jueves, 26 de septiembre de 2013

LUMEN FIDEI. Un esquema para su estudio



LUMEN FIDEI
REFLEXIONES ACERCA DE LA CARTA ENCÍCLICA
DEL PAPA FRANCISCO


I.             INTRODUCCIÓN

El Papa, al presentar la fe como luz recurre a una teología simbólica, es decir, se apoya en un recurso alegórico que tiene profundas raíces bíblicas y patrísticas. En el sentido bíblico la luz es el don de Dios revelado en Jesucristo: «Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas» (Jn 12,46). En el sentido simbólico Jesucristo es el Sol Naciente, que otorga su luz a la Luna (la Iglesia), toda ella bañada en rocío, que en el plenilunio, derrama el agua del bautismo sobre todos aquellos que quieran dejarse iluminar por la luz de Jesucristo[1]. Si en tiempos antiguos —en la cultura helénica— los hombres adoraban al Sol invicto y la Iglesia de entonces, supo aplicar la mitología griega a la teología cristiana, también hoy no podemos dejarnos ofuscar por la razón ilustrada que instrumentaliza al ser humano; al contrario, debemos con prudencia y creatividad, saber proponer la luz de Cristo al mundo contemporáneo. Esto es aquello que los padres de la Iglesia llamaban el Mysterium Lunae: «quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso» (LF, 1).



II.           ARTICULACIÓN DE LA ENCÍCLICA

CONTENIDO
TÍTULO
NUMERALES
RESUMEN DEL CONTENIDO
Introducción
1-7
Se introduce el sentido en que es presentada la fe en la Encíclica.
Primer Capítulo
Hemos creído
en el amor
8-22
Fundamentación bíblica.
Segundo Capítulo
Si no creéis
no comprenderéis
23-36
La fe y sus correlatos: verdad, amor, escucha, visión, razón, búsqueda, teología.
Tercer Capítulo
Transmito
lo que he recibido
37-49
Sentido eclesial de la fe.
Cuarto Capítulo
Dios prepara
una ciudad para ellos
50-60
La fe y sus mediaciones: el bien común, la familia, relaciones sociales, sufrimiento y esperanza.




III.         CLAVES DE LECTURA

El Papa hace uso de cuatro categorías fundamentales que atraviesas en modo transversal el texto: luz, camino, memoria y amor. Un resumen lo encontramos en el n. 4:

La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo. Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de vencer a la muerte. Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro «yo» aislado, hacia la más amplia comunión.


a)   En cuanto LUZ la fe dice claridad. La encíclica trata de salir al paso a la mentalidad moderna que considera a la fe como tendiente al oscurantismo: «la fe ha acabado por ser asociada a la oscuridad» (LF, 3). Pero, dado que la luz ilustrada del mundo tecnócrata no logra satisfacer suficientemente el deseo de luz de las personas, de lo que se trata es de «recuperar el carácter luminoso propio de la fe» (LF, 4), que tiene la capacidad de «iluminar toda la existencia del hombre» (Ibídem). En términos concretos se busca tener clara la diferencia entre el acto de fe y los contenidos de la fe,  algo que ya fue pedido por el papa Benedicto XVI: «quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios» (PF, 10). Como dice el Papa Francisco: «la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino» (LF, 6).

b)   En cuanto CAMINO la fe dice tránsito, movimiento, dinamismo. La fe, en cuanto camino, supone un recorrido, de modo que para comprenderla adecuadamente es necesario narrar la historia de los que creyeron antes que nosotros, es decir, debemos conocer «el camino de los hombres creyentes» (LF, 8). En el testimonio de Abrahán «la fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre» (Ibídem). Abrahán emprende un camino porque fue llamado y al caminar era fortalecido por la esperanza en una promesa, así la fe implica «una llamada y una promesa» (LF, 9). Ahora bien, la forma plena de la fe la encontramos en Jesucristo, habida cuenta que, «la fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver» (LF, 18) y esto en un despliegue inspirado en la teología joánica que distingue entre creer a Jesús y creer en Jesús: «Creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra... Creemos en Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida» (Ibídem).


