martes, 19 de julio de 2016

ASPECTOS PRÁCTICOS DE LA SEGUNDA LEY DE LA TERMODINÁMICA



La termodinámica es una ciencia natural fundamental que trata varios aspectos de la energía, e incluso las personas que no se dedican a la técnica poseen un conocimiento básico sobre la energía y la primera ley de la termodinámica, ya que difícilmente algún aspecto de la vida no involucra transferencia o transformación de energía en diferentes formas. Por ejemplo, todas las personas que hacen dietas basan su estilo de vida en el principio de la conservación de energía. Aunque se comprenden con rapidez los aspectos de la primera ley de la termodinámica y sean fácilmente aceptados por la mayoría de las personas, no hay un conocimiento generalizado sobre la segunda ley de la termodinámica, y de hecho no son del todo apreciados los aspectos de ésta incluso por las personas que poseen fundamentos técnicos. Esto ocasiona que algunos estudiantes vean la segunda ley como algo que es de interés teórico en lugar de una importante y práctica herramienta de ingeniería. Como resultado, los estudiantes muestran poco interés en el estudio detallado de la segunda ley de la termodinámica, lo cual es desafortunado para ellos porque terminan con una perspectiva unilateral acerca de la termodinámica y carecen de la visión completa y equilibrada sobre la misma.
Muchos sucesos ordinarios que pasan inadvertidos pueden servir como excelentes vehículos para comunicar conceptos importantes de la termodinámica. Se intenta demostrar la relevancia de los conceptos de la segunda ley como exergía, trabajo reversible, irreversibilidad y la eficiencia según la segunda ley en diversos aspectos de la vida diaria mediante ejemplos con los que incluso las personas sin fundamentos técnicos pueden identificarse. La esperanza es que se refuerce la comprensión y apreciación de la segunda ley y que se motive para usarla más frecuentemente tanto en áreas técnicas como no técnicas. Al lector crítico se le recuerda que los conceptos presentados posteriormente son moderados y difíciles de cuantificar, y que se incluyen aquí para estimular el interés en el estudio de la segunda ley de la termodinámica y reforzar la comprensión y apreciación acerca de esta ley.
Los conceptos de la segunda ley se usan implícitamente en varios aspectos de la vida diaria, y muchas personas exitosas parecen hacer uso extenso de éstos aun sin comprenderlos. Además, hay un creciente reconocimiento de que la calidad juega un papel tan importante como la cantidad en las actividades diarias ordinarias. El siguiente párrafo apareció en un artículo de la Reno Gazette-Journal, el 3 de marzo de 1991:
El Dr. Held se considera un sobreviviente de la conspiración del tictac. Aproximadamente hace cuatro años, en una fecha cercana a su cumpleaños número 40, él trabajaba tarde con jornadas de 21 horas diarias, laborando fuera, cuidando de sus tres niños y practicando deportes. Dormía aproximadamente entre cuatro y cinco horas durante la noche. . . “Actualmente me voy a la cama a las 9:30 y me levanto a las 6”, afirma Held. “Hago el doble de lo que antes solía hacer. No tengo que hacer las cosas dos veces o leer tres veces algo antes de entenderlo.”

