CATEQUESIS
N. 3
CREER
AMANDO: FE Y CARIDAD
1. MOTIVACIÓN
«La fe, si no tiene
obras, está realmente muerta» (St 2,17).
Según las palabras de Santiago, la misión, como forma específica de la fe, se
prueba en el crisol de la caridad. La credibilidad de la misión de la Iglesia
tiene que ver directamente con el ejercicio de la caridad. El Papa lo dice en
modo sintético: «la fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un
sentimiento constantemente a merced de la duda» (Porta Fidei, n. 14).
La caridad es el rostro
visible de la sacramentalidad de la Iglesia. Ahora bien, si el Año de la Fe «es una invitación a una
auténtica y renovada conversión al Señor» (Porta
Fidei, n. 6). Entonces, esa renovación se entiende como «un compromiso
eclesial más convencido a favor de una nueva evangelización», por que «la fe,
en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se
comunica como experiencia de gracia y gozo» (Ibíd.).
La correlación entre fe
y caridad implica fundamentalmente dos aspectos: a) situar la misión en el
corazón de la historia y b) darle un rostro creíble al sujeto
histórico-sacramental de esa misión: la Iglesia.
a) Historicidad
de la misión
En uno de los textos
más preciosos que nos ha dado el Concilio Vaticano II se define y encuadra
históricamente la misión de los discípulos: «los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres
que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar
hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para
comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria
del género humano y de su historia» (Gaudium
et Spes, n. 1).
Por eso, el Papa, en su
mensaje afirma que «el afán de predicar a Cristo nos lleva a leer la historia».
En este sentido la historia es el contexto de la misión y dado que el mensaje
de Cristo es siempre actual, por ello «se introduce en el corazón de la
historia y es capaz de dar una respuesta a las inquietudes más profundas de la
cada ser humano». No en vano la Evangelii
Nuntiandi dice que «evangelizar
significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la
humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma
humanidad» (n. 18). Y el n. 20 de la Redemptoris Missio encuadra este propósito en la dimensión del
Reino, pues «la Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino»
diciendo que una de las formas de servir al Reino es «fundando comunidades e instituyendo
Iglesias particulares, llevándolas a la madurez de la fe y de la caridad,
mediante la apertura a los demás, con el servicio a la persona y a la sociedad,
por la comprensión y estima de las instituciones humanas».
b) Credibilidad
de la Iglesia
La imagen que
privilegia el documento de Aparecida
para situar a la Iglesia en el contexto histórico es Iglesia Samaritana. Así, por ejemplo, en el n. 26: «iluminados por Cristo, el
sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como Iglesia
samaritana (cfr. Lc 10, 25-37),
recordando que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a
la auténtica liberación cristiana».
La Iglesia es
samaritana en dos sentidos. En primer lugar, debe suscitar la inquietud por ser
discípulos y misioneros de Jesús, como en el diálogo que Jesús mantiene con la
mujer samaritana (cfr. Jn 4,1-30). Y
en segundo lugar, debe ser samaritana, en cuanto que lucha por sanar las
heridas que el mal inflige en el mundo (cfr. Lc 10, 29-37).
Así lo entiende Aparecida en el n.
135: «la respuesta a su llamada exige
entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cfr. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos,
especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo
la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cfr. Lc 5, 29-32), que acoge a los pequeños y
a los niños (cfr. Mc 10, 13-16), que
sana a los leprosos (cfr. Mc 1,
40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora (cfr. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11),
que habla con la Samaritana (cfr. Jn
4, 1-26)».
2. DIALOGANDO CON EL PAPA
Como en el mensaje
central del documento de Aparecida,
también el Papa, en su mensaje considera importante el encuentro con Cristo
vivo, en vistas a renovar el entusiasmo de comunicar la fe. Escuchemos al Papa:
El
encuentro con Cristo como Persona viva, que colma la sed del corazón, no puede
dejar de llevar al deseo de compartir con otros el gozo de esta presencia y de
hacerla conocer, para que todos la puedan experimentar. Es necesario renovar el
entusiasmo de comunicar la fe para promover una nueva evangelización de las
comunidades y de los países de antigua tradición cristiana, que están perdiendo
la referencia de Dios, de forma que se pueda redescubrir la alegría de creer.
La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad
eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de
manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero
del Evangelio.
3. LA
MISIÓN COMPARTIDA
Cuando Aparecida
habla de la parroquia como comunidad de comunidades, se refiere a la Eucaristía
como elemento central de la misma. Las palabras del documento nos pueden ayudar
a comprender correctamente nuestro amor a ese sacramento, muchas veces
desfigurado por tendencias utilitaristas y sentimentalistas. El documento
vincula nuestro amor a la Eucaristía con el ejercicio del amor al prójimo.
Leamos el n. 176:
La
Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el
misterio del Hijo de Dios hecho hombre (cfr. Fil 2,6-8), nos
plantea la exigencia de una evangelización integral. La inmensa mayoría de los
católicos de nuestro continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene
diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino
para que todos tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión
de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello, tiene
que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Cada
parroquia debe llegar a concretar en signos solidarios su compromiso social en
los diversos medios en que ella se mueve, con toda “la imaginación de la
caridad” (Nuovo Millennio Ineunte, 50). No puede ser ajena a los grandes
sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que, con mucha frecuencia,
son pobrezas escondidas. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la
dimensión trascendente del ser humano y por todas sus necesidades concretas,
para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece.
Podemos compartir el sentido del texto con nuestros hermanos
que participan de la catequesis.
4. MEDITAR
LA PALABRA
Hacer una
lectura contextualizada de Santiago
2,1-13, pidiendo a los asistentes que hagan una interpretación del texto según
el ambiente donde viven y trabajan cada uno de ellos.
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