CATEQUESIS
N.1
LA IGLESIA: COMUNIÓN Y MISIÓN
LA IGLESIA: COMUNIÓN Y MISIÓN
1.
MOTIVACIÓN
«La misión universal de la Iglesia nace de la fe en
Jesucristo». Así de claras son las palabras de Juan Pablo II en el n. 4 de la Redemptoris Missio. Ahora bien, como
dice el mismo documento en el n. 24: «la misión de la Iglesia, al igual que la
de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu». Por
tanto, la misión que nace de la fe en Jesucristo y que testimonia la Iglesia
tiene su origen en Dios, en ese sentido está orientada totalmente a la
construcción del Reino de Dios; es un servicio, según lo que nos dice en otra
parte el Papa: «el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta
no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen,
signo e instrumento» (RM 18).
Pero la fe de los miembros de la Iglesia en vistas a la
construcción del Reino de Dios, debe adquirir una forma visible y al mismo
tiempo creíble en la historia. ¿Cómo demuestra la Iglesia que está sirviendo al
Reino? Fundamentalmente de dos modos: viviendo la caridad de Cristo en términos
de comunión-caridad y compartiendo el
don de la fe que ha recibido en términos de misión-evangelización.
De nuevo el Papa Juan Pablo II nos recuerda: «en efecto, uno
de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del
Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir «la
comunión fraterna» (koinonía)
significa tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32), instaurando una comunión bajo todos los aspectos:
humano, espiritual y material» (RM 26).
Y, sin embargo, la fe no se vive completamente si sólo se
comparte con el grupo cerrado de los creyentes, pues, hay un principio básico
del proceso evangelizador que dice: «la fe se fortalece dándola» (RM 2). Justamente porque la fe es un don
de Dios, al intentar aprisionarla, retenerla en el círculo de amigos, de mi
grupo de oración, de mi movimiento de apostolado, de mi grupo de amigos
sacerdotes, de mi congregación religiosa, de mi comunidad, etc., se atenta
contra la esencia misma de la misión, que es un don de Dios para la salvación
del mundo.
Por tanto, la misión se entiende, en primer término, como un
servicio, el cual adquiere la forma de la comunión. Así nos lo deja claro la
exhortación apostólica Evangelii
Nuntiandi de Pablo VI: «el esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a
los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez
perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad
cristiana e incluso a toda la humanidad» (n. 1). La fe se entiende, entonces,
en el marco del proceso evangelizador, como fidelidad al mensaje del que somos
servidores respetando la dignidad de las personas a las que estamos llamados a
anunciar el Evangelio, según las palabras de Pablo VI: «esta fidelidad a un
mensaje del que somos servidores, y a
las personas a las que hemos de transmitirlo intacto y vivo, es el eje central de la evangelización» (EN 4).
La misión nace en el seno de la comunión intra-trinitaria,
pues del seno de la Trinidad procede el Misionero del Padre, Jesucristo, porque
dice Jesús: «Yo y el Padre somos uno» (Jn
10,30) hasta poner de manifiesto el sentido de su venida: «Yo he venido para
que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn
10,10). Ahora bien, la misión adquiere una forma histórico-sacramental en el
momento de la encarnación con el fiat
(«hágase») de María y con la convocación de los doce apóstoles para hacer
creíble en la historia la venida del Hijo con la fuerza del Espíritu Santo. Así
es la dinámica de la misión. La comunión trinitaria no se agota en sí misma
sino que se comunica a los hombres: «como tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado» (Jn 17,21). La comunión es
un elemento constitutivo de la misión. Y su sentido contrario también es
verdadero: la división mata la misión.
Llegados a este punto, no debería ser difícil comprender las
palabras de la Evangelii Nuntiandi n.
15: en primer lugar, la Iglesia nace de
la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce, de modo que, nacida de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El;
en segundo lugar, la Iglesia toda —desde los obispos hasta el más sencillo de
los evangelizadores— con humildad y diligencia comienza por evangelizarse a sí misma; en tercer lugar, no hay que
olvidar que la Iglesia es depositaria y
no propietaria de la Buena Nueva que debe
ser anunciada, sólo en esa perspectiva se dice que la Iglesia, enviada y evangelizada, envía a los evangelizadores.
