lunes, 30 de septiembre de 2019

PALABRAS DE APERTURA AL PRIMER SIMPOSIO ROMERISTA EN LA DIÓCESIS DE SAN VICENTE, EL SALVADOR, C.A.








Palabras del Señor Nuncio Apostólico
Su Excelencia Santo R. Gangemi
“Mons. Romero en la Iglesia Latinoamericana”


en el
Primer Simposio Romerista
Diócesis de San Vicente

ÛÛÛ

Ilobasco, Cabañas, 28 de septiembre de 2019



Excelencia Reverendísima,
Reverendos y queridos conferencistas,
Estimados invitados,
Apreciada asistencia:

No puedo negar ni guardar silencio acerca de sentirme un poco incómodo tomando la palabra hoy durante este Primer Simposio Romerista. Creo que la razón de mi vergüenza es totalmente comprensible: yo soy el último entre ustedes y no puedo ni mínimamente ponerme en comparación con su conocimiento de la vida, la actividad y el mensaje –quisiera decir el magisterio– de un obispo que motiva estudios y discusiones hasta nuestros días y hasta hoy en día, después de más de 30 años de su muerte, al punto que para quien llega a El Salvador parece que se trata de un acontecimiento que ha pasado, a lo más tarde, hace unas semana o al máximo un mes.

Cuando leo los nombres de los que tomarán la palabra durante este encuentro me siento como un enano que marcha sobre las espaldas de unos gigantes o, para utilizar una frase de San Pablo quisiera decir: “Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto” (1Cor 15,8).

Comienzo diciendo inmediatamente cuál es mi intención: ¡No hablar sobre la vida y algunos aspectos específicos del compromiso pastoral y social del Santo Obispo Mártir! me detengo más bien para hacer una reflexión "en voz alta" sobre el impacto que el Obispo Romero tiene en América Latina y fuera de las fronteras de El Salvador.

Sin saberlo, la elección de su lema episcopal nos hace verlo como un pastor que afirma situarse dentro de la Iglesia, pero no la ideal, sino la concreta, la Iglesia de su tiempo y por esta misma razón que "sentir con la Iglesia" lo lleva hoy para hacerlo sentir “por la Iglesia”.

 De hecho, purificado por la palabra magisterial del Papa, que lo proclama santo, lo libera de ciertas etiquetas que una lectura distorsionada y marginal de su vida le había dado – muchos o todos ustedes lo saben bien - que “hubo equivocación hasta en la comprensión de la doctrina social de la Iglesia así que la defensa de los derechos humanos fue interpretada como si fuera una opción política más que evangélica” a pesar que dentro y fuera de El Salvador hubo personalidades de larga visión, como el Card. Achille Silvestrini, que al enterarse años después de la muerte de los jesuitas de la UCA no tuvo reparo a gritar que había que declararlos mártires enseguida sin esperar 50 años, sin caer en las dudas o en las largas disquisiciones que habían acompañado la muerte de Mons. Romero, hasta dentro de la misma Iglesia. El Papa Francisco proclamándolo como uno de los santos de la Iglesia universal, lo señala como el santo de todos, el santo de toda la Iglesia; lo siento por los salvadoreños que de esta manera están llamados a hacer un gran sacrificio para no considerar al primer santo de su tierra como un "tesoro celoso" y a aceptar de compartirlo con tantos que lo consideran como un Maestro, un pastor, una lámpara.  

Con este término me gusta resumir, en este contexto, la vida de nuestro santo; una palabra que dije por primera vez después de la misa en el Hospitalito el 15 de octubre de 2018. Nuestro santo lo pongo en analogía con la hermosa expresión que encontramos en el Evangelio de Juan y que el mismo Jesús se le atribuye a Juan el Bautista: "Él fue la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisistéis recrearos a la hora con su luz" (Jn 5,35). Esta me parece la definición más encantadora que se le puede dar al arzobispo Romero. ¡No una bandera, sino una lámpara! Para ver la bandera necesitamos levantar la cabeza, la luz, al revés, no necesita un movimiento: nos envuelve incluso si no la miramos, podemos cerrar los ojos, es cierto, pero no por eso la apagamos. Y poniéndonos en el cauce de los antiguos santos y pensadores podríamos añadir: ¡la verdad está desnuda! Ahí sobre la cruz la contemplamos y es una respuesta contundente a quien tal vez por pusilanimidad o hipocresía puede hoy como ayer preguntar: ¿qué es la verdad?

El 3 de febrero de 2015 sigue siendo una fecha importante para la historia reciente y futura de El Salvador, América Latina y la Iglesia Universal; esa fecha es como un hito entre un antes y un después, sobre todo entre un antes al que ya no podemos regresar.

L’Osservatore Romano, La edición semanal de la Santa Sede en lengua española del 6 de febrero de 2015 en la página 10 escribe así: “…el martes 3 de febrero, el Santo Padre Francisco…autorizó a la Congregación a promulgar los siguientes decretos:

- “El martirio del siervo de Dios Oscar Arnulfo Romero Galdámez… asesinado por odio a la fe, el 24 de marzo de 1980

Ya en esta breve frase de la Congregación queda muy clara la respuesta que la Santa Sede – el Santo Padre – quiso dar a la pregunta verdadera o retórica sobre el porqué del asesinato de Mons. Romero, barriendo de tal manera el terreno de todas las elucubraciones que, desde su muerte hasta la víspera de aquel día, se habían hecho y habían acompañado la personalidad y el ministerio del asesinado Arzobispo de San Salvador.

El mismo Osservatore Romano comentaba: “... había... un clima de persecución contra un pastor que, como consecuencia de la inspiración evangélica, de los documentos del Vaticano II, de Medellín, había elegido vivir para los pobres. No había motivos ideológicos de cercanía a pensamientos políticos particulares” (p.10).

