Por:
Pbro. Rafael Sánchez
Introducción
El Papa Francisco ha ofrecido a toda la Iglesia, el 24 de
noviembre de 2013, un documento realmente sorprendente, con un lenguaje directo
y comprometedor; con expresiones
motivadoras que tienen un carácter paternal: es el reflejo de un padre
que quiere iluminar el caminar de sus hijos.
El título de la exhortación apostólica es Evangelii Gaudium, es decir, «la alegría
del evangelio». La intención del Papa es hablar sobre el anuncio del evangelio
en el mundo actual; es decir, trata de poner en diálogo la revelación de Dios
(que es siempre novedad) con la realidad de los hombres de hoy. Son cinco
capítulos, que reflejan el proyecto de Iglesia que el Papa Francisco tiene en
mente. Es un documento largo, profundo, ameno, pero sobre todo inspirador.
El lenguaje es directo, vivencial, retador. En sus
expresiones podemos notar el corazón de un pastor que se preocupa por su pueblo;
su mirada sobre el mundo y la Iglesia en el mundo es una mirada paternal y por
eso puede dar una palabra significativa para un mundo que necesita motivaciones
para creer y esperar.
Entre todas las enseñanzas que presenta el Papa, queremos
destacar algunas razones para seguir creyendo y esperando en nuestro contexto
actual. No pretendemos agotar todas las razones, pero sí quisiéramos señalar
aquellas que nos parecen más significativas ante las preguntas que el hombre de
hoy se plantea.
Primera razón: el don del encuentro o
re-encuentro
Una realidad que constatamos en la cultura actual es la poca
apertura a la alteridad. Y si se da la
apertura, normalmente se hace en términos superficiales o utilitaristas. Este
fenómeno genera un sinsentido para la vida, principalmente por la pérdida de la apertura a la trascendencia. El
filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky, en su obra La era del vacío, analiza el individualismo contemporáneo. Dice por
ejemplo:
«Cuanto más la ciudad
desarrolla posibilidades de encuentro, más solos se sienten los individuos; más
libres, las relaciones se vuelven emancipadas de la viejas sujeciones, más rara
es posibilidad de encontrar una relación intensa. En todas partes encontramos
la soledad, el vacío, la dificultad de sentir, se ser transportado fuera de sí; de ahí la huida hacia
delante en las “experiencias” que no hace más que traducir esa búsqueda de una
“experiencia” emocional fuerte»[1].
Ante el fenómeno antes presentado, una palabra clave de la Evangelii
Gaudium parece ser la categoría encuentro.
Esta palabra es usada con frecuencia para destacar la experiencia de sentirse
amado por Dios y, por tanto, buscado por Él. Es importante para el Papa dejar
bien claro que es Dios quien busca el encuentro con el hombre y, si el hombre
se aleja, lo quiere reencontrar: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y
situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con
Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de
intentarlo cada día sin descanso» (n. 3)[2].
Dios nos busca porque nos ama: «el amor del Señor no se ha
acabado, no se ha agotado su ternura» (n. 6). El encuentro o reencuentro hace
salir de la conciencia aislada y la autorreferencialidad (n. 8).
Por tanto, aquí tenemos una primera razón para creer: la
insistencia de parte de Dios para encontrarse
con el hombre. Esta intuición puede dar mucha luz para todos aquellos que viven
experiencias de ensimismamiento y poca apertura, para aquellos que se dejan
llevar por un hiper-individualismo o una actitud narcisista. Sólo un ser
abierto al encuentro puede encontrar horizonte para su vida.
Segunda razón: La alegría de una
presencia
La
soledad es un problema que ha marcado también nuestra cultura. El hombre está
cada vez más comunicado, pero no necesariamente acompañado; tiene cada vez más
medios para establecer la comunicación, pero se siente solo. Esta situación lo
hace caer en la tristeza o, peor aún, en la desesperación. Estamos en la
cultura del aislamiento, —en palabras de Italo Gastaldi— del hiper-individualismo
hedonista y narcisista[3]. El
cristianismo es una respuesta a esa soledad, en cuanto que propone una
respuesta siempre novedosa.
El Papa nos dice que la alegría es una «marca» que debe dar
color y sabor a toda la vivencia cristiana. Pero el fundamento de esta alegría
es una presencia. En el número 5 se citan varios textos del Nuevo Testamento
que hacen referencia a la presencia de Cristo entre los suyos como el motivo para estar siempre
alegres. Por ejemplo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en
vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15, 11). Por eso dice el Papa
seguidamente «nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón
rebosante».
