jueves, 18 de septiembre de 2014

CATEQUESIS N. 4: SUMERGIDOS EN LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO



1.      ENFOQUE

Según la narración de los Hechos de los Apóstoles, el día en que se derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos era tal el entusiasmo y la alegría que manifestaban, que algunos de los espectadores creían que estaban bajo los efectos del vino, es decir, borrachos (cfr. Hechos 2,13).

En realidad, después de su encuentro histórico con Jesús, ellos simplemente estaban llenos del Espíritu Santo, preparados para compartir la alegría del Evangelio. Así lo ve la carta a los Efesios: «Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu» (Efesios 5,18). Porque, como nos lo dice el Papa, «Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios». (Evangelii Gaudium, 259). No olvidemos lo que ya dijimos, que la misión tiene un profundo sentido trinitario: «El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador» (Mensaje, 3).

Lo que se nota en muchas personas que se dicen cristianas es desaliento y apatía a querer tomar responsabilidades en el proceso evangelizador. Esto sucede sobre todo en personas que no han tenido un verdadero encuentro con Jesucristo. Por ello, estamos llamados a ser evangelizadores con Espíritu, intrépidos (parresía) y creativos. Según el Papa Francisco «una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos» (Evangelii Gaudium, 261).

Los estados de desaliento se incuban en una débil concepción de la presencia de la gracia de Dios en nuestra vida. Peor aún, el estado depresivo en los cristianos se da cuando se cierran las puertas a la acción de Espíritu Santo en la propia vida. Por ello, nos dice el Papa: «A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno». (Evangelii Gaudium, 265).

Por eso, resulta de mucha importancia seguir los pasos metodológicos sugeridos por el Documento de Aparecida: «que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos» (Aparecida, 14). Esto mismo lo dice el n. 18 en un modo más sintético, se trata de «conocer a Jesucristo…, seguirlo…, y transmitir este tesoro a los demás». En el n. 278, cuando se habla del proceso de formación de los discípulos, aparece la misma estructura, pero puesta en cinco pasos: 1. Encuentro, 2. Conversión, 3. Discipulado, 4. Comunión y 5. Misión. Esto se concreta en un proyecto orgánico de formación (cfr. Aparecida, 281) que comprende cuatro dimensiones: 1. Humana y comunitaria, 2. Espiritual, 3. Intelectual,  4. Pastoral y misionera (cfr. Aparecida, 280).


2.      ESCUCHANDO AL PAPA

El pontífice nos da pautas en su Mensaje, para poder comprender mejor este sumergirse en la alegría del Evangelio:

La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera (Mensaje, Introducción).

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Mensaje, 3; Evangelii gaudium, 1).

Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio.  (Mensaje, 4).

La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. (Mensaje, 4).


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA

Para ser evangelizadores con Espíritu el Papa da indicaciones precisas que nos pueden ayudar a vivir mejor la dimensión misionera de nuestra fe. A partir de estas afirmaciones podemos preguntarnos si estamos actuando como evangelizadores con Espíritu.

—Dejarse seducir por el Espíritu:
¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora… Al Espíritu Santo; le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos. (Evangelii Gaudium, 261)
—Evangelizadores que oran y trabajan:
Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón… Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad… La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración… Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad. (Evangelii Gaudium, 262).
«Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor» (Evangelii Gaudium, 265):
El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie. (Evangelii Gaudium, 266).
Amar al pueblo:
Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. (Evangelii Gaudium, 268).
A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo. (Evangelii Gaudium, 270).
Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. (Evangelii Gaudium, 271).
Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35). Uno no vive mejor si escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la comodidad. Eso no es más que un lento suicidio. (Evangelii Gaudium, 272).

4.      LA VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)

En la eclesiología de Monseñor Romero, la presencia de Jesucristo en la historia adquiere la forma sacramental de los pobres. Por eso, no se puede predicar un evangelio desencarnado, que se desentiende de los sufrimientos concretos de las personas. La misión de la Iglesia es estar cerca de los que sufren y acompañarles en sus luchas de liberación.

Queridos hermanos, mientras no tengamos esta idea de un Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre, no hemos comprendido nuestra Iglesia ni el misterio salvador del Señor. Para esto se hizo hombre Dios, para que, por medio de la figura de ese hombre - Dios, nos adentráramos en el misterio de lo divino. Yo soy el camino. Nadie puede venir al Padre sino por mí. Y Dios no ha venido a salvar a los hombres sino por mí. El único medianero: Cristo Jesús. Dichoso el que lo ha conocido y cree en El. Dichoso el que sabe aún que en estas horas obscuras de nuestra historia Cristo vive, vive poderoso como Dios y vive comprensivo como hombre; es hombre de nuestros caminos, es hombre de nuestra historia, es hombre como le canta esa canción que está de moda: el Dios que aparece como obrero, como aquel que pasea por el parque, como aquel que trabaja en las carreteras y remienda llantas en las gasolineras. Dios está encarnado en cada hombre y comprende a cada trabajador, a cada hombre que quiera amarlo y seguirlo. Por eso decía: "Todo lo que hagas con uno de ellos, conmigo lo haces". Es el camino para conocer al hombre, así como es el camino para conocer a Dios. Nadie puede llegar a Dios sino a través de este puente de este camino que es nuestro Señor Jesucristo. (23 de abril de 1978).