En la presentación de los decretos Mons. Paglia, Postulador de la Causa romana, dijo: “Hoy Romero… es un don extraordinario para toda la Iglesia… no sólo para los católicos, sino también para todos los cristianos y para todos los hombres de buena voluntad” (p. 10).  

Es interesante cómo desde el primer momento del anuncio, el Postulador manifiesta el gozo no de los salvadoreños, cómo hubiéramos pensado, sino de toda la Iglesia, dilatando los horizontes de acogida a “todos los hombres de buena voluntad”.

La beatificación se celebra el 23 de mayo siguiente, en la Plaza Salvador del Mundo, podríamos decir, casi frente a sus reliquias que son custodiadas en el templo Primado de la capital.

Desde el primer momento me parece claro en la mente del Pontífice la universalidad del ejemplo de la santidad del mártir salvadoreño. En una pléyade de famosos santos anónimos, aquí tenemos un santo que inmediatamente excede las fronteras de su tierra natal incluso antes de su beatificación.

El mismo Papa Francisco en la Carta Apostólica enviada a S. E. Mons. José Luis Escobar Alas subraya cómo la alegría de la beatificación supera los estrechos límites de El Salvador, no limitándolo a Centroamérica, sino a todo el territorio latinoamericano: “En este día de fiesta para la Nación Salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos... - y añade - …. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en mundo entero” (OR, viernes 29 de mayo de 2015, p. 5).

¡Miren qué maravilla este documento pontificio!, nos parece que asistimos a un “crescendo” en una sinfonía musical. Se empieza por notas bajas y con pocas instrumentaciones hasta alcanzar el máximo del sonido, diría hasta despertar a los que se habían quedado dormidos.

No es suficiente para el Papa el territorio latinoamericano, le queda estrecho, lo amplía hasta el mundo entero.

Está muy claro el mensaje: ¡no se puede enmudecer la santidad! Me vuelve a la mente una maravillosa frase del Deuteronomio: “no pondrás bozal al buey que trilla” (29,9), que traducido en el pensamiento de Papa Francisco se podría leer: ¡no se puede amarrar la gracia de Dios!

Esta santidad universal de Mons. Romero y por ende esta actualidad de su mensaje es como un “clavo fijo” en la mente del Papa.

Sobrepaso el día de la canonización. Ya el hecho mismo no tiene necesidad de ser explicado, parafraseando un comentario de San Agustín sobre la multiplicación de los panes, podríamos decir que los mismos gestos del Papa para nosotros son palabras: La misma ceremonia en el marco maravilloso de Plaza San Pedro es un anuncio universal, que no puede ser retenido ni por Roma, ni por El Salvador, ¡sino que llega hasta los más pequeños lugares donde se levante un altar a Dios!

Pero no puedo callar estas maravillosas palabras: “San Óscar Romero supo encarnar con perfección la imagen del buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Por ello, y ahora mucho más desde su canonización, pueden encontrar en él un «ejemplo y un estímulo» en el ministerio que les ha sido confiado. Ejemplo de predilección por los más necesitados de la misericordia de Dios. Estímulo para testimoniar el amor de Cristo y la solicitud por la Iglesia, sabiendo coordinar la acción de cada uno de sus miembros y colaborando con las demás Iglesias particulares con afecto colegial. Que el santo Obispo Romero los ayude a ser para todos signos de esa unidad en la pluralidad que caracteriza al santo Pueblo fiel de Dios” (OR, 19 octubre 2018, p. 5).

Quisiera invitarles a mirar otro acontecimiento, tal vez hasta ahora menos profundizado, me refiero a la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá, que por cierto sentido se podría definir como el broche de oro de la “universalización” de Mons. Romero, ya que Francisco lo presenta casi como el hombre de Dios que al instar de San Pablo puede decir con su vida: “…ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí” (Gal 2,20), ¡por eso su ejemplo nos alcanza, nos acompaña y nos sobrepasa!

El punto más alto de esta "internacionalización" del mensaje de San Oscar Arnulfo Romero, me parece verlo en el discurso que el Papa Francisco en la mañana del jueves 24 de enero dirigió a los Obispos de América Central con los ojos fijos en el “futuro de América Central y de cualquier región del mundo” (O.R. viernes 1 de febrero 2019, p. 3).

La figura, el legado y la enseñanza del obispo mártir salvadoreño fueron el paradigma de la vida y la actividad de los pastores de nuestros tiempos y nuestras tierras, “… comprometidos por una gente de fe sencilla...que sabe que “Dios está presente, no duerme, está activo, observa y ayuda (S. Óscar Romero, Homilía, 16 diciembre 1979)’” (Ibid. O.R., p. 3).

Como lo define el Papa, él fue un “fruto profético”, no sólo y exclusivamente de la Iglesia salvadoreña, sino más bien “de la Iglesia en Centroamérica” y añade: “Su vida y enseñanza son fuente constante de inspiración para nuestras Iglesias y, de modo particular, para nosotros obispos. El lema que escogió para su escudo episcopal y que preside su lápida expresa de manera clara su principio inspirador y lo que fue su vida de pastor: “Sentir con la Iglesia”. Brújula que marcó su vida en fidelidad, incluso en los momentos más turbulentos”.

Con estas palabras quisiera terminar yo también.
Felicito al Obispo de la querida Diócesis de San Vicente y a los organizadores, por este encuentro desde el cual, estoy cordialmente convencido, regresaremos a nuestras tareas cotidianas si no más ricos, sin duda alguna, sinceramente más convencidos y comprometidos.

¡Muchas gracias!


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