Esta declaración tiene una fuerte relevancia en el análisis de la segunda ley, ya que indica que el problema no es cuánto tiempo tenemos (primera ley), sino más bien qué tan eficazmente lo usamos (segunda ley). Que una persona consiga hacer más en menos tiempo no es diferente que un automóvil recorra más kilómetros con menos combustible.
En la termodinámica, el trabajo reversible para un proceso es definido como la salida máxima de trabajo útil (o la entrada mínima de trabajo) para ese proceso. Esto significa el trabajo útil que un sistema puede entregar (o consumir) durante un proceso entre dos estados especificados si ese proceso se ejecuta en una manera reversible (perfecta). La diferencia entre los trabajos reversible y útil real se debe a las imperfecciones, tal diferencia se denomina irreversibilidad (el potencial de trabajo desperdiciado). Para el caso especial del estado final correspondiente al estado muerto o al de los alrededores, el trabajo reversible se vuelve un máximo y se llama exergía del sistema en el estado inicial. La irreversibilidad para un proceso reversible o perfecto es cero.
En la vida diaria puede verse la exergía de una persona como el mejor trabajo que la persona puede realizar bajo las condiciones más favorables. El trabajo reversible en la vida diaria, por otro lado, puede verse como el mejor trabajo que una persona puede hacer bajo algunas condiciones especificadas. Entonces, la diferencia entre el trabajo reversible y el trabajo real llevado a cabo bajo esas condiciones puede verse como irreversibilidad o exergía destruida. En sistemas técnicos, se intenta identificar las fuentes con mayores irreversibilidades para minimizarlas y así maximizar el desempeño. En la vida cotidiana una persona debe hacer exactamente lo mismo para aumentar al máximo su desempeño.
La exergía de una persona en un momento y un lugar dados pueden ser vistos como la cantidad máxima de trabajo que pueden hacer en ese tiempo y lugar. La exergía es ciertamente difícil de cuantificar debido a la interdependencia de capacidades físicas e intelectuales de una persona. La habilidad de realizar tareas físicas e intelectuales simultáneamente incluso complica aún más las cosas. Obviamente la educación y la capacitación aumentan la exergía de una persona, mientras que el envejecimiento disminuye la exergía física. A diferencia de la mayor parte de las cosas mecánicas, la exergía de los seres humanos es una función de tiempo, por lo que la exergía física y/o intelectual de una persona se desperdiciará si no se utiliza en el momento adecuado. Un barril de petróleo no pierde nada de su exergía si se deja almacenado durante 40 años, pero una persona perderá mucha de su exergía total durante ese periodo si él o ella permanecen inmóviles.
Por ejemplo, un granjero que trabaje adecuadamente puede hacer uso total de su exergía física pero utilizar muy poco su exergía intelectual; por lo tanto, podría aprender un idioma extranjero o una ciencia escuchando algunos CD educativos al mismo tiempo que realiza su trabajo físico. Esto también se cumple para las personas que pasan un tiempo considerable en el automóvil al trasladarse a su trabajo. Se espera que algún día podamos hacer el análisis de la exergía para las personas y sus actividades, lo cual indicará a la gente la manera de minimizar su destrucción de exergía y conseguir hacer más en menos tiempo. Las microcomputadoras pueden realizar varias tareas a la vez, ¿por qué los seres humanos no son capaces de hacer lo mismo?
Los niños nacen con diferentes niveles de exergía (talentos) en diferentes áreas. Aplicarles exámenes de aptitud profesional en una edad temprana es simplemente un esfuerzo para descubrir la magnitud de sus “exergías”, o talentos ocultos. Entonces los niños se orientan hacia áreas en las que tienen mayor exergía. Una vez como adultos, es más probable que se desempeñen en niveles altos sin forzar sus posibilidades más allá de los límites si se adaptan naturalmente en esas áreas.
Es posible comparar el nivel de agudeza de una persona con su exergía en las tareas intelectuales. Cuando una persona descansa bien, el grado de agudeza, y por ende su exergía intelectual, está en un límite máximo y esta exergía disminuye con el tiempo cuando la persona se cansa, como se ilustra en la figura 8-49. Las diferentes tareas cotidianas requieren distintos niveles de exergía intelectual, de ahí que la diferencia entre la agudeza disponible y la requerida pueda considerarse como la agudeza desperdiciada o destrucción de exergía. Para minimizar esta destrucción de exergía debe haber un estrecho vínculo entre la agudeza disponible y la requerida.



Considere a un estudiante bien descansado que planea utilizar las próximas 4 horas para estudiar y ver una película que dura 2 horas. Desde el punto de vista de la primera ley, no hay diferencia en el orden en que se realizarán estas tareas, pero desde el punto de vista de la segunda ley representa mucha diferencia. De estas dos tareas, estudiar requiere más agudeza intelectual que la que se necesita para ver una película, por lo que tiene sentido termodinámico estudiar primero, cuando la agudeza es alta, y ver la película después, cuando la agudeza es menor, como se muestra en la figura. Un estudiante que realiza estas actividades de manera inversa desperdiciará una gran cantidad de agudeza viendo la película, como se ilustra en la figura 8-49, y tendrá que repasar más al estudiar debido a la insuficiente agudeza, por lo que conseguirá hacer menos en el mismo lapso.
En termodinámica, la eficiencia según la primera ley (o eficiencia térmica) de una máquina térmica se define como la relación entre la salida de trabajo neta y la entrada de calor total. Es decir, es la fracción del calor suministrado que se convierte en trabajo neto. En general, la eficiencia según la primera ley puede considerarse como la razón entre la salida deseada y la entrada requerida. La eficiencia según la primera ley no hace referencia al mejor desempeño posible y en consecuencia esta eficiencia por sí sola no es una medida realista del desempeño. Para superar esta deficiencia se define la eficiencia según la segunda ley, la cual es una medida del desempeño real relativo al mejor desempeño posible bajo las mismas condiciones. Para máquinas térmicas, la eficiencia según la segunda ley se define como la relación entre la eficiencia térmica real y la máxima eficiencia térmica posible (reversible) en las mismas condiciones.
En la vida diaria la eficiencia según la primera ley o el desempeño de una persona puede considerarse como el logro de esa persona en relación con el esfuerzo que dedica. Por otro lado, la eficiencia según la segunda ley de una persona es el desempeño de ésta en relación con su mejor desempeño posible de acuerdo con las circunstancias.
La felicidad se relaciona estrechamente con la eficiencia según la segunda ley. Los niños pequeños son probablemente los seres humanos más felices porque si se consideran sus limitadas capacidades, es poco lo que pueden hacer, aunque lo hacen bastante bien. Los niños tienen eficiencias según la segunda ley muy altas en su vida diaria. El término “vida plena” también se refiere a la eficiencia según la segunda ley. Se considera que una persona tiene vida plena, y por lo tanto una eficiencia según la segunda ley muy alta, si ha utilizado todas sus habilidades hasta el límite a lo largo de su vida.
Incluso una persona discapacitada tendrá que dedicar un esfuerzo considerable para lograr lo que una persona normal consigue, aun cuando logre menos con mayor esfuerzo, pero seguramente con un desempeño impresionante logrará más elogios. Así, es posible afirmar que esta persona discapacitada tuvo una baja eficiencia según la primera ley (logró poco con un gran esfuerzo) pero una muy alta eficiencia según la segunda ley (logró tanto como es posible de acuerdo con las circunstancias).
En la vida diaria la exergía puede considerarse también como las oportunidades que tenemos, mientras que la destrucción de exergía como las oportunidades desperdiciadas. El tiempo es el máximo activo, y el tiempo desperdiciado es la oportunidad desperdiciada para hacer algo útil (Fig. 8-50).

La segunda ley de la termodinámica tiene también interesantes ramificaciones filosóficas. La masa y la energía son cantidades conservadas, y están relacionadas con la primera ley de la termodinámica, mientras que la entropía y la exergía son cantidades no conservadas, y están relacionadas con la segunda ley. El universo que percibimos por nuestros cinco sentidos consiste en cantidades conservadas, y por lo tanto tendemos a considerar las cantidades no conservadas como si no fueran reales, e incluso fuera de este universo. La teoría del “big bang”, ampliamente aceptada, acerca del origen del universo, hizo surgir la idea de que éste es un universo totalmente material, y de que todo está hecho de materia (o más correctamente, de masa-energía). Como las cantidades conservadas, la masa y la energía, encajan en la descripción de cantidades verdaderamente físicas, pero la entropía y la exergía no encajan, ya que la entropía se puede crear, y la exergía se puede destruir. Así, la entropía y la exergía no son verdaderamente cantidades físicas, aunque están estrechamente relacionadas con las cantidades físicas de masa y energía. Por lo tanto, la segunda ley trata de cantidades que pertenecen a una clase diferente de existencia —un universo en el que las cosas comienzan a existir a partir de nada, y salen de la existencia a la nada—, y abre un universo que está más allá del universo conservado, totalmente material, que conocemos.
Un argumento similar se puede dar para las leyes de la naturaleza que gobiernan la materia. No hay duda de que tanto la primera ley de la termodiná- mica como la segunda existen, y éstas y otras leyes como las leyes de Newton sobre el movimiento gobiernan el universo físico tras bambalinas. Como lo expresa Alfred Montapert, “Las leyes de la naturaleza son el gobierno invisible de la Tierra”. Albert Einstein expresa este fenómeno así: “Hay un espíritu manifiesto en las leyes del universo”. Con todo, estas leyes que constituyen el núcleo de las ciencias, no se pueden percibir con nuestros cinco sentidos, y no tienen existencia material, y por lo tanto, no están sujetas a las limitaciones del tiempo y el espacio. Como tales, las leyes que parecen haberse infundido en toda la materia como un espíritu gobiernan en todas partes, pero no están en ninguna parte. Parece que cantidades como entropía y exergía que comienzan a existir a partir de la nada y salen de la existencia a la nada junto con las leyes de la naturaleza como la primera ley y la segunda ley que gobiernan el universo del “big bang” con una mano invisible y poderosa, están señalando el camino para una definición ampliada de la existencia que esté más en línea con los fenómenos percibidos y observados.
Los argumentos presentados en esta sección son de naturaleza exploratoria, se espera que den pie a algunas interesantes discusiones e investigaciones que puedan conducir a un mejor entendimiento acerca del desempeño en diversos aspectos de la vida cotidiana. Con el tiempo la segunda ley podría emplearse para determinar cuantitativamente la manera más efectiva de mejorar la calidad de vida y el desempeño cotidiano, del mismo modo que se emplea en el presente para mejorar la realización de los sistemas técnicos.

viernes, 8 de julio de 2016

CATEQUESIS N. 1: «MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE»



Por: Juan Vicente Chopin


1.   Enfoque
La misión es un acto de misericordia. Esto es así por una razón teológica, que no hemos sido nosotros los que amamos primero a Dios, sino que él nos amó y nos envió a su Hijo (cf. 1Jn 4,10). En todo acto misionero hay una prioridad de Dios respecto de los actos humanos. A eso se refiere el Papa Francisco cuando afirma que: «En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios» (Evangelii Gaudium, 12).
Ahora bien, nosotros hemos tenido acceso a ese amor misericordioso de Dios, en primer lugar, en el acto creador, pero sobre todo, en el acto redentor, en cuanto, «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre» (Misericordiae Vultus, 1). Tenemos acceso a la misericordia del Padre en la caridad del Hijo. Como nos dice el Papa en su mensaje: «La manifestación más alta y consumada de la misericordia se encuentra en el Verbo encarnado» (Mensaje).
Por consiguiente, lo que nosotros vivimos en la actualidad y que sostiene nuestro testimonio en la historia es el amor misericordioso del Padre, revelado en Jesucristo. Se trata de un Dios cercano a todo el género humano, pero en particular de los pobres: él «se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos» (Mensaje).
Finalmente, el Espíritu Santo continúa en la historia de la humanidad sosteniendo y haciendo presente en nosotros el amor del Padre, de tal suerte que las personas con quienes nos encontramos puedan también ver en nuestros actos ese amor con el cual hemos sido redimidos. A tal punto que si nosotros conocimos el amor de Dios por la «salida» de Dios en el Hijo, asimismo, la Iglesia sigue ese mismo dinamismo de salida y va al encuentro de los hombres ejerciendo «un diálogo respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas» (Mensaje).

2.   Escuchemos al Papa
Ahora meditemos dos textos del magisterio del Papa Francisco para profundizar nuestra misión en la historia:

De la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 12:
Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y el más grande evangelizador»[Evangelii Nuntiandi, 7]. En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo.

Del Mensaje del Domund 2016:
La misericordia hace que el corazón del Padre sienta una profunda alegría cada vez que encuentra a una criatura humana; desde el principio, él se dirige también con amor a las más frágiles, porque su grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad de identificarse con los pequeños, los descartados, los oprimidos (cf. Dt 4,31; Sal 86,15; 103,8; 111,4). Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres; se implica con ternura en la realidad humana del mismo modo que lo haría un padre y una madre con sus hijos (cf. Jr 31,20). El término usado por la Biblia para referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una madre a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo que pase, porque son el fruto de su vientre. Este es también un aspecto esencial del amor que Dios tiene a todos sus hijos, especialmente a los miembros del pueblo que ha engendrado y que quiere criar y educar: en sus entrañas, se conmueve y se estremece de compasión ante su fragilidad e infidelidad (cf. Os 11,8). Y, sin embargo, él es misericordioso con todos, ama a todos los pueblos y es cariñoso con todas las criaturas (cf. Sal 144.8-9).

3.   La misión compartida
El Papa Francisco ha querido que el Domund sea contextualizado en el Jubileo de la misericordia, cuyo lema principal es Misericordiosos como el Padre, en el modo como lo entiende el evangelista Lucas: «Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso» (Lc 6,36).
De tal manera que si el punto de partida de la misión puede ser visto a partir de un imperativo, así también  y con el mismo grado de importancia, la misión tiene sentido solo si se realiza bajo el imperativo de la misericordia.
La perspectiva jubilar en que enmarca el Papa la celebración del Domund de este año puede resumirse con sus palabras:
«Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre» (Misericordiae Vultus, 4).

Pautas para el diálogo:

a)    Si la misericordia de Dios es el punto de partida de la misión: ¿qué aspectos de nuestra  vida personal y social hacen que relativicemos este principio constitutivo de la misión?
b)    El Mensaje del Papa dice de Dios que «Él es el Dios bondadoso, atento, fiel; se acerca a quien pasa necesidad para estar cerca de todos, especialmente de los pobres». ¿Qué puesto tienen los pobres en el proceso evangelizador de nuestra comunidad? ¿Son los protagonistas o son solo meros destinatarios?
c)  ¿Qué propósitos y qué acciones hay que tomar para que la misericordia sea efectivamente aquello que sostenga la actividad misionera de la Iglesia?

CATEQUESIS N. 2: «YO Y MI FAMILIA SERVIREMOS A YAHVEH»



Por: Juan Vicente Chopin.


1.   Enfoque
La familia cristiana es esencial en el proceso evangelizador. Este es un dato que está ampliamente sustentado en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia. El mismo Jesucristo quiso tener una familia para dar inicio a su misión. Y el Papa Francisco, últimamente, ha llegado a dar a la familia una fundamentación teológica al afirmar que: «El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente»; de manera que «La familia no es pues algo ajeno a la misma esencia divina» (Amoris Laetitia).
Pero, además, al interno de un contexto familiar, las mujeres han jugado un papel decisivo a la hora de llevar adelante la obra redentora. Los Evangelios y varios textos del Antiguo Testamento dan cuenta de la centralidad que tiene el ejemplo y la labor educativa ejercida por las mujeres.
La misión de Jesús inicia en el seno de una familia. Los Evangelios sustentan que Jesús es hijo de María, quien estaba esposada con un hombre «justo» llamado José (cfr. Mt 1,18.19; Lc 1,26; 2,4-5).
Ahora bien, la familia de Jesús, como todas las de su tiempo, estaba sujeta tanto a los preceptos de la religión, como a las leyes civiles. Jesús se somete a la circuncisión: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno» (Lc 2,21). Dice este mismo Evangelio que «sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua» (Lc 2,41). También se dice que, siguiendo las prescripciones de la Ley, Jesús, el primogénito, fue presentado al Señor (Lc 2,22-24). Es comprensible entonces que Jesús siguiera las normas religiosas que veía practicar a sus padres.
Los Evangelios también reportan que la familia de Jesús era respetuosa de la ley civil. Así se dice que cuando salió el edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo, José subió con María desde Galilea a Belén para hacer el trámite; para entonces María estaba en cinta de Jesús (cfr. Lc 2,1-5).
Finalmente, hay que resaltar el papel protagónico de las mujeres en esta etapa. María, la madre de Jesús, no escatima esfuerzos en cuidar a su prima Isabel, que está en cinta de Juan el Bautista. La descripción que hace el texto bíblico pone de manifiesto la diligencia de la Madre de Jesús: «En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (Lc 1,39). Y no es una visita rápida, dice el texto que se quedó «unos tres meses» (Lc 1,56) cuidando a su prima. Ambas mujeres, María e Isabel, son exaltadas en los inicios del relato evangélico por el papel de educadoras respecto de sus hijos. Así, de Jesús se dice que «crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres». Algo parecido se dice de el Bautista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía» (Lc 1,80). Ambos textos nos ayudan a comprender que la educación de un hijo o una hija no es fruto de la casualidad, y que en ese proceso juega un papel decisivo el contexto familiar y el ejemplo de los padres de familia.

