jueves, 16 de mayo de 2013

VIDAS PARALELAS: MONS. MARIO ENRIQUE RÍOS MONTT, Y SU HERMANO EL DICTADOR





El día de la madre, recién pasado, los medios de comunicación social y las redes sociales informáticas, se hicieron cargo de hacer pública la noticia de la condena del exdictador guatemalteco Efraín Ríos Montt. No obstante esto, con toda la relevancia que comporta dicha noticia, hay aspectos que el ojo mediático tarda más tiempo en percibir. Que la condena de Efraín Ríos Montt, aunque parezca algo evidente, no es fruto de la casualidad. Voy a mencionar solamente una de las columnas que ha sostenido esta sentencia histórica para Guatemala y para la región Centroamericana.
Al respecto, Efraín Ríos Montt tiene un hermano que es obispo de la Iglesia Católica guatemalteca. Mons. Mario Enrique Ríos Montt, quien a partir de 1987 se desempeñó como obispo auxiliar de la Ciudad de Guatemala. Se jubiló en el año 2010, pero fue reclamado de nuevo al ejercicio del episcopado, para atender de emergencia el Vicariato Apostólico de Izabal, en la costa atlántica de Guatemala.
Mons. Mario Enrique Ríos Montt ejerce el sacerdocio desde 1959, con lo cual es contemporáneo de eventos eclesiales como el Concilio Vaticano II (1962-1965) y el despunte en Medellín de la Iglesia Latinoamericana que optaba por los pobres en 1968, opción respaldada por el papa Pablo VI. 
En cambio su hermano, el dictador, llegó al poder por medio de un golpe de Estado el 23 de marzo de 1982, derrocando al general Aníbal Guevara, electo el 7 de marzo de ese mismo año.
En este orden, la política contrainsurgente del dictador consistía, en el modo clásico, en organizar las Patrullas de Autodefensa Civil y orientar al ejército a la represión indiscriminada contra todo movimiento de organización social en defensa del pueblo. Su dictadura tenía una peculiaridad, en cuanto se creía un elegido por Dios para erradicar el mal en el mundo. Efraín Ríos Montt fue precursor de la secta evangélica denominada “Iglesia del Verbo”, con sus dos formas de inserción social: la Fundación de Ayuda al Pueblo Indígena (FUNDAPI) y el Instituto Lingüístico de Verano, que contaron siempre con una fuerte ayuda económica proveniente de Norteamérica.
El dictador, en un arrebato de delirio mesiánico y en el marco de la visita del Papa Juan Pablo II a Guatemala (1983), saludó con seis fusilamientos y actos de agravio a la máxima autoridad católica. Juan Pablo II había pedido que se perdonara la vida de los condenados, pero no fue escuchado.
Por otra parte, también es verdad que la folía del dictador-mesías reforzó el movimiento revolucionario, ya que en 1982 se organizó una alianza estratégica para los movimientos alzados en armas: la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).
En las postrimerías del conflicto armado guatemalteco fue asesinado Mons. Juan Gerardi, quien había sido consagrado obispo en 1967 y nombrado tercer obispo de la diócesis de Santa Cruz de El Quiché, el departamento más pobre de Guatemala y con alta densidad de población indígena. Por su acción pastoral en favor de los indígenas Gerardi tuvo fuertes confrontaciones con el Gobierno y el Ejército, problemas que condujeron al cierre de la diócesis. Después de un período de exilio en Costa Rica, Gerardi renunció jurídicamente a la diócesis de El Quiché (14 de agosto de 1984) y fue nombrado obispo auxiliar de la arquidiócesis de Guatemala, donde trabajó en la creación y coordinación de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (1989). Fue el principal protagonista del proyecto REMHI (Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica), y junto a un grupo de laicos compiló en cuatro tomos —todos publicados en internet— los principales atropellos contra los derechos humanos en Guatemala durante el conflicto armado.
Gerardi, después de presentar esta compilación en acto público, el 24 de abril de 1998, con el cual concluía tres años de intenso trabajo, fue asesinado el domingo, 26 de abril de 1998, entre las 09:45 y las 10:30 de la noche, mientras se encontraba en el garaje de la casa parroquial de la Iglesia de San Sebastián (Ciudad de Guatemala). Su cabeza fue desfigurada utilizando una piedra o material de ripio, que utilizó su verdugo para asesinar al obispo que luchó para darle rostro a la verdad y a los Derechos Humanos de las víctimas del conflicto armado en Guatemala.
Ahora bien, en este contexto de violencia y de urgencia por recuperar la memoria histórica en Guatemala, hace contraste al dictador, el trabajo de Mons. Mario Ríos Montt, hermano del dictador. Su actitud no fue de condescendencia con su hermano; por el contrario, orientó su palabra profética en vistas a restituir la dignidad de las víctimas.
El 29 de octubre de 1998, Mons. Mario Enrique Ríos Montt se expresó en los siguientes términos, para referirse a la muerte de Mons. Gerardi: “«La impunidad que, hasta ahora, ha  rodeado el asesinato contra monseñor, deja al descubierto la persistencia de grupos oscurantistas dispuestos a cobrar el más alto costo en vidas humanas para no perder su poder fincado en la injusticia y el miedo.  Y más, mantener vigente una ley no escrita que ejercen desde hace mucho: decidir sobre la vida y la muerte de las personas. Mientras los aparatos de la muerte no sean desmantelados, aquí no concluirá la azarosa transición hacia el Estado democrático de derecho [...] Guatemala nunca más no es una simple denuncia; es, sobre todo, un anuncio. La buena nueva de la resurrección del pueblo martirizado» (M. E. Ríos, «Mártir de la verdad. In memoriam Monseñor Juan Gerardi», CEG, Monseñor Juan Gerardi: testigo fiel, p. 250).
Lo que quiero resaltar del párrafo anterior es la idea según la cual mientras los aparatos de la muerte no sean desmantelados, aquí [en Guatemala] no concluirá la azarosa transición hacia el Estado democrático de derecho. Este es un punto de inflexión. Para Mons. Mario Enrique Ríos Montt existe una directa proporción entre el combate a las estructuras corruptas del Estado y de la sociedad en general y el advenimiento del estado de derecho y del Estado democrático.
En dos cosas tienen actualmente la precedencia en la región centroamericana nuestros vecinos guatemaltecos: en la meticulosa recuperación de la memoria histórica, a manos de la Iglesia Católica guatemalteca (REMHI) y la efectiva identificación y consiguiente enjuiciamiento de los responsables de las injusticias cometidas durante el conflicto armado. En este modo de proceder no hay ambigüedad ni falsos temores.
La justicia guatemalteca, al proceder en un modo tan efectivo contra los verdugos del pueblo no ha tenido que hacerles concesiones, no ha dialogado con ellos a espaldas de su pueblo. No me extrañaría que los guatemaltecos accedan, en los próximos años, a un mejor estado de vida, económica y social.
En consecuencia, la dialéctica vital se abrió paso en Guatemala. Efraín Ríos Montt, el dictador, va a prisión por genocida. En cambio, Mons. Mario Enrique Ríos Montt, en otro tiempo perseguido por su hermano, puede dar gracias a Dios, porque por lo menos en un país centroamericano se hizo justicia a alto nivel.

