lunes, 16 de febrero de 2015

LA FE QUE ACTÚA EN LA CARIDAD (MENSAJE DE LOS OBISPOS DE GUATEMALA)



LA FE QUE ACTÚA POR LA CARIDAD
MENSAJE DE LOS OBISPOS CATÓLICOS DE GUATEMALA A LA IGLESIA
(13 de febrero de 2015)

Nos inspiramos en la palabra de San Pablo a los Gálatas (Cfr Gal 5,6) para subrayar la importancia de la fe que se muestra en la caridad.

1. Del 9 al 13 de Febrero, los obispos de la Conferencia Episcopal de Guatemala nos hemos reunido para celebrar nuestra asamblea anual. Hemos acogido con alegría al nuevo hermano en el episcopado, Mons. Carlos Enrique Trinidad Gómez, en cuya ordenación episcopal participamos compartiendo la alegría y esperanza del pueblo marquense. Recibimos también con gozo la noticia de la declaración del martirio de monseñor Oscar Arnulfo Romero, que abre paso a su próxima beatificación. En el año de la vida consagrada nos congratulamos con todos sus miembros en Guatemala.

2. Queremos reafirmar nuestro compromiso en el acompañamiento que estamos llamados a prestar a nuestras Iglesias, al estilo que nos recuerda el Papa Francisco: yendo delante para indicar el camino; en medio, como caminantes que comparten las mismas alegrías, preocupaciones y esperanzas; y detrás, para seguir al pueblo, reconociendo el olfato que tiene para abrir nuevos caminos de vida y esperanza.

Problemas sociales y ética social
3. Desde esta búsqueda queremos compartir nuestras inquietudes sobre las preocupantes situaciones de nuestro país, animando a todos a buscar los mejores caminos para solucionar los problemas que soportamos y que hacen tan difícil nuestra convivencia.

A partir de nuestra reflexión compartida queremos animar a todos a poner lo mejor de nosotros mismos para lograr una auténtica conversión moral y queremos comprometernos a poner nuestros esfuerzos y acciones en ese camino. A la vista de los problemas sociales que nos afectan, desalientan y hasta nos deprimen, creemos que el fondo de todos nuestros males está en una política sin moral que ignora la ética social que, en clave cristiana, se entiende desde “la caridad, comprendida como el criterio supremo y universal de toda ética social” (CDS 204). Estamos en un momento en que “la ética suele ser mirada con un desprecio burlón. Se la considera contraproducente por demasiado humana, puesto que relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona” (EG 57).

4. Frente a este panorama que describe lo que nos pasa en nuestra vida personal de fe y en la vida de nuestras comunidades, nos decimos con el Papa: “¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento, que nos lleva a perder el asombro, la cautivación y el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad y la justicia!” (EG 179). Denunciamos la inmensa cantidad de problemas que nos afligen y aprisionan: la corrupción generalizada, la violencia desenfrenada, la baja calidad de la educación, la crisis en el sistema de salud, la lenta administración de justicia, la política partidista que ve más los intereses particulares que el interés general, la dificultad para generar empleos, el drama de la migración que sustenta a la vez que resquebraja familias y un larguísimo etcétera, de impotencia. Nos va haciendo sucumbir incluso en una especie de fatalismo y de derrota... ¡Qué peligroso sería que de ahí cayéramos en un conformismo perezoso y pasivo! La gracia de la fe, estímulo de la esperanza

5. En un contexto global de secularización en el mundo, es admirable y nos anima mucho como pastores, el hondo sentido religioso de la mayoría de guatemaltecos y guatemaltecas.
Agradecemos a Dios la siembra de su presencia y llamado en los corazones de hombres y mujeres, adultos y jóvenes, adolescentes y niños, de estas benditas tierras de Guatemala. Es así especialmente cuando la confesión de ese Dios toma carne y se nos hace presente en la confesión de Jesucristo. Jesús es cercano a la vivencia religiosa de muchísimos guatemaltecos y es fuente de sentido, de esperanza y de consuelo en nuestra existencia concreta como personas y como pueblo.

