SAN ROMERO DE AMÉRICA, PROFETA Y MÁRTIR
XXXV
ANIVERSARIO, 24 de marzo de 2015
Por: Pbro.
Dr. Juan Vicente Chopin
Sacerdote
diocesano, salvadoreño,
Director
de la Escuela de Teología y del Doctorado en Teología
de la
Universidad Don Bosco
Vicario
Parroquial de la Parroquia El Calvario de San Vicente, El Salvador, C.A.
1.
La
reivindicación de la víctima
Los pobres tenían razón: ¡Mons.
Romero es santo! Siempre la tuvieron, por ello jamás se apartaron de esta
cripta, lugar donde reposa su sagrado cuerpo. A la manera como lo entendieron
los discípulos de Policarpo de Esmirna, según se lee en el relato de su
martirio: «De esta forma pudimos coger
después sus huesos[…] y los depositamos en un lugar conveniente. Siempre que
nos sea posible reunirnos allí con júbilo y alegría, el Señor nos concederá
celebrar el día natalicio de su martirio para el recuerdo de los que ya han
culminado su combate y para el ejercicio y preparación de los futuros». Ya
sabemos que el día del natalicio de un mártir no es el de su nacimiento
biológico, sino el día de su nacimiento a la resurrección, el día de su
martirio.
En esta línea, estimo que no es
mala idea sugerirle a Mons. Vincenzo Paglia, que nos visite con más frecuencia,
así posibilita que los prelados de la alta jerarquía salvadoreña visiten con
más frecuencia la tumba de los mártires. Digo esto porque el martirio es un
elemento constitutivo y fundante de la Iglesia, en el sentido en que lo
entiende el libro del Apocalipsis 1,5
que llama a Jesús: el Testigo fiel, el
primogénito de entre los muertos.
Que yo sepa, ningún miembro de la
jerarquía católica está en condiciones de desautorizar los textos bíblicos. Se
es cristiano y, por consiguiente, se acepta que Jesucristo es el primer mártir,
el que posibilita la existencia de la Iglesia.
Hay que decir que el aparato
mediático de la derecha recalcitrante ha intentado desvirtuar, hasta el empacho,
la memoria del mártir de América, pero la víctima resurge dignificada y restituye
esperanza a la serie de víctimas que en el mártir aparecen simbolizadas.
Aquellas víctimas anónimas que murieron antes de tiempo: delegados de la
palabra, catequistas, pastores protestantes, que en Mons. Romero tomaron
rostro.
En este sentido, la contraria
también es verdadera. Es decir, la oligarquía primitiva de este país no tenía
la razón. Nunca la tuvo. Y no la tiene.
Estaban equivocados los plumíferos
mercenarios que Roque Dalton menciona en su poema La Jauría, iniciando por Fray Ricardo Fuentes Castellanos, traidor
de su propia Iglesia, pasando por Sidney Mazzini, editorialistas de El Diario de Hoy, hasta llegar a los de
nuestros días; periodistas del alpiste, mejor dicho pseudo-periodistas; esos
que el poeta —mártir de la cultura— presenta en el poema citado como…
los necesarios corifeos de fondo
los de segunda fila
los que necesitan aullar más
los chacales furiosos
acechando salivosamente todo progreso.
Tampoco tenían la razón los
oscuros cardenales, obispos y sacerdotes amigos del imperio. Los mismos a los
que se refiere Don Pedro Casaldáliga en su inmortal poema:
Pobre pastor
glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús,
por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
Pero se abre paso la verdad y va
tomando cuerpo aquello que el filósofo Max Horkheimer decía con nostalgia
filosófica, es decir, que el asesino no pueda triunfar sobre la víctima
inocente.
Pero no es necesario que uno sea
filósofo de escuela para entender estas cosas. En ese sentido, como suele
suceder, el pueblo se nos adelanta. El canto popular, denominado La cumbia de Mons. Romero lo repite
claramente en su letra:
El diablo se equivoco, como siempre se equivoca
(bis).
Al querer callar la boca del hombre que se dio
entero,
porque vive con nosotros Oscar Arnulfo Romero.
2.
Mons.
Romero, expresión del martirio contemporáneo
En la historia de El Salvador, Mons.
Romero es el primer santo, oficialmente reconocido por la Iglesia Católica.
Esto nos llena de alegría, sobre todo a los que siempre hemos manifestado
públicamente devoción por Mons. Romero.
Este mártir, al que el sentir
popular desde los primeros días de su asesinato denomina «San Romero de
América», tiene características peculiares: es un obispo; da su vida
defendiendo a los pobres y exigiendo el respeto por los derechos humanos; sus
asesinos se declaran también “cristianos”; sus mismos hermanos obispos lo
acusan de soliviantar al pueblo y hay sacerdotes y laicos católicos que
desconfían de su santidad.
