CATEQUESIS
N. 4
«PARA
QUE EL MUNDO CREA» (Jn 17,21): FE Y
TESTIMONIO
1. MOTIVACIÓN
«La Buena Nueva debe ser proclamada en primer
lugar, mediante el testimonio» (EN
21). Este principio básico de la misión sigue vigente, no ha pasado de moda.
Esto es así porque la dinámica del testimonio es un elemento constitutivo del
proceso evangelizador: «evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una
manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu
Santo» (EN 26).
Ahora bien, la centralidad del testimonio en el
proceso evangelizador está sustentada en el dato bíblico. Jesús, en vísperas de
su martirio, al ser cuestionado por Pilato dice: «para esto he nacido y he
venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha
mi voz» (Jn 18,37). Lo que hace el Evangelio
de Juan es indicar la forma específica del testimonio: consiste en llevar a su
máxima expresión la escucha de la Palabra y el ejercicio de la verdad. El éxito
de la misión, según esto, consiste en hacer efectiva la Buena Nueva, primero en
la propia persona y luego en el propio entorno. Así lo dice Jesús en Juan 4,34, en el contexto del diálogo de
Jesús con la Samaritana: «mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió
y llevar a cabo su obra». Ahí están presente los dos elementos: aceptación de
la voluntad y efectiva realización de la misma. En la misma dirección se movió
la primera discípula, María: «yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en
mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Y
además recomienda: «hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Su dignidad, en cuanto madre del Salvador, le viene dada
porque no sólo escucha, sino que pone en práctica lo escuchado; Lucas lo dice
en modo lapidario: «dichosa tú porque has creído» (Lc 1,45). El testimonio es la fidelidad con la que el discípulo
hace efectiva la voluntad de Dios en la historia. En esa línea, sólo de Jesús
dice la escritura que es «el testigo fiel y verdadero» (Ap 3,14) y en su martirio confluyen la fe, la esperanza y la
caridad: «es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que
todos los que creen en él tengan Vida eterna» (Jn 3,14-15).
Pero, aun con lo dicho, cabe preguntarse: ¿qué
características tiene el testimonio de Jesús? Su comportamiento, es normativo,
esto quiere decir, que en la línea de los principios determina el
comportamiento de los discípulos. En primer lugar, el testimonio de Jesús es
amor a los pobres, llegando a afirmar que de ellos «es el reino de los cielos»
(Lc 6,20). En segundo lugar, el
testimonio de Jesús es radical, llega hasta la entrega de su vida: «no hay amor
más grande que dar la vida por los amigos» (Jn
15,13). En esta perspectiva, la cruz tiene un alto valor simbólico. La cruz es
«madre», ella es el seno de donde nace la Iglesia. La Iglesia nace bajo la
cruz. Por tanto, el martirio de Jesús es el fundamento de la Iglesia y de su
misión. Lo dice el Papa en modo diáfano: «la renovación de la Iglesia pasa
también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su
misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a
hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó» (Porta
Fidei, n. 6).
En este horizonte, los mártires cobran mucha
relevancia: «por
la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del
Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor
don del amor con el perdón de sus perseguidores» (Porta
Fidei, n. 13). Por tanto, «el Año de la fe será también una buena
oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad» (Porta
Fidei, n. 14). Si los mártires son para nosotros la máxima expresión del
amor de Dios, entonces hay que preguntarse si la forma de entrega de ellos está
siendo integrada en los programas de evangelización de nuestras comunidades o,
por el contrario, está siendo dejada de lado.
El Kerigma,
que es un elemento irrenunciable en el proceso evangelizador, supone predicar a
un Cristo muerto y resucitado. En este contexto hay que preguntarse: ¿Cómo
muere el pueblo en la muerte de un mártir? ¿Cómo resucita el pueblo en la
resurrección de los mártires? La predicación kerigmática nos obliga a retornar
a las palabras de la Lumen Gentium n.
8: «la Iglesia “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y
los consuelos de Dios” anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cfr. 1Co 11,26).
Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con
paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como
externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras,
hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos».
