lunes, 25 de abril de 2011

LA MISIONOLOGIA CONTEMPORANEA, EL LIBRO DEL PROFESOR COLZANI



J. V. CHOPIN

La editorial San Pablo propone a los lectores el nuevo libro del profesor Gianni Colzani.

Durante mis años de estudio en Roma tuve la grata oportunidad de ser profesor asistente del profesor Colzani en la Facultad de Misionología de la Universidad Urbaniana. De hecho me dio a leer el texto que les proponemos.

Destaco del autor su capacidad de tener una amplia visión de la teología de la misión. Además logra presentar convenientemente las modulaciones históricas que experimenta la misión, como praxis y como teoría. El texto de Colzani se abre al diálogo con los contextos eclesiales en que actualmente se debate el futuro de la Iglesia: Asia, África y América Latina. El lector encontrará una amplia presentación del debate misionero actual, una interesante aplicación a los hechos históricos en la tensión que inevitablemente sugiere la dinámica escatológica en que se realiza la misión.

Dado que me identifico mucho con el planteamiento contemporáneo de la misión, espero que el texto sea de su agrado.


De la presentación que hace la casa editorial:


Un libro che ripercorre la storia della missiologia contemporanea e prende coscienza dei profondi cambiamenti di orizzonte in atto.

La fine della seconda guerra mondiale ha introdotto una serie di cambiamenti che finiranno per obbligare la teologia a ripensare radicalmente il suo modello di missione. La fine del colonialismo, almeno sotto il profilo politico, ed il declino della egemonia occidentale imporranno l’urgenza di dare un volto “indigeno” alle chiese del sud del mondo. Il risultato sarà una missione mondiale segnata dal passaggio dalle missioni alle giovani chiese, e trascinerà con se modificazioni tali da esigere il ripensamento di una diversa giustificazione della missione. La stessa comunione ecclesiale dovrà essere ripensata in termini di partenariato tra Chiese sorelle. L’urgenza di questa nuova riflessione investe sia il mondo cattolico che quello protestante e questo libro, con una analisi storica puntuale dei cambiamenti, mira a far risaltare il progressivo imporsi di un nuovo modello di missione.

Gianni Colzani, sacerdote della diocesi di Milano, ha conseguito il dottorato in teologia presso la Facoltà Teologica di Milano nel 1971. Attualmente è professore ordinario di Teologia della Missione nella Facoltà di Missiologia della Pontificia Università Urbaniana di Roma e invitato presso la Pontificia Facoltà Teologica Marianum. Già Assistente nazionale delle Equipes Notre-Dame e dell’Istituto delle Ausiliarie diocesane di Milano, si interessa di Antropologia teologica, Escatologia e Mariologia, temi su cui ha pubblicato molti contributi su dizionari e riviste. Vanta numerose pubblicazioni in ambito missiologico.

martes, 5 de abril de 2011

APROXIMACIÓN A LA ANTROPOLOGÍA DEL DOCUMENTO DE APARECIDA

Por el Pbro. Carlos Peraza

(Docente de la Universidad Don Bosco, El Salvador)

La presente es un pequeño ensayo presentado con ocasión del estudio del Documento que el clero de la arquidiócesis de San Salvador realizara en julio de 2007. El aporte que pueda contener estriba simplemente en ser explicitación de algunos elementos de la antropología que contiene el Documento Conclusivo de los Obispos en Aparecida que, sistemáticamente no ha tratado el tema pero en el que su visión del hombre está supuesta en el conjunto de dicho Documento. De dos conceptos somos deudores como se ha hecho referencia: uno de V. Codina, “crisis de Galilea” que esconde la clave hermenéutica basada en la “debilidad de la fe” (cfr. DI 2) denunciada por el Papa en el cristianismo latinoamericano y, “totalitarismo del mercado” de P. Trigo. Sobre la temática específica no parece haberse escrito nada al momento.


Creo que es importante para lo que pretendemos, decir una palabra sobre alguna clave hermenéutica que sirva de interpretación para todo el Documento que estudiamos y una sobre el método que ahí se sigue.

