a mojarse. Son los viejos los que siempre quieren protegerse de la lluvia.

Si esto lo vemos en un sentido teológico, la misión inicia con la salida del Hijo de Dios del seno de la Trinidad para encarnarse en el drama humano: «pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos» (Gálatas 4,4-5). Y en modo más claro lo dice Filipenses: «Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.» (Filipenses 2,6-78).

A partir de este dinamismo de salida, no se entiende por qué la Iglesia se encierra y haciendo así, no sigue los pasos de Jesús, traicionando el sentido de la kénosis. De suerte que para recuperar el sentido misionero que configura la esencia de la Iglesia, debe entenderse a sí misma como una institución en salida, al modo como nos lo pide el Papa Francisco.

Por supuesto que estar en salida es peligroso, pero nadie ha dicho que ser discípulo de Jesús sea una tarea fácil. Lo afirma el mismo Jesús: «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16,24).


2.      ESCUCHANDO AL PAPA

Hay una fuerte insistencia del Papa, en el sentido de invitar a la Iglesia a salir de su encierro: «Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar, ya que la Iglesia es misionera por naturaleza: la Iglesia ha nacido “en salida”». (Mensaje, Introducción).


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA

En este sentido, el Papa invita a todos los miembros de la Iglesia a entrar en ese dinamismo de salida, como algo que restituye identidad originaria a la Iglesia y la sitúa en lo más específico de su sacramentalidad y el servicio a los pobres:

Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan. (Mensaje, n. 4).


En otros textos el Papa nos dice:
Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio. (Evangelii Gaudium, 20).
La comunidad evangelizadora… sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. (Evangelii Gaudium, 24).
La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. (Evangelii Gaudium, 46).
…prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37).

Preguntémonos cuáles son las situaciones de marginalidad en las que estamos llamados a tener presencia, cuáles son los sectores de nuestra comunidad que reclaman una atención preferencial.


4.      LA VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)

Monseñor Romero nos dice que una comunidad tiene sentido solamente si se deja evangelizar y si también ella se orienta en salida evangelizadora:

Una comunidad cristiana se evangeliza para evangelizar. Una luz se enciende para alumbrar, no se enciende una candela y se mete debajo de un canasto, decía Cristo, se enciende y se pone en alto para que ilumine. Esto es una comunidad verdadera. Una comunidad es un grupo de hombres y mujeres que han encontrado en Cristo y en su evangelio la verdad, y la siguen y se unen para seguirla más fuertemente. No es simplemente una conversión individual, es conversión comunitaria, es familia que cree, es grupo que acepta a Dios. Y como grupo, cada uno siente allí que el hermano lo fortifica y que en los momentos de debilidad se ayudan mutuamente y, amándose y creyendo, dan luz, son ejemplo; de tal manera que el predicador ya no necesita predicar, cuando hay cristianos que han hecho de su propia vida una predicación. (29 de octubre de 1978).


5.      CANTO: “Alma misionera”.



6.      ORACIÓN FINAL.

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