lunes, 3 de mayo de 2010

ESPÍRITU SANTO Y CONVERSIÓN PASTORAL

La celebración de Pentecostés pone de manifiesto la centralidad que tiene la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
Pero, así como el Espíritu Santo, según el misterio de la Trinidad, no puede ser visto en modo separado del Padre y del Hijo, así también la fiesta de Pentecostés no es exclusiva de un movimiento apostólico en particular; es, en realidad, a una fiesta de tipo eclesial, que implica a toda la comunidad.
A la hora de afrontar la relación que existe entre Espíritu Santo y acción pastoral es necesario establecer, bíblica y doctrinalmente, la función y el sentido que tienen esos dos elementos, esenciales para la vida de la Iglesia. ¿Cómo ha de entenderse la acción del Espíritu Santo? ¿Cómo transforma el Espíritu Santo la acción pastoral de la Iglesia? ¿Por qué es importante hablar hoy de una “conversión pastoral”?
Esas son algunas de las cuestiones que queremos desarrollar en este breve artículo.

I. INFLUJO DEL ESPÍRITU SANTO EN LA ACCIÓN PASTORAL DE LA IGLESIA, SEGÚN LA BIBLIA
¿Se puede probar bíblicamente que el Espíritu Santo orienta su acción hacia una “conversión pastoral”?
Para poder responder a esa pregunta es necesario encontrar un texto bíblico en el cual quede claro que el Espíritu Santo haya pedido tener un cambio de actitud en los primeros predicadores del Evangelio.
Nótese que lo que estamos planteando no es la conversión de alguien que no es cristiano y quiere adherirse a la fe cristiana, sino que estamos señalando la posibilidad que la pastoral cotidiana de las parroquias y comunidades cristianas se oriente hacia una nueva actitud evangelizadora y pastoral, caracterizada por una mentalidad más abierta, dinámica y efectiva.
Resulta obvio que la expresión “acción pastoral” alude directamente a la función del “pastor”. En ese sentido conviene presentar un texto en el cual el pastor entra en proceso de conversión, en modo tal que podamos hablar de una “conversión pastoral”.
Quede claro también que la “acción pastoral” tiene como responsables principales a los ministros consagrados (obispos, sacerdotes, diáconos, miembros de congregaciones religiosas). Pero, tiene un sentido más amplio, en cuanto compete a todo laico que tenga alguna función directiva al interno de la comunidad eclesial. En esto último entran a formar parte los coordinadores de movimientos de apostolado, asesores de comunidades de base o pequeñas comunidades, coordinadores de áreas de pastoral y pastorales específicas, etc.

1.1. Las “conversiones de Pedro”
A muchos predicadores les gusta hablar de la conversión de San Pablo, probablemente por la facilidad estructural que tienen los textos bíblicos que hablan de su conversión. En San Pablo el concepto de “conversión” se entiende con cierta facilidad.
Ahora bien, muy pocos hablan de la “conversión de Pedro”, a lo mejor por el respeto que se tiene a esta importante figura al interno de la Iglesia católica. Pero, justamente para entender la “conversión pastoral” se requiere analizar las “conversión” de aquel que, en la tradición católica de occidente, es considerado el “príncipe de los apóstoles” y el “vicario de Cristo” en la tierra.

a) La primera “conversión” de Pedro: Las negaciones y la confirmación de su fidelidad (Mateo 26,69-75; Juan 21,15-19)
Se trata, por una parte, de las negaciones de Pedro en vísperas de la muerte de Jesús:

Mateo 26,69-75

69
Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Galileo".
70 Pero él lo negó delante de todos, diciendo: "No sé lo que quieres decir".
71 Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: "Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno".
72 Y nuevamente Pedro negó con juramento: "Yo no conozco a ese hombre".
73 Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: "Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona".
74 Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo,
75 y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: "Antes que cante el gallo, me negarás tres veces". Y saliendo, lloró amargamente.

Por otra parte, Pedro manifiesta su fidelidad a Jesús también por tres veces:

Juan 21,15-19

15 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis corderos."
16 Vuelve a decirle por segunda vez: "Simón de Juan, ¿me amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas."
17 Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: "¿Me quieres?" y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas.
18 "En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras."
19 Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."

