Lo que proponemos a continuación son
algunas ideas esquemáticas y preliminares para poder presentar lo que aquí denominamos
LA DIMENSIÓN MISIONERA DE LA FAMILIA CRISTIANA.
Pasaje N. 1:
Si lo que estamos considerando como sujeto
de nuestra reflexión es la familia, entonces hay que situar la cuestión
adecuadamente:
1.1.
En el ámbito socio-antropológico. Hay que responder a
un par de cuestiones. Primero, ¿qué grado de importancia tiene la familia en la
sociedad donde yo vivo? Segundo, ¿cómo se entiende antropológicamente la
familia en la cultura en que yo vivo?
1.2.
En el ámbito bíblico. Bien en modo contextual, es
decir, hay que saber cómo se entendía la institución familiar en tiempos de
Jesús y en las regiones en que concentró su predicación. Pero también hay que
indagar en el texto, sobre todo las fuentes neo-testamentarias, principalmente
en las tradiciones que encontramos en los evangelios, se tendría que analizar
el tipo de relación que Jesús estableció con su familia y con la institución
familiar en general. Por último hay que valorar cómo es que la madre de Jesús
adquirió tanta importancia en la tradición cristiana.
Pasaje N. 2:
Si la familia se dice CRISTIANA, ¿qué
agrega ese calificativo a la institución familiar?
2.1.
En la tradición
católica, lo cristiano, visto esencialmente adquiere la forma de lo misionero.
Así el Decreto Ad Gentes del Concilio
Vaticano II, n. 2: “la Iglesia es por su propia naturaleza misionera”. Lo
cristiano está haciendo referencia a la esencia de la Iglesia: la misión.
2.2.
De modo que, cuando
hablamos de la dimensión misionera de la familia cristiana, lo que queremos es
responder a una cuestión fundamental: ¿cómo participa o cómo colabora la familia
en la promoción de la naturaleza de la Iglesia? Se puede decir de otro modo,
¿cómo encarna la familia la dimensión misionera que dimana de la naturaleza de
la Iglesia y que a su vez procede del misterio trinitario?
Pasaje N. 3:
Si en la tradición católica es la Iglesia
la que hace de mediación histórico-salvífica para hacer viable la misión,
habría que preguntarse cómo presenta en su doctrina la relación familia-misión.
3.1.
Me concentro en tres
documentos: Evangelii Nuntiandi, Redemptoris Missio y Aparecida.
3.2.
Al final, qué
valoraciones conclusivas podemos sacar nosotros de estas reflexiones.
MARCO DOCTRINAL
I.
Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975)
Partamos de la importante aseveración que
hace la EN en el n. 31, es decir, que
la evangelización está íntimamente vinculada a la promoción humana, de modo que
el hombre que hay que evangelizar no es
un ser abstracto, sino un ser sujeto a problemas sociales y económicos. Y a
nadie escapa que la familia está sujeta a problemas sociales y económicos.
De modo que el contenido de la evangelización
debe decir algo acerca de la vida concreta de las personas: sobre la vida familiar sin la cual apenas es
posible el progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre
la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje,
especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación (n. 29).
La misión de la familia cae en el ámbito de lo
seglar. La familia es entendida como una institución abierta a la
evangelización (cfr. n. 70). Justamente por eso, por estar inserta en la vida
cotidiana de la sociedad, ella puede encarnar los valores del Reino y acercar a
las personas la presencia salvadora de Jesucristo.
La familia se entiende como un agente de la
evangelización (cfr. n. 71). En sintonía con el Concilio, es llamada “Iglesia
Doméstica”, es decir, una presencia eclesial genética, que tiene todas o casi
toda las condiciones para consolidar la formación de los nuevos miembros de la
Iglesia: Esto significa que en cada
familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia
entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un
espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia.
En sentido estricto, la familia cristiana, es
misionera toda ella, todos sus miembros: una
familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y
son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino
que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido.