Desde la alegría y la preocupación, preguntas que nos abren horizontes
6. La sincera convicción que nos alegra y anima, se nos convierte en preocupación e inquietud. Nos preguntamos: ¿Cómo es posible que esta fe en Jesús no nos lleve a compromisos prácticos para conseguir una vida digna y plena para todos y cada uno de los guatemaltecos? ¿Por qué nuestra fe cristiana tiene tan poca incidencia en el cambio social, en el que prácticamente es irrelevante? Tenemos que suscitar y acompañar procesos de crecimiento en la fe capaces de hacer crecer esta sensibilidad social. En muchas ocasiones nos hemos acostumbrado a entender nuestra pastoral como “una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (EG 63).

Necesitamos más creatividad a la hora de dar cauces concretos a la dimensión social de la evangelización, sin la que “se desfigura el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (EG 176). Hemos recordado en estos últimos años la misión de evangelizar, pero necesitamos subrayar que el contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad. (EG 177)

7. Una fe de devociones externas puede consolarnos y nomolesta, pero no cambia nuestra realidad. Necesitamos fortalecer una fe que nos meta en el mundo como levadura en la masa. Y “al mundo –nos recordaba el beato Pablo VI, al final del Concilio – hay que salvarlo desde dentro”.

Despertar de una fe en estado de letargo
8. Por eso, en este momento de la Iglesia, tenemos que agradecer al Papa Francisco que abra nuevos caminos a la Iglesia para despertar a muchos de una fe en estado de letargo. Que se apresure nuestra salvación es un profundo deseo que todos compartimos. Que “de el Señor nos viene la salvación” es un reconocimiento de fe que hacemos muchas veces en el rezo de los salmos. Pero de ahí, si somos auténticos creyentes, no podemos decir como algunos afirman que “solo Dios puede salvar a Guatemala”. Con San Agustín tenemos que decir: “Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”. Dios ha puesto el mundo y la historia en nuestras manos y no quiere prescindir de nosotros en la construcción de nuestro país conforme al proyecto del Reino anunciado y comenzado por Jesús.

Por esta razón hemos querido, al término de nuestra asamblea anual de 2015, lanzar un mensaje de estímulo y esperanza. No es que desde el último comunicado los problemas sociales de Guatemala hayan desaparecido; desgraciadamente han aumentado y se han agravado. Para nosotros la dimensión social, lejos de ser una perversión de la fe, es una dimensión integrante de la misma. Recogiendo el pensamiento de San Juan Pablo II, el Papa Francisco nos comparte una seria advertencia: “Ya no se puede decir que la religión deba recluirse en el ámbito privado y que esté sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas ‘para que las disfrutemos (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar “especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común”» (Ecclesia in América 27) (EG 182).

La dimensión social de la fe
9. Estamos convencidos de que la fe en Dios y en Jesucristo que inunda nuestras tierras, llegando hasta los rincones más remotos, puede llegar a infundir en el corazón de cada creyente y en el de todas nuestras comunidades una apuesta sincera por los más empobrecidos y excluidos en nuestra sociedad guatemalteca.

El gran desafío de saber responder a la sed de Dios
10. Gracias a Dios y a tantos evangelizadores y testigos de la fe que nos han precedido, especialmente a los mártires que con su sangre regaron nuestra geografía patria, nuestro problema religioso, hoy, no es el ateísmo; lo que a nosotros se nos plantea es “el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro..., terminando engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios (EG 89). Mirando el panorama religioso de nuestro país, bien podemos decir que la religión ha sido en Guatemala motivo de división. Y en esa situación, es preciso descubrir que “la causa del ser humano, mirado desde Dios” es la que nos podrá volver a abrir caminos de reconciliación y de paz. El hambre, la violencia, el desempleo, la corrupción... no tienen denominación religiosa. Están ahí, desafiándonos a todos por igual y de una manera especial a quienes creemos que “El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (EG, 88).