2.   Escuchar al Papa
También el Papa está consciente de la importancia de cuidar el ambiente familiar como condición para una efectiva evangelización, por ello conviene detenerse en una parte de su mensaje del Domund 2016:
Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. La considerable y creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es un signo elocuente del amor materno de Dios. Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad también muchas familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor evangelizadora y sacramental de los misioneros, las mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las relaciones, la paz, la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las relaciones personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial en la atención a los pobres.

También el Papa habla de la familia en su Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia, n. 35:
Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece.
Un documento muy bien conocido por el Papa y muy cercano a nosotros es el documento de Aparecida, en el n. 302 leemos:
La familia, “patrimonio de la humanidad”, constituye uno de los tesoros más valiosos de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es espacio y escuela de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Para que la familia sea “escuela de la fe” y pueda ayudar a los padres a ser los primeros catequistas de sus hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan cumplir su misión educativa. La familia está llamada a introducir a los hijos en el camino de la iniciación cristiana. La familia, pequeña Iglesia, debe ser, junto con la Parroquia, el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños. Ella ofrece a los hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su proyecto de vida, como discípulos misioneros.

3.   La misión compartida
El ejercicio de la misericordia inicia en el seno de la familia. El modo cómo sea tratada una persona en su familia va a determinar su comportamiento en un contexto social y comunitario.
Por ello, nos remitimos a los ejemplos más loables que nos proporciona la Sagrada Escritura para inspirar nuestra misión. En primer lugar proponemos la historia de los mártires macabeos, cuyo relato encontramos en el Libro Segundo de los Macabeos 7,1-42. El relato cuenta la historia de una madre y sus siete hijos que apresados por un rey son torturados para que renieguen de su religión. Uno de los hermanos torturados dice al rey: «Estamos dispuestos a morir antes que violar las leyes de nuestros padres» (2M 7,2). Efectivamente, el rey mata a los siete hermanos. La madre sostenía la fe de sus hijos y les exhortaba, ante la inminente muerte, a ofrecer sus vidas por el amor de su creador: «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia» (2M 7,22-23). La convicción que encontramos en esta familia martirizada procede de la convicción de servir a Dios aunque las condiciones sociales y políticas sean adversas. Es la misma convicción que lleva a Josué a exhortar a su pueblo a elegir entre los ídolos que les circundan y el Dios único: «Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh» (Josué 23,15).
Pero es Jesús el que amplía el sentido de la auténtica permanencia familiar. Ser miembro de una familia cristiana va más allá de las razones biológicas. Según dice la Escritura, un día en que él estaba predicando le dijeron que los buscaban su madre y sus hermanos, que querían hablar con él, a lo cual respondió diciendo: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,46-50).
Finalmente, está documentado en la Sagrada Escritura que entre el grupo de los discípulos habían varias mujeres, que lo habían acompañado desde el momento que él decide trasladar su ámbito de predicación de Galilea a Jerusalén. Así, en el contexto de la muerte de Jesús se dice que «había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo» (Mt 27,55).
Pertenecer a una familia de tradición cristiana, implica entonces la responsabilidad de dar testimonio en el mundo, luchando en modo permanente por construir comunidades más solidarias y una sociedad más justa.


Pautas para el diálogo:

a)    Sugerir entre los participantes que mencionen ejemplos de familias ejemplares y nombres de mujeres ejemplares que encontramos en la Sagrada Escritura.
b)    Según los Evangelios, la Sagrada Familia fue obligada a migrar hacia Egipto por problemas de violencia contra el niño Jesús: ¿Cuánto impacta en nuestras familias el fenómeno de la migración a raíz de la violencia?
c)    ¿Hemos podido notar en nuestro contexto algún influjo del proceso de secularización en la institución familiar?
d) ¿Qué sugerencias concretas podemos dar para fortalecer la pastoral familiar en nuestra comunidad?

CATEQUESIS N. 3: «ID Y ENSEÑAD A TODAS LAS GENTES»



Por: Juan Vicente Chopin.



1.      Enfoque
La evangelización es un proceso de educación en la fe, cuya efectividad se mide en el ejercicio de la caridad. Como todo proceso educativo, también la evangelización se realiza en etapas.
Ya en los Evangelios se nos esboza ese proceso gradual y orgánico. Si analizamos el pasaje que narra la historia del «buen samaritano», notaremos interesantes claves de lectura. En el capítulo diez del Evangelio de Lucas se cuenta cómo un hombre fue objeto de la violencia y cómo procedió a ayudarle un samaritano, que se hizo prójimo del agredido. La primera etapa la llamaremos toma de conciencia (ver la realidad): «al verle tuvo compasión» (Lc 10,33). Ningún trabajo evangelizador debe iniciar sin un adecuado diagnóstico de la situación. Pero no debe tratarse de un asunto meramente técnico, sino que la realidad debe impactar el estado actual de nuestra existencia, nuestra situación en el mundo. La segunda etapa la llamaremos atender la emergencia: «y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino» (Lc 10,34). En la primera etapa el verbo principal es ver, en cambio en la segunda es acercarse y vendar. El mundo contemporáneo tiene todos los recursos tecnológicos para informarse, pero ello no implica que todos quieran o estén dispuestos a colaborar. La visión cristiana de la misericordia exige que actuemos, que salgamos de nuestra comodidad. En este caso el samaritano atiende la emergencia, aplica los primeros auxilios, bajo un criterio de gradualidad. La tercera etapa la llamamos la consecución de los recursos: «y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él» (Lc 10,34). Todo proceso evangelizador necesita de unos recursos para su ejecución. Aunque estos no constituyan la esencia del proceso, sin embargo, en cuando medios e instrumentos resultan de vital importancia. Muchas personas se conmueven al ver los problemas que les rodean, pero no están dispuestas a gastar ni un minuto de su tiempo, ni un centavo de su dinero para solucionar el problema. La cuarta etapa es el seguimiento y cierre: «Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva» (Lc 10,35). La virtud del samaritano está en su sistematicidad. Él no ve el problema en modo parcial, sino en su complejidad. También la evangelización exige el seguimiento y la culminación de los procesos. La intervención inicial de la primera etapa supone otra intervención más en profundidad, involucrando otros actores en el proceso, dedicando ulteriores recursos para su consecución, y verificando que el proceso se cierre correctamente. El sentido común y los tiempos que corren nos exigen esos tres pasos: diagnóstico, acción, evaluación. Por supuesto que siempre habrá gente indiferente, como el sacerdote y el levita, pero ello no debe desalentar nuestra lucha por la construcción del Reino de Dios.
Ahora bien, la visión orgánica y estructural de la evangelización es solo una parte del proceso. En aquello que es específico del testimonio cristiano, el documento de Aparecida nos propone los siguientes pasos: «que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos» (DAp, n. 14).    En el n. 278, cuando se habla del proceso de formación de los discípulos, aparece la misma estructura, pero puesta en cinco pasos: 1. Encuentro, 2. Conversión, 3. Discipulado, 4. Comunión y 5. Misión. Esto se concreta en un proyecto orgánico de formación (DAp, n. 281) que comprende cuatro dimensiones: 1. Humana y comunitaria, 2. Espiritual, 3. Intelectual,  4. Pastoral y misionera (DAp, n. 280, cfr. DAp, n. 289).
En  resumen, Aparecida presenta tres ejes temáticos: el encuentro con Jesucristo, el proceso de discipulado y la predicación del Evangelio.

A) Conocer a Cristo: encontrarlo. La posibilidad de ser discípulo misionero inicia con un encuentro. Ahora bien, «una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor» (DAp, n. 240). En términos eclesiales el encuentro inicia con la experiencia bautismal (DAp, n. 349), pero se alarga a otros lugares de encuentro, como la Sagrada Escritura (DAp, n. 247-249), la liturgia (DAp, n. 250-257) y la religiosidad popular (DAp, n. 258-265). Así como los primeros cristianos lograron sobrellevar las dificultades del imperio romano, así ocurre en la actualidad; los seguidores de Jesús descubren los valores, las limitaciones, las angustias y esperanzas de los pueblos de América de frente a los nuevos imperios que se alzan en la historia, pero no olvidan nunca el encuentro más importante y decisivo de su vida que los ha llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el encuentro con Jesús (DAp, n. 21-22). Se trata, entonces, de que la alegría que produce el encuentro con Cristo «llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades» (DAp, n. 29). Finalmente, «este encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad» (DAp, n. 278a).