Finalmente, con el hecho histórico del enjuiciamiento del dictador Efraín Ríos Montt, en Guatemala la Palabra de Dios se ha vuelto veraz: “¡Serpientes, raza de víboras!, ¿cómo lograrán escapar de la condenación del infierno? Desde ahora les voy a enviar profetas, sabios y maestros, pero ustedes los degollarán y crucificarán, y a otros los azotarán en las sinagogas o los perseguirán de una ciudad a otra. Al final recaerá sobre ustedes toda la sangre inocente que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que ustedes mataron ante el altar, dentro del Templo. En verdad les digo: esta generación pagará por todo eso” (Mateo 23,33-36).

martes, 7 de mayo de 2013

PERSEVERAR EN LA FE




“No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”
(Hch 4,20)


INTRODUCCIÓN
Esta reflexión integra dos elementos: fe y perseverancia. Esto ya delimita lo que podemos decir.
La fe es una virtud sobrenatural, que junto con la esperanza y la caridad constituye el núcleo fundamental de la vida cristiana. Para ser cristiano se necesita, como condición indispensable, la práctica de esas tres virtudes.
En cambio la perseverancia es una virtud que en sentido general se entiende como el esfuerzo continuado y sostenido que hace la persona para permanecer en el ejercicio del bien no obstante las dificultades.
Ahora bien, cuando hablamos de perseverar en la fe, ¿a qué nos referimos? Nos referimos, por una parte, al testimonio —de palabra y de obra, cotidiano y sistemático— que tenemos que dar acerca de aquello en lo decimos creer; por otra parte, se refiere al constante esfuerzo por conocer a profundidad los elementos constitutivos o contenidos de la fe.
Por consiguiente, par perseverar en la fe se requiere como mínimo que uno sepa distinguir entre el ACTO DE FE y los CONTENIDOS DE LA FE. Una cosa es que una persona diga “yo creo en Jesucristo” y otra cosa distinta es que sepa explicar en qué consiste “creer en Jesucristo”.