La crisis y debilitamiento de la fe cristiana en América Latina puede ser establecida como la pauta de interpretación del documento. Durante mucho tiempo la Iglesia latinoamericana ha sido considerada como el “continente de la esperanza”, la que tiene el mayor número de católicos, ha sido vista como la “reserva oxigenante del catolicismo”. Pero América Latina parece haber entrado en una situación de crisis: no sólo es el continente cristiano con mayores desigualdades sociales, sino que se percibe una debilidad en la fe, hay un gran divorcio entre la fe y la vida, falta formación cristiana, disminuyen las vocaciones, hay poco sentido de pertenencia eclesial y del ser discípulos y misioneros, la rica religiosidad está muy al margen de la Iglesia institucional, crecen la indiferencia religiosa y el agnosticismo, muchos dejan la Iglesia católica para hacerse miembros de comunidades cristianas, etc. Pues bien, ante esa realidad, Aparecida olvidando diferencias ideológicas y doctrinales en sus partícipes, ha decidido profundizar en la identidad cristiana de las y los bautizados para que lleguen a ser verdaderamente discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos “en Él tengan vida”.

Como en la “crisis de Galilea”[1], ante el escándalo y abandono de muchos seguidores, que lleva a Jesús a concentrarse en formar más a sus discípulos y en constituir una comunidad para lo cual se aleja hacia territorios paganos, así pareciera la Iglesia tender a replegarse sobre sí misma[2] a fin de profundizar en su identidad y misión con la esperanza de fortalecer la fe cristiana en el “continente de la esperanza”.

En cuanto al método del Documento y más precisamente del que puede descubrirse en su antropología, nos merece una palabra. Como es sabido, no se renunció al método de ver, juzgar y actuar; ciertamente con una especie de declaración de fe antes del primer paso que aún cuando supuesta en el modo tradicional de emplearlo fue mucho más evidente después de que en el Discurso Inaugural resultaran explícitas y que en palabras del Papa rezaba: sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano[3].

Por lo que toca a la antropología, la exigencia de partir de la realidad, de descubrirla, el Documento parte pues, no de afirmaciones esencialistas o de formulación de verdades de fe. Se sigue una descripción de la realidad expresada en términos existenciales y de acuerdo a los insumos que las ciencias pueden aportar. Es decir, se pretende constatar lo que en la realidad está sucediendo, naturalmente no en ayunas de principios teológicos pero estos sólo van dando de sí en la medida en que la realidad lo exija. Es por eso que, en la presentación de elementos antropológicos, buscaremos más que poner en evidencia los que responden a la antropología teológica estrictamente, por lo demás conocidos de todos, atendemos más a lo que el hombre de carne y hueso latinoamericano está siendo en la perspectiva de Aparecida, sin omitir apuntar su fundamentación teológica y más específicamente cristológica.

Desubicación y desconcierto. Crisis de sentido del hombre latinoamericano

Una de las primeras constataciones que los obispos hacen de la mujer y del hombre latinoamericano tiene que ver con el modo como éstos están percibiendo la realidad que se ha vuelto opaca y compleja[4]. Se trata del modo cómo perciben pero a su vez cómo se experimentan y perciben a sí mismos en la realidad. Los cambios vertiginosos que se producen en el denominado cambio de época cuya causa se encuentra en el desarrollo científico y tecnológico y cuyo resultado más palpable se percibe en el avance de las comunicaciones, han llevado aparejado un sentido de desubicación en el hombre al constatar la dificultad de asimilar, comprender y manipular la realidad en los distintos significados con que se le presenta. Los nuevos avances ponen de manifiesto la complejidad de la realidad en la constatación de la parcialización y fragmentación de la misma en sus contenidos analíticos como en la interpretación de conjunto sobreacentuado desde perspectivas particulares que de ella se hace. La demanda de información es urgida si la persona ha de ser significativa en su quehacer pero constata la limitación para poder percibir la unidad de todos los fragmentos dispersos que resultan de la información[5] que se recolecta.

