En el 42 aniversario de su martirio
Por: Juan Vicente Chopin Portillo
Jueves 24 de marzo de 2022
Estimados hermanos, como cada aniversario del martirio de San Óscar Romero,
también esta vez hemos venimos a culminar la eucaristía que nuestro mártir no
pudo concluir. Esta reflexión la quiero titular: «Monseñor Romero, esperanza
para las víctimas».
Romero y Rutilio, los dos olivos. Esta eucaristía la celebramos en el contexto de la
reciente beatificación de cuatro hermanos nuestros (22 de enero de 2022), quienes
merecen todo nuestro respeto y admiración. Se trata del padre Rutilio Grande
(jesuita salvadoreño), Cosme Spessotto (franciscano de origen italiano), Manuel
Solórzano y Nelson Rutilio (laicos salvadoreños). Ellos siguen vivos en la
memoria y en las luchas del pueblo.
Mons. Romero y el padre
Rutilio Grande pueden ser comparados con los dos testigos de los que habla el
capítulo 11 del Apocalipsis. El texto
inicia resaltando la vocación profética de ambos personajes: «haré que mis dos
testigos profeticen» (11,3). «Ellos son los dos olivos y los dos candeleros que están en pie delante del Señor de la
tierra» (11,4). Continúa diciendo el texto: «Si alguien pretendiera
hacerles mal, saldría fuego de su boca y devoraría a sus enemigos». Y esto está
sucediendo: la memoria de los mártires está por encima de la memoria de los
verdugos.
La Bestia salvadoreña
―entiéndase esa parte asesina de la oligarquía salvadoreña, Roberto D’Aubuisson
y sus sicarios― mancilló su humanidad, les hizo la guerra, los venció, los
mató. Dejó sus cadáveres tendidos en las ciudades que no son Sodoma y Egipto,
sino San Salvador y El Paisnal, «allí donde también su Señor fue crucificado»
(11,8).
El texto advierte que «no
está permitido sepultar sus cadáveres» (11,9). Y tiene que ser así, para que quede
constancia de la entrega de estos hermanos nuestros y constancia también de la
insaciable maldad de sus asesinos. Pero también, en términos actuales, enterrar
sus cadáveres equivaldría a enterrar su legado, esconderlo en rezos
sentimentalistas y encerrarlos en un camarín de iglesia para que su memoria no
nos incomode, y no moleste a las formas mediocres y pervertidas de los
mercenarios de la religión.
Cuando los mataron, sus
verdugos hicieron fiesta, pero, pasados tres días y medio ―dice el texto― «un aliento de vida procedente de Dios entró en ellos y se pusieron de pie»
(11,11), es decir, resucitaron. Y una voz fuerte les dijo «“Subid acá”. Y
subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos».
Nosotros, testigos de
estas cosas, así como se dio en Mons. Romero y en Rutilio Grande, damos «gloria
al Dios del cielo» (11,13).
Ambivalencia del martirio. En el fenómeno del martirio se da un principio de
ambivalencia. Nos encontramos con los motivos del verdugo y con los motivos del
mártir. Es un principio paradójico porque ambos elementos se reclaman
mutuamente. El verdugo asesina porque ve en el mártir un principio nocivo para
sus intereses -personales o institucionales-. En el caso del martirio de Mons.
Romero el verdugo cree que asesinándolo está protegiendo a la Iglesia de la
contaminación comunista. Por supuesto dicha concepción eclesial es un supuesto
ideológico que solo existe en su mente. En ese sentido se cumple la escritura
que dice: «Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que
todo el que os mate piense que da culto a Dios» (Juan 16,2). Por su parte, el
mártir, desprovisto de todo poder intramundano, padece voluntariamente, la
suerte de las víctimas de su entorno, recreando a su modo en el presente
histórico la forma de la muerte de Jesús. Finalmente, la ambivalencia del
martirio de Mons. Romero está también en el hecho de que al mismo tiempo que es
signo y ejemplo del salvadoreño santo y éticamente correcto, también se
constata en su asesinato el máximo ejemplo de impunidad.
Diversificación del fenómeno martirial. Con la beatificación de Rutilio Grande, Cosme Spessotto,
Manuel Solórzano y Nelson Rutilio accedemos a la diversificación del martirio.
En el sentido que los modelos de entrega radical por la causa del Evangelio se
dan no sólo en un obispo, sino también en dos sacerdotes y en dos laicos, un
adulto mayor y un adolescente. Se amplía el rango testimonial.
Complementariedad del martirio. El reconocimiento oficial del martirio de Rutilio
Grande y Mons. Romero nos remite a la cuestión de la complementariedad en el
martirio. El mártir, por definición no se puede entender como un héroe, dado
que su ministerio y su testimonio supremo, aunque lo parezca, no es un acto
individual sino colectivo. El mártir cristiano siempre forma parte de una
comunidad, en la forma sacramental por su bautismo y socialmente por su
militancia. Así, Rutilio Grande es para Romero lo que Juan el Bautista fue para
Jesús, esto es, maestro, hermano, condiscípulo y precursor, con las debidas
diferencias. La muerte de Rutilio es un punto de inflexión en el proceso de
maduración de la vocación profética de Romero.