2. DIALOGANDO
CON EL PAPA
En su mensaje, el Papa habla del Kerigma como uno de los elementos
esenciales de todo proceso evangelizador:
La
preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad
eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de
manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero
del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma
de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor
de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el
envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la
pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de
la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz.
En
Porta Fidei, n. 15 el Papa puntualiza
el sentido del kerigma:
La
preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad
eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de
manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero
del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma
de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor
de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el
envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la
pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de
la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz.
3.
LA MISIÓN COMPARTIDA
Para
comprender el sentido del testimonio cristiano comparemos un texto de la Lumen Gentium con un texto del Catecismo de la Iglesia Católica.
Lumen Gentium,
n. 8:
Pero como Cristo
efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es la
llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la
salvación. Cristo Jesús, "existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí
mismo, tomando la forma de siervo" (Fil.,
2,69), y por nosotros, "se hizo pobre, siendo rico" (2Cor., 8,9); así la Iglesia, aunque
el cumplimiento de su misión exige recursos humanos, no está constituida para
buscar la gloria de este mundo, sino para predicar la humildad y la abnegación
incluso con su ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a "evangelizar a
los pobres y levantar a los oprimidos" (Lc., 4,18), "para buscar y salvar lo que estaba
perdido" (Lc., 19,10); de
manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad
humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su
Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende
servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Hebr., 7,26), no conoció el pecado (2Cor., 5,21), sino que vino sólo a
expiar los pecados del pueblo (cf. Hebr.,
21,7), la Iglesia, recibiendo en su propio seno a los pecadores, santa al mismo
tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia
y la renovación.
Catecismo de la Iglesia, n. 786:
El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo". Cristo ejerce
su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección
(cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de
todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en
rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir es
reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que
sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y
sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia"
viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.
Por
su parte, el documento de Aparecida
valora como algo esencial la práctica de la fe en la forma del testimonio: «el énfasis en la experiencia
personal y lo vivencial nos lleva a considerar el testimonio como un componente
clave en la vivencia de la fe» (n. 55). Analicemos
el n. 98 del mismo documento y démonos un espacio para evaluar si el testimonio
de los mártires nos conduce a una eclesiología responsable, o simplemente los
vemos como algo ornamental, muy bonito y hasta devocional, pero que no
interpela el nivel de testimonio que estamos viviendo:
La Iglesia Católica en
América Latina y El Caribe, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de
algunos de sus miembros, ha dado testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y
brindado su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el
esfuerzo por promover su dignidad, y también en el empeño de promoción humana
en los campos de la salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la
tierra, cultura, vivienda y asistencia, entre otros. Con su voz, unida a la de
otras instituciones nacionales y mundiales, ha ayudado a dar orientaciones
prudentes y a promover la justicia, los derechos humanos y la reconciliación de
los pueblos. Esto ha permitido que la Iglesia sea reconocida socialmente en
muchas ocasiones como una instancia de confianza y credibilidad. Su empeño a
favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han
ocasionado, en muchos casos, la persecución y aún la muerte de algunos de sus
miembros, a los que consideramos testigos de la fe. Queremos recordar el
testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes, aun sin haber
sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y han ofrendado su
vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo.
4.
MEDITAR LA PALABRA
A
partir de la lectura de la Carta a los
Hebreos, que nos hace un fuerte llamado: «no se vuelvan flojos, sino más
bien imiten a aquellos que por su fe y constancia consiguieron al fin lo
prometido» (Hb 6,12). Siguiendo la
pedagogía de Jesús que «aunque era Hijo, aprendió en su pasión lo que es
obedecer» (Hb 5,8), reflexionemos:
¿Por qué nuestro testimonio no está teniendo efectos
contundentes en este momento histórico?
No
hay que olvidar que la cizaña se siembra mientras los discípulos duermen: «pero
mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo y sembró cizaña en medio
del trigo y se fue» (Mt 13,25).
A
cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II:
¿No será que el enemigo hace su siembra mientras
nosotros permanecemos dormidos? ¿Qué tan en serio nos hemos tomado la
aplicación del Concilio Vaticano II?