martes, 28 de marzo de 2017

XXXVII ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR ROMERO



XXXVII ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR ROMERO
24.03.2017 – Texto de la Homilía

Pbro. Dr. Juan Vicente Chopin

(Este es el texto de la homilía que se leyó en todas las misas a las que fui invitado) 


1.     Contextualización: “Cien años de fidelidad a la verdad”

En estos días estamos viviendo una serie de factores que hacen pensar que la canonización de Mons. Romero está cerca.

El primer elemento es que, en el marco de la Asamblea Anual del Secretariado Episcopal de Centro América (SEDAC), celebrada en Guatemala, del 21 al 25 de noviembre de 2016, el arzobispo de San Salvador, Mons. José Luis Escobar Alas, fue elegido presidente del organismo eclesial que reúne a los países centroamericanos. De igual forma, el obispo auxiliar de San Salvador, Mons. Gregorio Rosa Chávez, asumirá la secretaría del SEDAC. La nota periodística especifica que la nómina de ambos obispos se hace en el contexto de la posible canonización de Mons. Romero y la beatificación del jesuita salvadoreño Rutilio Grande y agrega otros datos: «corresponderá al nuevo presidente y al nuevo secretario del SEDAC animar los preparativos para la celebración de los 75 años –en 2017– de este importante órgano de comunión y colegialidad de la Iglesia en Centro América, lo mismo que otros proyectos conjuntos de los episcopados centroamericanos, como el camino de preparación para la Jornada Mundial de la Juventud 2019, en Panamá». También tómese en cuenta que fue un obispo salvadoreño, Mons. Luis Chávez y González, quien jugó un papel protagónico en la conformación de este ente colegiado de la Iglesia Católica en Centro América.

El segundo elemento es la visita Ad Limina Apostolorum (a “los umbrales de San Pedro y San Pablo”), que todos los obispos salvadoreños están obligados a realizar entre el 20 y el 25 de marzo de 2017. La elección de la fecha no puede ser casual. El encuentro con el Papa genera mucha expectativa en orden a la canonización y por ello, Mons. Rosa Chávez, recientemente, ha dado declaraciones provocando entusiasmo entre los seguidores de Mons. Romero.

El tercer elemento es que del 9 al 12 de mayo de 2017 los obispos de Latinoamérica y El Caribe, realizarán su Asamblea General en San Salvador, para honrar la memoria de Mons. Romero. Se trata de un acontecimiento de mucha importancia, pues tendremos en nuestro país representación de los jerarcas católicos del continente latinoamericano. No olvidemos que Mons. Romero jugó un papel protagónico en la Asamblea General realizada en Puebla (1979), en vísperas de su martirio.

El cuarto y gran acontecimiento es el centenario del natalicio de Mons. Romero, el 15 de agosto del año en curso. Esta es una buena fecha para la canonización, pero ello va a depender de lo que el Papa diga a los obispos en la visita Ad Limina que están realizando en estos días. Aunque la fecha aparece demasiado próxima, puesto que ello depende de la agenda del Papa y de la comprobación de un milagro. Nosotros estaríamos contentos que se realizara en agosto de este año. En esta línea, ya se habla de un milagro que ha sido admitido y que podría pasar los requerimientos canónicos. En todo caso, mejor vamos a esperar las noticias que nos traigan nuestros pastores, para sustentar mejor nuestro deseo de ver a Mons. Romero canonizado.

Como podemos ver, el año 2017 será un año intenso para los cristianos salvadoreños, en cuanto respecta la memoria de los mártires. El proceso canónico de Rutilio Grande está muy avanzado y el centenario del natalicio de Mons. Romero atraerá la atención de la opinión pública nacional e internacional. De modo que no obstante la situación de crisis social, de confrontación política y de corrupción que vive nuestro país, estas son noticias que deben llevarnos a levantar nuestra estima. La figura de Mons. Romero pone en alto el nombre de El Salvador, pero está a nosotros hacer el propósito de hacer bien las cosas y aprovechar este signo de los tiempos. Ese debe ser nuestro mayor empeño.

