Por: Juan Vicente Chopin.
1. Enfoque
La
familia cristiana es esencial en el proceso evangelizador. Este es un dato que
está ampliamente sustentado en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la
Iglesia. El mismo Jesucristo quiso tener una familia para dar inicio a su
misión. Y el Papa Francisco, últimamente, ha llegado a dar a la familia una
fundamentación teológica al afirmar que: «El Dios Trinidad es comunión de amor,
y la familia es su reflejo viviente»; de manera que «La familia no es pues algo
ajeno a la misma esencia divina» (Amoris
Laetitia).
Pero,
además, al interno de un contexto familiar, las mujeres han jugado un papel
decisivo a la hora de llevar adelante la obra redentora. Los Evangelios y
varios textos del Antiguo Testamento dan cuenta de la centralidad que tiene el
ejemplo y la labor educativa ejercida por las mujeres.
La
misión de Jesús inicia en el seno de una familia. Los Evangelios sustentan que
Jesús es hijo de María, quien estaba esposada con un hombre «justo» llamado
José (cfr. Mt 1,18.19; Lc 1,26; 2,4-5).
Ahora
bien, la familia de Jesús, como todas las de su tiempo, estaba sujeta tanto a
los preceptos de la religión, como a las leyes civiles. Jesús se somete a la
circuncisión: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio
el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno»
(Lc 2,21). Dice este mismo Evangelio que «sus padres iban todos los años a
Jerusalén a la fiesta de la Pascua» (Lc 2,41). También se dice que, siguiendo
las prescripciones de la Ley, Jesús, el primogénito, fue presentado al Señor
(Lc 2,22-24). Es comprensible entonces que Jesús siguiera las normas religiosas
que veía practicar a sus padres.
Los
Evangelios también reportan que la familia de Jesús era respetuosa de la ley
civil. Así se dice que cuando salió el edicto de César Augusto ordenando que se
empadronase todo el mundo, José subió con María desde Galilea a Belén para
hacer el trámite; para entonces María estaba en cinta de Jesús (cfr. Lc 2,1-5).
Finalmente,
hay que resaltar el papel protagónico de las mujeres en esta etapa. María, la
madre de Jesús, no escatima esfuerzos en cuidar a su prima Isabel, que está en
cinta de Juan el Bautista. La descripción que hace el texto bíblico pone de
manifiesto la diligencia de la Madre de Jesús: «En aquellos días, se levantó
María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (Lc
1,39). Y no es una visita rápida, dice el texto que se quedó «unos tres meses»
(Lc 1,56) cuidando a su prima. Ambas mujeres, María e Isabel, son exaltadas en
los inicios del relato evangélico por el papel de educadoras respecto de sus
hijos. Así, de Jesús se dice que «crecía en sabiduría, en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres». Algo parecido se dice de el Bautista: «El niño
crecía y su espíritu se fortalecía» (Lc 1,80). Ambos textos nos ayudan a
comprender que la educación de un hijo o una hija no es fruto de la casualidad,
y que en ese proceso juega un papel decisivo el contexto familiar y el ejemplo
de los padres de familia.
2. Escuchar al Papa
También
el Papa está consciente de la importancia de cuidar el ambiente familiar como
condición para una efectiva evangelización, por ello conviene detenerse en una
parte de su mensaje del Domund 2016:
Muchos
hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de este amor de
misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. La considerable y
creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es
un signo elocuente del amor materno de Dios. Las mujeres, laicas o religiosas,
y en la actualidad también muchas familias, viven su vocación misionera de
diversas maneras: desde el anuncio directo del Evangelio al servicio de
caridad. Junto a la labor evangelizadora y sacramental de los misioneros, las
mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y
saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el cuidado de la
vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando
todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las
relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la
fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones personales o en el más
grande de la vida social y cultural; y de modo especial en la atención a los
pobres.
También el Papa habla de la familia en su Exhortación
Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia, n.
35:
Los
cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no
contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de
inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo
de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido
quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso
pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza
de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste
en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la
familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la
gracia que Dios les ofrece.
Un
documento muy bien conocido por el Papa y muy cercano a nosotros es el
documento de Aparecida, en el n. 302 leemos:
La
familia, “patrimonio de la humanidad”, constituye uno de los tesoros más
valiosos de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es espacio y escuela
de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida
humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Para que la familia sea
“escuela de la fe” y pueda ayudar a los padres a ser los primeros catequistas
de sus hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales
catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan cumplir su misión
educativa. La familia está llamada a introducir a los hijos en el camino de la
iniciación cristiana. La familia, pequeña Iglesia, debe ser, junto con la
Parroquia, el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños. Ella
ofrece a los hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración
de su proyecto de vida, como discípulos misioneros.
3. La misión compartida
El ejercicio de la misericordia inicia en el
seno de la familia. El modo cómo sea tratada una persona en su familia va a
determinar su comportamiento en un contexto social y comunitario.
Por ello, nos remitimos a los ejemplos más
loables que nos proporciona la Sagrada Escritura para inspirar nuestra misión. En
primer lugar proponemos la historia de los mártires macabeos, cuyo relato
encontramos en el Libro Segundo de los Macabeos
7,1-42. El relato cuenta la historia de una madre y sus siete hijos que
apresados por un rey son torturados para que renieguen de su religión. Uno de
los hermanos torturados dice al rey: «Estamos dispuestos a morir antes que
violar las leyes de nuestros padres» (2M 7,2). Efectivamente, el rey mata a los
siete hermanos. La madre sostenía la fe de sus hijos y les exhortaba, ante la
inminente muerte, a ofrecer sus vidas por el amor de su creador: «Yo no sé cómo
aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida,
ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del
mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas
las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia» (2M 7,22-23).
La convicción que encontramos en esta familia martirizada procede de la
convicción de servir a Dios aunque las condiciones sociales y políticas sean
adversas. Es la misma convicción que lleva a Josué a exhortar a su pueblo a
elegir entre los ídolos que les circundan y el Dios único: «Pero, si no os
parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los
dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de
los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh»
(Josué 23,15).
Pero es Jesús el que amplía el sentido de la
auténtica permanencia familiar. Ser miembro de una familia cristiana va más
allá de las razones biológicas. Según dice la Escritura, un día en que él
estaba predicando le dijeron que los buscaban su madre y sus hermanos, que
querían hablar con él, a lo cual respondió diciendo: «¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi
Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,46-50).
Finalmente, está documentado en la
Sagrada Escritura que entre el grupo de los discípulos habían varias mujeres,
que lo habían acompañado desde el momento que él decide trasladar su ámbito de
predicación de Galilea a Jerusalén. Así, en el contexto de la muerte de Jesús
se dice que «había allí muchas mujeres mirando desde
lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre
ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre
de los hijos de Zebedeo» (Mt 27,55).
Pertenecer a una familia de tradición cristiana,
implica entonces la responsabilidad de dar testimonio en el mundo, luchando en
modo permanente por construir comunidades más solidarias y una sociedad más
justa.
Pautas
para el diálogo:
a)
Sugerir
entre los participantes que mencionen ejemplos de familias ejemplares y nombres
de mujeres ejemplares que encontramos en la Sagrada Escritura.
b)
Según
los Evangelios, la Sagrada Familia fue obligada a migrar hacia Egipto por
problemas de violencia contra el niño Jesús: ¿Cuánto impacta en nuestras
familias el fenómeno de la migración a raíz de la violencia?
c)
¿Hemos
podido notar en nuestro contexto algún influjo del proceso de secularización en
la institución familiar?
d) ¿Qué sugerencias concretas podemos dar para fortalecer
la pastoral familiar en nuestra comunidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario