jueves, 27 de junio de 2013

LA DIMENSIÓN MISIONERA DE LA FAMILIA CRISTIANA



Lo que proponemos a continuación son algunas ideas esquemáticas y preliminares para poder presentar lo que aquí denominamos LA DIMENSIÓN MISIONERA DE LA FAMILIA CRISTIANA.

Pasaje N. 1:

Si lo que estamos considerando como sujeto de nuestra reflexión es la familia, entonces hay que situar la cuestión adecuadamente:

1.1.        En el ámbito socio-antropológico. Hay que responder a un par de cuestiones. Primero, ¿qué grado de importancia tiene la familia en la sociedad donde yo vivo? Segundo, ¿cómo se entiende antropológicamente la familia en la cultura en que yo vivo?
1.2.        En el ámbito bíblico. Bien en modo contextual, es decir, hay que saber cómo se entendía la institución familiar en tiempos de Jesús y en las regiones en que concentró su predicación. Pero también hay que indagar en el texto, sobre todo las fuentes neo-testamentarias, principalmente en las tradiciones que encontramos en los evangelios, se tendría que analizar el tipo de relación que Jesús estableció con su familia y con la institución familiar en general. Por último hay que valorar cómo es que la madre de Jesús adquirió tanta importancia en la tradición cristiana.


Pasaje N. 2:

Si la familia se dice CRISTIANA, ¿qué agrega ese calificativo a la institución familiar?

2.1.        En la tradición católica, lo cristiano, visto esencialmente adquiere la forma de lo misionero. Así el Decreto Ad Gentes del Concilio Vaticano II, n. 2: “la Iglesia es por su propia naturaleza misionera”. Lo cristiano está haciendo referencia a la esencia de la Iglesia: la misión.
2.2.        De modo que, cuando hablamos de la dimensión misionera de la familia cristiana, lo que queremos es responder a una cuestión fundamental: ¿cómo participa o cómo colabora la familia en la promoción de la naturaleza de la Iglesia? Se puede decir de otro modo, ¿cómo encarna la familia la dimensión misionera que dimana de la naturaleza de la Iglesia y que a su vez procede del misterio trinitario?


Pasaje N. 3:

Si en la tradición católica es la Iglesia la que hace de mediación histórico-salvífica para hacer viable la misión, habría que preguntarse cómo presenta en su doctrina la relación familia-misión.

3.1.        Me concentro en tres documentos: Evangelii Nuntiandi, Redemptoris Missio y Aparecida.
3.2.        Al final, qué valoraciones conclusivas podemos sacar nosotros de estas reflexiones.



MARCO DOCTRINAL


I.         Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975)

Partamos de la importante aseveración que hace la EN en el n. 31, es decir, que la evangelización está íntimamente vinculada a la promoción humana, de modo que el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a problemas sociales y económicos. Y a nadie escapa que la familia está sujeta a problemas sociales y económicos.

De modo que el contenido de la evangelización debe decir algo acerca de la vida concreta de las personas: sobre la vida familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación (n. 29).
La misión de la familia cae en el ámbito de lo seglar. La familia es entendida como una institución abierta a la evangelización (cfr. n. 70). Justamente por eso, por estar inserta en la vida cotidiana de la sociedad, ella puede encarnar los valores del Reino y acercar a las personas la presencia salvadora de Jesucristo.
La familia se entiende como un agente de la evangelización (cfr. n. 71). En sintonía con el Concilio, es llamada “Iglesia Doméstica”, es decir, una presencia eclesial genética, que tiene todas o casi toda las condiciones para consolidar la formación de los nuevos miembros de la Iglesia: Esto significa que en cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia.
En sentido estricto, la familia cristiana, es misionera toda ella, todos sus miembros: una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido.
 En fin, hay un esfuerzo no solo hacia dentro de la misma familia, sino que se busca también hacer partícipes a otras familias del mensaje de salvación, todo ello constituye la dimensión misionera de la familia cristiana: Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive.

