El día de la madre, recién pasado, los
medios de comunicación social y las redes sociales informáticas, se hicieron
cargo de hacer pública la noticia de la condena del exdictador guatemalteco Efraín
Ríos Montt. No obstante esto, con toda la relevancia que comporta dicha
noticia, hay aspectos que el ojo mediático tarda más tiempo en percibir. Que la
condena de Efraín Ríos Montt, aunque parezca algo evidente, no es fruto de la
casualidad. Voy a mencionar solamente una de las columnas que ha sostenido esta
sentencia histórica para Guatemala y para la región Centroamericana.
Al respecto, Efraín Ríos Montt tiene un
hermano que es obispo de la Iglesia Católica guatemalteca. Mons. Mario Enrique
Ríos Montt, quien a partir de 1987 se desempeñó como obispo auxiliar de la
Ciudad de Guatemala. Se jubiló en el año 2010, pero fue reclamado de nuevo al
ejercicio del episcopado, para atender de emergencia el Vicariato Apostólico de
Izabal, en la costa atlántica de Guatemala.
Mons. Mario Enrique Ríos Montt ejerce el
sacerdocio desde 1959, con lo cual es contemporáneo de eventos eclesiales como
el Concilio Vaticano II (1962-1965) y el despunte en Medellín de la Iglesia
Latinoamericana que optaba por los pobres en 1968, opción respaldada por el
papa Pablo VI.
En cambio su hermano, el dictador, llegó
al poder por medio de un golpe de Estado el 23 de marzo de 1982, derrocando al
general Aníbal Guevara, electo el 7 de marzo de ese mismo año.
En este orden, la política
contrainsurgente del dictador consistía, en el modo clásico, en organizar las
Patrullas de Autodefensa Civil y orientar al ejército a la represión
indiscriminada contra todo movimiento de organización social en defensa del
pueblo. Su dictadura tenía una peculiaridad, en cuanto se creía un elegido por
Dios para erradicar el mal en el mundo. Efraín Ríos Montt fue precursor de la
secta evangélica denominada “Iglesia del Verbo”, con sus dos formas de
inserción social: la Fundación de Ayuda al Pueblo Indígena (FUNDAPI) y el
Instituto Lingüístico de Verano, que contaron siempre con una fuerte ayuda
económica proveniente de Norteamérica.
El dictador, en un arrebato de delirio
mesiánico y en el marco de la visita del Papa Juan Pablo II a Guatemala (1983),
saludó con seis fusilamientos y actos de agravio a la máxima autoridad
católica. Juan Pablo II había pedido que se perdonara la vida de los
condenados, pero no fue escuchado.
Por otra parte, también es verdad que la
folía del dictador-mesías reforzó el movimiento revolucionario, ya que en 1982
se organizó una alianza estratégica para los movimientos alzados en armas: la
Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).
En las postrimerías del conflicto armado
guatemalteco fue asesinado Mons. Juan Gerardi, quien había sido consagrado
obispo en 1967 y nombrado tercer obispo de la diócesis de Santa Cruz de El
Quiché, el departamento más pobre de Guatemala y con alta densidad de población
indígena. Por su acción pastoral en favor de los indígenas Gerardi tuvo fuertes
confrontaciones con el Gobierno y el Ejército, problemas que condujeron al
cierre de la diócesis. Después de un período de exilio en Costa Rica, Gerardi renunció
jurídicamente a la diócesis de El Quiché (14 de agosto de 1984) y fue nombrado
obispo auxiliar de la arquidiócesis de Guatemala, donde trabajó en la creación
y coordinación de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (1989).
Fue el principal protagonista del proyecto REMHI (Proyecto Interdiocesano de
Recuperación de la Memoria Histórica), y junto a un grupo de laicos compiló en
cuatro tomos —todos publicados en internet— los principales atropellos contra
los derechos humanos en Guatemala durante el conflicto armado.
