jueves, 18 de septiembre de 2014

CATEQUESIS N. 2: EL DINERO Y LA TRISTEZA DEL MUNDO




1.      ENFOQUE

Una de las frases más duras de Jesús es la que se refiere a los ricos, cuando afirma que «es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos» (Mateo 19,24). La expresión está precedida por la narración del joven rico que se sintió incapaz de emprender un camino de seguimiento, a partir de la renuncia de sus bienes. El texto dice claramente que el joven «se marchó triste, porque tenía muchos bienes» (Mateo 19,22). El Papa Francisco encuentra una explicación a esto: «Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios» (Mensaje, 2).

Lo cierto es que una riqueza insolidaria, necesariamente decantará en la violencia. Lo saben las empresas de los países del primer mundo que se dedican a la explotación minera; a ellos no les importa contaminar el ambiente de los países pobres, mientras en sus países se jactan hipócritamente de cuidar el medio ambiente. Lo saben las transnacionales que producen bebidas gaseosas, jugos y agua embotellada, que explotan el agua de los países pobres hasta depredar los mantos acuíferos sin que las autoridades locales les digan algo, siempre y cuando les cierren la boca con un puñado de dólares, mientras muchos hogares en esos países no tienen agua potable para el consumo. Lo saben los productores de celulares y aparatos electrónicos que buscan incansablemente el coltán en el Congo, sin importarles provocar guerras entre las etnias africanas. Lo saben los explotadores norteamericanos de los diamantes de Sierra Leona y sus lacayos locales, que no les ha importado realizar masacres y utilizar niños para hacer la guerra, siempre y cuando esté asegurado el tráfico de las piedras preciosas.

El mismo Bartolomé de las Casas, ya desde los primeros años del proceso colonizador, se dio cuenta que no podían caminar juntas su condición de clérigo con la de encomendero. Así, un día, como él mismo refiere, leyó el texto del Eclesiástico que dice:

Ofrecer en sacrificio el fruto de la injusticia es presentar una ofrenda defectuosa, y los dones de los impíos no son aceptados. El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos, y no es por el número de víctimas que perdona los pecados. Como inmolar a un hijo ante los ojos de su padre, es presentar una víctima con bienes quitados a los pobres. Un mendrugo de pan es la vida de los indigentes: el que los priva de él es un sanguinario. Mata a su prójimo el que lo priva del sustento, derrama sangre el que retiene el salario del jornalero. (Eclesiástico 34,18-22).

Desde entonces, decidió hacerse fraile dominico y sumarse a la lucha en defensa de los indígenas.

El Papa Francisco y toda la tradición de los profetas llama a este fenómeno la idolatría del dinero, en la cual Dios pasa a segundo plano y los seres humanos se convierten en simples mercancías, piezas del ajedrez del mercado mundial.

Y lo peor de todo es que a aquellos que estamos llamados a alzar la voz para proteger a los más necesitados, se nos aplican muy bien las palabras del profeta Isaías: «¡Esos cuidadores están todos ciegos, no saben nada! Son todos como perros mudos, que no pueden ladrar. Tendidos en sus lechos, no hacen más que dormir y soñar» (Isaías 56,10).

Estamos, pues, llamados a un testimonio responsable, en el que nos asumamos como la voz de los que no tienen voz. 


2.      ESCUCHANDO AL PAPA

El Papa nos advierte en su Mensaje, que «el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Evangelii Gaudim, 2) (Mensaje, n. 4).


3.      LA MISIÓN COMPARTIDA

Pero no sólo eso, el Papa, en su habitual valentía profética ha dicho cuatro «no» al capitalismo salvaje. Nosotros podemos analizar si en nuestro contexto se está dando esto que el pontífice nos propone.
—Primero: No a una economía de la exclusión
Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». (Evangelii Gaudium, n. 53).
—Segundo: No a la nueva idolatría del dinero
Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. (Evangelii Gaudium, n. 55).
Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta. (Evangelii Gaudium, n. 56).

—Tercero: No a un dinero que gobierna en lugar de servir
Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética –una ética no ideologizada– permite crear un equilibrio y un orden social más humano. (Evangelii Gaudium, n. 57).

¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano. (Evangelii Gaudium, n. 58).

—Cuarto: No a la inequidad que genera violencia
Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. (Evangelii Gaudium, n. 59).

4.      LA VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)

Pongamos ahora en consideración algunos textos de Monseñor Romero:

Aquel "clamor sordo" que se oía en Medellín -dice Puebla- se ha hecho hoy un clamor claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante. Y Puebla llama: "El más devastador y humillante flagelo", la situación humana de aquel largo desfile de rostros concretos, que yo los miraría en esta muchedumbre: niños que desde la más tierna edad tienen que ganarse ya la vida; jóvenes a quienes no se les presta una oportunidad de su desarrollo; campesinos, carentes hasta de lo más necesario; obreros, a los que se les regatean sus derechos, subempleados, marginados y asesinados, ancianos que se sienten inútiles para la historia; todo esto es agravante de toda nuestra crisis, esta grave injusticia social. (6 de agosto de 1979).

…la inversión de valores, el materialismo individualista, el consumismo, el deterioro de valores familiares, el deterioro de honradez pública y privada, el mal uso de nuestros medios de comunicación social. A esto debemos las inmensas lacras de nuestro pueblo: un tremendo deterioro moral. (6 de agosto de 1979).

La Iglesia dice: la riqueza no es una absolutización, la propiedad privada no tiene un sentido definitivo. El Papa lo ha dicho con palabras muy certeras: "Sobre la propiedad privada grava una hipoteca social". El bien de todos es lo que interesa, no la riqueza de unos cuantos, ni la propiedad privada de unos pocos... (6 de agosto de 1979).


5.      CANTO. “El profeta” (de Yolocamba Ita)


6.      ORACIÓN FINAL.

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