miércoles, 29 de junio de 2022

Monseñor Romero. Maestro de espiritualidad (Reseña)

 


Por: Luciano Ernesto Reyes García

 

1.      Ficha técnica del libro

MAIER Martin, Monseñor Romero. Maestro de espiritualidad, Editorial UCA, San Salvador 2005.

186 páginas.

 

2.      Datos biográficos del autor

Martin Maier nació en 1960 en Alemania. En 1979 ingresó a la Compañía de Jesús. Estudió filosofía, teología y música en Múnich, Paris, Innsbruck y San Salvador. En 1995 realizó sus estudios en teología con la tesis doctoral La teología del pueblo crucificado. El proyecto de una teología de la liberación de Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino. Desde 1995 ha trabajado como redactor y director de la revista alemana “Stimmen der Zeit”. Actualmente es director de Adveniat.

 

3.      Desarrollo de la tesis central y su respectiva articulación

El autor presenta a Monseñor Romero como un maestro o modelo de una espiritualidad en sintonía con la tradición profética y los valores del Evangelio, que se va construyendo a partir de su experiencia de fe y las exigencias de los momentos históricos en los que ejerció su ministerio pastoral. En ese sentido, su espiritualidad va evolucionando de acuerdo con los nuevos caminos por donde lo lleva el Espíritu, lo cual le va permitiendo un «nuevo ver».

A ese «nuevo ver», el autor le llama un proceso de conversión o transformación, que se fundamenta en primer lugar, en la encarnación que va haciendo en las nuevas realidades históricas; sobre todo, injusticia y pobreza estructural y, en segundo lugar, va descubriendo en los pobres, víctimas de esas injusticias, el lugar teológico donde se manifiesta Dios y desde donde se nos ofrece salvación, llegando a expresar que “la gloria de Dios es que el pobre viva”. Este «nuevo ver», le da a Romero una nueva identidad y misión, transformándose en un pastor cercano, comprometido, profeta y defensor de la dignidad del pobre y modelo de pastor para la Iglesia universal.

La obra de Maier se divide en tres capítulos, el primero le titula: Vida y obra. En este capítulo se describe sus orígenes pobres y sufridos; el proceso de formación vocacional, pero, sobre todo, de transformación que va viviendo desde sacerdote, obispo auxiliar, obispo de Santiago de María y como arzobispo. El autor sostiene que la encarnación en la realidad de injusticia y de pobreza, lo va transformando, pasando de una actitud piadosa, conservadora, cerrada, etc., a una actitud cercana, dialogante, abierta, valiente y profética.

El segundo capítulo se titula: Obra y testimonio. El autor sostiene que la transformación de Romero se fundamenta en la acción divina y en la libertad humana. En este sentido, Romero va comprendiendo la unidad que existe entre la fe y la política, entre la historia humana y salvífica, los pobres y Dios, en cuanto que, Dios se hace presente en ellos. En este sentido, existen hechos significativos que le van permitiendo un nuevo ver a Romero, es decir, volverse a Dios y entrar en un proceso de conversión: el asesinato de su amigo Rutilio Grande, la cercanía a los pobres y víctimas de la violencia, el retorno a sus raíces, la comprensión de las causas estructurales de la injusticia y la pobreza, el nuevo magisterio universal, Vaticano II, y latinoamericano, Medellín y Puebla, etc.

Ese «nuevo ver», le permitió a Romero transformar su espiritualidad, la cual le ayudó a responder desde el Evangelio a las exigencias de la época. Romero ya era un hombre de oración, pero esa oración la fortaleció con otros elementos, como buscando en Dios una amistad profunda, llegando a sostener que el ser humano sólo se encuentra consigo mismo en la oración con Dios y en una confianza absoluta con su Dios, pero también, dando lo mejor de sí. Esta espiritualidad encarnada, le llevó a comprender la dimensión política de la fe. En sintonía con la idea anterior, se puede decir, que la conversión de Romero, no en el sentido reducido de abandonar el mal, se reflejó en su nueva espiritualidad y práctica pastoral: defensa de las víctimas, cercanía y compasión, homilías, cartas pastorales, etc.