La vocación pastoral de Pedro no se da en un solo acto, sino que se va consolidando en un proceso que se consolida en el intervalo oscuro del miedo que impone la persecución histórica a los discípulos y la confirmación de su fe delante al Señor resucitado.

b) La segunda “conversión” de Pedro: la última cena (Juan 13,1-15)
El segundo pasaje presenta a Pedro en el corazón mismo de la institución de la Eucaristía, el sacramento que es considerado el centro y culmen de la vida eclesial y a partir del cual se configura la Iglesia.

Juan 13,1-15

1
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle,
3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía,
4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó.
5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: "Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?"
7 Jesús le respondió: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde."
8 Le dice Pedro: "No me lavarás los pies jamás." Jesús le respondió: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo."
9 Le dice Simón Pedro: "Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza."
10 Jesús le dice: "El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos."
11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: "No estáis limpios todos."
12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?
13 Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy.
14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros.
15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.

Este texto es importante porque coloca a Pedro, “cabeza de la Iglesia”, delante al punto esencial de la fe cristiana.
El lector atento notará que el que escribió el texto, o los que redactaron esta tradición, no negaban la autoridad que Jesús depositaba en Pedro, pero tenía su propia visión de esa autoridad. Es decir, la comunidad que se congrega en torno al apóstol Juan cree que la autoridad del pastor, en este caso Pedro, ha de entenderse no sólo como “poder”, sino como “servicio”. El fragmento clave está en ese breve diálogo entre Jesús y Pedro. La vocación del pastor se entiende como “servicio”. Pedro dice “No me lavarás los pies jamás”. Pero Jesús le advierte de la seriedad del gesto: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo”. La pastoral de la Iglesia no consiste en hacer lo que yo pienso, a la manera de una “manipulación ideológica”, sino en respetar las indicaciones del Maestro Jesús.

c) La tercera “conversión” de Pedro: la conversión de Cornelio (Hechos 10, 1-48; 11,1-18)
El texto que presentamos es el que más nos puede ayudar a entender la “conversión pastoral” no sólo del pastor, sino de toda una comunidad.

Hechos 10,1-48

1 Había en Cesarea un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica,
2 piadoso y temeroso de Dios, como toda su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a Dios.
3 Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: "Cornelio."
4 El le miró fijamente y lleno de espanto dijo: "¿Qué pasa, señor?" Le respondió: "Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios.
5 Ahora envía hombres a Joppe y haz venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro.
6 Este se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, que tiene la casa junto al mar."
7 Apenas se fue el ángel que le hablaba, llamó a dos criados y a un soldado piadoso, de entre sus asistentes,
8 les contó todo y los envió a Joppe.
9 Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, subió Pedro al terrado, sobre la hora sexta, para hacer oración.
10 Sintió hambre y quiso comer. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis,
11 y vio los cielos abiertos y que bajaba hacia la tierra una cosa así como un gran lienzo, atado por las cuatro puntas.
12 Dentro de él había toda suerte de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo.
13 Y una voz le dijo: "Levántate, Pedro, sacrifica y come."
14 Pedro contestó: "De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro."
15 La voz le dijo por segunda vez: "Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano."
16 Esto se repitió tres veces, e inmediatamente la cosa aquella fue elevada hacia el cielo.
17 Estaba Pedro perplejo pensando qué podría significar la visión que había visto, cuando los hombres enviados por Cornelio, después de preguntar por la casa de Simón, se presentaron en la puerta;
18 llamaron y preguntaron si se hospedaba allí Simón, llamado Pedro.
19 Estando Pedro pensando en la visión, le dijo el Espíritu: "Ahí tienes unos hombres que te buscan.
20 Baja, pues, al momento y vete con ellos sin vacilar, pues yo los he enviado."
21 Pedro bajó donde ellos y les dijo: "Yo soy el que buscáis; ¿por qué motivo habéis venido?"
22 Ellos respondieron: "El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, reconocido como tal por el testimonio de toda la nación judía, ha recibido de un ángel santo el aviso de hacerte venir a su casa y de escuchar lo que tú digas."
23 Entonces les invitó a entrar y les dio hospedaje. Al día siguiente se levantó y se fue con ellos; le acompañaron algunos hermanos de Joppe.
24 Al siguiente día entró en Cesarea. Cornelio los estaba esperando. Había reunido a sus parientes y a los amigos íntimos.
25 Cuando Pedro entraba salió Cornelio a su encuentro y cayó postrado a sus pies.
26 Pedro le levantó diciéndole: "Levántate, que también yo soy un hombre."
27 Y conversando con él entró y encontró a muchos reunidos.
28 Y les dijo: "Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre.
29 Por eso al ser llamado he venido sin dudar. Os pregunto, pues, por qué motivo me habéis enviado a llamar."
30 Cornelio contestó: "Hace cuatro días, a esta misma hora, estaba yo haciendo la oración de nona en mi casa, y de pronto se presentó delante de mí un varón con vestidos resplandecientes,
31 y me dijo: "Cornelio, tu oración ha sido oída y se han recordado tus limosnas ante Dios;
32 envía, pues, a Joppe y haz llamar a Simón, llamado Pedro, que se hospeda en casa de Simón el curtidor, junto al mar."
33 Al instante mandé enviados donde ti, y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros, en la presencia de Dios, estamos dispuestos para escuchar todo lo que te ha sido ordenado por el Señor."
34 Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: "Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas,
35 sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato.
36 "El ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos.
37 Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo;
38 cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él;
39 y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron a matar colgándole de un madero;
40 a éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse,
41 no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos.
42 Y nos mandó que predicásemos al Pueblo, y que diésemos testimonio de que él está constituido por Dios juez de vivos y muertos.
43 De éste todos los profetas dan testimonio de que todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados."
44 Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra.
45 Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles,
46 pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo:
47 "¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?"
48 Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedase algunos días.