B) Seguimiento de Cristo: amarlo y adorarlo. Del encuentro con Cristo se sigue un tipo especial de relación; no se trata de una relación entre patrón y siervo (cfr. Jn 15,15). Más bien, «Jesús quiere que su discípulo se vincule a Él como “amigo” y como “hermano”» (DAp, 132, 278b). Hacerse «hermano» de Jesús es dejar que la Vida de Jesús fluya en la propia existencia; es, en definitiva, entrar en «familiaridad» con el Padre (cfr. DAp, 133). Pero no se trata de una intimidad solamente afectiva, sino que debe ser también efectiva, es decir, «exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos, siguiendo la práctica de Jesús» (DAp, n. 135). La respuesta al llamado que hace Cristo a ser sus discípulos misioneros, si parte de un acto de libertad responsable y es auténticamente cristiana, lleva siempre a un proceso de conversión (cfr. DAp, 278b) y a «asumir la centralidad del Mandamiento del amor» (DAp 138).
C) Transmitir a  Cristo: anunciarlo y comunicarlo. Quien ha tenido un encuentro con Cristo y se mira como discípulo misionero, entra en la dinámica del anuncio evangélico (cfr. DAp, 278e). Ahora bien, el contenido del mensaje evangélico es «el Reino de vida del Padre» y la salvación verificada en el misterio pascual (DAp, n. 143). Así, la forma estructurante de la misión cristiana consiste en que «como Él [Cristo] es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva» (DAp, n. 144). Esa forma estructural configura la vida cristiana, de modo que «cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana» (DAp, n. 144). Nos sitúa en una auténtica espiritualidad misionera, es decir, «la vida en el Espíritu no nos cierra en una intimidad cómoda» (DAp, n. 285), por el contrario «nos vuelve comprometidos con los reclamos de la realidad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo» (DAp, n. 285).
Queda claro, por tanto, que la invitación de Jesús de hacer discípulos a todas las gentes y de enseñarles a guardar todo lo que él nos manda (cfr. Mt 28,19-20) es una tarea ciertamente apasionante, pero tiene su propio nivel de exigencia orgánica y sistemática.


2.      Escuchar al Papa

El Papa nos dice en su mensaje del Domund 2016:
En muchos lugares, la evangelización comienza con la actividad educativa, a la que el trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo, como el viñador misericordioso del Evangelio (cf. Lc 13.7-9; Jn 15,1), con la paciencia de esperar el fruto después de años de lenta formación; se forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el Evangelio a los lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida «madre», también por los que llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de Dios realice el servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la fe es un don de Dios y no fruto del proselitismo; crece gracias a la fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de Cristo. A los discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese amor que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su amor.
En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, en el n. 102, habla de la importancia de la formación de los laicos, no solo para tareas intraeclesiales, sino también en vistas a la transformación social:
Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe. Pero la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones. Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad. La formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral importante.


3.      La misión compartida
La improvisación mata la misión. Uno de las deficiencias de nuestros procesos de evangelización es que no siguen un orden sistemático. Lo mismo que la división en una comunidad, así la improvisación atenta contra la esencia misma de la misión. Esto genera estados depresivos en los creyentes, porque se tiende a repetir las cosas y no se visualiza un horizonte claro de realización.
En cierta ocasión alguien le preguntó a Jesús qué tenía que hacer para alcanzar la vida eterna (cfr. Mc 10,17-22). Jesús estructuró su respuesta en tres pasos: 1) cumplir los mandamientos; 2) vender todo los que se tiene y repartir el dinero a los pobres; 3) seguir a Jesús. Aparentemente la respuesta es sencilla y en realidad el discipulado en términos estructurales es algo sencillo, el problema es ponerlo en práctica. El problema de este hombre no es la religión, de hecho afirma cumplir todos los mandamientos. Su dificultad radica en que ha separado su fe de una praxis de vida, entonces entra en un estado de esquizofrenia: quiere una cosa pero hace otra. Como decía Pablo: «en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero» (Rm 7,18-19). Es un estado de vida muy común en las comunidades cristianas. El desenlace de la historia del hombre interesado en la vida eterna no podría ser sino desalentador: «abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes» (Mc 10,22).

Pautas para el diálogo:

a)      ¿Qué elementos obstaculizan la formación de los laicos en orden a un efectivo proceso de evangelización y de transformación social?
b)      ¿Qué aspectos positivos descubrimos en el proceso evangelizador de nuestra comunidad y qué aspectos podemos mejorar?
c)   ¿Qué iniciativas podemos proponer para impulsar un proceso serio de formación para los laicos en nuestra comunidad?

CATEQUESIS N. 4: «ID A LOS CRUCES DE LOS CAMINOS»



Por: Juan Vicente Chopin.


