martes, 19 de marzo de 2013

CENTRALIDAD DE LA MISIÓN EN LA VIDA PARROQUIAL


La vitalidad de la Iglesia, y en modo particular de la parroquia, se mide a partir de la misión. Aquí se puede parafrasear el dicho popular: «Dime cómo vives la misión y te diré qué tipo de comunidad cristiana eres».
La misión es el termómetro de la Iglesia. Esto es así porque la tradición cristiana afirma que la esencia de la Iglesia es la misión (cfr. Ad Gentes, 2; Evangelii Nuntiandi, 14). Renunciar a este principio es renunciar a ser Iglesia. Por eso es que Pablo solía decir: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16). Ese grado de convicción es el que debe caracterizar a todo católico y a todas las parroquias.
Necesidad de la conversión para ejercer la misión
Pero nadie puede llegar al grado de entrega de San Pablo si primero no se cuestiona seriamente su estado actual como cristiano. Habría que preguntarse con honestidad: ¿estoy siendo generoso y fiel a aquello en lo que digo creer?
De modo que la misión supone la conversión. Esto ha quedado bien claro en el documento de Aparecida, que pone como condición para una auténtica renovación de nuestras parroquias la necesidad de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales (n. 367). El documento es incluso más explícito en este punto cuando afirma: la conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a un pastoral decididamente misionera (n. 370). De frente a estos textos no nos debería quedar duda de la necesidad de ponernos en marcha, cuanto antes, hacia la renovación misionera de nuestras comunidades.
Sentido de la misión
Ahora bien, una vez que uno acepta que la misión es la esencia de la Iglesia y que su aplicación es principio de transformación de nuestras parroquias, entonces hay que preguntarse si la misión se ejerce del mismo modo en todas partes. A lo cual hay que responder que no. Es decir, aunque la misión es una y única, en cuanto procede del seno de la Trinidad y en cuanto al modo como la vivió Jesús de Nazaret, sin embargo la misión necesita ser contextualizada. Por eso hay que preguntarse en primer lugar: ¿qué características adquiere la misión en mi comunidad? Esta respuesta remite a un doble conocimiento: primero, yo debo conocer los contenidos doctrinales de la fe, que son los mismos que constituyen los contenidos de la misión en su despliegue evangelizador; en segundo lugar, yo debo conocer el contexto socio-cultural, político y económico en que se ejerce la misión. Tienen, pues, razón los filósofos cuando afirman que no se puede amar lo que no se conoce, y yo diría que tampoco se puede testimoniar ni predicar lo que no se conoce.
Fe y Misión
De ahí la importancia de tomar en serio la distinción que hace el Papa Benedicto XVI entre fe y contenidos de la fe. Las posibilidades de éxito de la misión hoy dependen del adecuado equilibrio que se da en los creyentes entre el acto de libertad con que una persona afirma que cree en Cristo y el grado de conocimiento que tenga esa persona de los elementos que supone tal afirmación, contenidos de la fe. Dicho en modo sencillo: yo puedo decir que soy católico, pero si nunca leo la Biblia, ni tampoco leo el Catecismo de la Iglesia Católica, entonces mi afirmación tiene algo de mentira y seguramente mucho de superficialidad. Ya lo tenía claro Pablo cuando decía: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cfr. Rm 10,10). El Papa lo dice así: En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento; de tal manera, continúa diciendo el Papa, que el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia (Porta Fidei, 10). Estos dos elementos —fe y contenidos de la fe― deben ir siempre unidos.
María, mujer responsable y creyente
No hay duda que María puede inspirar nuestra vida de parroquia, sobre todo si se aplica aquello que en ella se cumple: el paso de la escucha de la Palabra a su efectiva realización en la historia. En esto nos puede ayudar mucho el pasaje evangélico en el que Jesús corrige a la mujer que exalta la maternidad biológica de María, en vistas a una maternidad educadora y responsable: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él replicó: «Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan». (Lc 11, 27-28).

lunes, 11 de marzo de 2013

GOBERNAR CON LA CONSTITUCIÓN Y CON LA BIBLIA. A propósito de una frase de Antonio Saca




