1. ENFOQUE
Una de las frases más duras de Jesús es
la que se refiere a los ricos, cuando afirma que «es más fácil para un camello
pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos»
(Mateo 19,24). La expresión está
precedida por la narración del joven rico que se sintió incapaz de emprender un
camino de seguimiento, a partir de la renuncia de sus bienes. El texto dice
claramente que el joven «se marchó triste,
porque tenía muchos bienes» (Mateo
19,22). El Papa Francisco encuentra una explicación a esto: «Dios ha escondido
todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya
todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios» (Mensaje, 2).
Lo cierto es que una riqueza
insolidaria, necesariamente decantará en la violencia. Lo saben las empresas de
los países del primer mundo que se dedican a la explotación minera; a ellos no
les importa contaminar el ambiente de los países pobres, mientras en sus países
se jactan hipócritamente de cuidar el medio ambiente. Lo saben las
transnacionales que producen bebidas gaseosas, jugos y agua embotellada, que
explotan el agua de los países pobres hasta depredar los mantos acuíferos sin
que las autoridades locales les digan algo, siempre y cuando les cierren la
boca con un puñado de dólares, mientras muchos hogares en esos países no tienen
agua potable para el consumo. Lo saben los productores de celulares y aparatos
electrónicos que buscan incansablemente el coltán en el Congo, sin importarles
provocar guerras entre las etnias africanas. Lo saben los explotadores
norteamericanos de los diamantes de Sierra Leona y sus lacayos locales, que no
les ha importado realizar masacres y utilizar niños para hacer la guerra,
siempre y cuando esté asegurado el tráfico de las piedras preciosas.
El mismo Bartolomé de las Casas, ya
desde los primeros años del proceso colonizador, se dio cuenta que no podían
caminar juntas su condición de clérigo con la de encomendero. Así, un día, como
él mismo refiere, leyó el texto del Eclesiástico que dice:
Ofrecer en sacrificio el fruto de la injusticia es
presentar una ofrenda defectuosa, y los dones de los impíos no son aceptados.
El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos, y no es por el número de
víctimas que perdona los pecados. Como inmolar a un hijo ante los ojos de su
padre, es presentar una víctima con bienes quitados a los pobres. Un mendrugo
de pan es la vida de los indigentes: el que los priva de él es un sanguinario.
Mata a su prójimo el que lo priva del sustento, derrama sangre el que retiene
el salario del jornalero. (Eclesiástico
34,18-22).
Desde entonces, decidió hacerse fraile
dominico y sumarse a la lucha en defensa de los indígenas.
El Papa Francisco y toda la tradición de
los profetas llama a este fenómeno la idolatría del dinero, en la cual Dios
pasa a segundo plano y los seres humanos se convierten en simples mercancías,
piezas del ajedrez del mercado mundial.
Y lo peor de todo es que a aquellos que
estamos llamados a alzar la voz para proteger a los más necesitados, se nos
aplican muy bien las palabras del profeta Isaías: «¡Esos cuidadores están todos
ciegos, no saben nada! Son todos como perros mudos, que no pueden ladrar.
Tendidos en sus lechos, no hacen más que dormir y soñar» (Isaías 56,10).
Estamos, pues, llamados a un testimonio responsable,
en el que nos asumamos como la voz de los que no tienen voz.
2. ESCUCHANDO
AL PAPA
El Papa nos advierte en su Mensaje, que «el
gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo,
es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la
búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Evangelii Gaudim, 2) (Mensaje, n. 4).
3. LA
MISIÓN COMPARTIDA
Pero no sólo eso, el Papa, en su
habitual valentía profética ha dicho cuatro «no» al capitalismo salvaje.
Nosotros podemos analizar si en nuestro contexto se está dando esto que el
pontífice nos propone.
—Primero: No
a una economía de la exclusión
Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro
para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una
economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que
no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo
sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar
más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy
todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte,
donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación,
grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin
horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un
bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la
cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del
fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la
exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la
que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder,
sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos,
«sobrantes».
(Evangelii Gaudium, n. 53).
—Segundo: No
a la nueva idolatría del dinero
Una
de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos
establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre
nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace
olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de
la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del
antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35)
ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en
la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente
humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de
manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su
orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus
necesidades: el consumo.
(Evangelii Gaudium, n. 55).
Mientras las ganancias de unos pocos
crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del
bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que
defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera.
De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar
por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual,
que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además,
la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su
economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade
una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido
dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este
sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios,
cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los
intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta. (Evangelii Gaudium, n. 56).
—Tercero:
No
a un dinero que gobierna en lugar de servir
Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el
rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se
considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el
poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la
degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera
una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para
éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso
peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia
de cualquier tipo de esclavitud. La ética –una ética no ideologizada– permite
crear un equilibrio y un orden social más humano. (Evangelii Gaudium, n. 57).
¡El dinero debe servir y no
gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en
nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres,
respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una
vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano. (Evangelii Gaudium, n. 58).
—Cuarto: No
a la inequidad que genera violencia
Hoy en muchas partes se reclama
mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad
dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar
la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres
pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de
guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su
explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la
periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos
policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la
tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción
violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y
económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal
consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a
socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por
más sólido que parezca. (Evangelii Gaudium, n. 59).
4. LA
VOZ DEL PROFETA (TEXTOS DE MONS. ROMERO)
Pongamos ahora en consideración
algunos textos de Monseñor Romero:
Aquel "clamor sordo" que
se oía en Medellín -dice Puebla- se ha hecho hoy un clamor claro, creciente,
impetuoso y, en ocasiones, amenazante. Y Puebla llama: "El más devastador
y humillante flagelo", la situación humana de aquel largo desfile de
rostros concretos, que yo los miraría en esta muchedumbre: niños que desde la
más tierna edad tienen que ganarse ya la vida; jóvenes a quienes no se les
presta una oportunidad de su desarrollo; campesinos, carentes hasta de lo más
necesario; obreros, a los que se les regatean sus derechos, subempleados,
marginados y asesinados, ancianos que se sienten inútiles para la historia;
todo esto es agravante de toda nuestra crisis, esta grave injusticia social. (6 de agosto de 1979).
…la inversión de valores, el
materialismo individualista, el consumismo, el deterioro de valores familiares,
el deterioro de honradez pública y privada, el mal uso de nuestros medios de
comunicación social. A esto debemos las inmensas lacras de nuestro pueblo: un
tremendo deterioro moral. (6 de agosto de 1979).
La Iglesia dice: la riqueza no es
una absolutización, la propiedad privada no tiene un sentido definitivo. El
Papa lo ha dicho con palabras muy certeras: "Sobre la propiedad privada
grava una hipoteca social". El bien de todos es lo que interesa, no la
riqueza de unos cuantos, ni la propiedad privada de unos pocos... (6 de agosto de 1979).
5. CANTO.
“El profeta” (de Yolocamba Ita)
6. ORACIÓN
FINAL.
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