“No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y
oído”
(Hch 4,20)
INTRODUCCIÓN
Esta reflexión integra dos elementos: fe y perseverancia. Esto
ya delimita lo que podemos decir.
La fe es una virtud sobrenatural, que junto con la
esperanza y la caridad constituye el núcleo fundamental de la vida cristiana.
Para ser cristiano se necesita, como condición indispensable, la práctica de
esas tres virtudes.
En cambio la perseverancia
es una virtud que en sentido general se entiende como el esfuerzo continuado y
sostenido que hace la persona para permanecer en el ejercicio del bien no
obstante las dificultades.
Ahora bien, cuando hablamos de perseverar en la fe, ¿a qué
nos referimos? Nos referimos, por una parte, al testimonio —de palabra y de obra, cotidiano y sistemático— que
tenemos que dar acerca de aquello en lo decimos creer; por otra parte, se
refiere al constante esfuerzo por conocer
a profundidad los elementos constitutivos o contenidos de la fe.
Por consiguiente, par perseverar en la fe se requiere como
mínimo que uno sepa distinguir entre el ACTO DE FE y los CONTENIDOS DE LA FE.
Una cosa es que una persona diga “yo creo en Jesucristo” y otra cosa distinta
es que sepa explicar en qué consiste “creer en Jesucristo”.
1.
ANÁLISIS DEL TEXTO
BÍBLICO
Para nuestra reflexión se nos propone un episodio muy interesante
que encontramos en los capítulos 3 y 4 del libro de los Hechos de los Apóstoles.
Tomemos en cuenta que este episodio se refiere a la primera
expansión del cristianismo naciente. En ese período los predicadores o
misioneros son todavía los mismos apóstoles y unos pocos colaboradores. ¿Qué es
lo importante que debemos notar? Que no obstante que ellos eran apóstoles y
gozaban de gran respeto entre sus hermanos de fe, sin embargo, cuando tenían
que testimoniar su fe en la resurrección de Jesucristo y hacían signos para
comprobar esa fe, eran perseguidos: encarcelados, azotados y recriminados, por
lo que andaban haciendo. Todo ese ambiente adverso requería una actitud de
perseverancia para no desfallecer en su fe de frente a los ataques que estaban
padeciendo.
Testimonio de frente al
pueblo
El contexto es el siguiente. Pedro y Juan, en los días
inmediatamente posteriores a la resurrección, habían iniciado la predicación y
la realización de signos, de modo que un día que subían al Templo de Jerusalén
para orar, un hombre que había nacido tullido desde su nacimiento se ponía a la
entrada del Templo a pedir limosna y, justamente, cuando Pedro y Juan iban
entrando les pidió limosna. Pero, Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero
lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar” (Hch 3,6). Con estas palabras el tullido
quedó sano, daba gloria a Dios y el pueblo creía en la palabra y en los signos que
hacían los Apóstoles.
Aquí tenemos un primer elemento que no debemos pasar por
alto. Creer en Jesucristo significa
participar de un poder especial, un poder que sólo tiene sentido si se pone al
servicio de las personas que sufren. Los apóstoles y los cristianos en general
no realizan su misión porque tengan dinero, oro o plata, sino porque confían
con todas sus fuerzas que Jesucristo puede obrar por medio de ellos, siempre y
cuando lo hagan con humildad.
Esa humildad queda
bien evidenciada, según podemos notar en el texto, cuando nos dice que Pedro
habló a los israelitas para decirles que el milagro no era obra de ellos, sino
de Dios:
«Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos
miráis fijamente, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho caminar a
éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a
quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste
estaba resuelto a ponerle en libertad»
(Hch 3,12-13).
Podemos notar un alto grado de humildad en los apóstoles,
que no se arrogan para sí mismos el poder de sanar, sino que lo atribuyen a
Dios.
Además de la humildad encontramos otras dos características
en el testimonio misionero de los Apóstoles: conocimiento de lo que tienen que predicar y valentía para predicarlo públicamente.
Los Apóstoles Pedro y Juan saben lo que tienen que predicar,
no dudan que el contenido de su predicación son los hechos históricos de la
muerte y resurrección de Jesucristo; pero no se esconden con miedo, sino que
salen a las calles a predicar ese asesinato, que por la fe, se convierte en
fuente de salvación. Y estas dos características las encontramos en sus
palabras:
«Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que
se os hiciera gracia de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida.
Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello»
(Hch 3,14-15).
Digamos lo mismo en modo de pregunta:
·
¿Cuál es el dato
histórico que conocen los Apóstoles? La muerte injusta de Jesús provocada por
los judíos y autoridades romanas.
·
¿Qué es lo que tienen
que testimoniar? La resurrección de Jesús.
Por consiguiente, la fe es el conocimiento y aceptación de
un dato histórico y salvífico —la pasión, muerte y resurrección de Jesús— y la
capacidad de testimoniar públicamente eses dato histórico y salvífico. La fe
supone un orden: primero se conoce a Jesús, se tiene un encuentro con él y
luego se habla a los demás de ese encuentro. En este caso se cumple el dicho
popular: “nadie puede dar lo que no tiene”.
Por consiguiente, perseverar en la fe, significa dar frutos
de fe. La sanación del tullido no es consecuencia de un acto de magia, sino de
un acto de fe. Y una vez sanado se convierte en signo creíble de la fe. De modo
que debemos tener fe y dar frutos de fe. Así lo dice el texto, refiriéndose a
aquél que ha sido sanado por Pedro:
«Y por la fe en
su nombre, este mismo nombre ha restablecido a éste que vosotros veis y
conocéis; es, pues, la fe dada pos
su medio la que le ha restablecido totalmente ante todos vosotros» (Hch 3,16).
Testimonio de frente a
las autoridades judías
Hay personas que tienen una gran fe, como los Apóstoles,
pero hay personas que no sólo manifiestan indiferencia ante la fe, sino que son
declaradamente contrarias a la fe. Pero, el cristiano no puede echarse para
atrás ante las adversidades. Justamente, el cristianismo consiste en seguir a
uno que no murió de muerte de natural, sino asesinado, ello da forma a nuestro
modo de creer. Nosotros creemos en un mártir (testigo); en el primer testigo de
la historia. Como dice el libro del Apocalipsis,
creemos en el «Testigo Fiel, el Primogénito de entre los muertos» (Ap 1,5).
No nos extraña, entonces, lo que le pasó a Pedro y Juan,
después de realizar el milagro de curar al hombre tullido. Ellos fueron
capturados y encarcelados, interrogados y amenazados.
Capturados y encarcelados:
«Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día
siguiente» (Hch 4,3).
Interrogados:
«Les pusieron en medio y les preguntaban: ¿Con qué poder o
en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?» (Hch 4,7).
Amenazados:
«Pero a fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen y más
a nadie de este nombre.
Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o
enseñasen en el nombre de Jesús» (Hch 4,17-18).
Pero, todo ese atropello no detuvo a los Apóstoles, por el
contrario, todas esas contradicciones con los jefes de los judíos les
confirmaban que su testimonio era verdadero, en cuanto causaba el mismo
malestar que causó el testimonio de Jesucristo.
Los Apóstoles, aun de frente a quien puede matarlos, afirman
su fe en Jesucristo y los signos que se van cumpliendo en su nombre, es decir,
perseveran en la fe. Y así lo afirman:
«Sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está
aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de
Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos» (Hch
4,10).
Dan, primero, testimonio delante al pueblo y luego delante a
los jefes del pueblo. En última instancia, y este es el fundamento de la
perseverancia en la fe, los Apóstoles se atienen a la veracidad de las obras
que realizan en fidelidad a Jesucristo y por obediencia a Dios, que es el único
verdaderamente absoluto:
«Pedro y Juan les respondieron: “Juzguen si está bien a los
ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no
podemos callar lo que hemos visto y oído” » (Hch 4,19-20).
Este es el testimonio de los Apóstoles: humilde, consciente
y valiente. Y ese modo de comportamiento debe también caracterizar nuestra
perseverancia en la fe.
2.
INDICACIONES DEL PAPA
BENEDICTO XVI ACERCA DE LA FE EN EL DOCUMENTO “PORTA FIDEI”
Para estas reflexiones me apoyaré en el documento Porta Fidei, pues el Papa profundiza
aspectos que pueden resultar muy útiles para nuestra vida como discípulos de
Jesucristo, dispuestos a perseverar en la fe.
De entrada el Papa nos invita a dar testimonio de
Jesucristo:
n. 6. La renovación de la Iglesia pasa también a
través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma
existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer
resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.