II.       Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990)
Este documento inicia sus afirmaciones acerca de la familia, problematizando su situación de frente a uno de los factores que más determina culturalmente la sociedad contemporánea: los medios de comunicación social (cfr. n. 37c). Se trata de los nuevos areópagos que presenta la cultura y que compiten fuertemente con la tradición familiar:
Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo, crecen en un mundo condicionado por estos medios.
A estas alturas de la historia nadie duda de esta afirmación: las redes sociales han literalmente invadido la vida de las nuevas generaciones. Es imprescindible tomar conciencia de ello para hacer un uso adecuado de los recursos mediáticos.
En este documento la familia constituye uno de los caminos de la misión. Se constata, en sintonía con EN n. 41, que el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías (RM, n. 42). Esto no debe ser pasado por alto por los padres de familia, muchas veces son ellos a los primeros que sus hijos pequeños quieren imitar, pero esto vale tanto para lo malo como para lo bueno. No se debe olvidar tampoco, como nos dice ese mismo numeral, que el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión. Más aun, “la primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse” (RM, n. 42).
Las familias, al igual que todas las formas estructurales de la Iglesia tienen como criterio básico de su testimonio misionero la práctica de la caridad, sobre todo con los más necesitados:

Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto, exhorto a todos los discípulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Institutos religiosos, a hacer una sincera revisión de la propia vida en el sentido de la solidaridad con los pobres (RM, n. 60).

A partir de la convicción de que no se da testimonio sin testigos, como no existe misión sin misioneros (RM, n. 61) y que toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes (RM, n. 62), la familia no se sustrae a este deber de la comunidad cristiana, antes bien, inscribe su testimonio de cara al mundo y en lo más específico de la condición secular.
La participación de los laicos en la expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias (RM, n. 71). Su papel en la educación de sus hijos para la transformación social, se torna cada vez más urgente en contexto de violencia y marginación.
Pero también es importante el aporte que las familias pueden dar en orden a la promoción de las vocaciones misioneras: dirijo mi llamada, con particular confianza y afecto, a las familias y a los jóvenes. Las familias y, sobre todo, los padres han de ser conscientes de que deben dar una contribución particular a la causa misionera de la Iglesia, cultivando las vocaciones misioneras entre sus hijos e hijas (RM, n. 80). Muy significativas las palabras que dirige a los padres de familia en este punto concreto:

Una vida de oración intensa, un sentido real del servicio al prójimo y una generosa participación en las actividades eclesiales ofrecen a las familias las condiciones favorables para la vocación de los jóvenes. Cuando los padres están dispuestos a consentir que uno de sus hijos marche para la misión, cuando han pedido al Señor esta gracia, él los recompensará, con gozo, el día en que un hijo suyo o hija escuche su llamada (RM, n. 80).


III. Aparecida (Brasil, CELAM, 2007)

Desafíos a la misión
Hay una realidad que nos interpela. Dentro de los elementos que interpelan la misión el documento menciona de nuevo a los medios de comunicación social, que han invadido todos los espacios y todas las conversaciones, introduciéndose también en la intimidad del hogar (n. 39) y, por consiguiente, de la familia como lugar del diálogo y de la solidaridad intergeneracional, y que había sido uno de los vehículos más importantes de la transmisión de la fe.
Otro aspecto que daña la institución familiar es la ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto al derecho a la vida y la identidad de la familia (nn. 40, 49).
Estos fenómenos se explican desde una concepción cultural que mina la visión clásica del grupo familiar, una cultura en la que el individuo tiene más importancia que el grupo de parentesco originario. Esta visión es más volátil, en cuanto está buscando la inmediatez de la vida, una especie de acontecimientos excitantes, pero sin historia ni continuidad (cfr. n. 46, 50-51, 100d).
El documento menciona un fenómeno que afecta fuertemente a la unida familiar: la migración (n. 73, cfr. 412, 413, 416). Ya se sabe de los efectos desastrosos que tiene este fenómeno, sin embargo es comprensible que muchas personas busquen un mejor estado de vida, debido a las condiciones casi inhumanas y  violentas en que viven en sus propios países.
Un fenómeno muy sentido en los países más pobres es la violencia que diezma sensiblemente la armonía y el desarrollo de las familias:

La vida social, en convivencia armónica y pacífica, se está deteriorando gravemente en muchos países de América Latina y de El Caribe por el crecimiento de la violencia, que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros, y lo que es más grave, en asesinatos que cada día destruyen más vidas humanas y llenan de dolor a las familias y a la sociedad entera. La violencia reviste diversas formas y tiene diversos agentes: el crimen organizado y el narcotráfico, grupos paramilitares, violencia común sobre todo en la periferia de las grandes ciudades, violencia de grupos juveniles y creciente violencia intrafamiliar. Sus causas son múltiples: la idolatría del dinero, el avance de una ideología individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada persona, el deterioro del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas del orden, y la falta de políticas públicas de equidad social (n. 78; véase también el n. 439).