c)   En cuanto MEMORIA la fe dice promesa y esperanza. La promesa que Dios hace a Abrahán obliga a este a mantener en su memoria lo prometido. La fe, entonces, no se refiere a un mero recuerdo, sino al deseo de que se cumpla la promesa, está íntimamente vinculada a la esperanza: «la fe de Abrahán será siempre un acto de memoria. […] memoria de una promesa, es capaz de abrir al futuro, de iluminar los pasos a lo largo del camino. De este modo, la fe, en cuanto memoria del futuro, memoria futuri, está estrechamente ligada con la esperanza» (LF, 9). Por supuesto, también el Pueblo de Israel se pone en camino, animado por las promesas de Dios y no desiste aunque haya caído en el pecado de la idolatría (cf. LF, 13). Por definición, «la idolatría no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto» (LF, 13); de modo que «la fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal» (Ibídem).

d)  En cuanto AMOR la fe dice comunión. Por amor no hay que entender en primer lugar la acción caritativa, sino el principio teológico que pone en relación a la misión salvífica de Jesucristo con la acción del Espíritu Santo. De modo que si la fe implica creer en Cristo y creer a Cristo, esto es posible por la acción del Espíritu Santo: «en la fe, el “yo” del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo» (LF, 21). El acto de fe integra la libertad del creyente, el encuentro con Cristo y la acción del Espíritu Santo que posibilita el encuentro: «Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús. Sin esta conformación en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), es imposible confesar a Jesús como Señor (cf. 1 Co 12,3)» (Ibídem). Ahora bien, dado que «la fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio» (LF, 22, cf. LF, 39), entonces reclama como necesaria una forma eclesial y comunitaria: «la fe tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes» (LF, 22).



IV.         CRITERIOS SUGERIDOS POR EL PAPA PARA UNA ADECUADA COMPRENSIÓN DE LA FE

a)    Relación entre fe, verdad y amor. Hay que superar, nos dice el Papa, tres tipos de reducción en cuanto al modo de vivir la fe: la reducción sentimentalista, que la hace depender «de los cambios en nuestro estado de ánimo» (LF, 24); la reducción tecnócrata que «tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica» (LF, 25) y la reducción individualista según la cual las verdades son «válidas sólo para uno mismo» (Ibídem). Por otra parte, «amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona» (LF, 27). Además, «sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al “yo” más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto» (Ibídem).
b)    La pedagogía de la fe. El acto de creer integra el escuchar y el ver. La fe es el resultado de una comunicación visual (oculata fides) y auditiva (fides ex auditu) entre Dios y los hombres en Jesucristo (LF, 29-31). A su vez, la escucha nos orienta hacia el diálogo, en primer lugar, al diálogo entre fe y razón: «La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas» (LF, 34).  En segundo lugar, al diálogo entre los diversos credos que se profesan en el concierto de las  religiones: «La luz de la fe en Jesús ilumina también el camino de todos los que buscan a Dios, y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo con los seguidores de las diversas religiones» (LF, 35).
c)    El sentido eclesial de la fe. El Papa nos dice una hermosa frase: «quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros» (LF, 39). Debido al hecho de que la fe es fruto de un proceso de comunicación —de la comunicación de Dios a los hombres—, para que ese proceso pueda continuar en la historia, se necesita un sujeto que comunique en el presente y en el futuro aquello que ha recibido; como afirma el Papa: «quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz» (LF, 37). Este proceso de transmisión justifica la existencia de la Iglesia en cuanto sujeto encargado de transmitir y testimoniar la fe. Dicho en modo gráfico, «la fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama» (Ibídem). Desde una perspectiva escatológica, el mecanismo que da sentido a la Iglesia y a su esencia (cf. AG, n. 2) es la categoría de memoria: la Iglesia es el sujeto de la memoria. Así lo expresa el Papa: «El pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en aquel sujeto único de memoria que es la Iglesia» (LF, 38). Dicho en modo más contundente, «tenemos un contacto vivo con la memoria fundante» (LF, 40). Ahora bien, la Iglesia no es auto-referencial, sino que la posibilidad del recuerdo en ella la determina la acción del Espíritu Santo, según aquello que dice el texto bíblico, «os irá recordando todo» (Jn 14,26, cf. LF, 38). Otro aspecto importante es el ámbito en que se da la comunicación de la fe; desde sus orígenes, «la fe tiene una estructura sacramental» (LF, 40). Además de los sacramentos, también facilitan el proceso de transmisión de la fe el Credo (cf. LF, 45), la oración del Padrenuestro (cf. LF, 46) y el Decálogo (cf. LF, 46). Esos cuatro elementos constituyen «el tesoro de memoria que la Iglesia transmite» (LF, 46). El respeto y la práctica de estos elementos asegura la unidad de la fe (cf. LF, 47), que debe «ser confesada en toda su pureza e integridad», «puesto que la unidad de la fe es la unidad de la Iglesia» (LF, 48). Por último, la sucesión apostólica se encarga de asegurar la continuidad del proceso (LF, 49).
d)    Fe y mundo contemporáneo. Finalmente, «la fe no sólo se presenta como un camino, sino también como una edificación» (LF, 50). No puede entenderse como una fuga mundi, como un aislarse o una huida del mundo: «La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo» (LF, 51). Para un cristiano, la edificación de un lugar para la fe se traduce en el empeño por inspirar la arquitectura de las relaciones humanas: «las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios» (LF, 51). Entre las mediaciones privilegiadas para iluminar las relaciones humanas está  la familia basada en el matrimonio cristiano (cf. LF, 52). Se busca que la familia sea escuela de la fe con un aporte específico a la construcción del bien común. Esto es así porque «la luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo» (LF, 57). Si bien es cierto, «la luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar» (LF, 57). Lo importante es saber que «en la debilidad y en el sufrimiento se hace manifiesto y palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento» (LF, 57). Se trata, pues de afincarse en la esperanza, «que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos» (LF, 57). Se da así la correlación entre fe, esperanza y caridad: «El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza» (LF, 57).

«Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45) (LF, 58).



V.  ASPECTOS QUE AMERITAN PROFUNDIZACIÓN

·         La crisis de fe en los cristianos.
El sensus fidelium. El sentido de la fe en el pueblo de Dios.



[1] La relación entre la mitología helénica y la doctrina cristiana ha sido estudiada por Hugo Rahner, Simboli della Chiesa. L’ecclesiologia dei Padri, San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano) 1995. En la primea parte de su libro el autor trata el tema de la Iglesia bajo el imagen del Mysterium lunae.

lunes, 2 de septiembre de 2013

CATEQUESIS N. 1: LA FE, DON DE DIOS Y FUENTE DE LA MISIÓN



1.   Enfoque
Entre la fe y la misión hay una íntima relación. Si entendemos la fe, en primer lugar, como un don de Dios, ello implica que aceptemos la preeminencia de la iniciativa de Dios, que en un acto de amor misericordioso viene a nuestro encuentro en la encarnación de Jesús para redimirnos. El don de Dios, entonces, no es algo que él da, sino que es el entregarse de Sí mismo; tampoco es algo estático, sino dinámico: Dios viene en busca de los hombres y mujeres.
Pero, la iniciativa de Dios requiere una respuesta adecuada, es decir, ante la entrada de Dios en la historia, los que vivimos la historia podemos y estamos llamados a dar una respuesta. Nuestra respuesta a Dios debe ser libre y consciente.
De modo que la fe es el fruto de un encuentro de libertades: de la libertad de Dios que nos visita en la persona de Jesús y de la libertad humana que lo acoge como un don precioso. La fe es la puerta (cfr. Hechos 14,27) donde se encuentra Dios con los hombres.
¿Qué es entonces la misión? En primer lugar, es la entrada de Dios en la historia por medio de Jesucristo. En segundo lugar, es el deseo que sienten las personas de comunicar a otros el encuentro que han tenido con Jesús y es, al mismo tiempo, la actividad sistemática que organiza ese deseo para que se haga efectivo en la historia. Este núcleo esencial que se forma entre fe y misión es lo que posteriormente dará inicio y sentido a la Iglesia. La Iglesia con humildad debe reconocer que ella no es una institución autorreferencial, sino que está al servicio de la gran Misión iniciada por el Misionero del Padre, Jesucristo.