El Papa afirma que «la sociedad tecnológica ha logrado
multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la
alegría» (n. 7). La verdadera alegría sólo se encuentra en una persona:
Jesucristo. Estar con él, seguirlo a él, servirle a él, son los mejores testimonios
de una alegría plena. Por eso también se puede decir: la alegría del evangelio
nada ni nadie la puede quitar (n. 84).
La presencia de Dios es siempre cercana, se manifiesta en el
amor. Y esa presencia motiva a que nosotros también seamos cercanos al otro,
con actitud de projimidad (n. 169). El reto es «encontrar el gesto y la palabra
oportuna que nos desinstala de la
tranquila condición de espectadores» (n. 171).
Tercera razón: Dios es siempre nuevo
La capacidad de asombro ante la novedad no es una actitud de
moda hoy. Sí está de moda el culto a la novedad y al cambio[4], pero
no necesariamente la capacidad de asombro.
El hombre tecnologizado esta cada vez más adormecido por los inmediatismos y
las visiones de corto alcance[5]. En
palabras de G. Vattimo es un «pensamiento débil», que no se orienta hacia el
origen o fundamento, sino a lo próximo. Podríamos decir que el hombre de hoy
tantas veces está ciego ante la novedad, no quiere ver o no le interesa la
novedad auténtica. Para que se dé una novedad auténtica también es necesaria una referencia continua a
la memoria y también a los puntos esenciales de las opciones de vida. En el
cristianismo se propone una verdad que es siempre nueva.
La propuesta del Papa nos dice que la riqueza y la hermosura
de Dios son inagotables, así lo expresa en el número 11. El amor que Dios ha
mostrado tiene un centro y una esencia: el misterio pascual. Desde allí, el
Señor «ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una
nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora». Además afirma: Dios
«siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad… la
propuesta cristiana nunca envejece». Dios nos sorprende con su constante
creatividad.
En la experiencia de la catequesis, por ejemplo, se debe
renovar continuamente el primer anuncio: el amor de Jesucristo, que ha dado su
vida para darnos vida y que sigue presente para liberarnos (nn. 164-165). Esta
experiencia de amor es siempre nueva, se profundiza cada vez más en el camino
de crecimiento en la fe. En ese camino se debe seguir anunciando a Cristo lo
cual «significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y
justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de
un gozo profundo, aun en medio de la pruebas» (n. 167).
Proponer a un Dios siempre nuevo implica usar siempre un
lenguaje positivo (n. 159). Que sea propositivo, alentador, lleno de vitalidad
y generador de comportamientos coherentes, de tal modo que la respuesta de fe
sea dada por amor, no por miedo. Por tanto, la novedad de Dios, siempre
sorprende y puede ser un motivo para abrirse al misterio, basta tener un mínimo
de apertura a la novedad. Debemos cultivar la capacidad de asombro.
Cuarta razón: El Dios que toma la
iniciativa en el amor
El mundo parece que vive el amor según los signos de la
economía y el utilitarismo: se propone el amor como un negocio, «si me das amor
yo te doy amor», este sería un amor por interés, no por gratuidad; «la dinámica
del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la productividad como
valores reguladores de todas las relaciones humanas»[6]. Este
tipo de amor destruye a la misma persona, lo encierra en la subjetividad[7]. Ante
esta constatación el cristianismo propone una visión distinta del amor. El Papa
dice: «la comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa,
la ha primereado en el amor (Cf. 1Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse,
tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los alejados y
llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos» (n. 24). Aquí
tenemos otro gran motivo para creer y esperar: la iniciativa de Dios amando sin
medida.
Es un Dios amante que nos salva (n. 39). Y espera una
respuesta de amor, pero esta respuesta es dada en una vida moral auténtica; no
es una ética estoica o una filosofía práctica,
fría y calculadora. Es más bien una vida de virtud articulada según la esencia
del mensaje del Evangelio.
El rostro de Dios que nos presenta el Papa Francisco en su
Exhortación es un rostro alegre, misericordioso, siempre atento a la realidad
del hombre. Un Dios que le gustan las cosas esenciales. Por ejemplo, en el
numeral 43, citando a Santo Tomás nos invita a destacar los preceptos dados por
Cristo, que son muy pocos. Y por eso la Iglesia, según San Agustín, no debe
hacer pesada la vida de los fieles, hasta el punto de esclavizar la vida,
olvidando que la misericordia de Dios quiso que la religión fuera libre. Pero
esto no quiere decir disminución del valor del ideal evangélico; más bien se
requiere acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles del
crecimiento de las personas que se van construyendo cada día (Cf. n 44). Por
tanto el rostro de Dios es paciente, tiene consuelo para todos porque su amor
es salvífico, da vida. En este sentido la evangelización es “dar vida” (n. 10).