En fin,
hay un esfuerzo no solo hacia dentro de la misma familia, sino que se busca
también hacer partícipes a otras familias del mensaje de salvación, todo ello
constituye la dimensión misionera de la familia cristiana: Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del
ambiente en que ella vive.
II.
Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990)
Este documento inicia sus afirmaciones acerca de
la familia, problematizando su situación de frente a uno de los factores que
más determina culturalmente la sociedad contemporánea: los medios de
comunicación social (cfr. n. 37c). Se trata de los nuevos areópagos que
presenta la cultura y que compiten fuertemente con la tradición familiar:
Los
medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son
el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración
para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas
generaciones, sobre todo, crecen en un mundo condicionado por estos medios.
A estas alturas de la historia nadie duda de
esta afirmación: las redes sociales han literalmente invadido la vida de las
nuevas generaciones. Es imprescindible tomar conciencia de ello para hacer un
uso adecuado de los recursos mediáticos.
En este documento la familia constituye uno de
los caminos de la misión. Se constata, en sintonía con EN n. 41, que el hombre contemporáneo cree más a los
testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina,
en la vida y los hechos que en las teorías (RM, n. 42). Esto no debe ser pasado por alto por
los padres de familia, muchas veces son ellos a los primeros que sus hijos
pequeños quieren imitar, pero esto vale tanto para lo malo como para lo bueno.
No se debe olvidar tampoco, como nos dice ese mismo numeral, que el testimonio de vida cristiana es la
primera e insustituible forma de la misión. Más aun, “la primera forma de
testimonio es la vida misma del
misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace
visible un nuevo modo de comportarse” (RM,
n. 42).
Las
familias, al igual que todas las formas estructurales de la Iglesia tienen como
criterio básico de su testimonio misionero la práctica de la caridad, sobre
todo con los más necesitados:
Fiel al espíritu de las
bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los
oprimidos de todo tipo. Por esto, exhorto a todos los discípulos de Cristo y a
las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las
parroquias a los Institutos religiosos, a hacer una sincera revisión de la
propia vida en el sentido de la solidaridad con los pobres (RM, n. 60).
A partir de la convicción de que no se da testimonio sin
testigos, como no existe misión sin misioneros (RM, n. 61) y que toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes (RM, n. 62),
la familia no se sustrae a este deber de la comunidad cristiana, antes bien,
inscribe su testimonio de cara al mundo y en lo más específico de la condición
secular.
La participación de los laicos en la
expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del
cristianismo, por obra de los fieles y familias (RM, n. 71). Su papel en la educación de
sus hijos para la transformación social, se torna cada vez más urgente en
contexto de violencia y marginación.
Pero
también es importante el aporte que las familias pueden dar en orden a la
promoción de las vocaciones misioneras: dirijo mi llamada, con particular confianza y afecto, a las familias y
a los jóvenes. Las familias y, sobre todo, los padres han de ser conscientes de
que deben dar una contribución particular a la causa misionera de la Iglesia,
cultivando las vocaciones misioneras entre sus hijos e hijas (RM, n. 80).
Muy significativas las palabras que dirige a los padres de familia en este
punto concreto:
Una vida de oración
intensa, un sentido real del servicio al prójimo y una generosa participación
en las actividades eclesiales ofrecen a las familias las condiciones favorables
para la vocación de los jóvenes. Cuando los padres están dispuestos a consentir
que uno de sus hijos marche para la misión, cuando han pedido al Señor esta
gracia, él los recompensará, con gozo, el día en que un hijo suyo o hija
escuche su llamada (RM,
n. 80).
III. Aparecida (Brasil, CELAM, 2007)
Desafíos a la
misión
Hay una realidad que nos interpela. Dentro de
los elementos que interpelan la misión el documento menciona de nuevo a los
medios de comunicación social, que han
invadido todos los espacios y todas las conversaciones, introduciéndose también
en la intimidad del hogar (n.
