Por: Juan Vicente Chopin.
1.
Enfoque
La
misión es un dinamismo constante de «salida». Ya explicábamos en la primea
catequesis que la misión surge en el momento en que, del seno de la Trinidad,
una de las personas divinas toma parte en la historia de la humanidad. A esto
le llamamos el sentido teológico de la misión. Pero como la comunidad de
creyentes debe reproducir en su praxis pastoral esa misma dinámica de salida,
entonces el quietismo vendría a ser un comportamiento contrario a lo que
decimos creer. No es normal para un cristiano encerrarse o estar quieto. En
ese caso estaríamos de frente a una
persona enferma y, por tanto, incapacitada para la misión.
Ahora
bien, mantenerse en un estado de salida tiene sus riesgos. Cuando analizamos la
vida de Jesús, notamos eso, es decir, que él padeció porque salió del seno de
la Trinidad. Se expuso. En este sentido, si nosotros decimos creer en él,
aceptamos la posibilidad de recorrer el mismo camino de sufrimiento. Esto ya
quedó plasmado en los documentos del Concilio Vaticano II: «Pero como Cristo
efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia está llamada
a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la
salvación» (LG, n. 8).
En
un sentido misionero, el dinamismo de salida es normal. Los discípulos van
proclamando el Evangelio de la vida y con un olfato carismático inspirado por
el Espíritu Santo descubren aquellos ambientes donde es más necesario.
El
Evangelio de Mateo nos transmite la historia de un banquete nupcial convocado
por un Rey con motivo del matrimonio de su hijo, al que los invitados oficiales
no acuden por diversos motivos, incluso algunos matan a los criados que les
hacen la invitación y el rey indignado cambia de actitud y hace una invitación
abierta al que quiera participar de la fiesta (cfr. Mt 22,1-14). La parábola se
refiere al rechazo que los judíos hicieron en ese momento a la predicación de
Jesús, pero vale también para nuestros días, en el sentido que todos estamos
llamados a formar parte del Reino de Dios, pero no todos aceptamos esa
invitación. Sin embargo, lo que nos interesa es la actitud del Rey que no se
desalienta por el rechazo inicial a su invitación. Al contrario, dice a sus
discípulos: «Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis,
invitadlos a la boda» (Mt 22,9).
El
hecho de que en muchas regiones del mundo se cierren las puertas a la
predicación evangélica, incluso con el recurso a la violencia, no debe ser
motivo para privarnos de proponer el mensaje de la Buena Nueva. En otras
regiones no se hace recurso a la violencia física pero sí hay un ambiente
hostil a la predicación evangélica, zonas descristianizadas que se
auto-comprenden como post-cristianas.
La
narración advierte también que formar parte de los discípulos no nos exime de
las exigencias anejas a ese estado de vida. El traje de bodas del que habla el
Evangelio se refiere a un modo de vida y un estilo de comportamiento conforme a
los valores del Reino: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?»
(22,12). Del mismo, no podemos conformarnos con formar parte de la masa
cristiana que puebla el mundo, al contrario, estamos llamados a inscribirnos en
el grupo de los discípulos, que se esfuerzan por abrir un espacio en la
historia a la acción del Espíritu Santo, a eso se refiere cuando dice el texto:
«muchos son los llamados, mas pocos los escogidos» (Mt 22,14).
Los
cruces de los caminos vienen a ser hoy esas áreas culturales o areópagos modernos
de los que nos habla la Encíclica Redemptoris
Missio (n. 37). Pero como dice ese mismo documento en el n. 38: «Nuestro tiempo es dramático y al
mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de
ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el
materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de
sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y
modos de concentración y de oración».
Es
nuestra tarea agudizar los sentidos para ir descubriendo esos nuevos desafíos
que nos plantea la realidad y encontrar creativamente las formas de hacerles
frente desde nuestras posibilidades. Aquí cobran fuerza las palabras del Papa
Francisco: «La alegría del Evangelio llena
el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se
dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío
interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría… quiero
dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa
evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la
Iglesia en los próximos años» (Evangelii
Gaudium, n. 1).
2.
Escuchar
al Papa
El
Papa Francisco tiene como eje transversal de su pontificado la alegría, pero es
una alegría que brota de la vivencia generosa del Evangelio, es importante
tomarle la palabra. En su mensaje del Domund
2016 nos dice:
Todos
los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que
es don de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta
la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una
solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de
la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz. El
mandato del Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20) no está
agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales,
a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera, como he señalado también
en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Cada cristiano y
cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos
somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y
atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (20).
En
Papa trata el tema en modo más extenso en su Exhortación Evangelii Gaiudium. Analicemos lo que dice en el n. 2:
El gran riesgo
del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida
interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los
demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza
la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los
creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y
se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de
una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la
vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
3.
La
misión compartida
Predicar
el Evangelio nunca ha sido tarea fácil: «Mirad que yo os envío como ovejas en
medio de lobos» (Mt 10,16). Pablo, consciente de esa tendencia a suavizar las
exigencias del Evangelio, exhortaba a los Romanos a no adecuarse a las modas
del presente, al contrario invitaba a verse como «víctima viva», es decir, ser
no solo un espectador sino involucrarse en primera persona en la predicación
evangélica: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que
ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal
será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien
transformaos mediante la renovación de nuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto»
(Rm 12,1-2).
Las
formas de un cristianismo light, suavizado
y poco exigente, no reflejan las formas del cristianismo originario, al
contrario son expresiones claras de una mundanización de la fe, adecuada ya a
los mecanismos de dominio del mundo. Hay que sobreponernos a esa tendencia
edulcorante de la fe cristiana. Una buena forma de lograrlo es hacer de
nuestras comunidades, comunidades imbuidas de la misión, en un dinamismo
constante de salida.
En
este año jubilar en que se cumple el 90 aniversario de la Jornada Mundial de
las Misiones, promovida por la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y
aprobada por el Papa Pío XI en 1926, es una buena oportunidad para ponernos
nuevas metas, replantear nuestra labor evangelizadora y orientarnos hacia una
pastoral decididamente misionera.
Pautas para el diálogo:
a) Identificar
realidades en el entorno de nuestra comunidad que estén exigiendo una actitud
de salida por parte nuestra, según lo que dice el Papa en su Mensaje: salir de la propia comodidad y atreverse a
llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.
b) Si
nos planteáramos renovar el trabajo pastoral y evangelizador que estamos
realizando, ¿qué acciones tomaríamos con aquellas áreas que presentan un estado
deficitario? Supuesto que sepamos cuáles son esas áreas.
c) Al
cumplirse 90 años de la celebración del Domingo Mundial de las Misiones, ¿qué
propuestas hacemos para darle mayor realce este año a esa celebración?
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