El 25 de febrero de 2013, Antonio Saca oficializó su candidatura a la presidencia de El Salvador para el período 2014-2019. En su discurso de lanzamiento de candidatura dijo, entre otras cosas, que de ganar las elecciones gobernaría «con la Constitución y con la Biblia». Al respecto de esa frase propongo las siguientes reflexiones.
En mi condición de ciudadano salvadoreño me parece normal —y eso espero— que un presidente gobierne su país apegándose a la Constitución de la República. Pero, en mi condición de especialista de la teología, oír decir a un candidato a la presidencia —que no es especialista en Biblia— que gobernará también con la Biblia, lo que me produce es incertidumbre.
Me produce incertidumbre porque, si no es un especialista en Biblia, lo más probable es que no sepa gobernar según ella. Ahora bien, ¿por qué Antonio Saca hace tal afirmación? ¿Qué propósitos persigue al equiparar la Ley humana con la Ley divina? Aquí le asalta a uno una cuestión fundamental: Saca, ¿quiere ser presidente o pastor mayor de la República? Como sea, ambas cosas son rentables.
Lo que sucede es que, de nuevo, los candidatos a la presidencia recurren  a la manipulación del sentimiento religioso del pueblo salvadoreño. Su razonamiento es lógico: dado que no tengo las competencias requeridas para gobernar en modo laico, apegándome a la Constitución, entonces busco refugio en la religión. Con lo cual ya nos pone al tanto, por enésima vez, de su verbo exuberante y de las limitaciones de su formación política.
Otro refugio favorito de los candidatos superficiales es el recurso al sentimentalismo, lo que yo defino como amabilidad inútil. Una de las afirmaciones de Antonio Saca reza: «los mejores sociólogos son nuestros abuelitos», a sabiendas de que este tipo de frase gusta al hombre común, poco acostumbrado al razonamiento lógico. De este modo bien podemos decir, a falta de racionalidad, abramos nuestros corazones al sentimiento. Y de nuevo nos advierte: dado que no puedo gobernar bajo el principio de racionalidad y legalidad, entonces recurro al sentimentalismo.
La verdad es que Antonio Saca, al decir esas cosas, no tiene en mente a la clase pobre que ha adquirido conciencia de ser clase explotada, tampoco a la clase media trabajadora y mucho menos a sus amigos y enemigos de la clase acomodada. Tiene en mente a los millones de personas empobrecidas de este país, quienes podrían determinar el voto, y a quienes se les presenta primero como redentor antes que como presidente. Reconózcasele a Antonio Saca el mérito de haber identificado, con pericia de negociante palestino, que a las bases populares se llega por los medios de comunicación social, por la religión y por la escuela. Para el caso de Saca, en el orden que lo hemos escrito. Pero, hoy más que nunca, la clase media tiene claro que la manipulación de las conciencias privilegia esos tres vectores y sumado a ello cuenta también con el desconcierto que le ha producido la timidez del cambio prometido por la izquierda.
¿Qué significa para una persona honrada gobernar con la Biblia? De momento y como cosa prioritaria, significa promover la vida, a tenor de lo que dice el texto del Evangelio de Juan 10,10: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».  Por consiguiente, la promoción de la vida no se limita a evitar la muerte y menos a aplicarle «mano dura» a quien está acostumbrado a ella. Eso es como intentar apagar un fuego, esparciendo gasolina.
Sostengo que el origen del mal no está en los malos, sino en las condiciones que posibilitan su accionar, es decir, en la mediocridad vista como falta de sistematicidad, en la superficialidad que se refugia en el sentimiento  y en la ligereza de la palabra que ofusca la racionalidad. No se equivocaba X. Zubiri —el maestro de I. Ellacuría— al decir que la condición para ver no son los ojos, sino la luz. El mal actúa cuando se le conceden los espacios para hacerlo.
Gobernar con la Biblia significa también atenerse al precepto de «no robar» (Éxodo 20,15). Es más, en el caso de que se acepte que se ha robado, bíblicamente lo normal sería restituir cuatro veces más de lo robado, como hizo —el también bajito de estatura— Zaqueo (cfr. Lucas 19,1-10); quien tuvo que encaramarse en un árbol de sicómoro para ver cara a cara a Jesús, y, habiéndolo visto, se redimió afirmando: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Pero, para los manipuladores de las conciencias estas palabras suenan como dichas para «niños de un planeta extraño», herederos del «semos malos», de Salarrué, que ya conocemos.
Por tanto, afirmar que se gobernará según la Biblia sin haberlo hecho en el pasado y sin tener la menor intención de hacerlo en el futuro, es mentir. Y la mentira también es prohibida por la Biblia (cfr. Éxodo 20,16).
Lo que está pasando en El Salvador es que no se asume con seriedad la laicidad del Estado. Desde siempre el salvadoreño medio y sus gobernantes confunden a la religión con los partidos políticos y a los partidos políticos con las religiones. La religión cívica existe, y es la que lleva ofrendas florales a monumentos inertes e improbables con rigurosidad de calendario litúrgico, la que reza una oración a una bandera, la que promueve y exige una semana cívica, etc.
Como vía de solución a la manipulación de la religión y del sentimiento propongo desmitificar la religión cívica y la religión tradicional que se doblega ante los intereses del político de turno.
Dado que la clase media salvadoreña ha alcanzado un alto grado de análisis crítico y siendo como es la que soporta el gasto de la cosa pública, hay que alargar con creatividad la conciencia crítica por ellos adquirida, también a los sectores desposeídos y marginados de la sociedad salvadoreña. Esto supone el uso pertinente de los tres vectores ya mencionados: los medios de comunicación social, de los cuales las clases desposeídas y capas medias utilizarán las redes sociales y todo medio alternativo a su alcance; la religión, en una versión responsable y apegada a las luchas específicas del pueblo; y la escuela, a la vez desmitificadora de los artificios del constructo ideológico-político dominante y constructora de una visión solidaria de la sociedad.
En todo caso, a Antonio Saca, con todo respeto y dado su aprecio por el Texto Sagrado, se le pueden recordar aquellas famosas palabras del Evangelio de Mateo 8,29: «¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». El exacto contrario de su afirmación nos hace pensar que también cabe la posibilidad de que no pueda gobernar ni con la constitución ni con la Biblia.  

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