39) y, por consiguiente, de la familia como
lugar del diálogo y de la solidaridad intergeneracional, y que había sido uno de los vehículos más
importantes de la transmisión de la fe.
Otro
aspecto que daña la institución familiar es la ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su
orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza
humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la
dignidad del matrimonio, el respeto al derecho a la vida y la identidad de la
familia (nn. 40, 49).
Estos fenómenos se explican desde una concepción
cultural que mina la visión clásica del grupo familiar, una cultura en la que
el individuo tiene más importancia que el grupo de parentesco originario. Esta
visión es más volátil, en cuanto está buscando la inmediatez de la vida, una
especie de acontecimientos excitantes, pero sin historia ni continuidad (cfr.
n. 46, 50-51, 100d).
El documento menciona un fenómeno que afecta
fuertemente a la unida familiar: la migración (n. 73, cfr. 412, 413, 416). Ya
se sabe de los efectos desastrosos que tiene este fenómeno, sin embargo es
comprensible que muchas personas busquen un mejor estado de vida, debido a las
condiciones casi inhumanas y violentas
en que viven en sus propios países.
Un fenómeno muy sentido en los países más pobres
es la violencia que diezma sensiblemente la armonía y el desarrollo de las
familias:
La vida social, en convivencia armónica y pacífica, se está deteriorando
gravemente en muchos países de América Latina y de El Caribe por el crecimiento
de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es
más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de
dolor a las familias y a la sociedad entera. La violencia reviste diversas
formas y tiene diversos agentes: el crimen organizado y el narcotráfico, grupos
paramilitares, violencia común sobre todo en la periferia de las grandes
ciudades, violencia de grupos juveniles y creciente violencia intrafamiliar.
Sus causas son múltiples: la idolatría del dinero, el avance de una ideología
individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada persona, el
deterioro del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas del orden, y
la falta de políticas públicas de equidad social (n. 78; véase también el
n. 439).
Signos
de vida
Pero no todo es negativo. Una afirmación
importante de este documento es la valoración positiva de la pastoral familiar
(n. 98e).
Las afirmaciones más específicas que hace
el documento en uno de sus apartados titulado LA BUENA NUEVA DE LA FAMILIA,
arranca con la descripción que de la misma hace el papa:
"patrimonio
de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos
latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de
valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa
y responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y
para la educación de sus hijos" (n. 114, 432).
A partir de esa descripción hay una mejor
caracterización de la familia; primero, refiriéndola a Cristo, que al nacer en
el seno de una familia, le da un valor especial: optando
por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de ‘Iglesia
Doméstica’ (n. 115). Se confirma la forma tradicional de la familia, como unión entre
un hombre y una mujer (n. 116). Hace de quicio en la unión el amor conyugal y
su forma consagrada es el matrimonio (n. 117). La descripción que hace el
documento de la familia es la siguiente:
En el seno de una familia, la
persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios.
De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran
tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una
vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y
testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e
irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos (n.
118).
¿Cómo se pasa a formar parte de una familia
misionera? En prime lugar, porque Jesús nos hace familiares suyos, nos hace
partícipes de su familia y nos involucra en los propósitos de su acción
salvífica. En esta línea, el documento hablando de los discípulos de Jesús
dice:
Jesús los hace familiares suyos,
porque comparte la misma vida que viene del Padre y les pide, como a
discípulos, una unión íntima con Él, obediencia a la Palabra del Padre, para
producir en abundancia frutos de amor. Así lo atestigua san Juan en el prólogo
a su Evangelio: “A todos aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad
para ser hijos de Dios”, y son hijos de Dios que “no nacen por vía de
generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios” (Jn 1,
12-13) (n. 133).
Evidentemente, no es suficiente con que
nos contentemos con estar vinculados directamente a Cristo, por medio de la
elección que él hace de sus discípulos. Este discipulado se pone a prueba en el
momento en que debemos ejercitarlo en modo comunitario, es decir, como familia
en comunión, que es aquello que define, junto con la misión, la esencia de la
Iglesia:
La
vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia.