11. Como Pastores y hermanos de todos, hemos querido compartir estos horizontes de Evangelio para los creyentes y las comunidades. Como decíamos al principio, lo hemos hecho desde la confianza que nos da la apertura de todos a la acción del Espíritu Santo. Con el salmo 4, a Él le pedimos que nuestra fe sea motivo de unidad, que encontremos en ella la fuerza que necesitamos para “recrear la adhesión mística de la fe, en un escenario religioso plural” (EG 70), para “transmitir y descubrir la mística de estar juntos, de mezclarnos, encontrarnos, tomarnos de los brazos, apoyarnos, de participar en una marea de fraternidad” (EG 87).

12. El año que comienza nos trae la celebración de elecciones. Frente a engaños, propaganda falsa, populismos que prometen imposibles, queremos recordar que es el bien común de todos los guatemaltecos el que debe guiar nuestro examen de las opciones que se presenten así como determinar al final nuestro voto.

Un nuevo paso en la fidelidad a Jesús y a los pobres
 13. Preparando y redactando este mensaje, nos hemos sentido muy cercanos a todos y a cada uno de ustedes, a todas nuestras comunidades, a los sacerdotes, miembros de la vida consagrada, a los agentes pastorales, a las parroquias y a los movimientos eclesiales, a cada uno y a cada una de los creyentes. Les hemos querido compartir nuestra convicción de que estamos en un momento propicio para dar un nuevo paso en nuestra fidelidad a Jesús y a los pobres, para ser comunidades cristianas que “saben involucrarse..., que se meten, con obras y palabras, en la vida cotidiana de los demás, achican distancias..., y asumen la vida humana tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (EG, 24). Con el “gusto espiritual de ser pueblo” con ustedes, y de la mano de nuestra Madre la Virgen del Rosario, que “da calidez de hogar a nuestra búsqueda de la justicia”, oren por nosotros y reciban nuestra bendición.

Guatemala, 13 de febrero de 2015.

+Rodolfo Valenzuela Núñez                                                           
Obispo de la Diócesis de La Verapaz                        
Presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala

+Domingo Buezo Leiva
Obispo Vicario Apostólico de Izabal

Secretario General de la Conferencia Episcopal de Guatemala

miércoles, 4 de febrero de 2015

Reunión informativa sobre la causa de beatificación del arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, 04/02/2015.



Sala de prensa del Vaticano.

A las 12:30 de hoy, en el Aula Juan Pablo II de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, tiene lugar una sesión informativa celebrada por Mons. Vincenzo Paglia, sobre la causa de beatificación del Arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, del cual es el postulador. Presentes en la reunión informativa también el postulador diocesano de la causa, Mons. Jesús Delgado y el Prof. Roberto Morozzo della Rocca, de la Universidad de "Roma Tre", historiador. 
Publicamos a continuación las intervenciones del Arzobispo Mons. Vincenzo Paglia y del Prof. Roberto Morozzo della Rocca:

Agradecemos al Papa Francisco por el decreto de beatificación del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, firmado en el día de la memoria de San Óscar, según el calendario Latino. Es un don extraordinario para toda la Iglesia en el comienzo de este milenio ver subir al altar un pastor que dio su vida por su pueblo; lo es también para todos los cristianos, como se muestra en la atención de la Iglesia anglicana que ha colocado la estatua de Romero en la fachada de la catedral de Westminster junto a la de Martin Luther King y Dietrich Bonhoeffer, y también a la misma sociedad humana que ve en él un defensor de los pobres y de la paz. La gratitud va también a Benedicto XVI, quien ha seguido el caso desde el principio y que el 20 de diciembre de 2012 —poco más de un mes de su dimisión— decidió desbloquearla para que pudiera continuar su proceso regular. Pienso con gratitud también en San Juan Pablo II, que quiso recordar a Mons. Romero en la celebración de los Nuevos Mártires durante el Jubileo del año 2000, introduciendo el nombre, ausente en el texto, en el  oremus final. Y también debemos recordar el bienaventurado Pablo VI que Romero vio como su inspirador y que fue para él un defensor.
El compromiso de la Congregación para las Causas de los Santos —con el cardenal Angelo Amato— es atento y solícito. La unanimidad de los criterios tanto de la comisión de cardenales como de la comisión de teólogos ha confirmado el martirio en odium fidei. El sensus fidelium, en verdad, nunca ha fallado tanto en El Salvador como en cualquier parte del mundo. El martirio de Romero dio sentido y fuerza a muchas familias salvadoreñas que habían perdido a familiares y amigos durante la guerra civil. Su memoria se convirtió de inmediato en el recuerdo de las otras víctimas, tal vez menos ilustres, de la violencia.
Después de un largo proceso que ha visto muchas dificultades tanto por las oposiciones respecto al pensamiento y a la acción pastoral del arzobispo, ya sea por la situación de conflicto que se había creado a su alrededor, el proceso del caso se concluye. Romero se convierte como el primero de la larga lista de los Nuevos Mártires contemporáneos. El 24 de marzo —el día de su muerte— se ha convertido por decisión de la Conferencia Episcopal Italiana «Jornada de oración por los misioneros mártires». Y las Naciones Unidas ha proclamado ese día «Día Internacional por el derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas».
El mundo ha cambiado mucho desde aquel lejano 1980, pero el pastor de un pequeño país de América Central, habla más fuerte. No deja de ser significativo que su beatificación tenga lugar mientras sobre la silla de Pedro está, por primera vez en la historia, un Papa latinoamericano que quiere una «Iglesia pobre para los pobres». Hay una coincidencia providencial.

Romero pastor
Se puede decir que el martirio de Romero está estrechamente ligado al del padre Rutilio Grande, un jesuita que había dejado la cátedra universitaria para estar con los campesinos en un pequeño pueblo, Aguilares, viviendo en una pequeña habitación con una cama, una mesita, una pequeña lámpara, una Biblia. Romero era muy amigo de él. En la noche del 12 de marzo 1977 Romero estuvo en vela toda la noche ante el cuerpo de su amigo y de los dos campesinos asesinados junto a él en una emboscada. Era arzobispo de San Salvador desde hacía pocos días, aún no se había familiarizado con sus funciones. En esas horas sintió una gran conmoción al ver a su amigo asesinado y a tantos campesinos que se agolpaban en la iglesia. Romero —dijo a un amigo— vio que se quedaron huérfanos de su «padre» y que ahora le correspondía a el arzobispo tomar su lugar incluso a costa de su vida. En aquella noche oyó —escribir varias veces— una inspiración divina a ser fuerte, a asumir una actitud de fortaleza, mientras que en el país, marcado por la injusticia social, aumentaba la violencia: la violencia de la oligarquía contra los campesinos, la violencia de los militares contra la Iglesia que defendía a los pobres, la violencia de la guerrilla revolucionaria.
Romero corrige los clichés difundidos acerca de su conversión: «Yo no hablaría de conversión —dijo— como muchos dicen porque siempre tuve afecto por el pueblo, por los pobres ... Antes de ser obispo he sido por veintidós años sacerdote en San Miguel ... Cuando visitaba los cantones sentía un verdadero placer en estar con los pobres y ayudarlos ... Pero llegando a San Salvador, la misma fidelidad que quería inspirar mi sacerdocio me hizo comprender que mi amor por los pobres, mi fidelidad a los principios cristianos y la adhesión a la Santa Sede tenía que tomar una dirección un poco diferente. El 22 de febrero de 1977 tomé posesión de la arquidiócesis y por entonces había una oleada de expulsiones de sacerdotes... El 12 de marzo de 1977 sucedió el asesinato del p. Rutilio Grande ... tuvo un gran impacto en la diócesis y me ayudó a sentir fortaleza ».
Romero creía en su función como obispo y primado del país y se sentía responsable de la población especialmente más pobre: por ello se hizo cargo de la sangre, del dolor, de la violencia, denunciando las causas en su carismática predicación dominical seguida por la radio por toda la nación. Podríamos decir que se trataba de una «conversión pastoral», con la asunción por parte de Romero una fortaleza indispensable en la crisis que vivía el país. Se convirtió en defensor civitatis según la tradición de los antiguos Padres de la Iglesia, defendió el clero perseguido, protegió a los pobres, afirmó los derechos humanos.
El clima de persecución era palpable. Pero Romero se convierte claramente en el defensor de los pobres frente a una cruel represión. Después de dos años de arzobispado de San Salvador, Romero ha perdido 30 sacerdotes, incluyendo asesinados, expulsados ​​o perdidos por escapar de la muerte. Los escuadrones de la muerte mataron a decenas de catequistas de las comunidades de base, y muchos fieles de estas comunidades desaparecen. La Iglesia era la principal acusada y por lo tanto la más afectada. Romero se resistió y él accedió a dar su vida para defender a su pueblo.