En la prosecución de esa lógica en la cual se ve inmersa y en la que, la falta de información sólo se subsana con más información, la persona se encuentra ansiosa, angustiada y frustrada; y su búsqueda sólo retroalimenta la ansiedad[6]. El resultado es pues, un latinoamericano desubicado y desorientado, medio perdido en el mosaico de una realidad que se le ha tornado incomprensible al no disponer de un sentido unitario que sirva como hipótesis de realidad que le permita comprender la unidad del conjunto. Y no se trata del latinoamericano sin más, se trata de muchos católicos[7]. Así las cosas, el hombre se percibe que está en un mundo opaco y que no comprende[8], limitado, insignificante y angustiado en la trama de la realidad.

Los obispos pues, ven al hombre latinoamericano medio perdido y asustado[9], inmerso en una crisis de sentido. Lo que hasta hace poco constituía la fuente capaz de dar sentido unitario a todos los factores de la realidad vivido desde las tradiciones culturales fuertemente impregnadas de sentido religioso, ha comenzado a desvanecerse y erosionarse. Las tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra, lo que constituye un hecho desconcertante[10]. Pero a su juicio, el hombre latinoamericano no se encuentra existencial y cómodamente instalado en dicha situación que le lleve a la proclama explícita del vacío y sin sentido de la vida y de la realidad; él está en búsqueda sin embargo, se constata que su búsqueda sucumbe y se rinde ante actitudes y realidades más bien efímeras postuladas en la distracción, la fantasía, el espectáculo y entretenimiento[11].

¿Qué factores estimulan y promueven la crisis de sentido del hombre latinoamericano? Tratemos de identificarlos en la medida en que afectando al hombre, nos dicen lo que está siendo.

Totalitarismo del mercado e individualismo pragmático:

Unilateralización de la persona

La globalización[12] es la nueva escala del fenómeno humano[13]; como tal es ambivalente[14] y por tanto no puede ser sacralizada ni demonizada. A nivel social impacta la cultura teniendo como soporte la orientación a determinados fines de la razón instrumental, la ciencia y la tecnología por una parte y por otra, el individuo. El resultado para lo que nos interesa, lo podríamos expresar como el totalitarismo del mercado[15] y la sobrevaloración de la subjetividad individual[16].

Se trata de la dimensión económica de la globalización, la más extendida y exitosa[17] que sirviéndose de la ciencia y la técnica las induce a criterios de eficiencia y rentabilidad funcional. De ahí resulta, la promoción y el dinamismo del mercado y la competencia, que estimulan a la postre su absolutización[18] por la cual, a nivel de relaciones humanas más que promover las de tipo simbiótico, termina por rentabilizarlas[19]; ver en las personas más que seres humanos, posibles competidores, consumidores en donde terminan las mercancías o en la situación más burda, simples mercancías.

A través de sus palpitaciones en la cultura mediática, la globalización va generando a su vez, una cultura del consumo[20]; estimula el deseo y genera la avidez del mercado que descontrola el deseo no sólo de niños y jóvenes sino de adultos[21]. Lógicamente, justificando que los deseos se vuelvan felicidad, se va creando de esta manera, un modo de ser del hombre en que la satisfacción hedonista[22] es privilegiada sobre cualquier otra aspiración. La vida humana, por tanto, se pone en función del placer inmediato y sin límites con lo cual el sentido de la vida se oscurece y más aún, se degrada[23].

La simultaneidad[24], tal vez sea la innovación más patente e impactante que la globalización implica en el ser humano como ciudadano del universo. Los contenidos analíticos que conlleva con innegables bondades implican también discernimiento y postura crítica[25]. Pues bien, estamos en una época en la que el espacio no está ya en función del tiempo. La percepción y vivencia del tiempo en el humano que en Latinoamérica estamos siendo, ha cambiado. Los avances tecnológicos han provocado un cambio en la profunda vivencia del tiempo[26]. Se concibe el tiempo fijado en el propio presente, en la percepción y vivencia individual en el que la imaginación y la fantasía encuentran suelo nutricio. Lo que importa es la vivencia individual, el individuo en suma y fijado en su presente. El dinamismo que el futuro tendería normalmente a desarrollar, se desvanece porque es incierto; más aún, si se supone sea compartido como sujeto social. Es el presente lo que cuenta y vivido en su dimensión individual.