Hechos 11,1-18

1 Los apóstoles y los hermanos que había por Judea oyeron que también los gentiles habían aceptado la Palabra de Dios;
2 así que cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión se lo reprochaban,
3 diciéndole: "Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos."
4 Pedro entonces se puso a explicarles punto por punto diciendo:
5 "Estaba yo en oración en la ciudad de Joppe y en éxtasis vi una visión: una cosa así como un lienzo, atado por las cuatro puntas, que bajaba del cielo y llegó hasta mí.
6 Lo miré atentamente y vi en él los cuadrúpedos de la tierra, las bestias, los reptiles, y las aves del cielo.
7 Oí también una voz que me decía: "Pedro, levántate, sacrifica y come."
8 Y respondí: "De ninguna manera, Señor; pues jamás entró en mi boca nada profano ni impuro."
9 Me dijo por segunda vez la voz venida del cielo: "Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano."
10 Esto se repitió hasta tres veces; y al fin fue retirado todo de nuevo al cielo.
11 "En aquel momento se presentaron tres hombres en la casa donde nosotros estábamos, enviados a mí desde Cesarea.
12 El Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Fueron también conmigo estos seis hermanos, y entramos en la casa de aquel hombre.
13 El nos contó cómo había visto un ángel que se presentó en su casa y le dijo: "Manda a buscar en Joppe a Simón, llamado Pedro,
14 quien te dirá palabras que traerán la salvación para ti y para toda tu casa."
15 "Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros.
16 Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.
17 Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?"
18 Al oír esto se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: "Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida."

El pasaje que hemos presentado nos ayuda a comprender mejor en qué sentido se habla de una “conversión pastoral”.
En primer lugar, vemos cómo Pedro tiene que aceptar la invitación que el Espíritu Santo le hace a que lleve el Evangelio incluso a los “paganos”. Él tiene primero que superar su resistencia a llamar “impuro” la creación de Dios. Acepta además que el Espíritu Santo se derrama sobre los paganos aun no bautizados.
En segundo lugar, se nota cómo la comunidad de Jerusalén se convierte y tiene también que aceptar que Espíritu Santo se derrama sobre personas de otras tradiciones religiosas y de otras culturas.
Como dato curioso la estructura de las tres negaciones, de las tres confirmaciones de fe de Pedro se repite en las tres veces que Pedro tiene la misma visión de los animales, que él considera “impuros”.
Pedro pasa así de una duda personal a una confirmación de su fe, de la confirmación de su fe a una apertura a la fe de otras tradiciones religiosas, que no pueden ser llamadas “impuras”. La comunidad misma de Jerusalén debe aceptar que el Espíritu conduce a la Iglesia a la apertura y no al aislamiento.