Así como Pedro y Juan obedecen en primer lugar a la
necesidad que tiene el hombre tullido de ser sanado, así los discípulos de
Jesucristo hoy deben obedecer el llamado imperativo de la caridad:
n. 7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14):
es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a
evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para
proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28,
19).
La
fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y
se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque
ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en
efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la
invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.
El
Papa hace una distinción fundamental para poder perseverar en la fe:
n. 10. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro
asentimiento. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad
cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa»
(cf. Rm 10, 10).
Profesar
con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso
público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La
fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él»
nos lleva a comprender las razones por
las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad,
exige también la responsabilidad social de lo que se cree.
La
misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En
efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia.
Como
se puede ver, el conocimiento de los contenidos
de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la
inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia.
Ahora
nos preguntamos, ¿cómo se hace para conocer los contenidos de la fe? Pues sólo quien
ha asimilado los contenidos de la fe está en condiciones de dar un asentimiento
de fe más consciente y puede saber a qué es lo que debe ser fiel. Las fuentes
principales para conocer los contenidos de la fe son la Sagrada Escritura y el
Catecismo de la Iglesia Católica. El Papa, en su documento, habla de la
importancia de estudiar el Catecismos de la Iglesia Católica:
n. 11. Para acceder a un conocimiento sistemático del
contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la
Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable.
Precisamente
en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso
unánime para redescubrir y estudiar los
contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente
en el Catecismo de la Iglesia Católica
n. 12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en
este Año un verdadero instrumento
de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación
de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.
Tenemos
múltiples ejemplos de fe, por lo cual no tenemos excusas para no entregarnos
también nosotros a testimoniar y perseverar en la fe. Así nos lo recuerda el
Papa:
n. 13:
·
Por la fe, María
acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios
en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1,
38).
·
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10,
28).
·
Por la fe, los discípulos
formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles,
la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus
bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2,
42-47).
·
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del
Evangelio…
·
Por la fe, hombres
y mujeres han consagrado su vida a
Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia,
la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda
en llegar.
·
Por la fe, hombres y
mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida
(cf.Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de
seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser
cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se
les confiaban.
·
También nosotros
vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en
nuestras vidas y en la historia.
Por último es importante
recordar la íntima relación que existe entre fe y caridad, pues la fe sin una
praxis de caridad sería un narcisismo, es decir, una acto individualista que se
orienta solamente a una amistad con el Señor ciertamente intimista, pero que
aparta de la entrega misericordiosa de las personas por los más necesitados. El
Papa lo dice en un modo muy interesante:
n.
14:
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un
sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan
mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos
cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido,
como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer,
porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe
podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado.
«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo
lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras
suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a
devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite
reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que
se hace nuestro prójimo en el camino de la vida.
3.
CONCLUSIÓN
Después de este breve
recorrido de los capítulos 3 y 4 del libro de los Hechos de los Apóstoles
podemos notar que perseverar en la fe supone una serie de elementos
indispensables para que nuestro discipulado sea creíble:
·
Hay que saber lo que el discípulo tiene que testimoniar: la
pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo.
·
Perseverar en la fe supone, por una parte humildad, reconociendo que todo lo que hacemos es apoyándonos con
fe en el poder de Dios obrado en Jesucristo.
·
También es necesario el valor,
para no amedrentarse ante los desafíos que presenta el mundo.
·
El tercer elemento es el testimonio,
que debe ser claro y decidido.
Los elementos que
rescatamos de la doctrina del Papa en el documento Porta Fidei:
·
Es importante distinguir entre el acto de fe y los contenidos
de la fe. El acto de fe es la decisión libre, como respuesta, al amor de
Dios comunicado en Jesucristo. En cambio los contenidos de la fe son aquellos
principios doctrinales y bíblicos que debo conocer acerca de mi fe cristiana.
·
Los documentos indispensables para conocer los contenidos de la fe
son el Catecismo de la Iglesia Católica y la Sagrada Escritura.
La fe tiene sentido solamente si desemboca en actos concretos de
caridad. La fe, la esperanza y la caridad son virtudes que han de practicarse
si efectivamente queremos ser cristianos creíbles, discípulos auténticos de
Jesucristo.
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