De este modo, la nueva cultura que va siendo gestada, podríamos decir que desde el punto de vista antropológico, se caracteriza por la autorreferencia al individuo[27]. Si bien la libertad y la dignidad de la persona son reconocidas, se verifica una tendencia hacia la afirmación exasperada de sus derechos individuales y subjetivos[28] con lo que, el sentido de comunidad, del bien común y sus procesos va siendo depreciado pues, lo que verdaderamente cuenta es la satisfacción de los deseos de los individuos en los que frecuentemente se impone no los legítimos sino arbitrarios derechos individuales. Aunado a la nueva vivencia del tiempo que en el sujeto tiene lugar, una apuesta a vivir el día a día, no sólo el sentido de proyecto y programa decae sino los apegos personales, familiares y comunitarios también sucumben. En esta lógica, las relaciones personales y afectivas, como indicábamos llegan a ser al fin y al cabo objetos de consumo[29]sin implicaciones comprometedoras duraderas en el tiempo.

Lo que es útil y funcional para mis intereses es lo que verdaderamente cuenta. Las aspiraciones profundas del hombre van siendo moldeadas en o hacia un individualismo pragmático narcisista. El mercado, el consumo, la utilidad y la satisfacción son los verdaderos objetivos abanderados en las aspiraciones y deseos humanos. En ella encuentra su base la lógica y la industria del divertimiento, del show, del espectáculo y las sensaciones.

Estamos por lo tanto, ante una visión del hombre de supuestos unilaterales la que Aparecida está describiendo desde su enfoque existencial. Unilateralización de la persona y de la sociedad centradas en el producir, consumir, disfrutar y desechar. El mercado copa los espacios de la vida humana e induce a ver la realidad desde la óptica e ideología que así se genera. La constitución de la persona como sujeto personal se ve expuesta al espejismo que de suyo produce por una parte el totalitarismo del mercado y por otra, la fragmentariedad en la que se encuentra y le es ofrecida por una trama de la realidad opaca y que finalmente no comprende. En realidad, la afirmación de la subjetividad y sus derechos en la autentica construcción de la persona, ofrecidas con las posibilidades y bondades que los medios de comunicación presentan y en las que la Internet tiene espacio privilegiado, produce tan sólo la impresión y espejismo de construir una autentica autonomía en el sujeto personal. En realidad, estas condiciones e ideología latente, abandonan y empujan al individuo dejándolo a las posibilidades particulares para construir su propia identidad[30]. Son los efectos del individualismo que naturalmente no sólo deja su huella en el relativismo ético sino es justamente su gestor[31].

Pero estamos ante una unilateralización en la visión del hombre centrada no sólo en el producir, consumir, desechar sino en el modo de ver la misma realidad. Qué sea primero si lo uno u lo otro, si la visión o el efecto, no es el problema. Al final son aspectos que se retroalimentan para producir lo que en término acuñado por Marcuse, podríamos expresar, como el hombre unidimensional. La fragmentariedad de la realidad en la que se encuentra el hombre como un Prometeo medio perdido, acaba por imponer una visión de la realidad de corte individualista en la que el tribunal de la verdad está instalado en él mismo y soberanamente. La carencia o crisis de una visión unitaria que dé sentido a la totalidad tiene por responsable distintos aspectos pero en los que el individualismo como cultura es importante. Para el hombre individuo, su punto de vista es simplemente su tabla de salvación para sostenerse en la trama social. Su verdad es lo que importa más allá de valoraciones éticas, juicios, instituciones o tradiciones. Su verdad es subjetiva. La objetividad de la verdad y los valores cuando menos ha sido eclipsada si no es que ha terminado.

De aquí estamos ante un paso hacia el postmodernismo y más al llamado pensamiento débil. No me parece que halla en las afirmaciones de Aparecida una descripción estrictamente posmoderna en algunos de los contornos del hombre que describe pero es evidente que en lo que se dice, podemos vislumbrar retazos de ese hombre posmoderno o al menos, deja entrever su paso y aparición fugaz en estas tierras. Aparecida da lugar a pensar en ello al describir la mutación de los códigos éticos y estéticos y el desconcierto y escepticismo a los que se aluden así como en la indiferencia por el otro y el rechazo a la ideología del esfuerzo y compromiso, porque se ha abandonado el esfuerzo e ilusión por cambiar el mundo y la realidad, dado que dicho esfuerzo es insignificante o por la masificación y despersonalización a la que la cultura de los medios aboca.