1.2. Consecuencias de las “conversiones de Pedro”
¿Qué consecuencias sacamos para nuestra vida personal y comunitaria al considerar las “conversiones de Pedro”?

En cuanto al primer relato
En el plano personal y comunitario no hay seguridades absolutas. El creer seriamente supone un riesgo. Dar testimonio de Jesucristo puede resultar peligroso. La fe no depende principalmente de nuestras seguridades humanas, es un don de Dios y hay que pedirla humildemente. La fe se pone a prueba en los momentos de persecución y el miedo a esa persecución puede determinar nuestros estados de ánimo. Por tal motivo, una adecuada comprensión de la fe consiste en verla en un proceso de maduración, una dinámica de encuentro entre la libertad de Dios, que nunca defrauda, y la libertad humana, siempre expuesta a la fragilidad. La humildad es indispensable para hacer un acto de fe.

En cuanto al segundo relato
La consecuencia que sacamos en el segundo relato es que la esencia misma de la Iglesia ha de entenderse como un servicio. Incluso la autoridad de Pedro tiene sentido sólo a partir de ese principio. La teología del apóstol Juan antepone a la autoridad de Pedro, el servicio en la caridad. Dicho en palabras de Juan “Dios es amor” y el amor es el camino que ha de seguir la Iglesia.
El comportamiento de Pedro en la última cena hace pensar que la pastoral que realizamos debe someterse al sentido que Jesús le dio con su testimonio de vida y no debe ser sometida a nuestra opinión personal o a la ideología de moda. La Iglesia sigue estando en las manos de Dios y a nosotros nos corresponde ser fieles a su sentido originario de servicio a la construcción del Reino de Dios. La obediencia a Jesús es indispensable para la construcción de la Iglesia.

En cuanto al tercer relato
El tercer relato implica una conversión de parte del pastor, pero también de parte de la comunidad a la que pertenece.
Según la estructura que presenta el texto, la conversión de Cornelio pasa primero por la conversión de Pedro, ¿en qué sentido?
Cornelio tiene una visión. El ángel de Dios se le presenta, le expresa el agrado que Dios expresa por su comportamiento y le invita a establecer contacto con Pedro.
Ahora bien, Pedro cae en éxtasis y se presenta una escena en la que aparecen una serie de animales, de los cuales una voz le pide que sacrifique y que coma. Pedro intenta ser fiel a su tradición religiosa afirmando que jamás ha comido animales sacrificados. La voz le advierte que no tiene la autoridad para llamar impuro lo que Dios ha creado.
El punto importante es que en ese ejemplo la religión funciona como ideología, en el sentido que el precepto humano pretende estar por encima del principio evangélico y del orden de la creación. La conversión del pastor consiste en superar su posición ideológica y recuperar el sentido originario de la teología de la creación. La escena es simbólica y remite al principio que está de fondo: Dios no hace acepción de personas (v. 34).
El principio se despliega en lo eclesial cuando Pedro es invitado a visitar la casa de Cornelio. Este último sale a su encuentro y se postra ante él, por su parte Pedro le dice: Levántate, que también yo soy un hombre. (v. 26). Este es un Pedro “convertido”. En la época patrística este principio retornará. A finales del siglo IV, Clemente Romano dirá: “nadie nace cristiano, se llega a ser cristiano”. Hay una prioridad de la dignidad humana –entendida como creación de Dios- con respecto a la profesión de fe cristiana. Lo cristiano no puede negar lo humano, está sustentado en él.
Ahora bien, superado el prejuicio ideológico religioso, el Espíritu Santo mueve a Pedro y a su comunidad a la apertura y a la alteridad: Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre (v. 28). En seguida encontramos una predicación de tipo kerigmático (vv. 37-43). Se narran los hechos históricos, su puntualiza su continuidad por medio del testimonio y el anuncio del Evangelio.
El Espíritu viene sobre los que escuchan a Pedro –se trata de no bautizados-. Este evento pone a Pedro en la dimensión de la universalidad de la predicación evangélica: Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra (v. 44). Aquí tenemos uno de los elementos fundamentales para comprender la “conversión pastoral”. ¿Cómo es posible que el Espíritu se derrame más allá de la comunidad de discípulos? La verdadera Iglesia está en condiciones de superar sus propias fronteras y salir de su aislamiento.
Pero era de esperarse la resistencia al cambio que reclama toda conversión: Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles (v. 45). Lo importante es que aquí no es Pedro el que duda sino la comunidad a la que él pertenece. ¿Está esa comunidad en condiciones de ser dócil a la acción del Espíritu Santo?
Toda conversión pastoral se da en una lucha entre las seguridades que ofrece “lo que siempre hemos hecho” y la necesaria actualización de los procesos de evangelización. Es el reclamo que hace el documento de Aparecida: “el superar las estructuras caducas” (lo citaremos más adelante). En Hechos 11,1-3 se lee: Los apóstoles y los hermanos que había por Judea oyeron que también los gentiles habían aceptado la Palabra de Dios (v. 1); así que cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión se lo reprochaban (v. 2), diciéndole: "Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos (v. 3).
La resistencia a una conversión pastoral no viene de fuera de la Iglesia, sino de su interior. Y no viene de cualquier cristiano, sino de sus líderes. Pero qué bueno que la comunidad también se convirtió y aceptó el itinerario evangelizador que le está sugiriendo el Espíritu Santo. No ha pretendido la comunidad imponer su punto de vista al designio del Espíritu, peligro siempre latente en la Iglesia. Ha escuchado la realidad, se ha dejado aleccionar por ella: Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?" (v. 17). Al oír esto se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: "Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida. (v. 18).
En resumen, hay motivos suficientes en la Biblia como para creer que es posible y necesaria una auténtica conversión pastoral.