Todos esos rasgos hacen de Mons.
Romero un santo contemporáneo, cuyas características van más allá de la visión
clásica de la santidad. Se trata de un santo para nuestros días, cuya santidad
no será comprendida por los sectores conservadores, que viven con nostalgia su
pasado opresor y sin la esperanza de poder construir una sociedad reconciliada.
Pero ello, significa nada, porque la Iglesia, representada en la persona del
Papa Francisco, el 3 de febrero de 2015, lo declaró mártir in odium fidei (en odio a la fe).
La firma del decreto que lo
define como tal da paso inevitablemente a la ceremonia de beatificación el
próximo 23 de mayo, para presentarlo como modelo de santidad, inspirador de la
resistencia popular, defensor de los humildes y ejemplo de lucha contra los
poderes establecidos.
3.
Martirio in odium fidei
En el martirio confluyen
dialécticamente los motivos del mártir con los motivos del verdugo. Esto mismo,
Ignacio Ellacuría lo resume bien en una magistral pregunta: «por qué muere
Jesús y por qué lo matan». Por qué muere un mártir se refiere a sus propias
motivaciones y por qué lo matan se refiere a las motivaciones del verdugo.
El primer trabajo en donde
se sistematiza esto es un tratado de tipo canónico escrito por el Papa Benedicto
XIV, titulado De Servorum Dei
Beatificatione Et Beatorum Canonizatione escrito entre 1734 y 1738, en el
cual define al martirio como «muerte voluntaria sufrida ya sea por causa de la
fe en Cristo, o bien por otro acto virtuoso referido a Dios».
Por su parte, Mons. Romero
sostuvo que no era digno de recibir la corona del martirio, pero como advertía
aquello que los especialistas denominan prolixitas
mortis, es decir, la cercanía de la muerte, manifestaba apertura a la
voluntad de Dios y decía:“El martirio es
una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi
vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza
será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la
liberación de nuestro pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro.
Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo
hagan. Ojalá, sí, se convenzan que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero
la Iglesia de Dios, que es su pueblo, no perecerá jamás”.
Las cuestiones que hay que
responder en lo que respecta el odio a la fe son tres: primera, ¿quién es el
que odia?; segunda, ¿qué es lo que odia?, tercera, ¿por qué lo odia?
Quien odia no es solamente una persona, para el caso
Roberto D’Aubuisson, sino una élite de familias que han divinizado el mercado, una
oligarquía miope, que a partir de un capitalismo salvaje, ha confundido el
territorio salvadoreño con una finca de café y a sus habitantes con colonos que
tienen que servirles por siempre.
Lo que se odia entonces es la
praxis pastoral y caritativa de Mons. Romero, que a partir de su fe ha optado
por los marginados y se ha situado de mampara entre la voracidad del
capitalismo y las clases campesinas y trabajadoras.
Se le odia porque Mons. Romero no
es como sus otros compañeros de báculo que ceden ante las dádivas del sistema
económico imperante, sino que opta y toma postura de lado de los marginados. Y
él lo dice claramente: “Es, pues, un
hecho claro que nuestra Iglesia ha sido perseguida en los tres últimos años. Pero
lo más importante es observar por qué ha sido perseguida. No se
ha perseguido cualquier sacerdote ni atacado a cualquier institución. Se ha
perseguido y atacado aquella parte de la Iglesia que se ha puesto del lado del
pueblo pobre y ha salido en su defensa”.
El odio a la fe en el martirio de
Mons. Romero presenta la dificultad de que quienes orquestan su asesinato
están convencidos de que es él el que está desviando la fe cristiana y que son
ellos quienes detentan la auténtica expresión del cristianismo. Es necesaria,
pues una ampliación del concepto canónico de martirio, para ilustrar aquellos
casos en que el odio a la fe no es suficientemente claro.
Con la beatificación de Mons.
Romero se confirma aquello que dice Juan Pablo II en su carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, que «al
término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de
mártires».
4.
El
martirio de Mons. Romero nos interpela
Para no perder la inspiración y
el ejemplo que procede de San Romero de América, nos pronunciamos sobre
aspectos muy concretos que reclaman nuestra atención.
Quiero retomar el pronunciamiento que distintos
sectores de la sociedad salvadoreña ponen de manifiesto ante la inminente
beatificación de Mons. Romero.