No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura
actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales
individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la
comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en
la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva
a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva
del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la
que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con
los sucesores de los Apóstoles y con el Papa (n. 156).
La vocación misionera
de la familia
Se
confirma el dato doctrinal de que la dimensión misionera de la familia
cristiana está vinculada a la vocación de los laicos, como dice Puebla: son hombres de la Iglesia en el corazón del
mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia (DP, n. 786; cfr.
Aparecida, n. 432). Dicho de otro modo, la
dimensión misionera de la familia entra en la perspectiva de aquello que afirma
del n. 174 de Aparecida: Los mejores
esfuerzos de las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en
la convocatoria y en la formación de laicos misioneros. Sin embargo, este
propósito toma cuerpo en los ejes que rigen la praxis cristiana desde las
comunidades primitivas: la comunidad
parroquial se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía y
perseverar en la catequesis, en la vida sacramental y la práctica de la caridad
(n. 175).
También
es verdad que la adecuada praxis cristiana de los laicos que viven en el seno
de una familia, necesita el apoyo de los pastores, en modo específico de los
párrocos, de los cuales se espera una visión renovada de la vida parroquial: la renovación de la parroquia exige
actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de
ella (n. 201). Por su parte, los laicos han de apoyar a sus párrocos para
que ellos no pierdan de vista la importancia de su involucramiento en el
proceso evangelizador: Pero, sin duda, no
basta la entrega generosa del sacerdote y de las comunidades de religiosos. Se
requiere que todos los laicos se sientan corresponsables en la formación de los
discípulos y en la misión (n. 202).
Aquí
podemos citar en modo íntegro el numeral 204, que recoge, como en los documentos
anteriores, la caracterización de la dimensión misionera de la familia
cristiana:
Dentro del territorio parroquial,
la familia cristiana es la primera y más básica comunidad eclesial. En ella se
viven y se transmiten los valores fundamentales de la vida cristiana. Se le
llama “Iglesia Doméstica”. Allí, los padres son los primeros
transmisores de la fe a sus hijos, enseñándoles, a través del ejemplo y la
palabra, a ser verdaderos discípulos misioneros. Al mismo tiempo, cuando esta
experiencia de discipulado misionero es auténtica, “una familia se hace
evangelizadora de muchas otras familias y del ambiente en que ella vive”. Esto opera en la vida diaria “dentro y a través de los hechos,
las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada día”.
El Espíritu, que todo lo hace nuevo, actúa aun dentro de situaciones
irregulares en las que se realiza un proceso de transmisión de la fe, pero
hemos de reconocer que, en las actuales circunstancias, a veces, este proceso
se encuentra con bastantes dificultades. La Parroquia no se propone llegar sólo
a sujetos aislados, sino a la vida de todas las familias, para fortalecer su
dimensión misionera.
De
esta caracterización hay que resaltar algunos elementos:
a)
Que la
familia cristiana es la primera y más básica comunidad eclesial. Con lo
cual se entiende que esa primacía eclesial de la familia supone que se debe
poner especial atención a la estabilidad familiar, en vistas a una formación
pertinente que luego permita un testimonio cristiano de cara al mundo.
Piénsese, por ejemplo, en la relevancia que tiene la educación familiar en la
iniciación cristiana (cfr. Aparecida, n. 286, 295, 300).
b)
Que una
familia se hace evangelizadora de muchas otras familias. Esto se da
solamente si ha existido un proceso de formación y maduración en la fe. Por
tanto, la pastoral familiar es ineludible para poder despertar y conformar la
dimensión misionera del grupo familiar.
c)
Por último, que la
parroquia no se propone llegar sólo a sujetos aislados, sino a la vida de todas
las familias, para fortalecer su dimensión misionera. Esto implica que en
los planes pastorales de la parroquia, la familia debe contar con una atención
especializada, es decir, se deben tener recursos didácticos y metodológicos
para poder incidir positivamente en la vida familiar; en ese proceso serán
necesarios ministerios específicos, materiales de apoyo para la catequesis
familiar y proyectos específicos para que la dimensión misionera de la familia
se torne algo concreto (véase también el n. 372).