2.     Mons. Romero, el «Testigo fiel» de los salvadoreños

Este año, el aniversario del martirio de Mons. Romero concurre en día viernes, y como todos los viernes de cuaresma, se tiene muy presente la tradición popular del Via Crucis. Como Jesús, Mons. Romero vivió su propio calvario, pero también, como él, resucita de la muerte. Así como el contubernio de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos no pudieron evitar que los discípulos de Jesús proclamaran su resurrección. Así tampoco, la alianza perversa de la oligarquía recalcitrante, los escuadrones de la muerte y los eclesiásticos que los secundaron, no pudieron contener el que Mons. Romero resucitara en su pueblo. De ello dan prueba los miles de personas que lo respetan como santo. Ya en su momento, Don Pedro Casaldáliga dejaba constancia de los oscuros motivos de la muerte de Mons. Romero, cuando dijo en su memorable poema: «Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa. Como Jesús, por orden del Imperio».

Pero Mons. Romero viene a ser en nuestros días el «Testigo Fiel» del que habla el libro del Apocalipsis, es decir, «el Primogénito de entre los muertos» salvadoreños (cfr. Ap 1,5). Siguiendo las indicaciones del Apocalipsis, Mons. Romero es el Ángel de la Iglesia Salvadoreña, porque Dios conocía su tribulación, su pobreza y las calumnias de sus asesinos, que se llaman cristianos sin serlo, y que son en realidad como dice el mismo texto «una sinagoga de Satanás» (Ap 2,9). Así, en nuestro mártir se cumple la escritura que dice «mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: el vencedor no sufrirá daño de la muerte» (Ap 8,10-11). Mons. Romero es ese cordero salvadoreño que fue degollado pero que sigue en pié (Ap 5,6). Y sus compañeros mártires «son los que vienen de la gran tribulación; [los que] han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero» (Ap 7,14). A ellos nuestro respeto y admiración.

Mons. Romero y el padre Rutilio Grande pueden ser comparados con los dos testigos de los que habla el Apocalipsis: «Ellos son los dos olivos y los dos candeleros que están en pie delante del Señor de la tierra». Como dice el texto: «Si alguien pretendiera hacerles mal, saldría fuego de su boca y devoraría a sus enemigos». Y esto está sucediendo: la memoria de los mártires está por encima de la memoria de los verdugos. La Bestia ―entiéndase Roberto D’Aubuisson y sus corifeos― mancilló su humanidad, les hizo la guerra, los venció, los mató. Dejó sus cadáveres tendidos en las ciudades que no son Sodoma y Egipto, sino San Salvador y El Paisnal, «allí donde también su Señor fue crucificado». El texto continúa diciendo que «no está permitido sepultar sus cadáveres». Y tiene que ser así, para que quede constancia de la entrega de estos hermanos nuestros y constancia también de la insaciable maldad de sus asesinos. Pasados tres días y medio ―dice el texto― «un aliento de vida procedente de Dios entró en ellos y se pusieron de pie». Y una voz fuerte les dijo «“Subid acá”. Y subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos». Nosotros, testigos de estas cosas, así como se dio en Mons. Romero y en Rutilio Grande, damos «gloria al Dios del cielo» (cfr. Ap 11,1-13).


3.     Las idolatrías de nuestros días: actualidad del pensamiento de Mons. Romero

El pensamiento y la predicación de Mons. Romero siguen teniendo actualidad. Al respecto voy a referirme a su Cuarta Carta Pastoral, titulada oportunamente: Misión de la Iglesia en medio de la crisis del país, firmada el 6 de agosto de 1979.
La carta está inspirada en el texto del documento de Puebla (27 de enero al 12 de febrero de 1979). Entre los motivos que dieron origen a la carta se mencionan las «nuevas formas de sufrimientos y atropellos [que] han empujado nuestra vida nacional por caminos de violencia, venganza y resentimiento»; habla también de «esperanzas y expectativas» (cfr. n. 3).

En ese contexto, Mons. Romero habla de evitar dos reduccionismos en el proceso evangelizador: por una parte, acentuar solo los elementos trascendentales de la espiritualidad y del destino humano; por otra parte, destacar solo los elementos inmanentes del Reino de Dios (cfr. n. 36). En el primer caso, se llevaría a los fieles a no interesarse por las situaciones que aquejan a las personas en la historia. En el segundo caso, se prescindiría de la gracia de Dios y de la misión de la propia Iglesia. Como camino de solución, Mons. Romero indica cinco pasos: 1) Una sólida orientación doctrinal; 2) La denuncia profética del pecado, en función de conversión; 3) Desenmascarar las idolatrías de nuestra sociedad; 4) Promover la liberación integral del hombre; 5) Urgir cambios estructurales profundos.