Pero el hombre o modelo de hombre que hasta ahora hemos ido dibujando pareciera concentrarse en aquél que como quiera que fuese mas bien resulta ser el beneficiado por los progresos técnicos experimentados; un ser humano envuelto y copado por la técnica y el consumo y, desconocer al que también como quiera que sea, resulta ser el que más lo sufre y padece en la aldea global en buena parte, por carecer precisamente de ambos. El sujeto humano así descrito, pareciera aludir fundamentalmente a capas medias y altas de la sociedad, un sujeto en el que su problemática central pareciera ser propiamente existencial y más aún existencialista, al ubicar la crisis de sentido como el existencial determinante por más que se apunte también su individualismo pragmático y narcisista que al fin y al cabo son estímulos y causas de dicha crisis. Pero, ¿qué pasa con la inmensa mayoría de latinoamericanos en quienes su problemática es más bien vital y de sobrevivencia? Aparecida deberá resolvernos esta cuestión.

La otra cara del individualismo: los rostros de los pobres, excluidos

No se trata ni podemos pedirle a Aparecida una descripción del hombre en términos de clases sociales; no obstante, se da pie a pensar que en el enfoque existencial elegido, se está hablando del mercado y del consumo en el que todos sus clientes parecerían estar en igualdad de oportunidades. Sin embargo, el propio Documento se encarga de corregir esta apreciación.

Aparecida nos da una visión del pobre y la pobreza desde el fenómeno de la nueva escala humana esto es, la globalización y, evidentemente, para ser precisos, desde los presupuestos evangélicos y cristológicos de los que no puede prescindir. Para nuestro interés nos enfocamos en lo primero.

En este punto el Documento no se guarda medias tintas. En realidad, a pesar de las bondades contenidas en los procesos de globalización, su actual dinámica produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados[32] y mantiene en la pobreza a multitud de personas. El punto es que las actuales circunstancias de Latinoamérica muestran que tal cual ha impactado y está configurada la globalización afecta negativamente a los sectores más pobres[33]y a la inmensa mayoría de católicos[34]. Ante los pobres y la pobreza la globalización ha puesto a las claras un nuevo fenómeno y categoría socioeconómica que expresa una nueva realidad, la exclusión social. Los pobres no son ya más simplemente pobres. La pertenencia a la sociedad en la que se vive ha quedado afectada en su misma raíz, pues, ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables”[35].

En este sentido, la globalización ha hecho emerger entre nosotros, nuevos rostros de pobres[36] y a su vez, amenaza y pone en peligro no sólo la identidad sino la propia existencia de pueblos diferentes, como es el caso de los pueblos indígenas y afroamericanos[37].

Las consecuencias de la globalización y sus herramientas no han conducido a favorecer a los más pobres como tampoco a contribuir para que las desigualdades seculares del sub-continente de mayorías católicas hayan sido superadas. Y en este punto, la responsabilidad no queda recluida en las estructuras sin más sino también en la falta de fidelidad a sus compromisos de muchos cristianos[38].

Estamos pues ante la nueva cara de la visión del hombre latinoamericano que ha hecho emerger la cultura global. No se trata simplemente del rostro de los excluidos aunque sea quienes lo patentizan y perfilan de mejor modo. En realidad, por activa y por pasiva tenemos un nuevo rostro humano que evidencia la visión de hombre que se esconde en la dinámica que experimenta la globalización en su dimensión económica. El individualismo, el totalitarismo del mercado, la unilateralización de la persona con sus correlatos en la cultura del consumo y el hedonismo a la par que los excluidos mismos, muestran la visión del ser humano que se ha ido fraguando en los últimos tiempos. Sin duda, no simplemente señales sino realidades sustentadas que teniendo como referencia un ser humano, en la práctica este ser humano y este modelo de hombre se ha vuelto cerrado a Dios y al otro[39].