El tercer capítulo se titula: Actualidad de Romero. El autor realiza una reseña histórica desde el martirio de Romero, el conflicto armado, la firma de los Acuerdos de Paz, las leyes de amnistía que han generado impunidad, hasta la beatificación. Se señala que su figura y legado siguen siendo buena noticia, pero también, continúa incomodando a los sectores del poder económico, político y eclesial. Romero es símbolo de una Iglesia misericordiosa que está junto a los pobres y se pone en su defensa; es un mártir del Concilio Vaticano II y del Magisterio latinoamericano. Sigue siendo fuente de inspiración para los pastores de la Iglesia de estos tiempos y para los teólogos.

El autor sostiene, que con los nuevos obispos que se han nombrado, para la Arquidiócesis de San Salvador, después de Rivera Damas, se ha roto la línea profética de esta Iglesia particular, en cuanto que no han sabido darle continuidad a la herencia de Romero; no obstante, éste sigue siendo fuente de inspiración para muchos cristianos en todo el mundo, que se han inspirado en su legado.

Finalmente, hay que decir que la fe cristiana y la teología tienen que aprender a ver como lo hizo Romero, es decir, unir la espiritualidad con el compromiso político, hay que aprender a ver al nuevo pueblo crucificado por los nuevos modelos económicos y políticos que dominan en este nuevo siglo.

 

4.      Valoración personal de la obra

La obra de Maier se puede enmarcar dentro de la teología de la liberación, la cual parte de una realidad de injusticia, pobreza y opresión, signo de los tiempos, pero que, en esa realidad histórica, Dios se sigue revelando y sigue hablando. El autor, coincide con los planteamientos teológicos de J. Sobrino e I. Ellacuría, en cuanto que, ve en los pobres el nuevo lugar teológico, ante el cual, se debe responder con una actitud de misericordia, como lo hizo Romero. Este nuevo modelo de pastor y de hacer teología, da como resultado un nuevo modelo de Iglesia, comprometida y encarnada en la realidad de los pobres.

 

5.      Fragmentos de la obra de Maier

«Las criaturas son las circunstancias, los signos de los tiempos. He de descubrir en el diálogo con los obispos, sacerdotes y seglares qué quiere Dios. Romero identifica estas cosas creadas con los signos de los tiempos, en las cuales se muestran la presencia y el actuar de Dios en el mundo. Para él, estar atentos a los signos de los tiempos significa aquí y ahora la voluntad de Dios». Pág. 34.

«Romero vio el sufrimiento de los pobres con nuevos ojos, con los ojos de la compasión y de la misericordia. Y fue hacia ellos y se puso por completo al servicio de su sanación y liberación». Pág. 109.

«La espiritualidad, como todavía la entendía Romero por entonces, tenía una fuerte tendencia a apartarse del mundo y a la interiorización. Pero después fue aprendiendo a ver cada vez mejor que la espiritualidad cristiana no conduce fuera del mundo, sino que lleva cada vez más hacia su interior. Tuvo la vivencia feliz de que Dios acampase entre los pobres. Cuanto más místico se fue haciendo, tanto más político se hizo. Es ejemplar en Romero cómo su oración y su actuación político-profético se fueron convirtiendo en una unidad». Pág. 142.

 

viernes, 17 de junio de 2022

RODRIGO ORLANDO CABRERA, EL «PATRIARCA DE ORIENTE»

 