La alegría que causa la
beatificación de Mons. Romero no debe alejarnos de las causas que llevaron a su
asesinato. La lucha continúa de cara a la justicia, la verdad y a la reparación
por su asesinato y por todas las graves violaciones a los derechos humanos
ocurridas antes, durante y después del conflicto armado, que él quiso
ardientemente evitar, y no fue escuchado. Es materia pendiente erradicar la
impunidad y la violencia que campean seguras en nuestra patria, y establecer,
en cambio, la justicia, la fraternidad y la solidaridad. De su sangre
derramada, podemos decir, con mayor razón, lo mismo que él predicó el 27 de
enero de 1980 sobre la de nuestro pueblo: “Estoy
seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de
tantas víctimas no será en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará
nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán
consciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más
justa y humana, y que fructificará en la realización reformas estructurales audaces, urgentes y radicales que necesita
nuestra patria.”
En
concreto nos pronunciamos acerca de los siguientes puntos:
1) Invitamos
a los obispos, sacerdotes y laicos que difamaron públicamente a Mons. Romero,
llamándolo guerrillero o con otros epítetos parecidos a que le pidan perdón y
pidan perdón también al pueblo salvadoreño.
2) Que
se retiren los símbolos cristianos de las banderas de los partidos políticos,
en particular del partido ARENA, pues es contradictorio llamarse cristiano y
consentir el asesinato de personas inocentes, en este caso de un arzobispo.
3) Que
los diputados del partido ARENA, por el bien del pueblo salvadoreño, den los
votos para la aprobación de la Ley General del Agua. Y les recordamos que tal
recurso no es una mercancía, sino un derecho a quienes todos los seres humanos
deben tener acceso.
4) Al
gobierno de los Estados Unidos y a sus representantes en el país, a que se
respete la autodeterminación de los pueblos, en concreto de Venezuela. Que se
derogue el decreto que con claros visos de exageración describe a Venezuela
como una amenaza a la seguridad de ese país. Por cierto, los amenazados somos
los países latinoamericanas no ellos.
5) A
la fiscalía y al Gobierno de El Salvador, que investigue, juzgue y sancione a
los autores intelectuales y materiales del asesinato de Monseñor Romero y que
en consecuencia se repare a las víctimas por las violaciones cometidas porque agentes
del Estado salvadoreño planificaron y ejecutaron este crimen de lesa humanidad;
6) Adecuar
las leyes del país a la Convención Americana de Derechos Humanos y dejar sin
efecto la Ley de amnistía aprobada con el Decreto Legislativo no 486, publicado
en el Diario Oficial el 22 de marzo de 1993.
5. Mons. Romero como faro de luz
La beatificación de Mons. Romero no es punto de
llegada, es punto de partida. Es momento esplendoroso para continuar la lucha.
Es puerta abierta para hacer pasar a las
víctimas de la muerte a la resurrección.
Si la primera Iglesia nace de la sangre de
Jesucristo y de los primeros mártires, en los orígenes del movimiento
cristiano, entonces la Iglesia salvadoreña renace a partir de la sangre de sus
mártires. Orientémonos, pues hacia la refundación de la Iglesia salvadoreña. Y
con ello, instemos a que todas las instituciones del Estado hagan lo mismo en
función de construir un nuevo país.
La luz de este faro ilumina las tinieblas de un
sacerdocio que no huele a oveja sino a lobo, porque un sacerdote que abusa de
los menores de edad, no está con los indefensos, sino en contra de ellos. No es
su amigo, sino su enemigo. El mismo Papa Francisco ha declarado el 7 de julio
del 2014 que no hay lugar en el
ministerio de la Iglesia para aquellos que cometen estos abusos. Y ha dicho
a los obispos que deben ejercer su
servicio de pastores con sumo cuidado para salvaguardar la protección de
menores y que rendirán cuentas de
esta responsabilidad.
Mons. Romero arroja luz sobre las tinieblas del
marketing de la religión, cuyos pastores exigen que las mujeres vayan
recatadamente vestidas al culto, pero no tienen ningún problema en violarlas y
en agredirlas físicamente.
6.
Tareas
Es
nuestra competencia luchar para que la santidad de Mons. Romero no degenere en
devoción barata, sino que mantenga su carácter profético.
En
este sentido quiero que rindamos homenaje a las mujeres de la Comunidad Monseñor Romero de la Cripta de
Catedral, que en los últimos años han recuperado este lugar y han luchado contra
diversas adversidades para mantener la memoria del Mártir San Romero.
Ellas
manifiestan que el día de la Beatificación de Monseñor Romero, 23 de mayo; esta
Comunidad estará cumpliendo 16 años de mantener viva su obra. Afirman que «no
ha sido fácil, a veces hemos peleado, otras agachado la cabeza; es porque somos
testarudas, aguantadoras y resistentes. Y aquí estamos dispuestas a seguir
hasta que se nos acaben las fuerzas, porque creemos que nos asiste la razón y
la verdad y porque Monseñor Romero se lo merece, él es quien nos anima a seguir».
