martes, 7 de enero de 2014

"Evangelii Gaudium". Razones para seguir creyendo y esperando



Por: Pbro. Rafael Sánchez


Introducción
El Papa Francisco ha ofrecido a toda la Iglesia, el 24 de noviembre de 2013, un documento realmente sorprendente, con un lenguaje directo y comprometedor; con expresiones  motivadoras que tienen un carácter paternal: es el reflejo de un padre que quiere iluminar el caminar de sus hijos.
El título de la exhortación apostólica es Evangelii Gaudium, es decir, «la alegría del evangelio». La intención del Papa es hablar sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual; es decir, trata de poner en diálogo la revelación de Dios (que es siempre novedad) con la realidad de los hombres de hoy. Son cinco capítulos, que reflejan el proyecto de Iglesia que el Papa Francisco tiene en mente. Es un documento largo, profundo, ameno, pero sobre todo inspirador.
El lenguaje es directo, vivencial, retador. En sus expresiones podemos notar el corazón de un pastor que se preocupa por su pueblo; su mirada sobre el mundo y la Iglesia en el mundo es una mirada paternal y por eso puede dar una palabra significativa para un mundo que necesita motivaciones para creer y esperar.
Entre todas las enseñanzas que presenta el Papa, queremos destacar algunas razones para seguir creyendo y esperando en nuestro contexto actual. No pretendemos agotar todas las razones, pero sí quisiéramos señalar aquellas que nos parecen más significativas ante las preguntas que el hombre de hoy se plantea.

Primera razón: el don del encuentro o re-encuentro
Una realidad que constatamos en la cultura actual es la poca apertura a la  alteridad. Y si se da la apertura, normalmente se hace en términos superficiales o utilitaristas. Este fenómeno genera un sinsentido para la vida, principalmente por la pérdida de la apertura a la trascendencia. El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky, en su obra La era del vacío, analiza el individualismo contemporáneo. Dice por ejemplo:
«Cuanto más la ciudad desarrolla posibilidades de encuentro, más solos se sienten los individuos; más libres, las relaciones se vuelven emancipadas de la viejas sujeciones, más rara es posibilidad de encontrar una relación intensa. En todas partes encontramos la soledad, el vacío, la dificultad de sentir, se ser transportado fuera de sí; de ahí la huida hacia delante en las “experiencias” que no hace más que traducir esa búsqueda de una “experiencia” emocional fuerte»[1].


Ante el fenómeno antes presentado, una palabra clave de  la Evangelii Gaudium parece ser la categoría encuentro. Esta palabra es usada con frecuencia para destacar la experiencia de sentirse amado por Dios y, por tanto, buscado por Él. Es importante para el Papa dejar bien claro que es Dios quien busca el encuentro con el hombre y, si el hombre se aleja, lo quiere reencontrar: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso» (n. 3)[2].
Dios nos busca porque nos ama: «el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura» (n. 6). El encuentro o reencuentro hace salir de la conciencia aislada y la autorreferencialidad (n. 8).
Por tanto, aquí tenemos una primera razón para creer: la insistencia de parte de Dios para encontrarse con el hombre. Esta intuición puede dar mucha luz para todos aquellos que viven experiencias de ensimismamiento y poca apertura, para aquellos que se dejan llevar por un hiper-individualismo o una actitud narcisista. Sólo un ser abierto al encuentro puede encontrar horizonte para su vida.

Segunda razón: La alegría de una presencia
La soledad es un problema que ha marcado también nuestra cultura. El hombre está cada vez más comunicado, pero no necesariamente acompañado; tiene cada vez más medios para establecer la comunicación, pero se siente solo. Esta situación lo hace caer en la tristeza o, peor aún, en la desesperación. Estamos en la cultura del aislamiento, —en palabras de Italo Gastaldi— del hiper-individualismo hedonista y narcisista[3]. El cristianismo es una respuesta a esa soledad, en cuanto que propone una respuesta siempre novedosa.
El Papa nos dice que la alegría es una «marca» que debe dar color y sabor a toda la vivencia cristiana. Pero el fundamento de esta alegría es una presencia. En el número 5 se citan varios textos del Nuevo Testamento que hacen referencia a la presencia de Cristo entre los  suyos como el motivo para estar siempre alegres. Por ejemplo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15, 11). Por eso dice el Papa seguidamente «nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante».
El Papa afirma que «la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría» (n. 7). La verdadera alegría sólo se encuentra en una persona: Jesucristo. Estar con él, seguirlo a él, servirle a él, son los mejores testimonios de una alegría plena. Por eso también se puede decir: la alegría del evangelio nada ni nadie la puede quitar (n. 84).
La presencia de Dios es siempre cercana, se manifiesta en el amor. Y esa presencia motiva a que nosotros también seamos cercanos al otro, con actitud de projimidad (n. 169). El reto es «encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala  de la tranquila condición de espectadores» (n. 171).

