viernes, 17 de junio de 2022

RODRIGO ORLANDO CABRERA, EL «PATRIARCA DE ORIENTE»

 


Por: Juan Vicente Chopin

Quizá porque eres originario de Teotepeque, tu talante pastoral era una mezcla de revolucionario, diplomático y bromista.
Tu leve presencia no desdecía de tu elegancia. Te sentaba bien la mitra en esa frente límpida y pronunciada. El tono de tu predicación era grave y circunspecto, con recursos a la ironía, recobrando en seguida la compostura. Usabas con exquisita habilidad la «captatio benevolentiae». Me encantaba la musicalidad de tu discurso, la cadencia de la sílaba final de tus palabras, el «in crescendo» del tono claro a otro más pastoso y alargado.
Eras un hombre de diálogo. Sentado en tu silla, de esas que usa el pueblo, encordelada con cáñamos de plásticos coloreados, bajo la «retama tropical», la floreada buganvilia de tu casa episcopal ― no la llamaría «palacio episcopal» ―, que te protegía de los rayos solares. Sabías adecuarte al interlocutor, así fuera político, intelectual o iletrado. Tu sonrisa desarmaba toda agresión o falta de respeto. Te vi discutir incluso con algunos de tus sacerdotes, pero ello no fue óbice para la modelación de tu diócesis.
Dabas tiempo al tiempo, cuando te interesaba el argumento. ― «Sentate, chele», solías decirme. Después de los saludos, el abrazo fraterno, tu frase: «vos estás falto te cariño». Risas. En ese momento tu pose era serena. En una mano, la diminuta taza de café (o lo que fuera), y con la otra, tus dedos jugaban con el pectoral, como buscando distraer al interlocutor, acaso era un gesto inspirador e intelectivo.
Se dice fácil que fuiste el cuarto obispo de Santiago de María, pero dicha afirmación se complejiza, si tus antecesores fueron San Óscar Romero y Arturo Rivera Damas. Tú no te podías quedar atrás. Tenías que estar a la altura de la «generación comprometida» del episcopado salvadoreño. Fuiste de los obispos que aplicaron el Concilio Vaticano II sin temor. Noto en ti un parecido con obispos como Eduardo Alas, de Chalatenango, o Adolfo Mojica, de Sonsonate; siempre cercanos al pueblo, amables y con una sonrisa a flor de piel. Me contaron una vez que un obispo franciscano llamó «tontos» a los obispos diocesanos. Y mira cómo son las cosas. De ese insulto surgió la decisión en esos obispos «tontos» de fundar el único seminario que lleva el nombre de San Óscar Arnulfo Romero en El Salvador. Y el obispo salesiano se unió a los «tontos». Eso de que el Espíritu «sopla donde quiere y como quiere», no es una broma.
Uno de tus mayores méritos es haber defendido a Monseñor Romero cuando era vilipendiado por sus mismos hermanos en el episcopado. Tú lo dices: «el único apoyo de Mons. Romero fue Mons. Rivera Damas a quien llamaba “mi amigo”. Noté en el resto de los obispos una actitud poco cristiana hacia Mons. Romero. A veces fueron actitudes escandalosas». Quizá por eso te gustaba decir que eras amigo de Romero, «una amistad íntima». Tu honestidad te lleva a admirar en Romero tres cosas: «su capacidad de pedir perdón», «el manejo de los medios de comunicación» y «su don de buen predicador». Tú manejabas una tesis, inspirado en las investigaciones de tus sacerdotes pasionistas, que yo apoyo, acerca de Romero; es decir, que «su cambio comenzó en Santiago de María», que «la muerte del Padre Grande lo movió un poco más, pero lo que más le movió fue su contacto con el pueblo, con los pobres». Lo defiendes contra la acusación de manipulación: «yo no creo que haya sido manipulado». Contra la acusación de que estaba loco: «esos eran “chambres” que levantaron en la Conferencia Episcopal». Contra su afiliación política: «no se identificó con ninguna corriente política e ideológica».
Tú has modelado la identidad del clero santiagueño. Eras un padre bueno para tus sacerdotes. Incluso tolerante. Los dejaste hacer uso de su libertad y esa es una virtud rara en un obispo, que antes o después tus curas van a extrañar. Me cuentan algunos sacerdotes que te gustaba cocinar para ellos. Un fino detalle de un prelado de tu calado. Como Romero amabas las vocaciones. Recuerdo que defendiste a tus seminaristas cuando Luis Coto fue echado del seminario San José de la Montaña y se armó aquella debacle. Por eso Coto te apreciaba tanto.
Yo le agradezco a usted la amistad que me prodigó y las puertas que me abrió en su diócesis para poder dialogar con sus sacerdotes, a quienes tengo en alta estima. Lo recuerdo siempre en primera fila en las formaciones de su clero. Fue un verdadero placer trabajar con usted.
Alguna vez le escuché decirle a Mons. Miguel Morán, entonces obispo de San Miguel, que no olvidara que, si bien él era el obispo de San Miguel, sin embargo, usted era «el patriarca de oriente» y que no había ningún conflicto entre la Virgen de la Candelaria, Santiago Apóstol y la Virgen de la Paz.
Cuando la neblina santiagueña descienda de las montañas, acariciándonos con su blanco manto, evocaremos la luz de tu sonrisa y los memorables versos:
Que de un cariño muerto
no existe rencor.
Y si pretendes
remover las ruinas
que tú mismo hiciste.
Sólo cenizas
hallarás de todo
lo que fue mi amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa y real descripción del "patriarca de Oriente". Esperaba ese mensaje suyo Padre. Chopin. Gracias por mostrarnos a otro de los buenos "talantes" de nuestra Iglesia.

Unknown dijo...

Saludos cordiales. Con gusto.

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