Signos de vida

Pero no todo es negativo. Una afirmación importante de este documento es la valoración positiva de la pastoral familiar (n. 98e).

Las afirmaciones más específicas que hace el documento en uno de sus apartados titulado LA BUENA NUEVA DE LA FAMILIA, arranca con la descripción que de la misma hace el papa:

"patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos" (n. 114, 432).


A partir de esa descripción hay una mejor caracterización de la familia; primero, refiriéndola a Cristo, que al nacer en el seno de una familia, le da un valor especial: optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de ‘Iglesia Doméstica’ (n. 115). Se confirma la forma tradicional de la familia, como unión entre un hombre y una mujer (n. 116). Hace de quicio en la unión el amor conyugal y su forma consagrada es el matrimonio (n. 117). La descripción que hace el documento de la familia es la siguiente:

En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos (n. 118).

¿Cómo se pasa a formar parte de una familia misionera? En prime lugar, porque Jesús nos hace familiares suyos, nos hace partícipes de su familia y nos involucra en los propósitos de su acción salvífica. En esta línea, el documento hablando de los discípulos de Jesús dice:

Jesús los hace familiares suyos, porque comparte la misma vida que viene del Padre y les pide, como a discípulos, una unión íntima con Él, obediencia a la Palabra del Padre, para producir en abundancia frutos de amor. Así lo atestigua san Juan en el prólogo a su Evangelio: “A todos aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad para ser hijos de Dios”, y son hijos de Dios que “no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios” (Jn 1, 12-13) (n. 133).

Evidentemente, no es suficiente con que nos contentemos con estar vinculados directamente a Cristo, por medio de la elección que él hace de sus discípulos. Este discipulado se pone a prueba en el momento en que debemos ejercitarlo en modo comunitario, es decir, como familia en comunión, que es aquello que define, junto con la misión, la esencia de la Iglesia:

La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa (n. 156).


La vocación misionera de la familia

Se confirma el dato doctrinal de que la dimensión misionera de la familia cristiana está vinculada a la vocación de los laicos, como dice Puebla: son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia (DP, n. 786; cfr. Aparecida, n. 432). Dicho de otro modo,  la dimensión misionera de la familia entra en la perspectiva de aquello que afirma del n. 174 de Aparecida: Los mejores esfuerzos de las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros. Sin embargo, este propósito toma cuerpo en los ejes que rigen la praxis cristiana desde las comunidades primitivas: la comunidad parroquial se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía y perseverar en la catequesis, en la vida sacramental y la práctica de la caridad (n. 175).


También es verdad que la adecuada praxis cristiana de los laicos que viven en el seno de una familia, necesita el apoyo de los pastores, en modo específico de los párrocos, de los cuales se espera una visión renovada de la vida parroquial: la renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella (n. 201). Por su parte, los laicos han de apoyar a sus párrocos para que ellos no pierdan de vista la importancia de su involucramiento en el proceso evangelizador: Pero, sin duda, no basta la entrega generosa del sacerdote y de las comunidades de religiosos. Se requiere que todos los laicos se sientan corresponsables en la formación de los discípulos y en la misión (n. 202).

Aquí podemos citar en modo íntegro el numeral 204, que recoge, como en los documentos anteriores, la caracterización de la dimensión misionera de la familia cristiana:


Dentro del territorio parroquial, la familia cristiana es la primera y más básica comunidad eclesial. En ella se viven y se transmiten los valores fundamentales de la vida cristiana. Se le llama “Iglesia Doméstica”. Allí, los padres son los primeros transmisores de la fe a sus hijos, enseñándoles, a través del ejemplo y la palabra, a ser verdaderos discípulos misioneros. Al mismo tiempo, cuando esta experiencia de discipulado misionero es auténtica, “una familia se hace evangelizadora de muchas otras familias y del ambiente en que ella vive”. Esto opera en la vida diaria “dentro y a través de los hechos, las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada día”. El Espíritu, que todo lo hace nuevo, actúa aun dentro de situaciones irregulares en las que se realiza un proceso de transmisión de la fe, pero hemos de reconocer que, en las actuales circunstancias, a veces, este proceso se encuentra con bastantes dificultades. La Parroquia no se propone llegar sólo a sujetos aislados, sino a la vida de todas las familias, para fortalecer su dimensión misionera.