Es mostrar el rostro salvífico de Dios. Por eso la mirada del pastor no busca
juzgar, sino amar (n. 125).
Dios tiene mediaciones concretas para este amor: sigue
amando por medio de los agentes de la pastoral eclesial (n. 76). Muchos
hermanos siguen dando la vida por amor, ofrecen su vida y su tiempo con amor.
Este es un signo de credibilidad importante para el mundo de hoy: la vida y el
amor reflejado en personas concretas.
Por otro lado, la presencia de Jesucristo genera relaciones
nuevas (n. 87). En donde las posibilidades de comunicación pueden dar espacio
para mayores opciones de encuentro y solidaridad entre todos. Es decir que la
vida de Jesucristo engendra más vida entre sus seguidores. «El evangelio nos
invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su
presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que
contagia en un constante cuerpo a cuerpo» (n. 88)[8]. Jesús
es el modelo, con su encarnación nos ha mostrado concretamente la vida de Dios.
Por tanto, no podemos escapar de una relación personal y comprometida con Dios
que al mismo tiempo nos compromete con los otros (n. 91). Por eso el Papa
invita a no cansarnos de optar por la felicidad, que se puede encontrar primereando en el amor. En este sentido,
el trabajo evangelizador debe tener este dinamismo: «El principio de la
primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre permanentemente nuestras
reflexiones sobre la evangelización» (n. 112).
Quinta razón: Dios nos da su paz
Vivimos rodeados de signos de violencia. Notamos cada vez
más cómo nuestra generación se ve envuelta en un riesgo constante de
destrucción. Esta violencia tiene sus dinamismos internos. Por ejemplo: la
violencia de los hombres, lejos de explicarse a partir de consideraciones
utilitarias, ideológicas o económicas, ha sido regulada esencialmente en
función de dos códigos: el honor y la venganza[9]. Estos
códigos son de sangre, destruyen la vida, son destructores en todo sentido.
Ante esta propuesta de anti-fraternidad, el cristianismo también hace una
propuesta.
Más arriba hemos reconocido cómo el Papa habla de este Dios
de la alegría y del amor. Ahora nos detenemos a analizar también otro aspecto
importante de la presencia de Dios: el fruto de la paz. «Cristo es nuestra paz»
(Ef 2,14). Esta certeza nos confirma la fuerza de unificación que nos propone
el Señor: «entre cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y
espíritu, persona y sociedad» (n. 229). Por eso el Papa también afirma «la paz
es posible porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad
permanente». Esta es una buena noticia que nos hace confiar cada vez más en los
procesos que realizamos por alcanzar la paz.
Por eso la Iglesia proclama el evangelio de la paz (n. 239),
cuida de este bien universal. Para esto se debe privilegiar el diálogo como
forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos (n. 238). La actitud de
diálogo también incluye la capacidad de confiar en el otro.
Vale la pena referirnos aquí también al mensaje del Papa
para XLVII Jornada mundial de la paz, del 2014. Algunas afirmaciones especiales
de ese mensaje: «la familia es fuente de toda fraternidad», «una verdadera
fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente»
(n. 1); «la fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios» (n. 3); «la
fraternidad es fundamento y camino para la paz» (n. 4).
Sexta razón: La Iglesia de puertas
abiertas y comprometida
Ahora nos concentramos en la Iglesia como un signo de
credibilidad en la medida que tiene las puertas abiertas y se compromete con
las realidades de este mundo. «La Iglesia “en salida” es una Iglesia con las
puertas abiertas» (n. 46). Es una Iglesia atenta, que busca el trato personal,
que mira a los ojos y escucha, que acompaña al que se queda al costado del
camino. Esta actitud de apertura que debe reflejar la Iglesia procede de la misma
actitud de Dios, que como Padre siempre espera al hijo. Recordemos al padre del
hijo pródigo.
Por eso la Iglesia debe ser siempre «la casa abierta del
Padre». Es más, «Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la
carne sufriente de los demás» (n. 270); motivada por esa intuición la Iglesia
está invitada a estar cada vez más comprometida en una evangelización de
carácter integral, mostrando «la fuerza de la ternura».
Otra afirmación categórica: «La Iglesia tiene que ser el
lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido,
amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (n.
114). La misión es «iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar»
(n. 273).
Como podemos notar, podemos encontrar en la Iglesia una luz
que inspire nuestro camino. Los que somos miembros de esta Iglesia sabemos que
debemos ser reflejo del amor paternal de Dios.