5.      CANTO: “Cristo te necesita para amar”.


ORACIÓN FINAL.

CATEQUESIS N. 3: LA IGLESIA Y LA ALEGRÍA DE SALIR



1.      ENFOQUE

Cuando hay un clima adverso —con mucha lluvia o mucha nieve― a nadie se le ocurre salir de su casa sin un motivo razonable. Es más cómodo quedarse en casa que afrontar el mal tiempo.

Algo de esto les pasa a muchas comunidades de la Iglesia Católica en la actualidad. Prefieren quedarse gozando de la calidez de la casa que afrontar los desafíos que le presenta la contemporaneidad.

Sin embargo, los textos evangélicos hablan de que Jesús y sus discípulos eran un movimiento itinerante; narran cómo afrontaban tormentas en los lagos, asaban pescado para comer juntos, pasaban la noche en descampado. El mismo Jesús fue capturado en un huerto, no en una casa. Ellos pasaban mucho tiempo «fuera» a la vista de todos.

No resulta extraño que Jesús recomendara ser como niños para entrar en el Reino de los cielos, porque los niños, cuando llueve, siempre quieren salir a mojarse. Son los viejos los que siempre quieren protegerse de la lluvia.

Si esto lo vemos en un sentido teológico, la misión inicia con la salida del Hijo de Dios del seno de la Trinidad para encarnarse en el drama humano: «pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos» (Gálatas 4,4-5). Y en modo más claro lo dice Filipenses: «Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.» (Filipenses 2,6-78).

A partir de este dinamismo de salida, no se entiende por qué la Iglesia se encierra y haciendo así, no sigue los pasos de Jesús, traicionando el sentido de la kénosis. De suerte que para recuperar el sentido misionero que configura la esencia de la Iglesia, debe entenderse a sí misma como una institución en salida, al modo como nos lo pide el Papa Francisco.

Por supuesto que estar en salida es peligroso, pero nadie ha dicho que ser discípulo de Jesús sea una tarea fácil. Lo afirma el mismo Jesús: «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16,24).


2.      ESCUCHANDO AL PAPA

Hay una fuerte insistencia del Papa, en el sentido de invitar a la Iglesia a salir de su encierro: «Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la Iglesia están llamados a participar, ya que la Iglesia es misionera por naturaleza: la Iglesia ha nacido “en salida”». (Mensaje, Introducción).


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA

En este sentido, el Papa invita a todos los miembros de la Iglesia a entrar en ese dinamismo de salida, como algo que restituye identidad originaria a la Iglesia y la sitúa en lo más específico de su sacramentalidad y el servicio a los pobres:

Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan. (Mensaje, n. 4).


En otros textos el Papa nos dice:
Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio. (Evangelii Gaudium, 20).
La comunidad evangelizadora… sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. (Evangelii Gaudium, 24).
La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. (Evangelii Gaudium, 46).
…prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37).

Preguntémonos cuáles son las situaciones de marginalidad en las que estamos llamados a tener presencia, cuáles son los sectores de nuestra comunidad que reclaman una atención preferencial.


4.      LA VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)

Monseñor Romero nos dice que una comunidad tiene sentido solamente si se deja evangelizar y si también ella se orienta en salida evangelizadora:

Una comunidad cristiana se evangeliza para evangelizar. Una luz se enciende para alumbrar, no se enciende una candela y se mete debajo de un canasto, decía Cristo, se enciende y se pone en alto para que ilumine. Esto es una comunidad verdadera. Una comunidad es un grupo de hombres y mujeres que han encontrado en Cristo y en su evangelio la verdad, y la siguen y se unen para seguirla más fuertemente. No es simplemente una conversión individual, es conversión comunitaria, es familia que cree, es grupo que acepta a Dios. Y como grupo, cada uno siente allí que el hermano lo fortifica y que en los momentos de debilidad se ayudan mutuamente y, amándose y creyendo, dan luz, son ejemplo; de tal manera que el predicador ya no necesita predicar, cuando hay cristianos que han hecho de su propia vida una predicación. (29 de octubre de 1978).