De esta caracterización hay que resaltar algunos elementos:

a)      Que la familia cristiana es la primera y más básica comunidad eclesial. Con lo cual se entiende que esa primacía eclesial de la familia supone que se debe poner especial atención a la estabilidad familiar, en vistas a una formación pertinente que luego permita un testimonio cristiano de cara al mundo. Piénsese, por ejemplo, en la relevancia que tiene la educación familiar en la iniciación cristiana (cfr. Aparecida, n. 286, 295, 300).
b)      Que una familia se hace evangelizadora de muchas otras familias. Esto se da solamente si ha existido un proceso de formación y maduración en la fe. Por tanto, la pastoral familiar es ineludible para poder despertar y conformar la dimensión misionera del grupo familiar.
c)      Por último,  que la parroquia no se propone llegar sólo a sujetos aislados, sino a la vida de todas las familias, para fortalecer su dimensión misionera. Esto implica que en los planes pastorales de la parroquia, la familia debe contar con una atención especializada, es decir, se deben tener recursos didácticos y metodológicos para poder incidir positivamente en la vida familiar; en ese proceso serán necesarios ministerios específicos, materiales de apoyo para la catequesis familiar y proyectos específicos para que la dimensión misionera de la familia se torne algo concreto (véase también el n. 372).


María en el proyecto de la Iglesia como Familia de Dios
Por último, en una interesante comparación, el documento en una perspectiva mariana sostiene que bajo el ejemplo de María los discípulos de Jesucristo se ven a sí mismos como una familia, la familia de Dios (n. 267). La familia cristiana se inspira en la familiaridad intrinitaria: Creemos que “la familia es imagen de Dios que, en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia” [Puebla, n. 582]. En la comunión de amor de las tres Personas divinas, nuestras familias tienen su origen, su modelo perfecto, su motivación más bella y su último destino (Aparecida, n. 434). Incluso se propone una imagen de la Iglesia muy común en el continente africano, pero que puede tener mucha aceptación en el continente americano, se trata de la Iglesia como familia humana y como familia de Dios (cfr. el documento de Puebla, n. 295). Esta imagen de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática (268) y está orientada hacia una visión más comunitaria de la parroquia, en cuanto se trata de que los fieles experimenten la parroquia como una familia en la fe y la caridad, en la que mutuamente se acompañen y ayuden en el seguimiento de Cristo (n. 305).


Indicaciones generales acerca de la familia cristiana

El documento, en una primera aproximación, cuando habla de LOS LUGARES DE FORMACIÓN PARA LOS DISCÍPULOS MISIONEROS, propone a la familia como uno de esos lugares. El n. 302 resalta el valor antropológico y eclesiológico de la familia, en primer lugar, es vista como patrimonio de la humanidad y como tesoro de los pueblos latinoamericanos. Luego enfatiza su función formativa al interno de la Iglesia, como lugar de iniciación en la fe y como maduración en el testimonio misionero: Ella ofrece a los hijos un sentido cristiano de existencia y los acompaña en la elaboración de su proyecto de vida, como discípulos misioneros.

En cambio, en n. 303 se orienta más en la perspectiva de la  vocación y maduración de vida (cfr. también los nn. 314, 315) que deben alcanzar los miembros de una familia y se propone la catequesis familiar como un medio importante para lograrlo.

Con este numeral 303 está vinculado lo que dice el documento acerca de la centralidad que tiene la familia también en la educación escolar, en cuanto también en ese contexto el deber de la educación familiar, como primera escuela de virtudes sociales, es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Este principio es irrenunciable (n. 339; véase también los numerales 331ss.).

