1. Enfoque
Si como hemos dicho la fe es un don precioso de Dios (Mensaje, n. 1), entonces quiere decir
que la fe se fortalece dándola (RMi,
n. 2). Por supuesto que la lectura inversa es también cierta, la fe se debilita
si no se comparte. El Papa Francisco, en su modo tan cercano de dirigirse al
pueblo nos dice que la fe es un don «que no se reserva
sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Y es un don que no
se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos
guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados,
estériles y enfermos»
(Mensaje, n. 1).
¡Es verdad! Si le tomamos la palabra al Papa, la
enfermedad de muchos católicos tiene síntomas muy concretos, por ejemplo, una
extendida ignorancia de las verdades de fe;
un celo enfermizo por cuidar los intereses de mi movimiento de
apostolado; poca colaboración con la personas que están trabajando como
misioneros en países lejanos, no rezan por ellos, no aportan económicamente
para su sostenimiento; un síntoma grave, los sacerdotes que no promueven el
espíritu misionero en sus parroquias. Todo ello nos dice que padecemos de una
peligrosa enfermedad llamada falta de
celo por la misión. Es una enfermedad mortal porque atenta contra la
esencia de la Iglesia.
Por eso el Papa insiste:
Toda comunidad es “adulta”, cuando
profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y
proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para
llevarla también a las “periferia”, especialmente a aquellas que aún no han
tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel
personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los
demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las
personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida
(Mensaje, n. 1).
Lo más lamentable de
todo es que hay comunidades parroquiales muy ricas en recursos económicos, pero
muy pobres en cuanto a su proyección misionera. El Evangelio no es ni limosna
ni beneficencia, es donación total.
Como nos dice el Papa
—y esto tendría que quedar claro en el ministerio de los obispos y de los
superiores de congregaciones religiosas— donar
misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia (Mensaje, n.
5). No hagamos oídos sordos, pues, al llamado del Papa: Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y
pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la
dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el
propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de
“dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos
(Mensaje, n. 2).
2. Escuchar
al Papa
El mensaje del Papa tiene un denso y largo párrafo que
no podemos pasar desapercibido en este mes de las misiones. Se trata de una
encomiable exhortación a los que dedican tiempo a la misión y a aquellos que
han entregado su vida por ella.
Primero tiene una palabra de agradecimiento:
Quisiera animar a todos a ser
portadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a
los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos –cada
vez más numerosos– que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para
servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas (Mensaje,
n. 5).
Luego resalta el
hecho de que comunidades jóvenes estén mandando misioneros, lo cual se
interpreta como buena noticia y como signo de madurez;
Pero también me gustaría subrayar que
las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros
a las iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de
Iglesias de antigua cristiandad– llevando la frescura y el entusiasmo con que
estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza. Vivir en este aliento
universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de
todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza para cada una de las
iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras
nunca es una pérdida sino una ganancia (Mansaje, n. 5).
Por último hay un
fuerte llamado a ser generosos, a donar nuestra vida por la difusión del
Evangelio:
Hago un llamamiento a todos aquellos
que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo,
según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor.
Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas
las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento
atento, la llamada misionera ad gentes y
a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y
laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar
también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia
Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en
vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren por su escasez (Mensale,
n. 5).
3. La
misión compartida
Analizar con las personas que participan en la
catequesis el texto de Mateo
20,21-27. Se sugiere como puntos de partida para el análisis:
a)
La
misión realizada en modo responsable exige sacrificio.
b)
Misionar
consiste en servir no en dominar.
c)
¿Qué
hace nuestra parroquia en cuanto a
proyección misionera ad gentes se
refiere?
TEXTO DEL CONCILIO
VATICANO II:
Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 9:
Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de
momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una
pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de
salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la
comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como
instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del
mundo y sal de la tierra (cf. Mt., 5,13-16).
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