miércoles, 18 de septiembre de 2019

CUARTA CATEQUESIS: LA MISIÓN AD GENTES. UNA IGLESIA POBRE Y EN SALIDA (DOMUND 2019)


Por: Pbro. Juan Vicente Chopin.

1.      Motivación

La misión es la esencia de la Iglesia. Decir que la Iglesia «tiene una misión» es, en cierto modo impropio, porque la Iglesia es misión. La misión es la forma constitutiva de la Iglesia.

Ahora bien, la tarea de dilatar la Iglesia como forma germinal del Reino de Dios no ha concluido. Ciertamente, cambian el contexto histórico y los desafíos.

En una época en que el sistema capitalista y el proceso de secularización avanzan sin sobresaltos, se abren paso nuevas formas de evangelización. Ahora se habla de predicar el evangelio en el contexto de la cuarta revolución industrial, que se caracteriza por una gama de nuevas tecnologías que fusionan los mundos físico, digital y biológico, impactando en todas las disciplinas del saber, e incluso desafiando ideas sobre lo que significa ser humano.

Como contraparte de este proceso de revolución industrial se pone en crisis la estabilidad ecológica del planeta, se agudiza el fenómeno de la migración y se desarrollan nuevas formas de colonización.

Cada vez es más complejo predicar el Evangelio, no solo porque sea rechazado, sino porque, en las regiones más occidentales del planeta, resulta ser irrelevante. Está a la creatividad de los evangelizadores, que afincados en la esperanza, van buscando nuevas formas de predicar el Evangelio en este nuevo escenario.

2.      La voz del Papa

Nunca ha sido fácil predicar el Evangelio. En los orígenes del movimiento cristiano, la persecución fue el detonante de la evangelización y el contexto más natural de su desarrollo. Pero, con el paso del tiempo, los contexto en que se desarrolla la misión se complejizan. El ideal de que la misión llegue hasta los confines de la tierra, no pierde vigencia, pero no se reduce a un criterio geográfico, ahora estamos en la era tecnológica. El Papa Francisco nos hace un llamado a mantenernos en constante actitud de conversión misionera: La missio ad gentes, siempre necesaria en la Iglesia, contribuye así de manera fundamental al proceso de conversión permanente de todos los cristianos. La fe en la pascua de Jesús, el envío eclesial bautismal, la salida geográfica y cultural de sí y del propio hogar, la necesidad de salvación del pecado y la liberación del mal personal y social exigen que la misión llegue hasta los últimos rincones de la tierra (Mensaje Domund 2019).

El primer paso para mantener viva la llama de la misión es estar convencidos de la centralidad que ocupa en nuestra vida y en la vida de la Iglesia. Como nos dice el Papa Benedicto XV, cada uno debe ser el alma de su respectiva Misión (Maximum Illud, n. 15). Y más explícito es el Papa Francisco en este tema, cuando afirma que:

El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie (Evangelii Gaudium, n. 266).

El paso siguiente es una actitud de permanente conversión pastoral. Espero, nos dice el Papa Francisco, que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están (Evangelii Gaudium, n. 25). El sueño del Papa es contar con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación (Evangelii Gaudium, n. 27).

El tercer paso es salir al encuentro de nuestros hermanos que sufren, convencidos de que la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo (Evangelii Gaudium, n. 268). Tomar distancia de los sufrimientos del pueblo es una traición a la misión, así Jesús nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia (Evangelii Gaudium, n. 268). Para lograr esto es necesario superar la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor (Evangelii Gaudium, n. 270).

3.      La misión compartida

En la era digital se practica menos el contacto directo con las personas. El dominio de un dispositivo electrónico conectado a una red digital nos produce la percepción de estar en contacto directo y permanente con la realidad. Pero todos sabemos que la realidad no es lo mismo que la imagen de la realidad. Que virtualidad y realidad histórica no son sinónimas. En este sentido, el Papa Francisco, apoyándose en el principio de la kénosis, nos advierte que:

La kénosis de Cristo implica abandonar la virtualidad de la existencia y de los discursos para escuchar el ruido y la cantinela de gente real que nos desafía a crear lazos. Y permítanme decirlo: las redes sirven para crear vínculos pero no raíces, son incapaces de darnos pertenencia, de hacernos sentir parte de un mismo pueblo. Sin este sentir, todas nuestras palabras, reuniones, encuentros, escritos serán signo de una fe que no ha sabido acompañar la kénosis del Señor, una fe que se quedó a mitad de camino (Discurso a los obispos de Centroamérica, 24 enero de 2019).

Además, el contexto en que se desarrolla la misión hoy presenta la forma de un capitalismo imperante, que promueve un mercado divinizado: El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta (Evangelii Gaudium, n. 56). La causa de esta situación es la idolatría del dinero y la dictadura del mercado sobre la dignidad humana:

Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano (Evangelii Gaudium, n. 55).

Dada la complejidad de la realidad que hay que evangelizar, se requiere de agentes de pastoral y misioneros bien formados, conscientes de su situación social y debidamente capacitados. El Papa Benedicto XV, cuando se refería a los candidatos a ocupar cargos directivos en la obra misionera advertía severamente de no elegir hombres ineptos o menos idóneos (Maximum Illud, n. 16). Y el Papa Francisco propone como modelo de pastor a Monseñor Romero, a quien describía del siguiente modo: Romero no era un administrador de recursos humanos, no gestionaba personas ni organizaciones, Romero sentía con amor de padre, amigo y hermano (Discurso a los obispos de Centroamérica, 24 enero de 2019).

Finalmente, la misión ad gentes requiere siempre de nuestro solidaridad. En términos de oración; suscitando vocaciones misioneras; gestionando colaboración económica y promoviendo estructuras específicamente misioneras como las Obras Misionales Pontificias u otras estructuras organizadas para el mismo propósito.

A partir de estos argumentos, reflexionemos las siguientes cuestiones:

ü  ¿Qué nos dice para nuestra reflexión el texto de Mateo 20,25-28?

ü  ¿Cuáles problemáticas aquejan a nuestras comunidades? ¿Cómo podemos organizarnos para dar respuesta a esos problemas?


ü  ¿Cuál puede ser nuestro aporte para mantener viva la misión ad gentes?

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