Por: Pbro. Juan Vicente Chopin.
1. Motivación
El sacramento que nos vincula directamente con la misión es el bautismo,
pues con él entramos a formar parte de la Iglesia, que es el sujeto
histórico-sacramental de la evangelización.
Ahora bien, el hecho de bautizar a una persona no asegura efectividad en la
misión. Ello va a depender de la formación cristiana de dicha persona y,
consiguientemente, del grado de conciencia que tenga de su implicación en el
proceso evangelizador.
De tal manera que el bautismo puede quedar reducido a un acto formal, más o
menos socio-religioso. De ahí la necesidad de plantearnos la importancia de entender
y situar correctamente nuestro bautismo.
En el marco del mes de octubre, como mes misionero decretado por el Papa
Francisco, el bautismo se entiende como envío al mundo, por tanto no se
entiende como algo estático. Así, aunque en el lenguaje común hablamos de
«recibir el bautismo», en realidad, con él lo que recibimos es una misión.
2. La
voz del Papa
La crisis de la misión inicia cuando perdemos el sentido de nuestro
bautismo. Ello inicialmente se da porque lo vemos como algo separado de nuestra
existencia. Es como padecer una especie de enfermedad que podemos llamar
«esquizofrenia eclesial», en cuanto disociamos las funciones específicas del
bautismo de nuestra vida humana. Pero los pontífices no lo ven así.
Benedicto XV, por ejemplo, sostiene que ha
de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar (Maximum Illud, n.
64). El pontífice refiere este principio al ejercicio de la santidad y
entendemos por tal la toma de conciencia de la presencia de Dios en nuestras
vidas, por medio de la creación, del ejercicio de las virtudes y por medio de
la vida sacramental. Hace de quicio entre nuestra condición de bautizados y
nuestro testimonio en el mundo, la presencia activa el Espíritu Santo en
nosotros.
Aún más iluminadoras son, al respecto, las palabras del Papa Francisco:
Es un mandato que nos toca de
cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y
bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es
atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor
de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en
el mundo porque es fruto del amor de Dios (Mensaje Domund,
2019).
Descubrimos en las
palabras del Papa Francisco una antropología de la misión. Desde el acto
creador, toda persona tiene una misión en el mundo, sea que lo entienda o no.
El bautismo tendría que ser el momento de síntesis entre mi vocación humana y
la forma cristiana que ella adquiere a
partir de mi profesión de fe en Jesucristo, sin llegar a contradecirse una cosa
con la otra.
3. La
misión compartida
Tal parece que uno de los síntomas parar detectar la «esquizofrenia
eclesial» es cuando entendemos nuestro bautismo como un acto de estética social
o como un fenómeno individual. Implicar nuestro bautismo en la vida de la
comunidad debería ser el antídoto para sanar de dicha enfermedad.
Al respecto, recordemos lo que nos dice el Papa Francisco: nuestra misión radica en la
paternidad de Dios y en la maternidad de la Iglesia (Mensaje
Domund, 2019) y su contexto es la historia del mundo, según las palabras de Lumen Gentium, n. 8: La Iglesia, va peregrinando entre las persecuciones
del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor,
hasta que El venga. Esa es su justa colocación: entre la
opacidad de la historia y el esplendor del Reino.
El Papa Benedicto XV habla de dos peligros que acechan a los misioneros, en
particular a los pastores. En primer lugar, el nacionalismo, cuando se trata de
sacerdotes y misioneros que van a otros países: recordad que no es vuestra vocación para dilatar fronteras de imperios
humanos, sino las de Cristo; ni para agregar ciudadanos a ninguna patria de
aquí abajo, sino a la patria de arriba (Maximum Illud, n. 43). Se trata de
las personas que hacen experiencias misioneras en otros países y pretenden que
los destinatarios de la evangelización se adecuen a sus esquemas etnocéntricos, es decir, a las costumbres culturales de su país de origen.
El segundo lugar, menciona el peligro de la avaricia o apego desordenado al
dinero en los pastores y misioneros. Referimos lo que dice el Papa Benedicto
XV, en los numerales 50 y 51 de la Maximum
Illud, sobre ese tema:
En efecto, a quien está poseído de
la codicia le será imposible que procure, como es su deber, mirar únicamente
por la gloria divina; imposible que en la obra de la glorificación de Dios y
salud de las almas se halle dispuesto a perder sus bienes y aun la misma vida,
cuando así lo reclame la caridad.
Júntese a esto el desprestigio
consiguiente de la autoridad del misionero ante los infieles, sobre todo si,
como no sería extraño en materia tan resbaladiza, el afán de proveerse de lo
necesario degenerase en el vicio de la avaricia, pasión abyecta a los ojos de
los hombres y muy ajena del Reino de Dios.
Sobre estos
planteamientos nos preguntamos:
- ¿Qué reflexión nos sugiere el texto de Lucas 16,13?
- ¿Qué estamos haciendo o qué podemos hacer para que los bautizados se integren a la vida comunitaria, al proceso de evangelización y a la misión ad gentes?
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