Por: Juan Vicente Chopin

Quizá porque eres originario de Teotepeque, tu talante pastoral era una mezcla de revolucionario, diplomático y bromista.
Tu leve presencia no desdecía de tu elegancia. Te sentaba bien la mitra en esa frente límpida y pronunciada. El tono de tu predicación era grave y circunspecto, con recursos a la ironía, recobrando en seguida la compostura. Usabas con exquisita habilidad la «captatio benevolentiae». Me encantaba la musicalidad de tu discurso, la cadencia de la sílaba final de tus palabras, el «in crescendo» del tono claro a otro más pastoso y alargado.
Eras un hombre de diálogo. Sentado en tu silla, de esas que usa el pueblo, encordelada con cáñamos de plásticos coloreados, bajo la «retama tropical», la floreada buganvilia de tu casa episcopal ― no la llamaría «palacio episcopal» ―, que te protegía de los rayos solares. Sabías adecuarte al interlocutor, así fuera político, intelectual o iletrado. Tu sonrisa desarmaba toda agresión o falta de respeto. Te vi discutir incluso con algunos de tus sacerdotes, pero ello no fue óbice para la modelación de tu diócesis.
Dabas tiempo al tiempo, cuando te interesaba el argumento. ― «Sentate, chele», solías decirme. Después de los saludos, el abrazo fraterno, tu frase: «vos estás falto te cariño». Risas. En ese momento tu pose era serena. En una mano, la diminuta taza de café (o lo que fuera), y con la otra, tus dedos jugaban con el pectoral, como buscando distraer al interlocutor, acaso era un gesto inspirador e intelectivo.
Se dice fácil que fuiste el cuarto obispo de Santiago de María, pero dicha afirmación se complejiza, si tus antecesores fueron San Óscar Romero y Arturo Rivera Damas. Tú no te podías quedar atrás. Tenías que estar a la altura de la «generación comprometida» del episcopado salvadoreño. Fuiste de los obispos que aplicaron el Concilio Vaticano II sin temor. Noto en ti un parecido con obispos como Eduardo Alas, de Chalatenango, o Adolfo Mojica, de Sonsonate; siempre cercanos al pueblo, amables y con una sonrisa a flor de piel. Me contaron una vez que un obispo franciscano llamó «tontos» a los obispos diocesanos. Y mira cómo son las cosas. De ese insulto surgió la decisión en esos obispos «tontos» de fundar el único seminario que lleva el nombre de San Óscar Arnulfo Romero en El Salvador. Y el obispo salesiano se unió a los «tontos». Eso de que el Espíritu «sopla donde quiere y como quiere», no es una broma.
Uno de tus mayores méritos es haber defendido a Monseñor Romero cuando era vilipendiado por sus mismos hermanos en el episcopado. Tú lo dices: «el único apoyo de Mons. Romero fue Mons. Rivera Damas a quien llamaba “mi amigo”. Noté en el resto de los obispos una actitud poco cristiana hacia Mons. Romero. A veces fueron actitudes escandalosas». Quizá por eso te gustaba decir que eras amigo de Romero, «una amistad íntima». Tu honestidad te lleva a admirar en Romero tres cosas: «su capacidad de pedir perdón», «el manejo de los medios de comunicación» y «su don de buen predicador». Tú manejabas una tesis, inspirado en las investigaciones de tus sacerdotes pasionistas, que yo apoyo, acerca de Romero; es decir, que «su cambio comenzó en Santiago de María», que «la muerte del Padre Grande lo movió un poco más, pero lo que más le movió fue su contacto con el pueblo, con los pobres». Lo defiendes contra la acusación de manipulación: «yo no creo que haya sido manipulado». Contra la acusación de que estaba loco: «esos eran “chambres” que levantaron en la Conferencia Episcopal». Contra su afiliación política: «no se identificó con ninguna corriente política e ideológica».
Tú has modelado la identidad del clero santiagueño. Eras un padre bueno para tus sacerdotes. Incluso tolerante. Los dejaste hacer uso de su libertad y esa es una virtud rara en un obispo, que antes o después tus curas van a extrañar. Me cuentan algunos sacerdotes que te gustaba cocinar para ellos. Un fino detalle de un prelado de tu calado. Como Romero amabas las vocaciones. Recuerdo que defendiste a tus seminaristas cuando Luis Coto fue echado del seminario San José de la Montaña y se armó aquella debacle. Por eso Coto te apreciaba tanto.
Yo le agradezco a usted la amistad que me prodigó y las puertas que me abrió en su diócesis para poder dialogar con sus sacerdotes, a quienes tengo en alta estima. Lo recuerdo siempre en primera fila en las formaciones de su clero. Fue un verdadero placer trabajar con usted.
Alguna vez le escuché decirle a Mons. Miguel Morán, entonces obispo de San Miguel, que no olvidara que, si bien él era el obispo de San Miguel, sin embargo, usted era «el patriarca de oriente» y que no había ningún conflicto entre la Virgen de la Candelaria, Santiago Apóstol y la Virgen de la Paz.
Cuando la neblina santiagueña descienda de las montañas, acariciándonos con su blanco manto, evocaremos la luz de tu sonrisa y los memorables versos:
Que de un cariño muerto
no existe rencor.
Y si pretendes
remover las ruinas
que tú mismo hiciste.
Sólo cenizas
hallarás de todo
lo que fue mi amor.

lunes, 13 de junio de 2022

LUIS COTO, “EPISCOPUS IN PECTORE CLERICI ET POPULI”


Por: Juan Vicente Chopin. 