María en el
proyecto de la Iglesia como Familia de Dios
Por último, en una interesante
comparación, el documento en una perspectiva mariana sostiene que bajo el
ejemplo de María los discípulos de Jesucristo se ven a sí mismos como una familia, la familia de Dios (n. 267). La familia cristiana se
inspira en la familiaridad intrinitaria: Creemos
que “la familia es imagen de Dios que, en su misterio más íntimo no es una
soledad, sino una familia” [Puebla, n. 582]. En la comunión de
amor de las tres Personas divinas, nuestras familias tienen su origen, su
modelo perfecto, su motivación más bella y su último destino (Aparecida, n.
434). Incluso se propone una imagen de la Iglesia muy común en el continente
africano, pero que puede tener mucha aceptación en el continente americano, se
trata de la Iglesia como familia humana
y como familia de Dios (cfr. el
documento de Puebla, n. 295). Esta imagen de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática (268)
y está orientada hacia una visión más comunitaria de la parroquia, en cuanto se
trata de que los fieles experimenten la parroquia como una familia en la fe y la caridad, en la que mutuamente se
acompañen y ayuden en el seguimiento de Cristo (n. 305).
Indicaciones generales
acerca de la familia cristiana
El
documento, en una primera aproximación, cuando habla de LOS LUGARES DE
FORMACIÓN PARA LOS DISCÍPULOS MISIONEROS, propone a la familia como uno de esos
lugares. El n. 302 resalta el valor antropológico y eclesiológico de la
familia, en primer lugar, es vista como patrimonio de la humanidad y como
tesoro de los pueblos latinoamericanos. Luego enfatiza su función formativa al
interno de la Iglesia, como lugar de iniciación en la fe y como maduración en
el testimonio misionero: Ella ofrece a
los hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración
de su proyecto de vida, como discípulos misioneros.
En
cambio, en n. 303 se orienta más en la perspectiva de la vocación y maduración de vida (cfr. también
los nn. 314, 315) que deben alcanzar los miembros de una familia y se propone
la catequesis familiar como un medio importante para lograrlo.
Con
este numeral 303 está vinculado lo que dice el documento acerca de la
centralidad que tiene la familia también en la educación escolar, en cuanto
también en ese contexto el deber de la
educación familiar, como primera escuela de virtudes sociales, es de tanta
trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Este principio es
irrenunciable (n. 339; véase también los numerales 331ss.).
Concentrarse
en la promoción de la familia como foco de virtudes humanas y de testimonio
misionero supone también el reconocimiento de que requieren mejor atención las
familias más sufridas, donde la violencia impera. La dimensión misionera de la
familia cristiana no debe pasar de largo ante este tremendo desafío: la opción preferencial por los pobres nos
impulsa, como discípulos y misioneros de Jesús, a buscar caminos nuevos y
creativos, a fin de responder otros efectos de la pobreza. La situación
precaria y la violencia familiar con frecuencia obliga a muchos niños y niñas a
buscar recursos económicos en la calle para su supervivencia personal y
familiar, exponiéndose también a graves riesgos morales y humanos (n. 409).
En
esa misma línea, la Iglesia debe sentirse madre de los inmigrantes: La Iglesia, como Madre, debe sentirse a sí
misma como Iglesia sin fronteras, Iglesia familiar, atenta al fenómeno
creciente de la movilidad humana en sus diversos sectores (nn. 412, 413,
416; cfr. n. 73).