Concentrarse en la promoción de la familia como foco de virtudes humanas y de testimonio misionero supone también el reconocimiento de que requieren mejor atención las familias más sufridas, donde la violencia impera. La dimensión misionera de la familia cristiana no debe pasar de largo ante este tremendo desafío: la opción preferencial por los pobres nos impulsa, como discípulos y misioneros de Jesús, a buscar caminos nuevos y creativos, a fin de responder otros efectos de la pobreza. La situación precaria y la violencia familiar con frecuencia obliga a muchos niños y niñas a buscar recursos económicos en la calle para su supervivencia personal y familiar, exponiéndose también a graves riesgos morales y humanos (n. 409).

En esa misma línea, la Iglesia debe sentirse madre de los inmigrantes: La Iglesia, como Madre, debe sentirse a sí misma como Iglesia sin fronteras, Iglesia familiar, atenta al fenómeno creciente de la movilidad humana en sus diversos sectores (nn. 412, 413, 416; cfr. n. 73).


Indicaciones específicas acerca de la familia cristiana

El documento, no solo da una aproximación general, sino también específica acerca de la familia; hace una serie de afirmaciones que pueden resultar prácticas en la promoción de la familia cristiana. Dando por supuesto que la familia cristiana está fundada en el sacramento del matrimonio entre un varón y una mujer (n. 433) y que la legislación de los diversos países debe tutelarla (n. 436), afirma que la pastoral familiar puede impulsar una serie de medidas (cfr. n. 437):

a)    Comprometer de una manera integral y orgánica a las otras pastorales, los movimientos y asociaciones matrimoniales y familiares a favor de las familias.
b)    Impulsar proyectos que promuevan familias evangelizadas y evangelizadoras.
c)    Renovar la preparación remota y próxima para el sacramento del matrimonio y la vida familiar con itinerarios pedagógicos de fe.
d)    Promover, en diálogo con los gobiernos y la sociedad, políticas y leyes a favor de la vida, del matrimonio y la familia.
e)    Impulsar y promover la educación integral de los miembros de la familia, especialmente de aquellos miembros de la familia que están en situaciones difíciles, incluyendo la dimensión del amor y la sexualidad.
f)     Impulsar centros parroquiales y diocesanos con una pastoral de atención integral a la familia, especialmente a aquellas que están en situaciones difíciles: madres adolescentes y solteras, viudas y viudos, personas de la tercera edad, niños abandonados, etc.
g)    Establecer programas de formación, atención y acompañamiento para la paternidad y la maternidad responsables.
h)   Estudiar las causas de las crisis familiares para afrontarlas en todos sus factores.
i)     Seguir ofreciendo formación permanente, doctrinal y pedagógica para los agentes de pastoral familiar.
j)     Acompañar con cuidado, prudencia y amor compasivo, siguiendo las orientaciones del Magisterio, a las parejas que viven en situación irregular, teniendo presente que a los divorciados y vueltos a casar no les es permitido comulgar. Se requieren mediaciones para que el mensaje de salvación llegue a todos. Urge impulsar acciones eclesiales, con un trabajo interdisciplinario de teología y ciencias humanas, que ilumine la pastoral y la preparación de agentes especializados para el acompañamiento de estos hermanos.
k)   Ante las peticiones de nulidad matrimonial, se ha de procurar que los Tribunales eclesiásticos sean accesibles y tengan una correcta y pronta actuación.
l)     Ayudar a crear posibilidades para que los niñas y niños huérfanos y abandonados logren, por la caridad cristiana, condiciones de acogida y adopción, y puedan vivir en familia.
m)  Organizar casas de acogida y un acompañamiento específico para acudir con compasión y solidaridad a las niñas y adolescentes embarazadas, a las madres “solteras”, a los hogares incompletos.
n)   Tener presente que la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos pide una atención especial hacia las viudas. Buscar la manera de que ellas reciban una pastoral que las ayude a enfrentar esta situación, muchas veces de desamparo y soledad.


