Palabras
del Señor Nuncio Apostólico
Su Excelencia Santo R. Gangemi
“Mons. Romero en la Iglesia Latinoamericana”
en el
Primer Simposio Romerista
Diócesis de San Vicente
ÛÛÛ
Ilobasco, Cabañas, 28 de septiembre de 2019
Excelencia Reverendísima,
Reverendos y queridos conferencistas,
Estimados invitados,
Apreciada asistencia:
No puedo negar
ni guardar silencio acerca de sentirme un poco incómodo tomando la palabra hoy
durante este Primer Simposio Romerista. Creo que la razón de mi
vergüenza es totalmente comprensible: yo soy el último entre ustedes y no puedo
ni mínimamente ponerme en comparación con su conocimiento de la vida, la
actividad y el mensaje –quisiera decir el magisterio– de un obispo que motiva
estudios y discusiones hasta nuestros días y hasta hoy en día, después de más
de 30 años de su muerte, al punto que para quien llega a El Salvador parece que
se trata de un acontecimiento que ha pasado, a lo más tarde, hace unas semana o
al máximo un mes.
Cuando leo los
nombres de los que tomarán la palabra durante este encuentro me siento como un
enano que marcha sobre las espaldas de unos gigantes o, para utilizar una frase
de San Pablo quisiera decir: “Y en último término se me apareció también a
mí, que soy como un aborto” (1Cor 15,8).
Comienzo
diciendo inmediatamente cuál es mi intención: ¡No hablar sobre la vida y
algunos aspectos específicos del compromiso pastoral y social del Santo Obispo
Mártir! me detengo más bien para hacer una reflexión "en voz alta"
sobre el impacto que el Obispo Romero tiene en América Latina y fuera de las
fronteras de El Salvador.
Sin saberlo, la
elección de su lema episcopal nos hace verlo como un pastor que afirma situarse
dentro de la Iglesia, pero no la ideal, sino la concreta, la Iglesia de su
tiempo y por esta misma razón que "sentir con la Iglesia" lo
lleva hoy para hacerlo sentir “por la Iglesia”.
De hecho, purificado por la palabra
magisterial del Papa, que lo proclama santo, lo libera de ciertas etiquetas que
una lectura distorsionada y marginal de su vida le había dado – muchos o todos
ustedes lo saben bien - que “hubo equivocación hasta en la comprensión de la
doctrina social de la Iglesia así que la defensa de los derechos humanos fue
interpretada como si fuera una opción política más que evangélica” a pesar
que dentro y fuera de El Salvador hubo personalidades de larga visión, como el
Card. Achille Silvestrini, que al enterarse años después de la muerte de los
jesuitas de la UCA no tuvo reparo a gritar que había que declararlos mártires
enseguida sin esperar 50 años, sin caer en las dudas o en las largas
disquisiciones que habían acompañado la muerte de Mons. Romero, hasta dentro de
la misma Iglesia. El Papa Francisco proclamándolo como uno de los santos de la
Iglesia universal, lo señala como el santo de todos, el santo de toda la
Iglesia; lo siento por los salvadoreños que de esta manera están llamados a
hacer un gran sacrificio para no considerar al primer santo de su tierra como
un "tesoro celoso" y a aceptar de compartirlo con tantos que
lo consideran como un Maestro, un pastor, una lámpara.
Con este
término me gusta resumir, en este contexto, la vida de nuestro santo; una
palabra que dije por primera vez después de la misa en el Hospitalito el 15 de
octubre de 2018. Nuestro santo lo pongo en analogía con la hermosa expresión
que encontramos en el Evangelio de Juan y que el mismo Jesús se le atribuye a
Juan el Bautista: "Él fue la lámpara que arde y alumbra y vosotros
quisistéis recrearos a la hora con su luz" (Jn 5,35). Esta me
parece la definición más encantadora que se le puede dar al arzobispo Romero.