2. DIALOGANDO
CON EL PAPA
Del mensaje del Papa
retomamos dos pensamientos. En primer lugar, un fragmento en el que el
pontífice insiste en la responsabilidad que todos los miembros de la Iglesia
tenemos de frente a la misión. En segundo lugar, cómo la comunión y el
ejercicio de la caridad misionera son un antídoto contra la indiferencia y la
falta de fe en el mundo.
a) Eclesiología
misionera:
Así,
no sorprende que el Concilio Vaticano II y el Magisterio posterior de la
Iglesia insistan de modo especial en el mandamiento misionero que Cristo ha
confiado a sus discípulos y que debe ser un compromiso de todo el Pueblo de
Dios, Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos. El
encargo de anunciar el Evangelio en todas las partes de la tierra pertenece
principalmente a los Obispos, primeros responsables de la evangelización del
mundo, ya sea como miembros del colegio episcopal, o como pastores de las
iglesias particulares. Ellos, efectivamente, “han sido consagrados no sólo para
una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo” (Juan Pablo II, Carta
encíclica Redemptoris
Missio, 63), “mensajeros de la fe, que llevan nuevos discípulos a Cristo” (Ad
Gentes, 20) y hacen “visible el espíritu y el celo misionero del Pueblo de
Dios, para que toda la diócesis se haga misionera” (ibíd., 38).
b) El
anuncio se transforma en caridad:
¡Ay
de mí si no evangelizase!, dice el apóstol Pablo (1 Co 9,16). Estas palabras
resuenan con fuerza para cada cristiano y para cada comunidad cristiana en
todos los continentes. También en las Iglesias en los territorios de misión,
iglesias en su mayoría jóvenes, frecuentemente de reciente creación, el
carácter misionero se ha hecho una dimensión connatural, incluso cuando ellas mismas
aún necesitan misioneros. Muchos sacerdotes, religiosos y religiosas de todas
partes del mundo, numerosos laicos y hasta familias enteras dejan sus países,
sus comunidades locales y se van a otras iglesias para testimoniar y anunciar
el Nombre de Cristo, en el cual la humanidad encuentra la salvación. Se trata
de una expresión de profunda comunión, de un compartir y de una caridad entre
las Iglesias, para que cada hombre pueda escuchar o volver a escuchar el
anuncio que cura y, así, acercarse a los Sacramentos, fuente de la verdadera
vida.
3. LA
MISIÓN COMPARTIDA
Según la Evangelii Nuntiandi la misión se
entiende como un acto eclesial, derivado
del mandato del Señor. ¿Qué significa
que la misión sea un acto eclesial?
Leamos atentamente el texto y expresemos libremente lo que
pensamos de su contenido, intentando responder a la pregunta planteada. Si es
necesario lo leeremos más de una vez.
Evangelii Nuntiandi n. 60:
La constatación de que la Iglesia es enviada y
tiene el mandato de evangelizar a todo el mundo, debería despertar en nosotros
una doble convicción.
Primera: evangelizar no es para nadie un acto individual y
aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde predicador,
catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el Evangelio, reúne su
pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se encuentra solo,
ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones
institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces
escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la
Iglesia. Esto supone que lo haga, no por una misión que él se atribuye o por
inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre.
De ahí, la segunda
convicción: si cada cual evangeliza en nombre de la Iglesia, que a su vez
lo hace en virtud de un mandato del Señor, ningún evangelizador es el dueño
absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para cumplirla
según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la
Iglesia y sus Pastores.
4. MEDITAR
LA PALABRA
Para concluir hacer un ejercicio de Lectio Divina utilizando el capítulo 17 del Evangelio de san Juan.
Para concluir hacer un ejercicio de Lectio Divina utilizando el capítulo 17 del Evangelio de san Juan.
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