Indicaciones específicas dirigidas a los varones-padres de familia
El documento no se conforma con dar indicaciones acerca de la familia como institución; también hace un llamado a un rol básico al interno de la familia en el contexto de una cultura machista: el varón-padre de familia. Las indicaciones están en el n. 463:
a)      Revisar los contenidos de las diversas catequesis preparatorias a los sacramentos, como las actividades y movimientos eclesiales relacionados con la pastoral familiar, para favorecer el anuncio y la reflexión en torno a la vocación que el varón está llamado a vivir en el matrimonio, la familia, la Iglesia y la sociedad.
b)      Profundizar, en las instancias pastorales pertinentes, el rol específico que le cabe al varón en la construcción de la familia en cuanto Iglesia Doméstica, especialmente como discípulo y misionero evangelizador de su hogar.
c)      Promover, en todos los ámbitos de la educación católica y de la pastoral juvenil, el anuncio y el desarrollo de los valores y actitudes que faciliten a los jóvenes y las jóvenes generar competencias que les permitan favorecer el papel del varón en la vida matrimonial, en el ejercicio de la paternidad, y en la educación de la fe de sus hijos.
d)     Desarrollar, en las universidades católicas, a la luz de la antropología y moral cristianas, la investigación y reflexión necesarias que permitan conocer la situación actual del mundo de los varones, las consecuencias del impacto de los actuales modelos culturales en su identidad y misión, y pistas que puedan colaborar en el diseño de orientaciones pastorales al respecto.
e)      Denunciar una mentalidad neoliberal que no descubre en el padre de familia más que un instrumento de producción y ganancia, relegándole incluso en la familia a un papel de mero proveedor. La creciente práctica de políticas públicas e iniciativas privadas de promover incluso el domingo como día laboral, es una medida profundamente destructiva de la familia y de los padres.
f)       Favorecer, en la vida de la Iglesia, la activa participación de los varones, generando y promoviendo espacios y servicios en los campos señalados.   

Las indicaciones son importantes  si se tiene en cuenta que la  participación del varón en la educación de los hijos suele ser muchas veces negativa. Dedicar una parte importante de la pastoral familiar para revertir estas formas negativas de la autoridad del varón en la familia es indispensable en culturas donde el machismo impera.


IV. Valoraciones finales

1.      No se pierda de vista el tratamiento que le da el documento de Aparecida a la concepción de la familia cristiana. Se entiende como forma estructural genética en la conformación de la Iglesia. No es solamente un lugar socio-antropológico, sino también lugar teológico. En cuanto elemento fundante de la Iglesia lleva a considerar la mediación eclesial como Familia de Dios (familia Dei). Este interesante planteamiento tiene ecos en el documento de Puebla y sin lugar a dudas en la eclesiología africana. En un planteamiento más amplio se puede llevar hasta la visión patrística; a confrontarse con una de las tesis centrales de la teología del teólogo J. Ratzinger: Casa y Pueblo de Dios en la teología agustiniana.

2.      La argumentación en torno a la dimensión misionera de la familia cristiana plantea el problema de la concepción antropológica de la familia. Ello implica un análisis contextualizado, en el sentido de que no se puede hablar de una concepción cultural unívoca de la familia. En los ambientes más occidentalizados el concepto tradicional de familia –papá, mamá, hijos- ha entrado en crisis. Dan cuenta de ello el debate jurídico y sociológico en curso acerca de los matrimonios entre personas del mismo sexo, la adopción de hijos por parejas homosexuales o simplemente la negativa a tener hijos. ¿Cómo puede ser misionera una familia que no existe en su forma clásica?

3.      Es necesaria una pertinente fundamentación bíblica y patrística acerca de lo que entienden las fuentes por domus ecclesiae, para referirse a la Iglesia. Lo que sí parece plausible es que originalmente el movimiento cristiano, y posteriormente la Iglesia, no inició como grupo masificado, sino bajo la forma de pequeñas comunidades reunidas en torno a un pater familias encargado de asegurar la tradición familiar, que a su vez se ve inserta en un contexto socio-cultural más amplio.

4.      En la praxis eclesial lo que procede es una adecuada pastoral familiar, que parte de un diagnóstico socio-antropológico de las familias de la parroquia y desemboca en un programa definido de atención social a las familias más pobres, de involucramiento y formación de las familias en lo específico de la fe cristiana y desemboca en un programa definido y constante de evangelización en el cual son protagonistas las familias que despuntan por su conciencia social y por su formación misionera. Todo ello debe estar reflejado en el Plan Pastoral Parroquial, que da fe de la opción que la parroquia ha hecho por la familia

ORACIÓN
Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural (Aparecida, n. 554).

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