¡No una bandera, sino una lámpara! Para ver la bandera necesitamos levantar la
cabeza, la luz, al revés, no necesita un movimiento: nos envuelve incluso si no
la miramos, podemos cerrar los ojos, es cierto, pero no por eso la apagamos. Y
poniéndonos en el cauce de los antiguos santos y pensadores podríamos añadir:
¡la verdad está desnuda! Ahí sobre la cruz la contemplamos y es una respuesta
contundente a quien tal vez por pusilanimidad o hipocresía puede hoy como ayer
preguntar: ¿qué es la verdad?
El 3 de febrero
de 2015 sigue siendo una fecha importante para la historia reciente y futura de
El Salvador, América Latina y la Iglesia Universal; esa fecha es como un hito
entre un antes y un después, sobre todo entre un antes al que ya no podemos
regresar.
L’Osservatore
Romano, La edición semanal de la Santa Sede en lengua española del 6 de febrero
de 2015 en la página 10 escribe así: “…el martes 3 de febrero, el Santo
Padre Francisco…autorizó a la Congregación a promulgar los siguientes decretos:
- “El martirio del siervo de Dios Oscar Arnulfo Romero Galdámez… asesinado
por odio a la fe, el 24 de marzo de 1980”
Ya en esta
breve frase de la Congregación queda muy clara la respuesta que la Santa Sede –
el Santo Padre – quiso dar a la pregunta verdadera o retórica sobre el porqué del
asesinato de Mons. Romero, barriendo de tal manera el terreno de todas las
elucubraciones que, desde su muerte hasta la víspera de aquel día, se habían
hecho y habían acompañado la personalidad y el ministerio del asesinado Arzobispo
de San Salvador.
El mismo Osservatore
Romano comentaba: “... había... un clima de persecución contra un pastor
que, como consecuencia de la inspiración evangélica, de los documentos del
Vaticano II, de Medellín, había elegido vivir para los pobres. No había motivos
ideológicos de cercanía a pensamientos políticos particulares” (p.10).
En la
presentación de los decretos Mons. Paglia, Postulador de la Causa romana, dijo:
“Hoy Romero… es un don extraordinario para toda la Iglesia… no sólo para los
católicos, sino también para todos los cristianos y para todos los hombres de
buena voluntad” (p. 10).
Es interesante cómo desde
el primer momento del anuncio, el Postulador manifiesta el gozo no de los
salvadoreños, cómo hubiéramos pensado, sino de toda la Iglesia, dilatando los
horizontes de acogida a “todos los hombres de buena voluntad”.
La beatificación
se celebra el 23 de mayo siguiente, en la Plaza Salvador del Mundo, podríamos decir,
casi frente a sus reliquias que son custodiadas en el templo Primado de la
capital.
Desde el primer
momento me parece claro en la mente del Pontífice la universalidad del ejemplo
de la santidad del mártir salvadoreño. En una pléyade de famosos santos
anónimos, aquí tenemos un santo que inmediatamente excede las fronteras de su
tierra natal incluso antes de su beatificación.
El mismo Papa
Francisco en la Carta Apostólica enviada a S. E. Mons. José Luis Escobar Alas
subraya cómo la alegría de la beatificación supera los estrechos límites de El
Salvador, no limitándolo a Centroamérica, sino a todo el territorio
latinoamericano: “En este día de fiesta para la Nación Salvadoreña, y
también para los países hermanos latinoamericanos... - y añade - …. La
fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas
consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es
a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en mundo entero”
(OR, viernes 29 de mayo de 2015, p. 5).
¡Miren qué
maravilla este documento pontificio!, nos parece que asistimos a un “crescendo”
en una sinfonía musical. Se empieza por notas bajas y con pocas
instrumentaciones hasta alcanzar el máximo del sonido, diría hasta despertar a los
que se habían quedado dormidos.
No es
suficiente para el Papa el territorio latinoamericano, le queda estrecho, lo amplía
hasta el mundo entero.