La sobrevaloración de la subjetividad individual, la autorreferencia del individuo como características de la cultura ambiente y en una palabra, el individualismo como ideología de fondo, implican un proceso por el cual no sólo se termina en la indiferencia por el otro[40] sino a ver en ese otro posible alguien a quien no necesita o del cual no se siente responsable y en definitiva, la cultura del mercado y el consumo se encargan de enseñar a valorar como objeto de consumo[41]que como tal, también se puede cambiar o simplemente desechar.

Pues bien, concediendo que estos retazos perfilan poco más o menos elementos de la visión antropológica que Aparecida y sus obispos develan en la realidad latinoamericana, habría que preguntarse ahora lo que para el Documento es la visión y modelo de hombre que hacen suya como propuesta a los cristianos y cristianas de América Latina y que como tal, es alternativa a la inscrita en los modelos culturales en boga o cuando menos, visión con la cual se puede asumir y superar desde dentro el actual estado de la situación. Implicaría por tanto, proponer algunas ideas centrales que configuran su filosofía del hombre por una parte y por otra parte, las correspondientes ideas teológicas que inspiran en definitiva su modo de ver al hombre y cuya antropología es en definitiva, la encargada de jalonar el modo de ser actual en que nos encontramos. No podremos sino sólo esbozar ambos aspectos.

Vocación de sentido de la persona humana

El desasosiego, ansiedad y desubicación que los obispos perciben en el hombre latinoamericano a raíz del impacto que en la vida social ha supuesto la globalización, ha implicado un doble proceso que tiene sus consecuencias en el sujeto humano: la fragmentación y dispersión de la realidad y la orientación vital en el modo de comprender y comprenderse desde fragmentos de la misma realidad[42]. La producción de nuevos conocimientos y lenguajes científico técnicos si bien dejan sentir sus efectos en el modo de autocomprensión y comprensión de la realidad llevando a sobreacentuar informaciones parciales o finalmente a postular un mundo opaco e incomprensible[43], no acallan sin embargo, la búsqueda de un sentido unitario. Tampoco la inter o multiculturalidad[44], como pretendida justificación de los distintos puntos de vista y la verdad depositada en su garante subjetivo pueden subsanar la necesidad de sentido al encontrar unidad en todo lo que existe y nos sucede en la experiencia.

Pues bien, ante este fenómeno, los obispos ofrecen su concepción de lo que es la persona, palpitante en la situación del hombre y la mujer latinoamericanos en esta nueva etapa histórica. Y es que, en sus palabras, la persona humana, es en su misma esencia, aquel lugar de la naturaleza donde converge la variedad de significados en una única vocación de sentido[45]. En cada persona humana late una irrenunciable vocación de sentido que le impulsa a la búsqueda de comprensión que de sentido unitario a todos los factores de la realidad. La crisis de sentido que sobreviene en las transformaciones culturales que tiende a desvanecer los puntos de referencia que permiten orientación en la vida, no pueden apagar su vocación de sentido. La emergencia de la subjetividad que tiene por supuesto dimensiones positivas pero más aún el individualismo, con lo de crisis que comporta en las relaciones intersubjetivas y en las instituciones garantes de la vida humana, no termina sino en la generación del vacío y tedio, con los múltiples males que comporta y a la postre, en la despersonalización y atomización de la realidad y sociedad.

Dignidad de la persona humana y su fundamento

Pero la vocación de sentido de la persona humana –propuesta por los obispos- no se sostiene y justifica por sí misma; es decir, no basta con sostener en el hombre su insaciabilidad en la búsqueda por encontrar significado y sentido o con la configuración o adquisición de una visión de mundo capaz de unir y generar sentido unitario para satisfacer a cabalidad dicha necesidad humana. Dos principios se vuelven aquí imprescindibles para mostrar en plenitud lo que el hombre es y su vocación de sentido; uno de carácter antropológico y el otro, diría que es teológico y epistemológico. El primero podría ser compartido con distintas visiones pero en el que en la presentación cristiana reviste originalidad; el segundo, es pretensión teológica que justifica su quehacer y en el buen sentido.