El primer paso se refiere a la prioridad que tiene Dios y su revelación en el proceso evangelizador. En esto el magisterio de Mons. Romero encuentra plena correspondencia con el magisterio del Papa Francisco, quien afirma: «En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios» (EG 12). Mons. Romero advierte cuán necesaria es la verdad de la revelación de frente a la mentira de los hombres: « ¡Qué necesaria resulta esta “columna de la verdad” en un ambiente de mentira y falta de sinceridad, donde la misma verdad está esclavizada bajo intereses de la riqueza y el poder! » (n. 38).

El segundo paso, la denuncia profética de la mentira, la injusticia y de todo pecado que destruya los proyectos de Dios, no tiene una finalidad negativa, «sino que tiene un carácter profético, busca la conversión de los que cometen el pecado» (n. 41). Naturalmente, hay sectores de poder afincados en el pecado que reaccionan negativamente ante la denuncia profética, llegando hasta la persecución de los heraldos del Evangelio.

El tercer paso suponía desenmascarar las idolatrías de ese momento. Él menciona tres: 

a) Absolutización de la riqueza y de la propiedad privada, 
b) Absolutización de la seguridad nacional, 
c) Absolutización de la organización.

En cuanto respecta la absolutización de la riqueza y la propiedad privada, sus palabras resuenan con fuerza en la actualidad:

La absolutización de la riqueza y de la propiedad lleva consigo la absolutización del poder político, social y económico, sin el cual no es posible mantener los privilegios aun a costa de la propia dignidad humana. En nuestro país, esta idolatría está en la raíz de la violencia estructural y de la violencia represiva y es, en último término, la causante de gran parte de nuestro subdesarrollo económico social y político.

Este es el capitalismo que condena la Iglesia en Puebla siguiendo el magisterio de los últimos Papas y de Medellín. Quien lee estos documentos diría que están describiendo las situaciones de nuestro país que sólo pueden defender el egoísmo, la ignorancia o el servilismo (n. 45).

Estos planteamientos de Mons. Romero encuentran perfecta sintonía con el magisterio del Papa Francisco cuando afirma los cuatro no contra el capitalismo salvaje: “no a una economía de la excusión”, “no a la idolatría del dinero”, “no a un dinero que gobierna en lugar de servir”, “no a la inequidad que genera violencia” (EG, nn. 52-60). Así se expresa el Papa Francisco: “El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta” (EG, n. 56).

En lo que toca la absolutización de la seguridad nacional, este aspecto ha tomado matices distintos. Si en el período de la guerra fría se entendía como fortalecimiento de los regímenes militares instalados en los gobiernos de los países latinoamericanos, en la actualidad reaparece en lo que se ha llamado “golpes de estado suaves”, es decir, maniobras mediáticas para desprestigiar a las personas que han representado a los sectores más desprotegidos. En nuestro país adquiere la forma de una «dictadura judicial», donde los magistrados de la sala de lo constitucional aparecen no como legisladores al servicio de las mayorías populares, sino al servicio de las élites acomodadas de la oligarquía salvadoreña y a partidos políticos que históricamente se han servido de la buena voluntad del pueblo salvadoreño, pero nunca lo sacaron de pobreza.

La tercera absolutización de la que habló Mons. Romero fue la que se refiere a las organizaciones populares. Monseñor dice que este tipo de absolutización en principio tiene una finalidad buena, «porque surge del pueblo en uso del derecho de organización para procurar, teóricamente, el bien del mismo pueblo» (n. 49). A renglón seguido enumera la serie de degeneraciones en las que incurre dicha absolutización: politiza demasiado su actuación, como si la dimensión política fuera la única o la principal en la vida personal de los campesinos, obreros, maestros, estudiantes; trata de subordinar a sus objetivos políticos la misión específica de otras organizaciones gremiales, sociales y religiosas; la dirigencia de una organización, absolutizada por el problema político, puede desinteresarse prácticamente de otros problemas reales o desatender los criterios ideológicos de la base, que son los mismos problemas y criterios que interesan a la mayoría del pueblo; llega a tan alto grado de sectarismo, que le impide establecer diálogo y alianza con otro tipo de organización también reivindicativa; lo más grave de este fanatismo de la organización es que convierte una posible fuerza del pueblo en un obstáculo para los mismos intereses del pueblo y para un cambio social profundo (n. 49).