Está muy claro
el mensaje: ¡no se puede enmudecer la santidad! Me vuelve a la mente una
maravillosa frase del Deuteronomio: “no pondrás bozal al buey que trilla”
(29,9), que traducido en el pensamiento de Papa Francisco se podría leer: ¡no
se puede amarrar la gracia de Dios!
Esta santidad
universal de Mons. Romero y por ende esta actualidad de su mensaje es como un
“clavo fijo” en la mente del Papa.
Sobrepaso el
día de la canonización. Ya el hecho mismo no tiene necesidad de ser explicado,
parafraseando un comentario de San Agustín sobre la multiplicación de los
panes, podríamos decir que los mismos gestos del Papa para nosotros son
palabras: La misma ceremonia en el marco maravilloso de Plaza San Pedro es un
anuncio universal, que no puede ser retenido ni por Roma, ni por El Salvador, ¡sino
que llega hasta los más pequeños lugares donde se levante un altar a Dios!
Pero no puedo
callar estas maravillosas palabras: “San Óscar Romero supo encarnar con
perfección la imagen del buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Por ello, y
ahora mucho más desde su canonización, pueden encontrar en él un «ejemplo y un
estímulo» en el ministerio que les ha sido confiado. Ejemplo de predilección
por los más necesitados de la misericordia de Dios. Estímulo para testimoniar
el amor de Cristo y la solicitud por la Iglesia, sabiendo coordinar la acción
de cada uno de sus miembros y colaborando con las demás Iglesias particulares
con afecto colegial. Que el santo Obispo Romero los ayude a ser para todos
signos de esa unidad en la pluralidad que caracteriza al santo Pueblo fiel de
Dios” (OR, 19 octubre 2018, p. 5).
Quisiera
invitarles a mirar otro acontecimiento, tal vez hasta ahora menos profundizado,
me refiero a la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá, que por cierto
sentido se podría definir como el broche de oro de la “universalización” de
Mons. Romero, ya que Francisco lo presenta casi como el hombre de Dios que al
instar de San Pablo puede decir con su vida: “…ya no vivo yo, sino Cristo
vive en mí” (Gal 2,20), ¡por eso su ejemplo nos alcanza, nos acompaña y nos
sobrepasa!
El punto más
alto de esta "internacionalización" del mensaje de San Oscar Arnulfo
Romero, me parece verlo en el discurso que el Papa Francisco en la mañana del
jueves 24 de enero dirigió a los Obispos de América Central con los ojos fijos
en el “futuro de América Central y de cualquier región del mundo” (O.R.
viernes 1 de febrero 2019, p. 3).
La figura, el
legado y la enseñanza del obispo mártir salvadoreño fueron el paradigma de la
vida y la actividad de los pastores de nuestros tiempos y nuestras tierras, “… comprometidos
por una gente de fe sencilla ‘...que sabe que “Dios está presente, no
duerme, está activo, observa y ayuda (S. Óscar Romero, Homilía, 16
diciembre 1979)’” (Ibid. O.R., p. 3).
Como lo define
el Papa, él fue un “fruto profético”, no sólo y exclusivamente de la
Iglesia salvadoreña, sino más bien “de la Iglesia en Centroamérica” y
añade: “Su vida y enseñanza son fuente constante de inspiración para
nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos. El lema que
escogió para su escudo episcopal y que preside su lápida expresa de manera
clara su principio inspirador y lo que fue su vida de pastor: “Sentir con la
Iglesia”. Brújula que marcó su vida en fidelidad, incluso en los momentos más
turbulentos”.
Con estas
palabras quisiera terminar yo también.
Felicito al Obispo de la querida Diócesis de San
Vicente y a los organizadores, por este encuentro desde el cual, estoy
cordialmente convencido, regresaremos a nuestras tareas cotidianas si no más
ricos, sin duda alguna, sinceramente más convencidos y comprometidos.
¡Muchas gracias!
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