Papa Benedicto XV (1854-1922)
Por: Pbro. Juan Vicente Chopin.
1. Motivación
Los frutos de la evangelización no son el resultado de la astucia del
predicador, sino de la acción del Espíritu Santo, único protagonista de la
misión. Esta es una tesis ampliamente sostenida tanto en la Biblia como en los
documentos pontificios.
Por consiguiente, evangelizar no es un acto de presunción. En el sentido de
presumir del hecho de ser evangelizador, por muy sagaces que seamos, o porque
damos por supuesto que los resultados de la evangelización dependen de la
intrepidez con que los hacemos.
Entonces evangelizar es un acto de humildad, por medio del cual reconozco
que es Dios quien actúa en mi y que, en definitiva, los resultados de la
evangelización están referidos siempre a él. Esto es posible porque Dios habita
en nuestros corazones y suscita una dinámica existencial entre nuestra libertad
y la propuesta de salvación expresada en el testimonio supremo de Jesús, el
Misionero del Padre.
La misión es la respuesta libre al requerimiento de Dios en mi interior, en
el entorno socio-cultural en que expreso mi acto de fe.
2. La
voz del Papa
En el siglo XX, el primer Pontífice que recalca esta primacía de la acción
de Dios en la evangelización es Benedicto XV, cuando afirma en su Carta
Apostólica Maximum Illud:
La propagación de la sabiduría cristiana, lo repetimos, es toda ella
obra exclusiva de Dios; pues a sólo Dios pertenece el penetrar en el corazón
para derramar allí sobre la inteligencia la luz de la ilustración divina y para
enardecer la voluntad con los estímulos de las virtudes, a la vez que prestar
al hombre las fuerzas sobrenaturales con las que pueda corresponder y efectuar
lo que por la luz divina comprendió ser bueno y verdadero (n. 73).
De donde se deduce que si el Señor no auxilia con su gracia a su
misionero, quedará éste condenado a la esterilidad. Sin embargo, no ha de dejar
de trabajar con ahínco en lo comenzado, confiado en que la divina gracia estará
siempre a merced de quien acuda a la oración (n. 74).
Este principio medular de la
evangelización debe ser recalcado continuamente, por ello el Papa Juan Pablo II
afirmaba categóricamente: El Espíritu
Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra
resplandece de modo eminente en la misión ad gentes (Redemptoris Missio, n. 21).
También el Papa Francisco nos lo recuerda, al afirmar que la salvación que Dios nos ofrece es obra de
su misericordia, y que no hay
acciones humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan
grande; de tal manera que el
principio de la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre
permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización (Evangelii
Gaudium, n. 112).
3.
La misión compartida
El próximo 30 de noviembre estaremos celebrando los
cien años de la publicación de la Carta Apostólica Maximum Illud, escrita
por el Papa Benedicto XV. En ella en Pontífice busca animar a los fieles
católicas a tomarse en serio su misión en el mundo, una misión que está directamente
vinculada a la promoción de la verdad. De hecho en el n. 1 nos exhorta:
La grande y santísima misión
confiada a sus discípulos por Nuestro Señor Jesucristo, al tiempo de su partida
hacia el Padre, por aquellas palabras: «Id por todo el mundo y predicad el
Evangelio a todas las naciones» (Mc 16,15), no había de limitarse
ciertamente a la vida de los apóstoles, sino que se debía perpetuar en sus
sucesores hasta el fin de los tiempos, mientras hubiera en la tierra hombres
para salvar la verdad.
Por su parte, el Papa Francisco, en su mensaje del DOMUND 2019, nos
advierte que nuestra filiación a Dios no es un acto individual, sino eclesial,
y que es connatural al creyente buscar la salvación en comunidad. De modo que
toda acción eclesial que busque la fama estéril o resultados numéricos bajo una
acción proselitista, no está acorde con la voluntad salvadora de Dios:
Nuestra pertenencia filial a Dios
no es un acto individual sino eclesial: la comunión con Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, es fuente de una vida nueva junto a tantos otros hermanos y
hermanas. Y esta vida divina no es un producto para vender —nosotros no hacemos
proselitismo— sino una riqueza para dar, para comunicar, para anunciar; este es
el sentido de la misión. Gratuitamente hemos recibido este don y gratuitamente
lo compartimos (cf. Mt 10,8),
sin excluir a nadie. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad, y a la experiencia de su misericordia, por medio de
la Iglesia, sacramento universal de salvación (cf. 1 Tm 2,4; 3,15; Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, 48).
Bajo estas premisas
nos podemos preguntar:
ü
¿Qué
nos sugiere el texto de 1Corintios 3, 5-7?
ü
En
nuestra comunidad ¿qué actitudes en los cristianos obstaculizan la acción del
Espíritu Santo en el proceso evangelizador?
ü
¿Qué
acciones podemos realizar para superar esos obstáculos?
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