Muerto en el altar durante la misa
Fue asesinado en el altar. En él se quería dañar a la Iglesia que surgía del Concilio Vaticano II. Su muerte —como muestra claramente el acucioso examen documental— fue causada por motivos no sólo políticos, sino por odio a una fe colmada de la caridad que no se silenciaba de frente a la injusticia que implacable y cruelmente se cernía sobre los pobres y sobre sus defensores. El asesinato en el altar —una muerte, sin duda, incierta dado que había que disparar desde treinta metros en comparación con una provocada desde corta distancia— tenía un simbolismo que sonaba como una terrible advertencia a cualquiera que quisiera ir en ese camino. El mismo San Juan Pablo II —que conocía a los otros dos santos asesinados sobre el altar, San Estanislao de Cracovia y Thomas Becket de Canterbury— lo nota con eficacia, «lo mataron justo en el momento más sagrado, durante el acto más alto y más divino... ha sido asesinado un obispo de la Iglesia de Dios en el ejercicio de su misión santificadora ofreciendo la Eucaristía». Y varias veces repitió con fuerza: «Romero es nuestro, Romero es de la Iglesia».

Romero y la elección de los pobres
Romero siempre amó a los pobres. Como joven sacerdote en San Miguel fue acusado de comunismo porque pedía a los ricos dar el salario justo a los campesinos productores de café. Les decía que, al actuar de esa manera, no sólo iban en contra de la justicia, sino que eran ellos mismos que abrían las puertas al comunismo. Todos los que lo conocieron siendo un simple sacerdote recuerdan su emoción y su ternura hacia los pobres que encontraba. Particular impresión hizo su preocupación por los niños limpiabotas de San Miguel que le llevó a organizar un banquete para ellos. Era notoria la generosidad. Un pequeño episodio muestra su «exageración», como dijo alguien. Una vez que recibió una gallina para comer, en el camino una mujer pedía ayuda y de inmediato se la dio a ella, sin importarle las quejas del conductor que le decía que en la casa episcopal no había nada para comer. Claro que visitaba también a los ricos, pero les pedía que ayudaran a los pobres y a la Iglesia, como un camino para salvar sus almas.
Romero comprendió cada vez con más claridad que para ser el pastor de todos tenía que empezar desde los pobres. Poner a los pobres en el centro de las preocupaciones pastorales de la Iglesia y, por tanto, también de todos los cristianos, incluyendo a los ricos, era el nuevo camino de la pastoral. El amor preferencial por los pobres no sólo no disminuía  el amor de Romero por su país, por el contrario lo sostenía. En este sentido, Romero no era un hombre parcial, a pesar de que a algunos podría parecerles tal, sino un pastor que quería el bien común de todos, pero a partir justamente de los pobres. Él nunca dejó de buscar la manera de lograr la paz en el país.