5.      CANTO: “Alma misionera”.



6.      ORACIÓN FINAL.

CATEQUESIS N. 2: EL DINERO Y LA TRISTEZA DEL MUNDO




1.      ENFOQUE

Una de las frases más duras de Jesús es la que se refiere a los ricos, cuando afirma que «es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos» (Mateo 19,24). La expresión está precedida por la narración del joven rico que se sintió incapaz de emprender un camino de seguimiento, a partir de la renuncia de sus bienes. El texto dice claramente que el joven «se marchó triste, porque tenía muchos bienes» (Mateo 19,22). El Papa Francisco encuentra una explicación a esto: «Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios» (Mensaje, 2).

Lo cierto es que una riqueza insolidaria, necesariamente decantará en la violencia. Lo saben las empresas de los países del primer mundo que se dedican a la explotación minera; a ellos no les importa contaminar el ambiente de los países pobres, mientras en sus países se jactan hipócritamente de cuidar el medio ambiente. Lo saben las transnacionales que producen bebidas gaseosas, jugos y agua embotellada, que explotan el agua de los países pobres hasta depredar los mantos acuíferos sin que las autoridades locales les digan algo, siempre y cuando les cierren la boca con un puñado de dólares, mientras muchos hogares en esos países no tienen agua potable para el consumo. Lo saben los productores de celulares y aparatos electrónicos que buscan incansablemente el coltán en el Congo, sin importarles provocar guerras entre las etnias africanas. Lo saben los explotadores norteamericanos de los diamantes de Sierra Leona y sus lacayos locales, que no les ha importado realizar masacres y utilizar niños para hacer la guerra, siempre y cuando esté asegurado el tráfico de las piedras preciosas.

El mismo Bartolomé de las Casas, ya desde los primeros años del proceso colonizador, se dio cuenta que no podían caminar juntas su condición de clérigo con la de encomendero. Así, un día, como él mismo refiere, leyó el texto del Eclesiástico que dice:

Ofrecer en sacrificio el fruto de la injusticia es presentar una ofrenda defectuosa, y los dones de los impíos no son aceptados. El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos, y no es por el número de víctimas que perdona los pecados. Como inmolar a un hijo ante los ojos de su padre, es presentar una víctima con bienes quitados a los pobres. Un mendrugo de pan es la vida de los indigentes: el que los priva de él es un sanguinario. Mata a su prójimo el que lo priva del sustento, derrama sangre el que retiene el salario del jornalero. (Eclesiástico 34,18-22).

Desde entonces, decidió hacerse fraile dominico y sumarse a la lucha en defensa de los indígenas.

El Papa Francisco y toda la tradición de los profetas llama a este fenómeno la idolatría del dinero, en la cual Dios pasa a segundo plano y los seres humanos se convierten en simples mercancías, piezas del ajedrez del mercado mundial.

Y lo peor de todo es que a aquellos que estamos llamados a alzar la voz para proteger a los más necesitados, se nos aplican muy bien las palabras del profeta Isaías: «¡Esos cuidadores están todos ciegos, no saben nada! Son todos como perros mudos, que no pueden ladrar. Tendidos en sus lechos, no hacen más que dormir y soñar» (Isaías 56,10).

Estamos, pues, llamados a un testimonio responsable, en el que nos asumamos como la voz de los que no tienen voz. 


2.      ESCUCHANDO AL PAPA

El Papa nos advierte en su Mensaje, que «el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Evangelii Gaudim, 2) (Mensaje, n. 4).


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA

Pero no sólo eso, el Papa, en su habitual valentía profética ha dicho cuatro «no» al capitalismo salvaje. Nosotros podemos analizar si en nuestro contexto se está dando esto que el pontífice nos propone.
—Primero: No a una economía de la exclusión
Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». (Evangelii Gaudium, n. 53).
—Segundo: No a la nueva idolatría del dinero
Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. (Evangelii Gaudium, n. 55).
Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta. (Evangelii Gaudium, n. 56).

—Tercero: No a un dinero que gobierna en lugar de servir
Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética –una ética no ideologizada– permite crear un equilibrio y un orden social más humano. (Evangelii Gaudium, n. 57).

¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano. (Evangelii Gaudium, n. 58).

—Cuarto: No a la inequidad que genera violencia
Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. (Evangelii Gaudium, n. 59).

4.      LA VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)

Pongamos ahora en consideración algunos textos de Monseñor Romero:

Aquel "clamor sordo" que se oía en Medellín -dice Puebla- se ha hecho hoy un clamor claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante. Y Puebla llama: "El más devastador y humillante flagelo", la situación humana de aquel largo desfile de rostros concretos, que yo los miraría en esta muchedumbre: niños que desde la más tierna edad tienen que ganarse ya la vida; jóvenes a quienes no se les presta una oportunidad de su desarrollo; campesinos, carentes hasta de lo más necesario; obreros, a los que se les regatean sus derechos, subempleados, marginados y asesinados, ancianos que se sienten inútiles para la historia; todo esto es agravante de toda nuestra crisis, esta grave injusticia social. (6 de agosto de 1979).