Integran esta Comunidad:
María Teresa Alfaro Fernández; Marta Segovia; Engracia
Chavarría; Ruth Elizabeth Rivas; Magaly Urrutia Argot; Ana Ruth Granados; Miriam
de Cañénguez; Zenaida López; Vanessa Ivonne Rivas; Alicia López; Reina Atenas
de Rivas.
Agradecemos
también a los periodistas que siempre difunden la memoria de Mons. Romero: blog
y periódicos digitales alternativos, al diario CoLatino y a la Radio Maya
Visión. Les pedimos que sigan apoyando a la comunidad de la Cripta y el proceso
de canonización de Mons. Romero. A propósito, Mons.
Romero sería un magnífico patrono de los periodistas salvadoreños.
5 comentarios:
Excelente contenido muy bien armonizado entre los pastoral y lo académico. FELICIDADES!!! En verdad es motivo de gran esperanza encontrar sacerdotes con esta capacidad y sobre todo con esta sensibilidad. Un abrazo solidario y a echar manos a la obra en la ejecución de las tareas...
Mons. Romero nos inspira e interpela. La Iglesia que nace de su testimonio traza el horizonte de nuestro camino de fe y de acción social.
La beatificación de Mons. Romero.
La beatificación de Mons. Romero significa tres cosas muy importantes, que es necesario verlas en su complementariedad para que muestren toda su fuerza: una, que él tenía razón; dos, que sus enemigos estaban equivocados; y tres, que todos tenemos algo que hacer al respecto.
Mons. Romero tenía razón, y quienes le creímos y le hemos creído todo este tiempo, especialmente la gente pobre, no estábamos equivocados, teníamos -y tenemos- razón al creerle y al hacer caso de sus orientaciones. Los pobres especialmente tuvieron razón al proclamarle Santo.
Quienes lo mandaron a matar -y quienes lo mataron-, junto a quienes celebraron su asesinato, y quienes han querido olvidarlo, estaban equivocados. Mons. Romero no era ni comunista, ni izquierdista, ni estaba lavando cerebros de nadie, a como se dijo en su tiempo. Eso sí, era subversivo, pues quería subvertir el orden social en que le tocó vivir.
¿Y qué tenemos que hacer?
Simple. Quienes se equivocaron con él, que lo reconozcan públicamente, como dice el texto, que pidan perdón y que enmienden el daño causado. Mons. Romero no estaba apoyando ninguna causa injusta, no estaba azuzando la violencia ni estaba polarizando al país, no estaba engañando a los campesinos ni estaba ofendiendo a los ricos. Que empiecen por reconocer públicamente esto.
Los demás también tenemos que hacer algo simple: si Mons. Romero dijo e hizo lo que tenía que decir y hacer, porque Dios se lo había pedido, o quizás exigido, como a los profetas (Is 6, 9; Jer 1, 4-10), pues, entonces, nosotros también tenemos que hacer y decir lo mismo. ¿Por qué no nos tomamos en serio el profetismo de Mons. Romero?
Esto último nos pone en la tarea de refrescar toda su obra. Tenemos que darnos a la tarea de estudiar el pensamiento de Mons. Romero, tenemos que escuchar atenta y sistemáticamente sus homilías. Y como somos Iglesia, empecemos por exigir en nuestra comunidad local (parroquia, grupo juvenil, comunidad de base, grupo de oración, consejo parroquial, cátedra universitaria, etc.) apoye en esta tarea a todos y todas sus integrantes. Es preciso que nos dediquemos a estudiar la obra de San Romero, para actualizarla al contexto en que vivimos hoy. ¿No les parece?
Me gustaría continuar reflexionando con ustedes.
Un cordial saludo.
¡Manífico artículo!: claro, directo, coherente, breve!...
¡Felicidades P. Chopin!
Que Mons. Romero siga intercediendo por su pueblo y por todos los hombres y mujeres perseguidos por causa de la justicia
Por mucho tiempo luchamos porque se reconociera pública y oficialmente el testimonio de Mons. Romero. Y este esfuerzo lo hicieron las capas populares de nuestra sociedad, las mismas que no tuvieron espacio en la ceremonia oficial.
Sin embargo el punto principal es el que menciona Julio al final de su comentario. Releer y reinterpretar a Mons. Romero en la etapa de su reconocimiento oficial. Analizar y proponer su pensamiento más agudo en vistas a su aplicación.
Buscar esa aplicación en la propia persona y en la vida de las comunidades.
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