Conclusión: una nueva etapa evangelizadora
Si se trata de darle razones a este mundo para creer y
esperar debemos tener clara la conciencia de que es necesario entrar en una
nueva etapa evangelizadora (n. 1). Es un reto que exige conocer bien dónde están los fundamento de la fe y también conocer
bien las preocupaciones más sentidas de las nuevas generaciones. Se necesita un
discernimiento evangélico de los signos de los
tiempos: cultura de la exclusión y la inequidad, la idolatría del dinero, la
crisis financiera fruto de una crisis antropológica, el rechazo de la ética y
de Dios. Ante este contexto el Papa recuerda que «evangelizamos también cuando
tratamos de afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse» (n. 61).
Resumamos los desafíos en siete puntos:
a) Una evangelización con
espíritu:
esto quiere decir «una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa,
audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa» (n. 261). En esta nueva
etapa evangelizadora se requiere fervor y dinamismo (n. 17). Podríamos decir
que en cada tarea que se realice debe estar presente el «estilo evangelizador»
(n.18).
b) Una Iglesia en salida: capaz de superar sus comodidades y llegar a
todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (Cfr. n. 20). Es
interesante la idea que el Papa desarrolla en varios numerales, sobre todo el
número 97, sobre la urgencia de que la Iglesia deje de verse como el centro; es
decir que tiene que hacer el «movimiento
de salida de sí», y centrarse más en Jesucristo y la entrega a los pobres. La
Iglesia debe evitar la mundanidad bajo ropajes espirituales o pastorales.
c) Apertura: La pastoral, entonces, debe
ser una pastoral de apertura, de puertas abiertas (nn. 47-49). Con la capacidad
de caminar hacia las periferias, no con miedo a equivocarse, sino con miedo a
quedarse encerrados en una centralismo eclesial. Es necesario superar el miedo
a la novedad y el ostracismo eclesial.
d) Sin exclusiones: Ya que todos tienen derecho
de recibir el evangelio, los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin
excluir a nadie (nn. 14;23), compartiendo una alegría, un horizonte bello, un
banquete deseable. Por eso la Iglesia debe «poner los medios necesarios para
avanzar en el camino de una conversión pastoral misionera, que no puede dejar
las cosas como están» (n. 25; Cf. n. 15).
e) Renovación constante: La renovación en el
esfuerzo misionero y evangelizador exige que la Iglesia misma tenga una
conversión; pero en qué consiste esencialmente esta conversión: en renovar la
fidelidad a su vocación (Cf. n. 26). Se pide una pastoral en clave de misión.
Con la renovación adecuada de las estructuras pastorales: las parroquias, las
Iglesias particulares y el mismo papado.
f) La alegría: El anuncio del evangelio
debe ser alegre, paciente y progresivo, teniendo como tema central la muerte y
resurrección de Cristo (n. 110). El entusiasmo de la evangelización se
fundamenta en una convicción: «Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo
que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una
respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y
elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí
donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un
infinito amor» (n. 265).
g) La creatividad: Con creatividad, por que
«toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva”» (n. 12). Además, la
convicción de que Dios tiene la iniciativa permite conservar la alegría en
medio de la tarea exigente de la evangelización. Se trata, pues, de «intentar
expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su
permanente novedad» (n.41). Este es otro reto para nuestro tiempo.
El
desafío es que seamos capaces de vivir intensamente los principios y valores aprendidos
del Evangelio, de tal manera que dignifiquemos nuestro paso por esta tierra (n.
208). Reto nada sencillo, pero que motiva cada vez más al compromiso por el
amor y la paz con alegría.
[1] G. Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona: Editorial Anagrama, 1986, pp. 77-78.
[2] Entre paréntesis iremos presentando los numerales de la
Exhortación Apostólica, ya sea las citaciones textuales o las ideas a las
cuales se hace referencia.
[3] Cfr. I. Gastaldi,
Educar y evangelizar en la posmodernidad,
Quito: Ediciones UPS, 1994, p. 26.
[4] Cfr. G. Lipovetsky,
La era del vacío, Barcelona:
Editorial Anagrama, 1986, p. 81.
[5] Cfr. I. Gastaldi,
Educar y evangelizar en la posmodernidad,
Quito: Ediciones UPS, 1994, especialmente en p. 26: «La corriente de
pensamiento de la posmodernidad no se detuvo en el intelecto, pasó a ser una
actitud vital, un “estilo de vida”. Vivir la existencia como una sucesión
yuxtapuesta de diminutos instantes placenteros… Vivir el encanto de estar
desencantados».
[6] Documento de Aparecida, n. 61.
[7] Cfr. E. Díaz, Posmodernidad,
Buenos Aires: Editorial Biblos, 2005, p. 124.
[8] Notamos aquí la conexión con la primera razón que
comentábamos más arriba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario