lunes, 2 de septiembre de 2013

CATEQUESIS N. 4: LA FE SE FORTALECE DÁNDOLA.


1.   Enfoque
Si como hemos dicho la fe es un don precioso de Dios (Mensaje, n. 1), entonces quiere decir que la fe se fortalece dándola (RMi, n. 2). Por supuesto que la lectura inversa es también cierta, la fe se debilita si no se comparte. El Papa Francisco, en su modo tan cercano de dirigirse al pueblo nos dice que la fe es un don «que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos» (Mensaje, n. 1).
¡Es verdad! Si le tomamos la palabra al Papa, la enfermedad de muchos católicos tiene síntomas muy concretos, por ejemplo, una extendida ignorancia de las verdades de fe;  un celo enfermizo por cuidar los intereses de mi movimiento de apostolado; poca colaboración con la personas que están trabajando como misioneros en países lejanos, no rezan por ellos, no aportan económicamente para su sostenimiento; un síntoma grave, los sacerdotes que no promueven el espíritu misionero en sus parroquias. Todo ello nos dice que padecemos de una peligrosa enfermedad llamada falta de celo por la misión. Es una enfermedad mortal porque atenta contra la esencia de la Iglesia.
Por eso el Papa insiste:
Toda comunidad es “adulta”, cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las “periferia”, especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida (Mensaje, n. 1).
Lo más lamentable de todo es que hay comunidades parroquiales muy ricas en recursos económicos, pero muy pobres en cuanto a su proyección misionera. El Evangelio no es ni limosna ni beneficencia, es donación total.
Como nos dice el Papa —y esto tendría que quedar claro en el ministerio de los obispos y de los superiores de congregaciones religiosas— donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia (Mensaje, n. 5). No hagamos oídos sordos, pues, al llamado del Papa: Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos (Mensaje, n. 2).

2.   Escuchar al Papa
El mensaje del Papa tiene un denso y largo párrafo que no podemos pasar desapercibido en este mes de las misiones. Se trata de una encomiable exhortación a los que dedican tiempo a la misión y a aquellos que han entregado su vida por ella.
Primero tiene una palabra de agradecimiento:
Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo, y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos –cada vez más numerosos– que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas (Mensaje, n. 5).
Luego resalta el hecho de que comunidades jóvenes estén mandando misioneros, lo cual se interpreta como buena noticia y como signo de madurez;
Pero también me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad– llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia (Mansaje, n. 5).
Por último hay un fuerte llamado a ser generosos, a donar nuestra vida por la difusión del Evangelio:
Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que sufren por su escasez (Mensale, n. 5).

3.   La misión compartida
Analizar con las personas que participan en la catequesis el texto de Mateo 20,21-27. Se sugiere como puntos de partida para el análisis:
a)    La misión realizada en modo responsable exige sacrificio.
b)    Misionar consiste en servir no en dominar.
c)    ¿Qué hace  nuestra parroquia en cuanto a proyección misionera ad gentes se refiere?


TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
Constitución Dogmática Lumen Gentium, n. 9:
Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt., 5,13-16).

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