Romero, esperanza y buena noticia para las víctimas. Cuando el Vaticano dice que Mons. Romero es «padre de
los pobres», no se sabe si es que los pobres lo consideran un padre o es Romero
quien se considera un padre para ellos, o ambas cosas. En todo caso, su
paternidad es liberadora. Además, el reconocimiento oficial del martirio de
Mons. Romero, Rutilio Grande, Cosme Spessotto, Manuel Solórzano y Nelson
Rutilio es, al menos canónicamente, esperanza segura de que es posible
reconocer el legado de los mártires, incluso de aquellos que no podrán ser
parte de un proceso canónico. La santidad canonizada no nos exime de pedir -y
si es necesario exigir- la justicia histórica para las víctimas. En ese
sentido, el recuerdo subversivo del legado de los mártires es mala noticia para
sus asesinos, o al menos, debería serlo.
La impunidad de ayer es la impunidad de hoy. Este día se cumplen, al mismo tiempo, 42 años del
martirio de Romero y 42 años de impunidad de su asesinato. Constatamos con
dolor que la memoria de los mártires actualmente es utilizada con fines
políticos. Por ello expresamos públicamente nuestro apoyo a todas las víctimas
y a sus familiares que esperan verdad, justicia y reparación. En concreto nos
unimos al clamor de los habitantes del Mozote y lugares aledaños, para que no
se destruyan los lugares santos de la memoria histórica. Las víctimas no deben
ser utilizadas con fines propagandísticos de populismo espurio, que convierte
en lugar turístico aquello que está reclamando justicia. Las luces led del
marketing político actual nunca podrán estar por encima o sustituir el llanto
reivindicativo de las madres del Mozote. Tampoco es correcto, bajo el argumento
de la investigación de los casos de lesa humanidad, aplicar una justicia
selectiva, que persigue ferozmente y con deseos de venganza a los considerados
adversarios políticos y deja impunes a aquellos que son consideramos amigos del
régimen o aliados políticos. Este día, como hace 42 años, podemos parafrasear
las palabras de Mons. Romero. Hoy no decimos: ¡cese a la represión¡ Hoy
decimos: ¡cese la corrupción¡
San Óscar Romero, de la devoción a la acción. Si la muerte de nuestros mártires reproduce en el
presente histórico la muerte de Cristo en la Cruz, entonces la mera devoción a
ellos no es suficiente. El proceso de encuentro, seguimiento y discipulado
exige una toma de postura más responsable. No es suficiente con admirar a los
mártires, se torna necesario incorporar en el propio testimonio de vida
aquellos valores y aquellas virtudes que hacen de ellos no solo un santo de la
Iglesia, a la manera clásica, sino también un ejemplo de defensa de los derechos
humanos en un plano más secular. De otro modo, se nos diría aquello que Isaías
echaba en cara a los colegas de su tiempo: «Sus vigías son ciegos, ninguno sabe
nada; todos son perros mudos, no pueden ladrar; ven visiones, se acuestan,
amigos de dormir. Son perros voraces, no conocen hartura, y ni los pastores
saben entender. Cada uno sigue su propio camino cada cual, hasta el último,
busca su provecho» (Isaías 56, 10-11).
Nostalgia del carisma profético. Quiero finalizar esta reflexión, recordando las palabras
que el Papa Francisco dirigió a los obispos de Centroamérica en Panamá, el 24
de enero del 2019: «Entre esos frutos proféticos de la Iglesia en Centroamérica
me alegra destacar la figura de san Óscar Romero. Su vida y enseñanza son fuente
de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros
obispos. Él también fue mala palabra. Sospechado, excomulgado en los cuchicheos
privados de tantos obispos. Apelar a la figura de Romero es apelar a la
santidad y al carácter profético que vive en el ADN de vuestras Iglesias
particulares. Para él, en definitiva, sentir con la Iglesia es tomar parte en
la gloria de la Iglesia, que es llevar en sus entrañas toda la kénosis
de Cristo. En la Iglesia Cristo vive entre nosotros y por eso tiene que ser
humilde y pobre, ya que una Iglesia altanera, una Iglesia llena de orgullo, una
Iglesia autosuficiente, no es la Iglesia de la kénosis (cf. S. Óscar
Romero, Homilía, 1 octubre 1978)».
Conclusión. Estimados hermanos, es tiempo de hacer realidad aquel deseo póstumo de
Monseñor Romero:
Mi consagración al Corazón de
Jesús que fue siempre fuente de inspiración y alegría cristiana en mi vida.
Pongo bajo su providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en él mi muerte
por más difícil que sea. Quiero darle una intención como lo quisiera por la paz
de mi país; y por el florecimiento de nuestra Iglesia…porque el Corazón de
Cristo sabrá darle el destino que quiera. Me basta para estar feliz y confiado
saber con seguridad que en él está mi vida y mi muerte que, a pesar de mis
pecados, en él he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros
proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la
Patria… (O. A. Romero, Cuaderno
espiritual n. 3, 25 de febrero de 1980, pp. 310-311).
Bueno, estimados hermanos, no actuemos como «perros mudos». Resistamos con
astucia evangélica. ¡Viva Mons. Romero! ¡Vivan nuestros mártires!