1.    ANÁLISIS DEL TEXTO BÍBLICO
Para nuestra reflexión se nos propone un episodio muy interesante que encontramos en los capítulos 3 y 4 del libro de los Hechos de los Apóstoles.
Tomemos en cuenta que este episodio se refiere a la primera expansión del cristianismo naciente. En ese período los predicadores o misioneros son todavía los mismos apóstoles y unos pocos colaboradores. ¿Qué es lo importante que debemos notar? Que no obstante que ellos eran apóstoles y gozaban de gran respeto entre sus hermanos de fe, sin embargo, cuando tenían que testimoniar su fe en la resurrección de Jesucristo y hacían signos para comprobar esa fe, eran perseguidos: encarcelados, azotados y recriminados, por lo que andaban haciendo. Todo ese ambiente adverso requería una actitud de perseverancia para no desfallecer en su fe de frente a los ataques que estaban padeciendo.

Testimonio de frente al pueblo
El contexto es el siguiente. Pedro y Juan, en los días inmediatamente posteriores a la resurrección, habían iniciado la predicación y la realización de signos, de modo que un día que subían al Templo de Jerusalén para orar, un hombre que había nacido tullido desde su nacimiento se ponía a la entrada del Templo a pedir limosna y, justamente, cuando Pedro y Juan iban entrando les pidió limosna. Pero, Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar” (Hch 3,6). Con estas palabras el tullido quedó sano, daba gloria a Dios y el pueblo creía en la palabra y en los signos que hacían los Apóstoles.
Aquí tenemos un primer elemento que no debemos pasar por alto.  Creer en Jesucristo significa participar de un poder especial, un poder que sólo tiene sentido si se pone al servicio de las personas que sufren. Los apóstoles y los cristianos en general no realizan su misión porque tengan dinero, oro o plata, sino porque confían con todas sus fuerzas que Jesucristo puede obrar por medio de ellos, siempre y cuando lo hagan con humildad.
Esa humildad queda bien evidenciada, según podemos notar en el texto, cuando nos dice que Pedro habló a los israelitas para decirles que el milagro no era obra de ellos, sino de Dios:
«Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste estaba resuelto  a ponerle en libertad» (Hch 3,12-13).

Podemos notar un alto grado de humildad en los apóstoles, que no se arrogan para sí mismos el poder de sanar, sino que lo atribuyen a Dios.
Además de la humildad encontramos otras dos características en el testimonio misionero de los Apóstoles: conocimiento de lo que tienen que predicar y valentía para predicarlo públicamente.
Los Apóstoles Pedro y Juan saben lo que tienen que predicar, no dudan que el contenido de su predicación son los hechos históricos de la muerte y resurrección de Jesucristo; pero no se esconden con miedo, sino que salen a las calles a predicar ese asesinato, que por la fe, se convierte en fuente de salvación. Y estas dos características las encontramos en sus palabras:
«Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hch 3,14-15).

Digamos lo mismo en modo de pregunta:
·         ¿Cuál es el dato histórico que conocen los Apóstoles? La muerte injusta de Jesús provocada por los judíos y autoridades romanas.
·         ¿Qué es lo que tienen que testimoniar? La resurrección de Jesús.

Por consiguiente, la fe es el conocimiento y aceptación de un dato histórico y salvífico —la pasión, muerte y resurrección de Jesús— y la capacidad de testimoniar públicamente eses dato histórico y salvífico. La fe supone un orden: primero se conoce a Jesús, se tiene un encuentro con él y luego se habla a los demás de ese encuentro. En este caso se cumple el dicho popular: “nadie puede dar lo que no tiene”.
Por consiguiente, perseverar en la fe, significa dar frutos de fe. La sanación del tullido no es consecuencia de un acto de magia, sino de un acto de fe. Y una vez sanado se convierte en signo creíble de la fe. De modo que debemos tener fe y dar frutos de fe. Así lo dice el texto, refiriéndose a aquél que ha sido sanado por Pedro:
«Y por la fe en su nombre, este mismo nombre ha restablecido a éste que vosotros veis y conocéis; es, pues, la fe dada pos su medio la que le ha restablecido totalmente ante todos vosotros» (Hch 3,16).

Testimonio de frente a las autoridades judías
Hay personas que tienen una gran fe, como los Apóstoles, pero hay personas que no sólo manifiestan indiferencia ante la fe, sino que son declaradamente contrarias a la fe. Pero, el cristiano no puede echarse para atrás ante las adversidades. Justamente, el cristianismo consiste en seguir a uno que no murió de muerte de natural, sino asesinado, ello da forma a nuestro modo de creer. Nosotros creemos en un mártir (testigo); en el primer testigo de la historia. Como dice el libro del Apocalipsis, creemos en el «Testigo Fiel, el Primogénito de entre los muertos» (Ap 1,5).
No nos extraña, entonces, lo que le pasó a Pedro y Juan, después de realizar el milagro de curar al hombre tullido. Ellos fueron capturados y encarcelados, interrogados y amenazados.

Capturados y encarcelados:
«Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente» (Hch 4,3).
Interrogados:
«Les pusieron en medio y les preguntaban: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?» (Hch 4,7).
Amenazados:
«Pero a fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen y más a nadie de este nombre.
Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús» (Hch 4,17-18).