Romero, un hombre de Dios y de la Iglesia
Romero era un hombre de Dios, un hombre de oración, de obediencia y de amor por la gente. Rezaba mucho: se enojaba si en las primeras horas de la mañana, mientras rezaba, lo interrumpían. Y era severo consigo mismo, vinculado a una antigua espiritualidad de sacrificio, de cilicio, la penitencia, de las privaciones. Tuvo una vida espiritual «lineal», si bien con un carácter no fácil, estricto consigo mismo, intransigente, atormentado. Pero en la oración encontraba descanso, paz y fuerza. Cuando debía tomar decisiones complicadas, difíciles, se retiraba en oración.
Era un obispo muy fiel al magisterio. En sus papeles emerge con claridad la familiaridad con los documentos del Concilio Vaticano II, de Medellín, de Puebla, de la doctrina social de la Iglesia y en general los otros textos pontificios. He podido hacer una lista de las obras de su biblioteca: gran parte de ella está ocupada por los textos del Magisterio. En los papeles del archivo se conservan los discursos que Romero escribió para dos nuncios cuando ellos debían explicar los textos conciliares. El cardenal Cassidy cuenta que en el año 1966 con Romero y algún otro sacerdote hacían a menudo jornadas de estudio sobre los textos del Concilio Vaticano II. Romero se había construido un amplio fichero de citas (alrededor de 5.000 fichas) para predicar, extraídas especialmente del Magisterio. Veinte días antes de morir, el 2 de marzo de 1980, en una homilía dominical afirma: «Hermanos, la mayor gloria de un pastor es vivir en comunión con el Papa. Para mí el secreto de la verdad y la eficacia de mi predicación es estar en comunión con el Papa. Y cuando veo en su magisterio pensamientos y gestos similares a los que necesita nuestra Iglesia, me lleno de alegría».
Muchas veces se dice que Romero fue sobornado por la teología de la liberación. Un reportero le preguntó: « ¿Usted está de acuerdo con la teología de la liberación?». Romero respondió: «Sí, por supuesto, pero hay dos teologías de la liberación. Una de ellas es la que ve la liberación sólo como liberación de material. La otra es la de Pablo VI. Yo estoy con Pablo VI…».