En la actualidad, lo que podemos notar es que los dos partidos políticos más grandes de este país, con tal de mantener sus intereses partidarios, se han olvidado de solventar los problemas reales que aquejan a nuestra sociedad. Ni las elites acomodadas invierten en las zonas marginales. Ni el partido en el poder ha logrado realizar la revolución cultural que urge a los salvadoreños. Sus dirigencias están tan dogmatizadas que ya rayan en la gerontocracia, con evidentes visos de intolerancia y la consiguiente falta de entendimiento, todo ello en detrimento de las mayorías populares. Los pocos logros que se van alcanzado quedan ofuscados por la furibunda guerra mediática a que somos sometidos permanentemente los salvadoreños.

4.     Las realidades que esperan redención

La sociedad salvadoreña vive en una permanente cuaresma sin ver claro el día de su resurrección. De modo que es importante que nosotros, si nos decimos discípulos de Jesús, nos empeñemos en hacer posible esa aurora que tanto necesita nuestro pueblo. De tal manera que debemos poner en evidencia aquellas realidades que necesitan redención.

1.     Dada la derogación de la Ley de Amnistía, que protegía a muchas personas involucradas en crímenes de lesa humanidad, nos unimos a los sectores sociales que piden se reabra el caso de Mons. Romero: «Solicitamos la apertura del proceso penal contra responsables intelectuales, materiales y cómplices del asesinato de monseñor Oscar Romero».
2.     Queremos que se tome en serio la petición presentada por nuestro arzobispo, en el sentido de que se apruebe una ley que prohíba la explotación minera en El Salvador. Estamos esperando también la aprobación de la Ley del agua. A propósito de esto, el Papa ha dicho que existe la «tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico» (LS, 30).

Algunos voceros de la oligarquía recalcitrante de este país, han pretendido acallar la voz del actual arzobispo. Nos llama la atención una de las frases utilizadas: «El retorno de la iglesia a la política nos llena de tristeza». En esto nos unimos a las voces que ya han respondido a dicha provocación: a la Asociación de Radios Comunitarias (Arpass), que hablan del retorno a un lenguaje ‘escuadronero’, como el que en su tiempo fustigó a Mons. Romero. A la nota del señor Héctor Silva Ávalos, y a los lúcidos análisis que hace en su artículo titulado «extrañas voces» (Revista Factum). Y al editorial de la UCA a propósito de este tema.

La tristeza de los oligarcas contrasta con la alegría del Evangelio de la que habla el Papa Francisco. La oligarquía salvadoreña está contenta cuando la iglesia se acomoda a sus intereses y se entristece cuando ella apoya las mayorías populares. Esa actitud es comprensible, porque ellos nunca han estado de parte de los pobres, prueba de ello es que, en tantos siglos de dominio ejercido sobre esta nación, no han querido sacarla de la miseria. Pero comprendemos su tristeza, porque a nosotros nos alegra que los campesinos tengan vida y no cáncer provocado por la explotación minera. Su tristeza no es debida al hecho de que el actual arzobispo se pronuncie contra la minería, sino a la segmentación centenaria de la serie de injusticias cometidas por dicho poder hegemónico. Su tristeza, en definitiva, es producto de la serie de pecados que han cometido, el principal de ellos es el asesinato de Mons. Romero.

En tanto en cuanto los poderes hegemónicos de este país no logren ponerse de acuerdo, no solo el la salvaguarda de sus intereses, sino también y sobre todo, los intereses del pueblo, nunca tendremos paz en El Salvador.

Que Dios, por intercesión de Mons. Romero, bendiga a nuestro pueblo.


5.     Lecturas recomendadas

Matt Eisenbrandt, Assassination of a Saint. The Plot to Murder Óscar Romero and the Quest to Bring His Killers to Justice, University of California Press, California 2017. Epílogo de Benjamín Cuéllar. Reseña en la Revista Factum.

Anselmo Palini, Una terra baganta dal sangue. Oscar Romero e i martiri di El Salvador, Paoline, Roma 2017. Prefacio de J. M. Tojeira y epílogo de Juan Chopin.

Juan Vicente Chopin, Teología del martirio cristiano. Implicaciones socio-eclesiales, Fundacultura, San Salvador 2017.

José Luis Escobar Alas, Carta Pastoral «Ustedes También Darán Testimonio, Porque Han Estado Conmigo Desde el Principio» (Cf., Jn 15, 27).

Carlos Dada, «Así matamos a Mons. Romero», artículo del 22 de marzo de 2010. Periódico El Faro.


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