Indicaciones
específicas acerca de la familia cristiana
El documento, no solo da una aproximación
general, sino también específica acerca de la familia; hace una serie de afirmaciones
que pueden resultar prácticas en la promoción de la familia cristiana. Dando
por supuesto que la familia cristiana está fundada en el sacramento del
matrimonio entre un varón y una mujer (n. 433) y que la legislación de los
diversos países debe tutelarla (n. 436), afirma que la pastoral familiar puede
impulsar una serie de medidas (cfr. n. 437):
a)
Comprometer
de una manera integral y orgánica a las otras pastorales, los movimientos y asociaciones
matrimoniales y familiares a favor de las familias.
b)
Impulsar
proyectos que promuevan familias evangelizadas y evangelizadoras.
c)
Renovar la
preparación remota y próxima para el sacramento del matrimonio y la vida
familiar con itinerarios pedagógicos de fe.
d)
Promover, en
diálogo con los gobiernos y la sociedad, políticas y leyes a favor de la vida,
del matrimonio y la familia.
e)
Impulsar y
promover la educación integral de los miembros de la familia, especialmente de
aquellos miembros de la familia que están en situaciones difíciles, incluyendo
la dimensión del amor y la sexualidad.
f)
Impulsar centros
parroquiales y diocesanos con una pastoral de atención integral a la familia,
especialmente a aquellas que están en situaciones difíciles: madres adolescentes
y solteras, viudas y viudos, personas de la tercera edad, niños abandonados,
etc.
g)
Establecer
programas de formación, atención y acompañamiento para la paternidad y la
maternidad responsables.
h)
Estudiar las
causas de las crisis familiares para afrontarlas en todos sus factores.
i)
Seguir
ofreciendo formación permanente, doctrinal y pedagógica para los agentes de
pastoral familiar.
j)
Acompañar con
cuidado, prudencia y amor compasivo, siguiendo las orientaciones del Magisterio, a las parejas que viven en situación irregular, teniendo
presente que a los divorciados y vueltos a casar no les es permitido comulgar. Se requieren mediaciones para que el mensaje de salvación llegue
a todos. Urge impulsar acciones eclesiales, con un trabajo interdisciplinario
de teología y ciencias humanas, que ilumine la pastoral y la preparación de
agentes especializados para el acompañamiento de estos hermanos.
k)
Ante las
peticiones de nulidad matrimonial, se ha de procurar que los Tribunales
eclesiásticos sean accesibles y tengan una correcta y pronta actuación.
l)
Ayudar a crear
posibilidades para que los niñas y niños huérfanos y abandonados logren, por la
caridad cristiana, condiciones de acogida y adopción, y puedan vivir en
familia.
m)
Organizar casas
de acogida y un acompañamiento específico para acudir con compasión y
solidaridad a las niñas y adolescentes embarazadas, a las madres “solteras”, a
los hogares incompletos.
n)
Tener presente
que la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos
pide una atención especial hacia las viudas. Buscar la manera de que ellas
reciban una pastoral que las ayude a enfrentar esta situación, muchas veces de
desamparo y soledad.
Indicaciones
específicas dirigidas a los varones-padres de familia
El documento no se conforma con dar
indicaciones acerca de la familia como institución; también hace un llamado a
un rol básico al interno de la familia en el contexto de una cultura machista:
el varón-padre de familia. Las indicaciones están en el n. 463:
a) Revisar los contenidos de las diversas catequesis
preparatorias a los sacramentos, como las actividades y movimientos eclesiales
relacionados con la pastoral familiar, para favorecer el anuncio y la reflexión
en torno a la vocación que el varón está llamado a vivir en el matrimonio, la
familia, la Iglesia y la sociedad.
b) Profundizar, en las instancias pastorales
pertinentes, el rol específico que le cabe al varón en la construcción de la
familia en cuanto Iglesia Doméstica, especialmente como discípulo y misionero
evangelizador de su hogar.