Con la emergencia de la subjetividad y el giro antropológico moderno y no sólo desde entonces, la perspectiva de los obispos y el Documento podrían compartir en primer lugar, la necesidad no sólo de proclamar la dignidad de la persona humana. Pero el problema no es simplemente admitir la dignidad del hombre sino en sustentarlo coherentemente en la realidad y para lo cual es necesario hacerlo verdaderamente centro de toda la vida social y cultural[46] por el respeto último y la ultimidad que en sí mismo comporta y no simplemente proclamarlo formalmente no yendo a las consecuencias últimas que implica. Pero es esta ultimidad la que debe mantenerse y ser respetada, la dignidad de la persona y vida humana desde sus inicios hasta su final y hacerlo de cara a los progresos y avances científico técnicos de la aldea global.

El sentido divino[47] de la dignidad y vocación de la persona humana es la que sustenta y garantiza el valor y ultimidad que en sí misma significa la persona y complementariamente la que satisface el sentido religioso susceptible de promover una visión de conjunto de la realidad y superar la fragmentación. No simplemente la dignidad de la persona humana sin más; su sentido divino y el alto grado de la vocación supuesto e implícito en la unidad total de su ser es donde encuentra la luz que aclara su verdad[48] y la de la realidad. No es el hombre sin más el criterio y fuente de valor supremo de cuanto existe. Es Dios la realidad fundante[49]. La inviolabilidad del ser y dignidad del hombre no alcanza plenitud sino acogiendo esta verdad última que le fundamenta y que a la vez lo constituye respetando su autonomía, fundamento y verdad que no puede darse a sí mismo sino simplemente reconocer como instancia última y acoger porque de suyo le constituye en lo íntimo de su ser. Nos situamos por tanto, de cara a Dios y al don que significa su revelación en Jesucristo y la originalidad cristiana.

Por eso los obispos pueden afirmar con el Papa que sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano[50]. Anima a los obispos y al Papa en esta afirmación, no sólo la convicción teológica sino la experiencia histórica que ha mostrado que dejar de lado a Dios o ponerlo entre paréntesis teórica o prácticamente, la construcción social de ahí derivada no termina sino en recetas destructivas y en caminos equivocados justamente al olvidar, falsificar o cercenar el fundamento de la misma realidad.

Fundamentos teológicos y cristológicos de la antropología

Ya no solo será vocación de sentido, pues, para Aparecida, como tampoco la dignidad de la persona humana sin más sino vocación divina el constitutivo inherente de la realidad del hombre garantizado desde el fundamento y principio de la realidad ubicado en Dios y manifestado en Jesucristo, el que resuelve ontológica y existencialmente lo que el hombre es. Pero no se trata de algo extrínseco al mismo hombre, de una luz venida de fuera. Y he aquí la fundamentación antropológica de la comprensión del hombre que Aparecida nos presenta de inspiración y fundamentación cristológica para aclarar la cuestión. En palabras de la Gaudium et Spes nos la expresan los obispos: En realidad, tan sólo en el misterio del Verbo encarnado se aclara verdaderamente el misterio del hombre. Cristo, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación[51]. Se trata de una fundamentación a la sombra de Colosenses 1,15 que complementa la descrita en Génesis 1,26 y en la que Pablo nos dice que Cristo es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura.

En Jesucristo pues, descubrimos nuestra propia identidad y vocación no simplemente de sentido sino divina; la que en Él se esclarece para el hombre es vocación divina fundamentada en su humanidad perfecta que no ha quedado absorbida en la divina, puesto que en su vida humana también manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación.

Lo que estamos queriendo expresar es que el homo sapiens no se explica por Cristo, que Adán no se explica por Cristo sino que Cristo mismo explica el homo sapiens al manifestarle, restablecerle y otorgarle en virtud de su misterio pascual, el don de su vocación divina. Desde aquí y desde un plano estrictamente antropológico me atrevería a decir, podemos encontrar la justificación del seguimiento y por tanto del discipulado puesto que en su humanidad perfecta Jesucristo revela plenamente lo que el hombre es, al descifrarle su sentido y vocación en el designio de Dios y por lo tanto, justificar su llamada y seguimiento por parte del hombre. Seguir a Jesucristo es llegar a ser más hombre puesto que Él en su humanidad nos revela ontológica y existencialmente lo que el hombre es.