2.   Escuchar al Papa
El Papa, en su mensaje, se expresa en estos términos:
La fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella. Dios nos ama (Mensaje, n. 1).

Todavía más claro es el sentido de la fe en su documento Lumen Fidei, cuando habla de la fe como un encuentro:
La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida (LF, n. 5).
Pero, no solo eso. La fe es presentada como la madre que nos da a luz para una nueva vida y para un testimonio valiente en el mundo; en este sentido, recordando las actas de los mártires, que narran los sufrimientos de los primeros cristianos, dice:
Para aquellos cristianos, la fe, en cuanto encuentro con el Dios vivo manifestado en Cristo, era una “madre”, porque los daba a luz, engendraba en ellos la vida divina, una nueva experiencia, una visión luminosa de la existencia por la que estaban dispuestos a dar testimonio público hasta el final (LF, n.5).
Un importante resumen de lo que estamos reflexionando nos lo da el Papa en el n. 7 de su encíclica Lumen Fidei:
En la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría. Fe, esperanza y caridad, en admirable urdimbre, constituyen el dinamismo de la existencia cristiana hacia la comunión plena con Dios.

3.   La misión compartida
Con los hermanos que participan en la catequesis busquemos el texto bíblico de la Carta a los Hebreos 11,1-40. El texto es extenso, por lo cual se sugiere que se haga participar a los hermanos y hermanas en la lectura del mismo. Al final de la lectura se hará una reflexión compartida en la que se pueden resaltar los siguientes aspectos:
a)    ¿Cómo define el texto la fe?;
b)    Que la fe supone un acto de la libertad por medio del cual se acepta o niega la entrada de Dios en la historia. El texto es muy claro al presentar personas concretas que responden: Abel, Henoc, Noé, etc.
c)    Que la fe, profesada valientemente, puede llevarnos a un testimonio responsable ante la violencia de los poderes del mal.

TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
Del Decreto Ad Gentes, n. 2:
La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Pero este designio dimana del "amor fontal" o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin "todo en todas las cosas" (1 Cor, 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad. Pero plugo a Dios llamar a los hombres a la participación de su vida no sólo en particular, excluido cualquier género de conexión mutua, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad (Cf. Jn, 11,52).

CATEQUESIS N. 2: MISIÓN Y CRISIS DE FE



1.   Enfoque
Así como hay una íntima relación entre fe y misión, así también la misión es afectada negativamente si la fe de las personas entra en crisis. De hecho, en la Biblia encontramos distintas actitudes con respecto al acto de fe. Algunas veces adquiere la forma de una gran seguridad, como cuando el Evangelio de Mateo dice que el que tenga fe «nada le será imposible» (Mateo 17,20); otras veces se presenta en forma de duda, como cuando Tomás pide señales para creer en el Resucitado: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Juan 20,25). Lo importante es que notemos la relación directa que existe entre el acto de fe y la efectividad de la misión. El mismo texto que hemos citado de Mateo 17 narra cómo los discípulos vienen desconsolados porque no han podido expulsar un demonio y le preguntan a Jesús, «¿por qué nosotros no pudimos expulsarle?», a lo que Jesús responde: «por vuestra poca fe» (Mateo 17,20). 
De modo que la fe, aunque sea un don de Dios, está sujeta al estado existencial del creyente. Creer no consiste en una constante decisión sin vacilaciones, sino en un proceso en el que se mezclan momentos de gran seguridad y momentos de oscuridad. De ello nos pone al tanto el texto bíblico: «yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lucas 22,32), con lo cual se da por supuesto que la fe puede desfallecer, y eso fue dicho a Pedro, al príncipe de los apóstoles, de quien no se esperaba que dudara.
Pero, contrario a lo que muchos cristianos creen, los obstáculos para la fe y para la misión no están sólo fuera de la Iglesia; probablemente los problemas de fe internos a la Iglesia son los que más obstaculizan el proceso evangelizador.
Por tanto, la fe ha de conjugarse con otras virtudes que le ayudan a encontrar su justa colocación en el proceso evangelizador. El creyente debe ser humilde para reconocer sus límites y así dejarse ayudar por Dios y por sus hermanos de la comunidad. El creyente debe ser una persona de esperanza, que confíe en la acción del Espíritu Santo y no solo en sus propias fuerzas, que es una de las causas de las crisis de fe. De modo que no hay que temer a las crisis de fe, porque también de ellas ha de ocuparse el proceso evangelizador.

