1. Enfoque
Entre
la fe y la misión hay una íntima relación. Si entendemos la fe, en primer lugar,
como un don de Dios, ello implica que
aceptemos la preeminencia de la iniciativa de Dios, que en un acto de amor
misericordioso viene a nuestro encuentro en la encarnación de Jesús para
redimirnos. El don de Dios, entonces, no es algo que él da, sino que es el entregarse
de Sí mismo; tampoco es algo estático, sino dinámico: Dios viene en busca de
los hombres y mujeres.
Pero,
la iniciativa de Dios requiere una respuesta adecuada, es decir, ante la
entrada de Dios en la historia, los que vivimos la historia podemos y estamos
llamados a dar una respuesta. Nuestra respuesta a Dios debe ser libre y
consciente.
De
modo que la fe es el fruto de un encuentro de libertades: de la libertad de
Dios que nos visita en la persona de Jesús y de la libertad humana que lo acoge
como un don precioso. La fe es la puerta (cfr. Hechos 14,27) donde se encuentra Dios con los hombres.
¿Qué
es entonces la misión? En primer lugar, es la entrada de Dios en la historia
por medio de Jesucristo. En segundo lugar, es el deseo que sienten las personas
de comunicar a otros el encuentro que han tenido con Jesús y es, al mismo
tiempo, la actividad sistemática que organiza ese deseo para que se haga
efectivo en la historia. Este núcleo esencial que se forma entre fe y misión es
lo que posteriormente dará inicio y sentido a la Iglesia. La Iglesia con humildad
debe reconocer que ella no es una institución autorreferencial, sino que está
al servicio de la gran Misión iniciada por el Misionero del Padre, Jesucristo.
2. Escuchar al Papa
El Papa, en su mensaje, se expresa en estos
términos:
La
fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos
conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de
su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más
buena, más bella. Dios nos ama (Mensaje,
n. 1).
Todavía
más claro es el sentido de la fe en su documento Lumen Fidei, cuando habla de la fe como un encuentro:
La fe
nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un
amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y
construir la vida (LF, n.
5).
Pero,
no solo eso. La fe es presentada como la madre que nos da a luz para una nueva
vida y para un testimonio valiente en el mundo; en este sentido, recordando las
actas de los mártires, que narran los sufrimientos de los primeros cristianos,
dice:
Para aquellos
cristianos, la fe, en cuanto encuentro con el Dios vivo manifestado en Cristo,
era una “madre”, porque los daba a luz, engendraba en ellos la vida divina, una
nueva experiencia, una visión luminosa de la existencia por la que estaban
dispuestos a dar testimonio público hasta el final (LF, n.5).
Un
importante resumen de lo que estamos reflexionando nos lo da el Papa en el n. 7
de su encíclica Lumen Fidei:
En
la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos
ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si
acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo
nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra
esperanza para recorrerlo con alegría. Fe, esperanza y caridad, en admirable
urdimbre, constituyen el dinamismo de la existencia cristiana hacia la comunión
plena con Dios.
3. La misión compartida
Con
los hermanos que participan en la catequesis busquemos el texto bíblico de la Carta a los Hebreos 11,1-40. El texto es
extenso, por lo cual se sugiere que se haga participar a los hermanos y
hermanas en la lectura del mismo. Al final de la lectura se hará una reflexión
compartida en la que se pueden resaltar los siguientes aspectos:
a)
¿Cómo define el texto la fe?;
b)
Que la fe supone un acto de la
libertad por medio del cual se acepta o niega la entrada de Dios en la
historia. El texto es muy claro al presentar personas concretas que responden: Abel, Henoc, Noé, etc.
c)
Que la fe, profesada
valientemente, puede llevarnos a un testimonio responsable ante la violencia de
los poderes del mal.
TEXTO DEL CONCILIO VATICANO II:
Del
Decreto Ad Gentes, n. 2:
La Iglesia peregrinante es misionera por su
naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu
Santo, según el designio de Dios Padre. Pero este designio dimana del
"amor fontal" o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio
sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo,
por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y
llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la vida y en la
gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de
forma que el que es Creador del universo, se haga por fin "todo en todas
las cosas" (1 Cor, 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra
felicidad. Pero plugo a Dios llamar a los hombres a la participación de su vida
no sólo en particular, excluido cualquier género de conexión mutua, sino
constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se
congreguen en unidad (Cf. Jn, 11,52).
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