Y desde aquí podemos al menos intuir y sospechar, cuestión que no es evidente pero que no podemos justificar aquí, que el anuncio del misterio o del designio de Dios va ligado a la verdad de lo que es el hombre y por lo cual, anuncio y misión y, verdad del hombre –como tarea de la Iglesia- están estricta y esencialmente ligados y exigidos. En otras palabras, anuncio y misión de la Iglesia está intrínsecamente ligada a la verdad del hombre y al discipulado.

Conclusión

La realidad antropológica descrita por Aparecida está pues, signada por la realidad del pecado y esto quiere decir, sencillamente bajo el signo de la muerte. Las transformaciones culturales supuestas en la globalización, a pesar de las bondades que implica, supone a su vez una amenaza no simplemente a la cultura sino a la vida humana porque la visión y modelo de hombre que en ella se ha ido fraguando se muestra en la práctica cerrado a Dios y al otro[52], por lo que Aparecida demanda para todo católico actitud crítica[53] en el nuevo escenario. Se comprende entonces, que uno de los ejes transversales y de lectura del Documento sea precisamente “la vida” y se comprende a su vez, que la misma vida denuncie la debilidad de la fe que muestra el cristianismo latinoamericano en su “crisis de Galilea”. De ahí la propuesta que de “la vida” hace el Documento, vida plena en Jesucristo que implica en los cristianos –como otrora con los primeros discípulos- confrontar su identidad: ser discípulos y misioneros.

… …


Julio 2007.


[1] Puede verse este parangón en V. CODINA, Para comprender Aparecida. RLT 72(2007) pp.283-293.

[2] Cfr., DA 11,12

[3] DI 3

[4] Cfr. DA 35,36

[5] Cfr. DA 35,36

[6] Cfr. DA 38

[7] Cfr. DA 480

[8] DA 38

[9] Cfr. DA 42

[10] DA 39

[11] Cfr., DA 39

[12] Aparecida destaca muchos aspectos positivos que la globalización supone pero a mi juicio, por la perspectiva que adopta así como por la finalidad que se propone, eminentemente pastoral, busca destacar más los que en mayor medida están afectando al hombre y sociedad latinoamericana; de ahí, su enfoque crítico lo que no significa adverso o necesariamente opuesto. Dicha perspectiva marcará por tanto, lo que aquí se diga.

[13] Cfr. DA 35

[14] Cfr. DA 60, 523

[15] Ver P. TRIGO. Temas que debería abordar la V Conferencia del Episcopado de Latinoamericano, RLT 70(2007) p. 31ss.

[16] Cfr. DA 44, 45, 46, 479

[17] DA 61

[18] Cfr, DA 61, 62, 387

[19] Cfr. DA 47, 46

[20] Cfr. DA 51

[21] Cfr. DA 50

[22] Cfr. DA 50, 357

[23] Cfr. DA 357

[24] Cfr. DA 34

[25] Cfr. DA 479

[26] Cfr, DA 44

[27] Cfr. DA 46, 44

[28] Cfr. DA 47

[29] Cfr. DA 46

[30] Cfr. DA 479

[31] Cfr. DA 479

[32] DA 62

[33] Cfr. DA 65

[34] Cfr., DA 176

[35] DA 65

[36] Cfr. DA 402

[37] Cfr. DA 89, 90

[38] DA 501

[39] Cfr. DA 503, 46

[40] Cfr. DA 46

[41] Cfr. DA 46, 51, 61

[42] Cfr. DA 36

[43] Cfr., DA 38

[44] Cfr. DA 42

[45] DA 42

[46] Cfr. DA 480

[47] Cfr. DA 480, 35

[48] Cfr. DA 42

[49] Cfr., DI 4

[50] DI 3, cfr. DA 42

[51] GS 22 citado en DA 107

[52] Cfr. DA 503, 46

[53] Cfr., DA 479

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