La muerte es el momento crucial de los tres años del arzobispo Romero. Fue martirio en odium fidei, ejemplificado en el asesinato en el altar, así como en el hacer callar la voz pública que podía con autoridad conversión del mal y rechazo del pecado. Para ello remito a la documentación del proceso canónico, que estará disponible con la beatificación. Aquí me gustaría señalar que Romero sabía que iba a ser asesinado y por eso tuvo una larga lucha interior.
Primero tuvo que dar  sentido  a la muerte que le anunciaban todos los días por medio de amenazas que le referían fieles y amigos, cartas llenas de insultos, amenazas telefónicas, alertas incluso en la televisión, comunicaciones alarmadas por las autoridades civiles y religiosas, atentados de los que escapaba por un pelo. Un primer  sentido  de la muerte que se acercaba estaba en la fidelidad a su mandato apostólico: era un pastor, y el buen pastor no abandona a sus ovejas, sobre todo cuando están en peligro. Romero no tenía dudas: no abandonaría El Salvador, permanecería en su lugar. Él dijo: «Un pastor no desaparece, debe permanecer hasta el final con los suyos».  También rechazó una oferta de hospitalidad de la Santa Sede.
Un segundo  sentido  de su muerte es ofrecer la vida. Romero meditó mucho sobre el martirio, a partir del martirio de sus sacerdotes y catequistas ya asesinados en gran número. Había predicado en el funeral de su sacerdote asesinado:
«No todos, dice el Concilio Vaticano II, tendrán el honor de dar físicamente su sangre, para ser asesinados por su fe; pero Dios nos pide a todos los que creemos en él un espíritu de martirio, es decir todos tenemos que estar dispuestos a morir por nuestra fe, incluso si el Señor no nos da este honor. Nosotros, sí, estamos a su disposición, para que cuando llegue la hora de dar cuenta, podamos decir: “Señor, yo estaba dispuesto a dar mi vida por ti. Y la he dado”. Porque dar la vida no significa solo ser asesinados; dar vida, tener el espíritu de martirio es dar en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; es dar vida poco a poco, en el silencio de la vida diaria, como la da la madre que sin miedo, con la sencillez del martirio materno, da a luz, amamanta, hace crecer y se hace cargo de su hijo con cariño».
Romero ha querido dar un  sentido  a su muerte, según la voluntad de Dios. Tres semanas antes de morir le dijo a su confesor: «Me cuesta aceptar una muerte violenta... tengo que estar en la disposición de dar mi vida a Dios cualquiera que sea el final de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. Él ha ayudado a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cercano al ofrecerle mi último aliento. Pero más que el momento de morir importa el darle toda mi vida y vivir por él». Parecía pacificado, y es probable que interiormente lo estuviera.
En realidad, Romero estaba aterrorizado por la muerte que sentía inminente. En las últimas semanas, cada ruido lo sobresaltaba. Un fruto de aguacate que cayera sobre el techo de su modesta casa lo ponía en pánico. Cualquier ruido nocturno lo llevaba a esconderse. Decía que ni siquiera sabía si lo iba a matar la extrema derecha o la extrema izquierda, que lo desafió en los últimos tiempos por su oposición a la revolución. Fue entonces cuando el escuadrón de la muerte organizado por el ex Mayor D'Aubuisson quien lo mató, pero Romero no podía saber esto de antemano. En las últimas semanas había tenido momentos continuas de desaliento. El día antes de ser asesinado predicó dos horas, y pronunció el famoso llamamiento a los soldados a que no mataran en violación de la ley de Dios:
«Yo quisiera hacer un llamamiento muy especial a los hombres del Ejército… Ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!».
Después de este desafío a los comandos militares estaba aparentemente sereno como cuando se cumple el propio deber, y se fue a comer en aquella que era su familia adoptiva, la de su amigo Barraza, un comerciante. Jugó primero con los niños, pero en la mesa parecía perdido:
«Se quitó las gafas, cosa que nunca hacía, y se quedó en un silencio que era para todos nosotros muy grave. Se podía ver abatido y triste. Tomó la sopa lentamente y con cuidado nos miró uno por uno. Eugenia, mi esposa, que estaba sentada a su lado en la mesa, se quedó sin habla por una mirada larga y profunda que le dirigió, como si quisiera decirle algo. De sus ojos brotaron lágrimas. Lupita le increpó: ‘¿por qué, por cuál motivo llora?’ Estábamos todos perplejos. De repente empezó a hablar de sus mejores amigos, sacerdotes y laicos. Los nombraba uno por uno, mostrando admiración por cada uno de ellos y alabando las virtudes que había descubierto y los dones que Dios les había dado. Un almuerzo como aquel, en nuestra casa, nunca había sucedido. Fue triste y desconcertante para todos nosotros».
Así Romero el día antes de su muerte. Una muerte interpretada por mucho tiempo con las palabras retóricas aparecidas póstumamente en la pluma de un periodista guatemalteco: «Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño, mi sangre sea semilla de la libertad, que mi muerte sea por la liberación de mi pueblo». Estas frases, repetidas incesantemente en carteles y manifestaciones, pero no por amigos cercanos del arzobispo asesinado, que dudaban, están en el centro de un mito ideológico de Romero profeta del pueblo y mesías de tipo político. Todo lleva a creer que son apócrifas, y en la Positio, se discutió lo suficiente. De hecho, el  sentido  de su muerte, Romero lo confió a sus notas íntimas en estos términos:
«Pongo bajo la providencia amorosa del Corazón de Jesús toda mi vida y acepto con fe en Él mi muerte, por difícil que sea. Ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia... porque el corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera. Me basta, para estar feliz y confiado, saber con seguridad que en Él está mi vida y mi muerte. Y a pesar de mis pecados, en Él he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la Patria».
Podemos considerar estas palabras, escritas un mes antes de su asesinato, como el testamento espiritual de Monseñor Romero.
Romero no estaba pensando en una muerte heroica que hiciera la historia, no quería desafiar a los enemigos del pueblo para que lo mataran y luego mostrarse resucitado en la revolución, no concebía su martirio en el sentido ideológico como un símbolo de la lucha por venir. En cambio pensó en su muerte según la tradición de la Iglesia, para la cual el mártir no es una bandera en contra, no es una acusación al perseguidor, sino un testigo de la fe. La fe en la gracia divina que, como dice el Salmo 62, es mejor que la vida. Esta es precisamente la grandeza de Cristiana Romero: haber antepuesto la adhesión a la voluntad de Dios antes que salvaguardar su propia vida, como Cristo en el huerto de los olivos.

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