El sacerdote Luis Coto fue un obispo «de facto», es decir, un obispo en el corazón del clero y del pueblo. En otras palabras, si Coto (así le llamábamos) hubiera vivido entre el primero y el cuarto siglo, probablemente habría sido electo obispo por aclamación popular. ¡Qué lástima que dicha tradición se haya deformado tanto !
Al padre Luis Coto lo conocí en San Esteban Catarina, San Vicente; en el marco de la conmemoración del martirio del padre Alirio Napoleón Macías. Era un 4 de agosto, fecha de la conmemoración. Ambos habíamos oído hablar del otro, pero aún no nos encontrábamos personalmente. También ese día conocí a Rogelio Ponseele y a Tilo Sánchez. Supe, entonces, de la “generación comprometida” de la Iglesia Católica salvadoreña. Yo había pasado un largo período de mi vida estudiando en Roma y volvía con todo el deseo de aplicar lo aprendido. Alguien me pidió que predicara para Macías y su pueblo. Así lo hice. Nos unió la sangre de un mártir y resulta que yo no creo en el azar, sino en la Divina Providencia. Así tenía que ser. Desde entonces mi aprecio por Coto comenzó a crecer.
Luisito, como solía llamarlo, era un hombre polifacético. Su conformación familiar resulta interesante, con raíces en Chalatenango, San Miguel y San Salvador. Por sus estudios doctorales en Bélgica, hablaba muy bien el francés. Hablaba también inglés, por sus estudios de máster en Estados Unidos. Dominaba también la lengua italiana.
Alguna vez bromeando le dije: «Luis, tú has somatizado tu seriedad. Tu no volteas a ver a la gente girando tu cabeza, Tú te giras todo completo». Coto era un bloque de granito moral e intelectual, inamovible, impertérrito.
Además de nuestro aprecio por el legado martirial, con Coto compartíamos la misma fecha de ordenación sacerdotal, es decir, el 20 de diciembre. Este año estaría cumpliendo 42 años de vida sacerdotal. De hecho, con el padre Edy Platero ya lo habíamos invitado para el 10 de diciembre, para celebrar juntos nuestros aniversarios sacerdotales. Lamento tanto que no esté en mis 25 años de sacerdote y en los 30 del padre Edy. Bueno, en todo caso nos reta el poner en práctica su testimonio pastoral.
Cuando el padre Coto dice que fue «adoptado» por Monseñor Graziano, el tercer obispo de San Miguel, el sentido de su vida cobra fuerza en el plano vocacional y existencial. Si Coto había nacido en 1949, para 1968, tenía 19 años. Es una edad apta para tomar decisiones importantes. Además, su talante de pastor-padre tiene raíces profundas. La muerte de su madre, Antonia Flores, cuando el tenía seis meses de nacido, lo marca definitivamente. Proyecta así, en su personalidad, la maternidad perdida en la infancia y la paternidad del aprecio de Graziano, hasta el día en que lo ordena sacerdote, el 20 de diciembre de 1980, según la promesa hecha por el obispo. Así, no es tan difícil comprender el aprecio de Coto por las religiosas. Las hermanas josefinas lo cuidan en el período más difícil, cuando siente el vacío del calor materno. Y una religiosa agustina lo cuida hasta que exhaló el último suspiro.
No obstante, Coto pasa de la maternidad biológica a la maternidad eclesial, cuando afirma: «las comunidades de Zacamil me adoptaron como uno de sus miembros e hijos. Lo que soy, es gracias a ellos y a ellas». Recalca: «me adoptaron» y sentencia: «lo que soy, es gracias a ellos y a ellas». En esta última frase, Luis está modelado en esencia y existencia. Por eso ahora comprendo mejor el contenido de su tesis doctoral, defendida en la Universidad Católica de Lovaina, bajo el título: «El laicado y la cuestión social en América Central (1970-1992)», en la que preconiza la importancia de empoderar a los laicos en la Iglesia, más allá de la clericalización de los mismos. Y propone la necesidad de organizarlos en pequeñas comunidades, en comunidades de base, en eclesiolas, donde el sacerdote no es el que manda, sino el que sirve. Es importante encontrar y publicar esa tesis.