…la inversión de valores, el materialismo individualista, el consumismo, el deterioro de valores familiares, el deterioro de honradez pública y privada, el mal uso de nuestros medios de comunicación social. A esto debemos las inmensas lacras de nuestro pueblo: un tremendo deterioro moral. (6 de agosto de 1979).

La Iglesia dice: la riqueza no es una absolutización, la propiedad privada no tiene un sentido definitivo. El Papa lo ha dicho con palabras muy certeras: "Sobre la propiedad privada grava una hipoteca social". El bien de todos es lo que interesa, no la riqueza de unos cuantos, ni la propiedad privada de unos pocos... (6 de agosto de 1979).


5.      CANTO. “El profeta” (de Yolocamba Ita)


6.      ORACIÓN FINAL.

CATEQUESIS N. 1: JESÚS, ALEGRÍA DEL MUNDO



1.      ENFOQUE

La alegría es el tema transversal del mensaje del Papa para el DOMUND del año 2014. Por supuesto que no se trata de cualquier tipo alegría, sino de una alegría que tiene su fundamento en los textos evangélicos y en el misterio de la Trinidad.

Ahora bien, la correlación entre anuncio del Evangelio y alegría está fuertemente arraigada en la tradición. Para no remontarnos a tiempos tan lejanos, recordemos las palabras con que inicia la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (n. 1).

Por consiguiente nuestra alegría no es casual, sino causal, en el sentido de que ella brota como consecuencia de los efectos que produce la predicación de la Buena Noticia, así como lo manifiesta Lucas 10, 1-23. En ese texto, la misión no se entiende como ejercicio del poder, sino como aquella que procura la salvación de las personas. Es comprensible la corrección que hace Jesús a los discípulos que participaron en la misión que narra el texto. Los discípulos retornaban invadidos por una falsa comprensión de la alegría, al exaltar el poder especial que obraba en ellos. Pero Jesús les dice: «no se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense de que sus nombres estén inscritos en los cielos» (Lc 10,20).

Por otra parte, el texto de Lucas da a entender que, tanto los predicadores del Evangelio como sus destinatarios, en su mayoría eran gente sencilla y no gente ilustrada, orgullosa o de las capas altas de la sociedad de su tiempo. Justamente, esta es una de las notas características de la autenticidad de la misión, es decir, que los pequeños, los humildes son quienes mejor están dispuestos a recibir el Evangelio y a predicarlo. Jesús se deja invadir de la alegría de sus discípulos y eleva una oración en perspectiva trinitaria: «En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido mejor” » (Lc 10,21).

La misión más creíble es la que se ejerce con humildad y no con prepotencia; la que encuentra eco entre los pobres y que expresa el profundo amor que nos ha tenido el Padre al mandarnos a su Hijo con la fuerza del Espíritu Santo. En este sentido, según nos dice el Papa: «El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador» (Mensaje, n. 2).  


2.      ESCUCHANDO AL PAPA

Escuchemos ahora lo que nos dice el Papa en el n. 2 de su mensaje y profundicemos el sentido de sus palabras:

Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se les ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás.


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA

En este momento pongamos a consideración algunas frases del Papa que encontramos en la Exhortación Apostólica Evagelii Gaudium y compartamos con nuestros hermanos qué nos dicen sus palabras en la actualidad:

N. 6: Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias.

N. 10: Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».

N. 85: Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2 Co12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica.


4.      LA VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)

Monseñor Romero, como en los días en que vivió su ministerio, días de persecución, de dolor y de muerte, nos invita también a nosotros a no perder las esperanzas en Dios, a no dejarnos vencer por el ambiente adverso, en una palabra a testimoniar con alegría nuestra fe en medio de la tribulación.

Queridos hermanos, aunque estamos viviendo como en un callejón sin salida, no desesperemos. En la palabra bíblica de Isaías, un poco antes de la lectura que se ha hecho hoy [cfr. Is 50,2], dice Dios al pueblo: "¿Por qué desconfías? ¿Qué acaso se ha acortado mi mano para darle bendiciones? ¿Qué acaso no tengo energías para salvarte?" Hermanos, respondamos a esas preguntas de Dios con un acto de fe y de esperanza. "Si Señor, nosotros creemos que tú eres el Redentor y por eso hemos aclamado hoy con la alegría de los que te han recibido: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, Hosanna en los cielos!" (Domingo de Ramos, 19 de marzo de 1978).


5.      CANTO: “Cristo, alegría del mundo”.


ORACIÓN FINAL.

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