Pero, todo ese atropello no detuvo a los Apóstoles, por el contrario, todas esas contradicciones con los jefes de los judíos les confirmaban que su testimonio era verdadero, en cuanto causaba el mismo malestar que causó el testimonio de Jesucristo.
Los Apóstoles, aun de frente a quien puede matarlos, afirman su fe en Jesucristo y los signos que se van cumpliendo en su nombre, es decir, perseveran en la fe. Y así lo afirman:
«Sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos» (Hch 4,10).

Dan, primero, testimonio delante al pueblo y luego delante a los jefes del pueblo. En última instancia, y este es el fundamento de la perseverancia en la fe, los Apóstoles se atienen a la veracidad de las obras que realizan en fidelidad a Jesucristo y por obediencia a Dios, que es el único verdaderamente absoluto:
«Pedro y Juan les respondieron: “Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” » (Hch 4,19-20).

Este es el testimonio de los Apóstoles: humilde, consciente y valiente. Y ese modo de comportamiento debe también caracterizar nuestra perseverancia en la fe.

2.    INDICACIONES DEL PAPA BENEDICTO XVI ACERCA DE LA FE EN EL DOCUMENTO “PORTA FIDEI”
Para estas reflexiones me apoyaré en el documento Porta Fidei, pues el Papa profundiza aspectos que pueden resultar muy útiles para nuestra vida como discípulos de Jesucristo, dispuestos a perseverar en la fe.
De entrada el Papa nos invita a dar testimonio de Jesucristo:
n. 6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.

Así como Pedro y Juan obedecen en primer lugar a la necesidad que tiene el hombre tullido de ser sanado, así los discípulos de Jesucristo hoy deben obedecer el llamado imperativo de la caridad:
n. 7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19).
La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.

El Papa hace una distinción fundamental para poder perseverar en la fe:
n. 10. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10).
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia.
Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia.

Ahora nos preguntamos, ¿cómo se hace para conocer los contenidos de la fe? Pues sólo quien ha asimilado los contenidos de la fe está en condiciones de dar un asentimiento de fe más consciente y puede saber a qué es lo que debe ser fiel. Las fuentes principales para conocer los contenidos de la fe son la Sagrada Escritura y el Catecismo de la Iglesia Católica. El Papa, en su documento, habla de la importancia de estudiar el Catecismos de la Iglesia Católica:
n. 11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable.
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica
n. 12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.

Tenemos múltiples ejemplos de fe, por lo cual no tenemos excusas para no entregarnos también nosotros a testimoniar y perseverar en la fe. Así nos lo recuerda el Papa:
n. 13:
·         Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38).

·         Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28).


·         Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).

·         Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio…

·         Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar.

·         Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf.Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.

·         También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

Por último es importante recordar la íntima relación que existe entre fe y caridad, pues la fe sin una praxis de caridad sería un narcisismo, es decir, una acto individualista que se orienta solamente a una amistad con el Señor ciertamente intimista, pero que aparta de la entrega misericordiosa de las personas por los más necesitados. El Papa lo dice en un modo muy interesante:
n. 14:
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida.

3.      CONCLUSIÓN
Después de este breve recorrido de los capítulos 3 y 4 del libro de los Hechos de los Apóstoles podemos notar que perseverar en la fe supone una serie de elementos indispensables para que nuestro discipulado sea creíble:
·         Hay que saber lo que el discípulo tiene que testimoniar: la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo.
·         Perseverar en la fe supone, por una parte humildad, reconociendo que todo lo que hacemos es apoyándonos con fe en el poder de Dios obrado en Jesucristo.
·         También es necesario el valor, para no amedrentarse ante los desafíos que presenta el mundo.
·         El tercer elemento es el testimonio, que debe ser claro y decidido.
Los elementos que rescatamos de la doctrina del Papa en el documento Porta Fidei:
·         Es importante distinguir entre el acto de fe y los contenidos de la fe. El acto de fe es la decisión libre, como respuesta, al amor de Dios comunicado en Jesucristo. En cambio los contenidos de la fe son aquellos principios doctrinales y bíblicos que debo conocer acerca de mi fe cristiana.
·         Los documentos indispensables para conocer los contenidos de la fe son el Catecismo de la Iglesia Católica y la Sagrada Escritura.
La fe tiene sentido solamente si desemboca en actos concretos de caridad. La fe, la esperanza y la caridad son virtudes que han de practicarse si efectivamente queremos ser cristianos creíbles, discípulos auténticos de Jesucristo.

LA UNIVERSIDAD DONDE TRABAJO EN EL SALVADOR

LA UNIVERSIDAD DONDE ESTUDIE Y DONDE INICIE LA DOCENCIA

Seguidores