2.   Escuchar al Papa
La fe en la actualidad se predica en una época de crisis y el Papa no lo esconde:
Crece el número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras creencias...Vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la animan (Mensaje, n. 4).
El Papa, en su mensaje, es consciente que predicar la fe tiene sus dificultades y que no podemos esconder dichos problemas:
A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad (Mensaje, n. 3).
Pablo VI, en su Encíclica Evangelii Nuntiandi, hizo notar que las frustraciones de muchos cristianos son causadas por su distanciamiento de la comunidad, por querer practicar una fe aislada y privada de un contexto comunitario. El Papa Francisco retoma el criterio expresado en Evangelii Nuntiandi:
Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que «cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa «por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (EN, 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo (Mensaje, n. 3).

3.   La misión compartida
Se recomienda hacer un lectura compartida o una Lectio Divina del texto de 2 Cor 4,7-18. En esta lectura tendremos presente los siguientes puntos:
a)    ¿Qué características tiene una crisis de fe?
b)    ¿Cómo afectan negativamente las crisis de fe a la evangelización?
c)    ¿Qué actitud tomar de frente a una crisis de fe?

TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
De la Constitución Pastoral Gaudim et Spes, n. 1:
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.

CATEQUESIS N. 3: LA FE COMO LUZ, COMO CAMINO, COMO MEMORIA





1.   Enfoque
La fe admite distintos modos de ser representada. En los últimos documentos del Papa aparece bajo las imágenes de luz, camino y memoria. En cuanto luz, la fe dice claridad, es decir conocimiento verdadero de aquello en lo que creemos. En cuanto camino dice movimiento, un modo de ser dinámico y procesual. En cuanto memoria alude a la esperanza, que pone en relación los hechos originarios del movimiento cristiano, el estado actual de los creyentes y la promesa que viene a nuestro encuentro al final de los tiempos.
Ahora bien, la misión es el lugar en que confluyen los tres aspectos —conocimiento verdadero, praxis eclesial y esperanza—.
En primer lugar, un cristiano no puede ser auténticamente misionero si desconoce los principios constitutivos de la doctrina cristiana, de modo que la formación es esencial para la toma de conciencia de la propia función, tanto en la sociedad como en la Iglesia.
En segundo lugar, la misión exige superar las barreras que nos encierran en nuestra propia parroquia, nuestro movimiento de apostolado o nuestra comunidad; se exige entrar en la dinámica pluralista y comunitaria del Evangelio.
En tercer lugar, el tiempo histórico presente  —tiempo del Espíritu— es el lugar normal en que se realiza la misión, pero entendida como herencia recibida de las generaciones que ofrendaron su vida por el Evangelio y como marcha hacia el encuentro definitivo con el Dios que viene, y donde la misión alcanza su culmen.
Por tanto, la misión es tensión, es tender a algo, es estar orientados hacia algo. Ese tender a algo es camino y ese camino no se hace en solitario, sino junto con la comunidad de creyentes y con todo el que nos pida ayuda. En esta forma de comprender la misión, la Iglesia se entiende como una realidad extrovertida, es decir, vertida hacia fuera de sí misma, a ejemplo de Jesús, que «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres» (Filipenses 2,7).