c) Promover, en todos los ámbitos de la educación
católica y de la pastoral juvenil, el anuncio y el desarrollo de los valores y
actitudes que faciliten a los jóvenes y las jóvenes generar competencias que
les permitan favorecer el papel del varón en la vida matrimonial, en el
ejercicio de la paternidad, y en la educación de la fe de sus hijos.
d) Desarrollar, en las universidades católicas, a la
luz de la antropología y moral cristianas, la investigación y reflexión
necesarias que permitan conocer la situación actual del mundo de los varones,
las consecuencias del impacto de los actuales modelos culturales en su
identidad y misión, y pistas que puedan colaborar en el diseño de orientaciones
pastorales al respecto.
e) Denunciar una mentalidad neoliberal que no descubre
en el padre de familia más que un instrumento de producción y ganancia,
relegándole incluso en la familia a un papel de mero proveedor. La creciente
práctica de políticas públicas e iniciativas privadas de promover incluso el
domingo como día laboral, es una medida profundamente destructiva de la familia
y de los padres.
f) Favorecer, en la vida de la Iglesia, la activa
participación de los varones, generando y promoviendo espacios y servicios en
los campos señalados.
Las indicaciones son importantes si se tiene en cuenta que la participación del varón en la educación de
los hijos suele ser muchas veces negativa. Dedicar una parte importante de la
pastoral familiar para revertir estas formas negativas de la autoridad del varón
en la familia es indispensable en culturas donde el machismo impera.
IV. Valoraciones finales
1. No se pierda de
vista el tratamiento que le da el documento de Aparecida a la concepción de la familia cristiana. Se entiende como
forma estructural genética en la conformación de la Iglesia. No es solamente un
lugar socio-antropológico, sino también lugar teológico. En cuanto elemento
fundante de la Iglesia lleva a considerar la mediación eclesial como Familia de
Dios (familia Dei). Este interesante
planteamiento tiene ecos en el documento de Puebla
y sin lugar a dudas en la eclesiología africana. En un planteamiento más amplio
se puede llevar hasta la visión patrística; a confrontarse con una de las tesis
centrales de la teología del teólogo J. Ratzinger: Casa y Pueblo de Dios en la teología agustiniana.
2. La argumentación
en torno a la dimensión misionera de la familia cristiana plantea el problema
de la concepción antropológica de la familia. Ello implica un análisis
contextualizado, en el sentido de que no se puede hablar de una concepción
cultural unívoca de la familia. En los ambientes más occidentalizados el
concepto tradicional de familia –papá, mamá, hijos- ha entrado en crisis. Dan
cuenta de ello el debate jurídico y sociológico en curso acerca de los
matrimonios entre personas del mismo sexo, la adopción de hijos por parejas
homosexuales o simplemente la negativa a tener hijos. ¿Cómo puede ser misionera
una familia que no existe en su forma clásica?
3. Es necesaria una
pertinente fundamentación bíblica y patrística acerca de lo que entienden las
fuentes por domus ecclesiae, para
referirse a la Iglesia. Lo que sí parece plausible es que originalmente el
movimiento cristiano, y posteriormente la Iglesia, no inició como grupo
masificado, sino bajo la forma de pequeñas comunidades reunidas en torno a un pater familias encargado de asegurar la
tradición familiar, que a su vez se ve inserta en un contexto socio-cultural
más amplio.
4. En la praxis
eclesial lo que procede es una adecuada pastoral familiar, que parte de un
diagnóstico socio-antropológico de las familias de la parroquia y desemboca en
un programa definido de atención social a las familias más pobres, de
involucramiento y formación de las familias en lo específico de la fe cristiana
y desemboca en un programa definido y constante de evangelización en el cual son
protagonistas las familias que despuntan por su conciencia social y por su
formación misionera. Todo ello debe estar reflejado en el Plan Pastoral
Parroquial, que da fe de la opción que la parroquia ha hecho por la familia
ORACIÓN
Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus
dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la
fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su
unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para
que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente,
donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término
natural
(Aparecida, n. 554).
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