Gerardi, después de presentar esta
compilación en acto público, el 24 de abril de 1998, con el cual concluía tres
años de intenso trabajo, fue asesinado el domingo, 26 de abril de 1998, entre
las 09:45 y las 10:30 de la noche, mientras se encontraba en el garaje de la
casa parroquial de la Iglesia de San Sebastián (Ciudad de Guatemala). Su cabeza
fue desfigurada utilizando una piedra o material de ripio, que utilizó su
verdugo para asesinar al obispo que luchó para darle rostro a la verdad y a los
Derechos Humanos de las víctimas del conflicto armado en Guatemala.
Ahora bien, en este contexto de
violencia y de urgencia por recuperar la memoria histórica en Guatemala, hace contraste
al dictador, el trabajo de Mons. Mario Ríos Montt, hermano del dictador. Su
actitud no fue de condescendencia con su hermano; por el contrario, orientó su
palabra profética en vistas a restituir la dignidad de las víctimas.
El 29 de octubre de 1998, Mons. Mario
Enrique Ríos Montt se expresó en los siguientes términos, para referirse a la
muerte de Mons. Gerardi: “«La impunidad que, hasta ahora,
ha rodeado el asesinato contra monseñor, deja al
descubierto la persistencia de grupos oscurantistas dispuestos a cobrar el más
alto costo en vidas humanas para no perder su poder fincado en la injusticia y
el miedo. Y más, mantener vigente una
ley no escrita que ejercen desde hace mucho: decidir sobre la vida y la muerte
de las personas. Mientras los aparatos de la muerte no sean desmantelados, aquí
no concluirá la azarosa transición hacia el Estado democrático de derecho [...]
Guatemala nunca más no es una simple
denuncia; es, sobre todo, un anuncio. La buena nueva de la resurrección del
pueblo martirizado» (M.
E. Ríos, «Mártir de la verdad. In memoriam
Monseñor Juan Gerardi», CEG, Monseñor
Juan Gerardi: testigo fiel, p.
250).
Lo que quiero resaltar del párrafo
anterior es la idea según la cual mientras los aparatos de la muerte no
sean desmantelados, aquí [en Guatemala] no concluirá la azarosa transición
hacia el Estado democrático de derecho. Este es un punto de inflexión. Para Mons. Mario
Enrique Ríos Montt existe una directa proporción entre el combate a las
estructuras corruptas del Estado y de la sociedad en general y el advenimiento
del estado de derecho y del Estado democrático.
En dos cosas tienen actualmente la
precedencia en la región centroamericana nuestros vecinos guatemaltecos: en la
meticulosa recuperación de la memoria histórica, a manos de la Iglesia Católica
guatemalteca (REMHI) y la efectiva identificación y consiguiente enjuiciamiento
de los responsables de las injusticias cometidas durante el conflicto armado.
En este modo de proceder no hay ambigüedad ni falsos temores.
La justicia guatemalteca, al proceder en
un modo tan efectivo contra los verdugos del pueblo no ha tenido que hacerles
concesiones, no ha dialogado con ellos a espaldas de su pueblo. No me
extrañaría que los guatemaltecos accedan, en los próximos años, a un mejor
estado de vida, económica y social.
En consecuencia, la dialéctica vital se
abrió paso en Guatemala. Efraín Ríos Montt, el dictador, va a prisión por
genocida. En cambio, Mons. Mario Enrique Ríos Montt, en otro tiempo perseguido
por su hermano, puede dar gracias a Dios, porque por lo menos en un país
centroamericano se hizo justicia a alto nivel.
Finalmente, con el hecho histórico del
enjuiciamiento del dictador Efraín Ríos Montt, en Guatemala la Palabra de Dios
se ha vuelto veraz: “¡Serpientes, raza de víboras!, ¿cómo lograrán escapar de
la condenación del infierno? Desde ahora les voy a enviar profetas, sabios y
maestros, pero ustedes los degollarán y crucificarán, y a otros los azotarán en
las sinagogas o los perseguirán de una ciudad a otra. Al final recaerá
sobre ustedes toda la sangre inocente que ha sido derramada sobre la tierra,
desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías,
al que ustedes mataron ante el altar, dentro del Templo. En verdad les digo:
esta generación pagará por todo eso” (Mateo
23,33-36).
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