II. HACIA LA CONVERSIÓN PASTORAL
Del análisis de los textos bíblicos podemos concluir que sin conversión no hay discipulado y sin discipulado no hay misión.
El discipulado consistiría, en principio, en entrar en sintonía con el estilo de vida de Jesús y respetar las modulaciones que sugiere el Espíritu Santo. El encuentro sincero con Jesús transforma nuestra vida y nos pone a trabajar al servicio de la construcción del Reino.

¿A qué estamos llamados como Iglesia? Según el documento de Aparecida (n. 11):
Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu.

2.1. Reconocer al protagonista de la misión
Los cristianos somos protagonistas de la misión en modo referencial. El verdadero protagonista de la misión es el Espíritu Santo. Afrontemos, pues, la cuestión: ¿Qué significa para un cristiano ser protagonista de la misión?
Cuando oímos decir “protagonista”, siempre pensamos en las películas. Pero hay películas que tienden con facilidad a la exageración y a falsear la realidad.
El Cristo en el que nosotros creemos no es, por ejemplo, un Cristo “Rambo”, que mata y nunca muere. Nosotros creemos en un Cristo vulnerable, frágil, que fue asesinado y murió en la cruz, creemos en un Cristo que sigue muriendo en los inmigrantes, en los niños de la calle, en los niños que viven en las zonas marginales. Jesucristo no es “invencible”, puesto que se deja vencer por el amor y ha pasado también él por el trago amargo del dolor y la muerte.
Según la Encíclica Redemptoris Missio, el protagonista de la misión (cfr. n. 21) es el Espíritu Santo:
El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes.

Y el Papa Pablo VI decía también (EN, n. 75):
Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin El. Sin El, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin El, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor.
Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización.

Nuestro protagonismo misionero depende, entonces, totalmente del protagonismo del Espíritu Santo. Nosotros somos testigos por la fuerza del Espíritu y estamos, como él, al servicio de la construcción del Reino de Dios. Podemos decir que no hay testimonio sin testigos; no hay misión sin misioneros. Ser protagonistas de la misión significa ser dóciles a la acción de Espíritu Santo.
Ese protagonismo es cristocéntrico en su expresión histórica y trinitario en su universalidad, eso es lo que expresa el mandato misionero de Mateo 28,19: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Las palabras del n. 14 del documento de Aparecida resume bien lo que estamos diciendo:
Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias.