2.   Escuchar al Papa
Hay un reclamo del Papa en diversas direcciones. Entre otras cosas, pide que asumamos con responsabilidad la crisis del momento histórico presente; que sepamos integrar escatológicamente pasado, presente y futuro; que seamos apóstoles de esperanza; que renunciemos al proselitismo y entremos en la dimensión del testimonio:
En esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del bien. El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo, a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe. La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia en este camino (Mensaje, n. 4).
Especifiquemos un poco más las observaciones del Papa:
a)    En cuanto LUZ: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, […] O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. […] En cambio, gracias a su unión intrínseca con la verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva, superior a los cálculos del rey, porque ve más allá, porque comprende la actuación de Dios, que es fiel a su alianza y a sus promesas (PF, n. 24).
b)    En cuanto CAMINO: La fe es, además, un conocimiento vinculado al transcurrir del tiempo, necesario para que la palabra se pronuncie: es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento. La escucha ayuda a representar bien el nexo entre conocimiento y amor (LF, n. 29).
c)    En cuanto MEMORIA: La Iglesia, como toda familia, transmite a sus hijos el contenido de su memoria. […] Mediante la tradición apostólica, conservada en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, tenemos un contacto vivo con la memoria fundante. […]En ellos [en los sacramentos] se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de la vida, asociada a todos los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto vivo, de un tejido de relaciones comunitarias. Por eso, si bien, por una parte, los sacramentos son sacramentos de la fe, también se debe decir que la fe tiene una estructura sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno (LF, n. 40).


3.   La misión compartida
Leer el texto de Juan 14,1-12 y analizar cada una de las imágenes usadas por el Papa:
a)    Luz.
b)    Camino.
c)    Memoria.

TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
De la Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 8:
Pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, «existiendo en la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7), y por nosotros «se hizo pobre, siendo rico» (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo. Pues mientras Cristo, «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación.
La Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos.

CATEQUESIS N. 4: LA FE SE FORTALECE DÁNDOLA.


1.   Enfoque
Si como hemos dicho la fe es un don precioso de Dios (Mensaje, n. 1), entonces quiere decir que la fe se fortalece dándola (RMi, n. 2). Por supuesto que la lectura inversa es también cierta, la fe se debilita si no se comparte. El Papa Francisco, en su modo tan cercano de dirigirse al pueblo nos dice que la fe es un don «que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos» (Mensaje, n. 1).
¡Es verdad! Si le tomamos la palabra al Papa, la enfermedad de muchos católicos tiene síntomas muy concretos, por ejemplo, una extendida ignorancia de las verdades de fe;  un celo enfermizo por cuidar los intereses de mi movimiento de apostolado; poca colaboración con la personas que están trabajando como misioneros en países lejanos, no rezan por ellos, no aportan económicamente para su sostenimiento; un síntoma grave, los sacerdotes que no promueven el espíritu misionero en sus parroquias. Todo ello nos dice que padecemos de una peligrosa enfermedad llamada falta de celo por la misión. Es una enfermedad mortal porque atenta contra la esencia de la Iglesia.
Por eso el Papa insiste:
Toda comunidad es “adulta”, cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las “periferia”, especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida (Mensaje, n. 1).
Lo más lamentable de todo es que hay comunidades parroquiales muy ricas en recursos económicos, pero muy pobres en cuanto a su proyección misionera. El Evangelio no es ni limosna ni beneficencia, es donación total.
Como nos dice el Papa —y esto tendría que quedar claro en el ministerio de los obispos y de los superiores de congregaciones religiosas— donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia (Mensaje, n. 5). No hagamos oídos sordos, pues, al llamado del Papa: Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos (Mensaje, n. 2).

2.   Escuchar al Papa
El mensaje del Papa tiene un denso y largo párrafo que no podemos pasar desapercibido en este mes de las misiones. Se trata de una encomiable exhortación a los que dedican tiempo a la misión y a aquellos que han entregado su vida por ella.
Primero tiene una palabra de agradecimiento:
Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos –cada vez más numerosos– que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas (Mensaje, n. 5).
Luego resalta el hecho de que comunidades jóvenes estén mandando misioneros, lo cual se interpreta como buena noticia y como signo de madurez;
Pero también me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad– llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia (Mansaje, n. 5).
Por último hay un fuerte llamado a ser generosos, a donar nuestra vida por la difusión del Evangelio:
Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren por su escasez (Mensale, n. 5).

3.   La misión compartida
Analizar con las personas que participan en la catequesis el texto de Mateo 20,21-27. Se sugiere como puntos de partida para el análisis:
a)    La misión realizada en modo responsable exige sacrificio.
b)    Misionar consiste en servir no en dominar.
c)    ¿Qué hace  nuestra parroquia en cuanto a proyección misionera ad gentes se refiere?


TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 9:
Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt., 5,13-16).

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