1. ENFOQUE
Cuando
hay un clima adverso —con mucha lluvia o mucha nieve― a nadie se le ocurre
salir de su casa sin un motivo razonable. Es más cómodo quedarse en casa que
afrontar el mal tiempo.
Algo
de esto les pasa a muchas comunidades de la Iglesia Católica en la actualidad.
Prefieren quedarse gozando de la calidez de la casa que afrontar los desafíos
que le presenta la contemporaneidad.
Sin
embargo, los textos evangélicos hablan de que Jesús y sus discípulos eran un
movimiento itinerante; narran cómo afrontaban tormentas en los lagos, asaban
pescado para comer juntos, pasaban la noche en descampado. El mismo Jesús fue
capturado en un huerto, no en una casa. Ellos pasaban mucho tiempo «fuera» a la
vista de todos.
No
resulta extraño que Jesús recomendara ser como niños para entrar en el Reino de
los cielos, porque los niños, cuando llueve, siempre quieren salir a mojarse.
Son los viejos los que siempre quieren protegerse de la lluvia.
Si
esto lo vemos en un sentido teológico, la misión inicia con la salida del Hijo
de Dios del seno de la Trinidad para encarnarse en el drama humano: «pero
cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una
mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y
hacernos hijos adoptivos» (Gálatas
4,4-5). Y en modo más claro lo dice Filipenses:
«Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo
que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y
presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz.» (Filipenses
2,6-78).
A
partir de este dinamismo de salida, no se entiende por qué la Iglesia se
encierra y haciendo así, no sigue los pasos de Jesús, traicionando el sentido
de la kénosis. De suerte que para
recuperar el sentido misionero que configura la esencia de la Iglesia, debe
entenderse a sí misma como una institución en salida, al modo como nos lo pide
el Papa Francisco.
Por
supuesto que estar en salida es peligroso, pero nadie ha dicho que ser
discípulo de Jesús sea una tarea fácil. Lo afirma el mismo Jesús: «si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo
16,24).
2. ESCUCHANDO
AL PAPA
Hay una fuerte insistencia del Papa, en
el sentido de invitar a la Iglesia a salir de su encierro: «Hoy en día todavía
hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la
misión ad gentes, en la que
todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar, ya que la Iglesia
es misionera por naturaleza: la Iglesia ha nacido “en salida”». (Mensaje, Introducción).
3. LA
MISIÓN COMPARTIDA
En este sentido, el Papa invita a todos
los miembros de la Iglesia a entrar en ese dinamismo de salida, como algo que
restituye identidad originaria a la Iglesia y la sitúa en lo más específico de
su sacramentalidad y el servicio a los pobres:
Todos
los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la
evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen
la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero,
teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en
la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida
constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas
pobres que esperan. (Mensaje,
n. 4).
En otros textos el Papa nos dice:
Cada
cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide,
pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad
y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.
(Evangelii Gaudium, 20).
La comunidad evangelizadora… sabe
adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los
lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive
un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la
infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. Como consecuencia, la
Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se
involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para
lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad
evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás,
achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la
vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los
evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la
comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos
sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de
aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita
maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La
comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la
quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador,
cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas
ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una
situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean
imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta
el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de
enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y
renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe
«festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la
evangelización.
(Evangelii Gaudium, 24).
La Iglesia «en salida» es una
Iglesia con las puertas abiertas.
(Evangelii Gaudium, 46).
…prefiero una Iglesia accidentada,
herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el
encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una
Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de
obsesiones y procedimientos… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos
mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa
contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres
donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y
Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37).
Preguntémonos cuáles son las situaciones
de marginalidad en las que estamos llamados a tener presencia, cuáles son los
sectores de nuestra comunidad que reclaman una atención preferencial.
4. LA
VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)
Monseñor Romero nos dice que una
comunidad tiene sentido solamente si se deja evangelizar y si también ella se
orienta en salida evangelizadora:
Una comunidad cristiana se evangeliza para
evangelizar. Una luz se enciende para alumbrar, no se enciende una candela y se
mete debajo de un canasto, decía Cristo, se enciende y se pone en alto para que
ilumine. Esto es una comunidad verdadera. Una comunidad es un grupo de hombres
y mujeres que han encontrado en Cristo y en su evangelio la verdad, y la siguen
y se unen para seguirla más fuertemente. No es simplemente una conversión
individual, es conversión comunitaria, es familia que cree, es grupo que acepta
a Dios. Y como grupo, cada uno siente allí que el hermano lo fortifica y que en
los momentos de debilidad se ayudan mutuamente y, amándose y creyendo, dan luz,
son ejemplo; de tal manera que el predicador ya no necesita predicar, cuando
hay cristianos que han hecho de su propia vida una predicación. (29 de octubre de 1978).
5. CANTO:
“Alma misionera”.
6. ORACIÓN
FINAL.
No hay comentarios:
Publicar un comentario