2.2. Enviados a hacer discípulos: en la parroquia, en la diócesis y en todo el mundo
El verdadero discípulo es el que ama. De ahí que la comunión sea indispensable para la misión y ella determina su credibilidad. Pero el amor tiene que ser concreto, por ello se requiere una planificación parroquial diocesana y continental también concreta.
Y según lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles 13,2-3 Dios nos envía a la misión pero insertos en la vida de una comunidad: Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: "Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado”. Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron.

Delante a la crisis de credibilidad que está viviendo nuestra Iglesia, sólo el recurso a la caridad y a una eclesiología responsable nos hace recuperar la credibilidad. En este sentido, la vida en comunión, asegura la misión; por el contrario, la vida en división, mata la misión.

El mensaje final (n. 5) del documento de Aparecida dice lo siguiente:
Al terminar la Conferencia de Aparecida, en el vigor del Espíritu Santo, convocamos a todos nuestros hermanos y hermanas, para que, unidos, con entusiasmo realicemos la Gran Misión Continental. Será un nuevo Pentecostés que nos impulse a ir, de manera especial, en búsqueda de los católicos alejados y de los que poco o nada conocen a Jesucristo, para que formemos con alegría la comunidad de amor de nuestro Padre Dios. Misión que debe llegar a todos, ser permanente y profunda.

2.2.1. Parroquias y diócesis misioneras, en permanente conversión pastoral
Hay un sólo camino para realizar la misión: necesitamos parroquias y diócesis misioneras, necesitamos un país misionero.
Por ello es que el documento de Aparecida dice claramente en el n. 362:
La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza.

En esto no hay excusas, TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER MISIONEROS, puesto que pertenecemos a una Iglesia cuya razón de ser es la misión (cfr. AG n.2). Tomemos, pues, bien en cuenta lo que dice Aparecida en el n. 365:

Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de DIÓCESIS, PARROQUIAS, COMUNIDADES RELIGIOSAS, MOVIMIENTOS Y DE CUALQUIER INSTITUCIÓN DE LA IGLESIA. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de ABANDONAR LAS ESTRUCTURAS CADUCAS QUE YA NO FAVOREZCAN LA TRANSMISIÓN DE LA FE.

Por consiguiente, el llamado es general, a todas las fuerzas vivas de la Iglesia, iniciando por sus pastores: decidámonos de una vez por todas a organizar en modo sistemático y a promover decididamente aquello que es específico de la iglesia: la evangelización y la misión ad gentes.
Nada de lo dicho tendría sentido sin una auténtica CONVERSIÓN PASTORAL, conversión que estamos llamados a hacer efectiva (cfr. el n. 366 de Aparecida):
Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2,29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.

Esta conversión no es algo sentimental, pues debe desembocar en acciones concretas en las parroquias y diócesis. Por tanto, yo me pregunto, la Iglesia salvadoreña en su totalidad ¿tiene un plan organizado y bien estructurado para realizar la misión continental o seguimos improvisando las cosas importantes?

Oigamos lo que dice Aparecida en los nn. 370 y 371:
N. 370: La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera.
N. 371: El proyecto pastoral de la Diócesis, camino de pastoral orgánica, debe ser una respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy, con indicaciones programáticas concretas, objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios, que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas.

La comunidad parroquial que no está a la altura de estas exigencias planteadas es una comunidad cristiana inútil, y nosotros llamamos a los miembros de esas comunidades como diría Jesús “SIERVOS INÚTILES”, porque han sido derrotados por la mediocridad y la improvisación y nadie hace misión verdadera desde la mediocridad.

III. CONCLUSIONES
1. La conversión es necesaria para la misión.
2. La conversión debe ser personal y pastoral: parroquias, diócesis, sacerdotes, obispos deben convertirse.
3. Ser misioneros desde el amor y la misericordia, en comunión y nunca en división.
4. Encontrarse con Jesucristo vivo es el punto de partida de la misión.
5. Aceptemos el reto de ser misioneros en nuestro país y más allá de las fronteras.
6. Ser testigos del Evangelio en misión ad gentes.
7. Formación permanente: organizada y estructurada. Jamás improvisar la misión.

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