1.      Enfoque
La misión es un dinamismo constante de «salida». Ya explicábamos en la primea catequesis que la misión surge en el momento en que, del seno de la Trinidad, una de las personas divinas toma parte en la historia de la humanidad. A esto le llamamos el sentido teológico de la misión. Pero como la comunidad de creyentes debe reproducir en su praxis pastoral esa misma dinámica de salida, entonces el quietismo vendría a ser un comportamiento contrario a lo que decimos creer. No es normal para un cristiano encerrarse o estar quieto. En ese  caso estaríamos de frente a una persona enferma y, por tanto, incapacitada para la misión.
Ahora bien, mantenerse en un estado de salida tiene sus riesgos. Cuando analizamos la vida de Jesús, notamos eso, es decir, que él padeció porque salió del seno de la Trinidad. Se expuso. En este sentido, si nosotros decimos creer en él, aceptamos la posibilidad de recorrer el mismo camino de sufrimiento. Esto ya quedó plasmado en los documentos del Concilio Vaticano II: «Pero como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia está llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación» (LG, n. 8).
En un sentido misionero, el dinamismo de salida es normal. Los discípulos van proclamando el Evangelio de la vida y con un olfato carismático inspirado por el Espíritu Santo descubren aquellos ambientes donde es más necesario.
El Evangelio de Mateo nos transmite la historia de un banquete nupcial convocado por un Rey con motivo del matrimonio de su hijo, al que los invitados oficiales no acuden por diversos motivos, incluso algunos matan a los criados que les hacen la invitación y el rey indignado cambia de actitud y hace una invitación abierta al que quiera participar de la fiesta (cfr. Mt 22,1-14). La parábola se refiere al rechazo que los judíos hicieron en ese momento a la predicación de Jesús, pero vale también para nuestros días, en el sentido que todos estamos llamados a formar parte del Reino de Dios, pero no todos aceptamos esa invitación. Sin embargo, lo que nos interesa es la actitud del Rey que no se desalienta por el rechazo inicial a su invitación. Al contrario, dice a sus discípulos: «Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda» (Mt 22,9).
El hecho de que en muchas regiones del mundo se cierren las puertas a la predicación evangélica, incluso con el recurso a la violencia, no debe ser motivo para privarnos de proponer el mensaje de la Buena Nueva. En otras regiones no se hace recurso a la violencia física pero sí hay un ambiente hostil a la predicación evangélica, zonas descristianizadas que se auto-comprenden como post-cristianas.
La narración advierte también que formar parte de los discípulos no nos exime de las exigencias anejas a ese estado de vida. El traje de bodas del que habla el Evangelio se refiere a un modo de vida y un estilo de comportamiento conforme a los valores del Reino: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (22,12). Del mismo, no podemos conformarnos con formar parte de la masa cristiana que puebla el mundo, al contrario, estamos llamados a inscribirnos en el grupo de los discípulos, que se esfuerzan por abrir un espacio en la historia a la acción del Espíritu Santo, a eso se refiere cuando dice el texto: «muchos son los llamados, mas pocos los escogidos» (Mt 22,14).
Los cruces de los caminos vienen a ser hoy esas áreas culturales o areópagos modernos de los que nos habla la Encíclica Redemptoris Missio (n. 37). Pero como dice ese mismo documento en el n. 38: «Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración».
Es nuestra tarea agudizar los sentidos para ir descubriendo esos nuevos desafíos que nos plantea la realidad y encontrar creativamente las formas de hacerles frente desde nuestras posibilidades. Aquí cobran fuerza las palabras del Papa Francisco: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría… quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años» (Evangelii Gaudium, n. 1).

2.      Escuchar al Papa
El Papa Francisco tiene como eje transversal de su pontificado la alegría, pero es una alegría que brota de la vivencia generosa del Evangelio, es importante tomarle la palabra. En su mensaje del Domund 2016 nos dice:
Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20) no está agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado también en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (20).

En Papa trata el tema en modo más extenso en su Exhortación Evangelii Gaiudium. Analicemos lo que dice en el n. 2:
El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

3.      La misión compartida
Predicar el Evangelio nunca ha sido tarea fácil: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16). Pablo, consciente de esa tendencia a suavizar las exigencias del Evangelio, exhortaba a los Romanos a no adecuarse a las modas del presente, al contrario invitaba a verse como «víctima viva», es decir, ser no solo un espectador sino involucrarse en primera persona en la predicación evangélica: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de nuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12,1-2).
Las formas de un cristianismo light, suavizado y poco exigente, no reflejan las formas del cristianismo originario, al contrario son expresiones claras de una mundanización de la fe, adecuada ya a los mecanismos de dominio del mundo. Hay que sobreponernos a esa tendencia edulcorante de la fe cristiana. Una buena forma de lograrlo es hacer de nuestras comunidades, comunidades imbuidas de la misión, en un dinamismo constante de salida.
En este año jubilar en que se cumple el 90 aniversario de la Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y aprobada por el Papa Pío XI en 1926, es una buena oportunidad para ponernos nuevas metas, replantear nuestra labor evangelizadora y orientarnos hacia una pastoral decididamente misionera.


Pautas para el diálogo:
a)      Identificar realidades en el entorno de nuestra comunidad que estén exigiendo una actitud de salida por parte nuestra, según lo que dice el Papa en su Mensaje: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.
b)      Si nos planteáramos renovar el trabajo pastoral y evangelizador que estamos realizando, ¿qué acciones tomaríamos con aquellas áreas que presentan un estado deficitario? Supuesto que sepamos cuáles son esas áreas.

c)      Al cumplirse 90 años de la celebración del Domingo Mundial de las Misiones, ¿qué propuestas hacemos para darle mayor realce este año a esa celebración?

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