Coto dice que Monseñor Romero es uno de sus «padres en la fe». Me gusta que diga eso, porque ya no habla de adopción. Inicia su paso de la adopción a la paternidad; responsable, por cierto. Destacan en ese proceso Monseñor Rivera Damas, de quien a su pesar reconoce Luis: «tenía sus dudas para conmigo por mi “pensamiento de izquierda”». Menciona también al padre Fabián Amaya y le hace un halago, de esos poco frecuentes en Luis: «hice camino con un gran pastoralista, de esos que ahora no tenemos para nada en la Arquidiócesis». A Coto se le puede comprender a partir de su relación pastoral con Monseñor Arturo Rivera Damas. He notado una profunda simbiosis entre ambos. Sostengo que Coto forma parte de esa rica tradición pastoral que inicia con Monseñor Chávez y González, tiene su plenitud en Monseñor Romero y su continuidad en Monseñor Arturo Rivera Damas. ¡No se diga más!
No hay madurez sin sufrimiento. El padre Luis confiesa que los años que vivió como formador y rector del seminario son «los de máxima realización y felicidad como presbítero a pesar de las pruebas e incomprensiones que pude experimentar». El presupuesto de su primera infancia en un internado se hizo tangible en su rectorado. Él siente la responsabilidad de educar bien a sus seminaristas. Y pude haber dicho a sus «hijos adoptivos». Pero no quiero manchar la transparencia de sus palabras con la pobreza semántica de las mías: «Hacer camino con tantos jóvenes ha sido una bendición para mí. Y ha sido de lo mejor que me ha podido pasar en mi vida sacerdotal. Sobre todo, comprender mejor lo que significa vivir en libertad y coherencia la vida sacerdotal». Reparemos en esas últimas palabras: «vivir en libertad y coherencia la vida sacerdotal». Luis logró y sigue logrando eso. Coto ha vencido a los pervertidos que le produjeron esas pruebas e incomprensiones que antes ha mencionado. Ellos tienen la potestad eclesiástica y Coto la autoridad moral. Coto se ha consolidado como padre y pastor. De hecho, no vuelve a hablar más de adopción.
La noche oscura. La Iglesia camina entre el esplendor del Reino y la opacidad de la historia. Coto sentía que la zarza ardiente se le apagaba, que los resentimientos hacia la jerarquía salvadoreña le tancaban la respiración. Y acepta con honestidad: «en algún momento pensé seriamente dejar el ministerio sacerdotal». Pero, su paso por Lovaina, el encuentro con la gente y el consejo de los amigos, le liberaron del complejo anti-jerárquico. En la forma final de su reflexión dice, refiriéndose a esos amigos: «Me ayudaron mucho a sanar y darme cuenta de que el proyecto de Dios vale la pena y por el cual hay que sufrir mucho. Mons. Ricardo Urioste y José Ángel Renderos me ayudaron mucho. Grandes amigos y hermanos».
En alguna parte había leído una frase de San Romero, que yo quería dedicársela al entrañable Luis Coto, pero no la recordaba. Hice un esfuerzo y la ubiqué en mi memoria. La frase está enmarcada en la homilía que San Romero le hace a su amigo Monseñor Valladares el día de su funeral. Romero dice ante el féretro de su amigo: «Amaba con rectitud, porque era sacerdote y caballero» (Chaparrastique, 02.09.1961). Y yo la refiero a Luis Coto.
La propuesta pastoral de Luis Coto sigue la estructura metodológica indicada por San Pablo VI: Primero, que «el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a problemas sociales y económicos». Refugiarse en el dogma es huir de las responsabilidades históricas. Segundo, «que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar». Y quien separa esos dos planos incurre en «esquizofrenia eclesiástica» y, en último término, en la protervia. Tercero, que solo el amor es creíble, y en efecto, «¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?» (cfr. EN, n. 31).
Dicha propuesta se concreta en la concepción de Iglesia asumida por San Romero: «Que se presente cada vez más nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo hombre y de todos los hombres» (Medellín, Juventud, n. 15a).
Tú no estás muerto, Luis Coto. Recuerda las palabras del poeta: «Los amorosos no pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos» (Jaime Sabines: “Los Amorosos”). Te escribo esto al filo de la media noche, cuando los vivos y los muertos se confunden. «Pero, qué va. Los muertos están cada día más indóciles. Me parece que caen en la cuenta
de ser cada vez más la mayoría» (Roque Dalton, “El descanso del guerrero”).
Reconozco que me hará mucha falta cenar contigo, dialogar, pero seguirán resonando en mi mente tus preguntas: «Entonces Chopin, ¿qué hacemos? ¿tiene futuro esta Iglesia? ¿qué tipo de futuro?». Y tus muchachos no podrán evadir tu pregunta: «¿cuál es tu método?».
Aquí anochece Coto. Amanece, para ti, hermano. Intercede por nosotros.

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