jueves, 18 de septiembre de 2014

CATEQUESIS N. 4: SUMERGIDOS EN LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO



1.      ENFOQUE

Según la narración de los Hechos de los Apóstoles, el día en que se derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos era tal el entusiasmo y la alegría que manifestaban, que algunos de los espectadores creían que estaban bajo los efectos del vino, es decir, borrachos (cfr. Hechos 2,13).

En realidad, después de su encuentro histórico con Jesús, ellos simplemente estaban llenos del Espíritu Santo, preparados para compartir la alegría del Evangelio. Así lo ve la carta a los Efesios: «Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu» (Efesios 5,18). Porque, como nos lo dice el Papa, «Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios». (Evangelii Gaudium, 259). No olvidemos lo que ya dijimos, que la misión tiene un profundo sentido trinitario: «El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador» (Mensaje, 3).

Lo que se nota en muchas personas que se dicen cristianas es desaliento y apatía a querer tomar responsabilidades en el proceso evangelizador. Esto sucede sobre todo en personas que no han tenido un verdadero encuentro con Jesucristo. Por ello, estamos llamados a ser evangelizadores con Espíritu, intrépidos (parresía) y creativos. Según el Papa Francisco «una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos» (Evangelii Gaudium, 261).

Los estados de desaliento se incuban en una débil concepción de la presencia de la gracia de Dios en nuestra vida. Peor aún, el estado depresivo en los cristianos se da cuando se cierran las puertas a la acción de Espíritu Santo en la propia vida. Por ello, nos dice el Papa: «A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno». (Evangelii Gaudium, 265).

Por eso, resulta de mucha importancia seguir los pasos metodológicos sugeridos por el Documento de Aparecida: «que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos» (Aparecida, 14). Esto mismo lo dice el n. 18 en un modo más sintético, se trata de «conocer a Jesucristo…, seguirlo…, y transmitir este tesoro a los demás». En el n. 278, cuando se habla del proceso de formación de los discípulos, aparece la misma estructura, pero puesta en cinco pasos: 1. Encuentro, 2. Conversión, 3. Discipulado, 4. Comunión y 5. Misión. Esto se concreta en un proyecto orgánico de formación (cfr. Aparecida, 281) que comprende cuatro dimensiones: 1. Humana y comunitaria, 2. Espiritual, 3. Intelectual,  4. Pastoral y misionera (cfr. Aparecida, 280).


2.      ESCUCHANDO AL PAPA

El pontífice nos da pautas en su Mensaje, para poder comprender mejor este sumergirse en la alegría del Evangelio:

La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera (Mensaje, Introducción).

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Mensaje, 3; Evangelii gaudium, 1).

Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio.  (Mensaje, 4).

La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. (Mensaje, 4).


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA

Para ser evangelizadores con Espíritu el Papa da indicaciones precisas que nos pueden ayudar a vivir mejor la dimensión misionera de nuestra fe. A partir de estas afirmaciones podemos preguntarnos si estamos actuando como evangelizadores con Espíritu.

—Dejarse seducir por el Espíritu:
¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora… Al Espíritu Santo; le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos. (Evangelii Gaudium, 261)
—Evangelizadores que oran y trabajan:
Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón… Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad… La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración… Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad. (Evangelii Gaudium, 262).
«Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor» (Evangelii Gaudium, 265):
El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie. (Evangelii Gaudium, 266).
Amar al pueblo:
Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. (Evangelii Gaudium, 268).
A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo. (Evangelii Gaudium, 270).
Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. (Evangelii Gaudium, 271).
Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35). Uno no vive mejor si escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la comodidad. Eso no es más que un lento suicidio. (Evangelii Gaudium, 272).

4.      LA VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)

En la eclesiología de Monseñor Romero, la presencia de Jesucristo en la historia adquiere la forma sacramental de los pobres. Por eso, no se puede predicar un evangelio desencarnado, que se desentiende de los sufrimientos concretos de las personas. La misión de la Iglesia es estar cerca de los que sufren y acompañarles en sus luchas de liberación.

Queridos hermanos, mientras no tengamos esta idea de un Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre, no hemos comprendido nuestra Iglesia ni el misterio salvador del Señor. Para esto se hizo hombre Dios, para que, por medio de la figura de ese hombre - Dios, nos adentráramos en el misterio de lo divino. Yo soy el camino. Nadie puede venir al Padre sino por mí. Y Dios no ha venido a salvar a los hombres sino por mí. El único medianero: Cristo Jesús. Dichoso el que lo ha conocido y cree en El. Dichoso el que sabe aún que en estas horas obscuras de nuestra historia Cristo vive, vive poderoso como Dios y vive comprensivo como hombre; es hombre de nuestros caminos, es hombre de nuestra historia, es hombre como le canta esa canción que está de moda: el Dios que aparece como obrero, como aquel que pasea por el parque, como aquel que trabaja en las carreteras y remienda llantas en las gasolineras. Dios está encarnado en cada hombre y comprende a cada trabajador, a cada hombre que quiera amarlo y seguirlo. Por eso decía: "Todo lo que hagas con uno de ellos, conmigo lo haces". Es el camino para conocer al hombre, así como es el camino para conocer a Dios. Nadie puede llegar a Dios sino a través de este puente de este camino que es nuestro Señor Jesucristo. (23 de abril de 1978).


5.      CANTO: “Cristo te necesita para amar”.


ORACIÓN FINAL.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sólo un verdadero encuentro con la persona de Jesucristo nos hace participes de su espíritu que a su vez nos invita a compartir esa vivencia.

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