Por: Pbro. Juan Vicente Chopin.
1.
Motivación
La misión es la esencia de la Iglesia. Decir que la Iglesia «tiene una
misión» es, en cierto modo impropio, porque la Iglesia es misión. La misión es la forma constitutiva de la Iglesia.
Ahora bien, la tarea de dilatar la Iglesia como forma germinal del Reino de
Dios no ha concluido. Ciertamente, cambian el contexto histórico y los
desafíos.
En una época en que el sistema capitalista y el proceso de secularización
avanzan sin sobresaltos, se abren paso nuevas formas de evangelización. Ahora
se habla de predicar el evangelio en el contexto de la cuarta revolución
industrial, que se caracteriza por una gama de nuevas tecnologías que fusionan
los mundos físico, digital y biológico, impactando en todas las disciplinas del
saber, e incluso desafiando ideas sobre lo que significa ser humano.
Como contraparte de este proceso de revolución industrial se pone en crisis
la estabilidad ecológica del planeta, se agudiza el fenómeno de la migración y
se desarrollan nuevas formas de colonización.
Cada vez es más complejo predicar el Evangelio, no solo porque sea
rechazado, sino porque, en las regiones más occidentales del planeta, resulta
ser irrelevante. Está a la creatividad de los evangelizadores, que afincados en
la esperanza, van buscando nuevas formas de predicar el Evangelio en este nuevo
escenario.
2.
La voz del Papa
Nunca ha sido fácil predicar el Evangelio. En los orígenes del movimiento
cristiano, la persecución fue el detonante de la evangelización y el contexto
más natural de su desarrollo. Pero, con el paso del tiempo, los contexto en que
se desarrolla la misión se complejizan. El ideal de que la misión llegue hasta
los confines de la tierra, no pierde vigencia, pero no se reduce a un criterio
geográfico, ahora estamos en la era tecnológica. El Papa Francisco nos hace un
llamado a mantenernos en constante actitud de conversión misionera: La missio ad gentes,
siempre necesaria en la Iglesia, contribuye así de manera fundamental al
proceso de conversión permanente de todos los cristianos. La fe en la pascua de
Jesús, el envío eclesial bautismal, la salida geográfica y cultural de sí y del
propio hogar, la necesidad de salvación del pecado y la liberación del mal
personal y social exigen que la misión llegue hasta los últimos rincones de la
tierra (Mensaje Domund 2019).
El primer paso para mantener viva la llama de la misión es estar
convencidos de la centralidad que ocupa en nuestra vida y en la vida de la
Iglesia. Como nos dice el Papa Benedicto XV, cada
uno debe ser el alma de su respectiva Misión (Maximum Illud,
n. 15). Y más explícito es
el Papa Francisco en este tema, cuando afirma que:
El verdadero misionero, que nunca
deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con
él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera.
Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega
misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que
transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida,
entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie (Evangelii
Gaudium, n. 266).
El paso siguiente es una
actitud de permanente conversión pastoral. Espero, nos dice el Papa Francisco, que todas las comunidades procuren poner los
medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y
misionera, que no puede dejar las cosas como están (Evangelii Gaudium, n.
25). El sueño del Papa es contar con una opción misionera capaz de
transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el
lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la
evangelización del mundo actual más que para la autopreservación (Evangelii
Gaudium, n. 27).
El tercer paso es salir
al encuentro de nuestros hermanos que sufren, convencidos de que la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo,
una pasión por su pueblo (Evangelii Gaudium, n. 268). Tomar distancia de los sufrimientos del pueblo es una traición a
la misión, así Jesús nos toma de en medio
del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se
entiende sin esta pertenencia (Evangelii Gaudium, n. 268). Para lograr esto
es necesario superar la tentación de ser
cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor (Evangelii
Gaudium, n. 270).
3.
La misión compartida
En la era digital se practica menos el contacto directo con las personas.
El dominio de un dispositivo electrónico conectado a una red digital nos
produce la percepción de estar en contacto directo y permanente con la realidad.
Pero todos sabemos que la realidad no es lo mismo que la imagen de la realidad.
Que virtualidad y realidad histórica no son sinónimas. En este sentido, el Papa
Francisco, apoyándose en el principio de la kénosis,
nos advierte que:
La kénosis de Cristo implica
abandonar la virtualidad de la existencia y de los discursos para escuchar el
ruido y la cantinela de gente real que nos desafía a crear lazos. Y permítanme
decirlo: las redes sirven para crear vínculos pero no raíces, son incapaces de
darnos pertenencia, de hacernos sentir parte de un mismo pueblo. Sin este
sentir, todas nuestras palabras, reuniones, encuentros, escritos serán signo de
una fe que no ha sabido acompañar la kénosis del Señor, una fe que se quedó a
mitad de camino (Discurso a los obispos de Centroamérica, 24 enero de 2019).
Además, el contexto en
que se desarrolla la misión hoy presenta la forma de un capitalismo imperante,
que promueve un mercado divinizado: El
afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a
fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea
frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado
divinizado, convertidos en regla absoluta (Evangelii Gaudium, n. 56). La causa de esta situación es la
idolatría del dinero y la dictadura del mercado sobre la dignidad humana:
Una de las causas de esta situación
se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que
aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La
crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una
profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!
Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro
(cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el
fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un
objetivo verdaderamente humano (Evangelii Gaudium, n.
55).
Dada la complejidad de
la realidad que hay que evangelizar, se requiere de agentes de pastoral y
misioneros bien formados, conscientes de su situación social y debidamente
capacitados. El Papa Benedicto XV, cuando se refería a los candidatos a ocupar cargos directivos en la obra misionera advertía severamente de no elegir hombres ineptos o menos idóneos (Maximum
Illud, n. 16). Y el Papa Francisco propone como modelo de pastor a Monseñor
Romero, a quien describía del siguiente modo: Romero no era un administrador de recursos humanos, no gestionaba
personas ni organizaciones, Romero sentía con amor de padre, amigo y hermano (Discurso a los obispos de Centroamérica, 24 enero de 2019).
Finalmente, la misión ad gentes requiere siempre de nuestro
solidaridad. En términos de oración; suscitando vocaciones misioneras; gestionando colaboración económica y promoviendo estructuras específicamente misioneras
como las Obras Misionales Pontificias u otras estructuras organizadas para el
mismo propósito.
A partir de estos
argumentos, reflexionemos las siguientes cuestiones:
ü ¿Qué
nos dice para nuestra reflexión el texto de Mateo 20,25-28?
ü ¿Cuáles
problemáticas aquejan a nuestras comunidades? ¿Cómo podemos organizarnos para
dar respuesta a esos problemas?
ü ¿Cuál
puede ser nuestro aporte para mantener viva la misión ad gentes?
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