Tercera razón: Dios  es siempre nuevo
La capacidad de asombro ante la novedad no es una actitud de moda hoy. Sí está de moda el culto a la novedad y al cambio[4], pero no necesariamente la capacidad de asombro. El hombre tecnologizado esta cada vez más adormecido por los inmediatismos y las visiones de corto alcance[5]. En palabras de G. Vattimo es un «pensamiento débil», que no se orienta hacia el origen o fundamento, sino a lo próximo. Podríamos decir que el hombre de hoy tantas veces está ciego ante la novedad, no quiere ver o no le interesa la novedad auténtica. Para que se dé una novedad auténtica  también es necesaria una referencia continua a la memoria y también a los puntos esenciales de las opciones de vida. En el cristianismo se propone una verdad que es siempre nueva.
La propuesta del Papa nos dice que la riqueza y la hermosura de Dios son inagotables, así lo expresa en el número 11. El amor que Dios ha mostrado tiene un centro y una esencia: el misterio pascual. Desde allí, el Señor «ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora». Además afirma: Dios «siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad… la propuesta cristiana nunca envejece». Dios nos sorprende con su constante creatividad.
En la experiencia de la catequesis, por ejemplo, se debe renovar continuamente el primer anuncio: el amor de Jesucristo, que ha dado su vida para darnos vida y que sigue presente para liberarnos (nn. 164-165). Esta experiencia de amor es siempre nueva, se profundiza cada vez más en el camino de crecimiento en la fe. En ese camino se debe seguir anunciando a Cristo lo cual «significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de la pruebas» (n. 167).
Proponer a un Dios siempre nuevo implica usar siempre un lenguaje positivo (n. 159). Que sea propositivo, alentador, lleno de vitalidad y generador de comportamientos coherentes, de tal modo que la respuesta de fe sea dada por amor, no por miedo. Por tanto, la novedad de Dios, siempre sorprende y puede ser un motivo para abrirse al misterio, basta tener un mínimo de apertura a la novedad. Debemos cultivar la capacidad de asombro.

Cuarta razón: El Dios que toma la iniciativa en el amor
El mundo parece que vive el amor según los signos de la economía y el utilitarismo: se propone el amor como un negocio, «si me das amor yo te doy amor», este sería un amor por interés, no por gratuidad; «la dinámica del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la productividad como valores reguladores de todas las relaciones humanas»[6]. Este tipo de amor destruye a la misma persona, lo encierra en la subjetividad[7]. Ante esta constatación el cristianismo propone una visión distinta del amor. El Papa dice: «la comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (Cf. 1Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los alejados y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos» (n. 24). Aquí tenemos otro gran motivo para creer y esperar: la iniciativa de Dios amando sin medida.
Es un Dios amante que nos salva (n. 39). Y espera una respuesta de amor, pero esta respuesta es dada en una vida moral auténtica; no es una ética estoica o una filosofía práctica, fría y calculadora. Es más bien una vida de virtud articulada según la esencia del mensaje del Evangelio.
El rostro de Dios que nos presenta el Papa Francisco en su Exhortación es un rostro alegre, misericordioso, siempre atento a la realidad del hombre. Un Dios que le gustan las cosas esenciales. Por ejemplo, en el numeral 43, citando a Santo Tomás nos invita a destacar los preceptos dados por Cristo, que son muy pocos. Y por eso la Iglesia, según San Agustín, no debe hacer pesada la vida de los fieles, hasta el punto de esclavizar la vida, olvidando que la misericordia de Dios quiso que la religión fuera libre. Pero esto no quiere decir disminución del valor del ideal evangélico; más bien se requiere acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles del crecimiento de las personas que se van construyendo cada día (Cf. n 44). Por tanto el rostro de Dios es paciente, tiene consuelo para todos porque su amor es salvífico, da vida. En este sentido la evangelización es “dar vida” (n. 10). Es mostrar el rostro salvífico de Dios. Por eso la mirada del pastor no busca juzgar, sino amar (n. 125).
Dios tiene mediaciones concretas para este amor: sigue amando por medio de los agentes de la pastoral eclesial (n. 76). Muchos hermanos siguen dando la vida por amor, ofrecen su vida y su tiempo con amor. Este es un signo de credibilidad importante para el mundo de hoy: la vida y el amor reflejado en personas concretas.
Por otro lado, la presencia de Jesucristo genera relaciones nuevas (n. 87). En donde las posibilidades de comunicación pueden dar espacio para mayores opciones de encuentro y solidaridad entre todos. Es decir que la vida de Jesucristo engendra más vida entre sus seguidores. «El evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo» (n. 88)[8]. Jesús es el modelo, con su encarnación nos ha mostrado concretamente la vida de Dios. Por tanto, no podemos escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos compromete con los otros (n. 91). Por eso el Papa invita a no cansarnos de optar por la felicidad, que se puede encontrar primereando en el amor. En este sentido, el trabajo evangelizador debe tener este dinamismo: «El principio de la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización» (n. 112).

Quinta razón: Dios nos da su paz
Vivimos rodeados de signos de violencia. Notamos cada vez más cómo nuestra generación se ve envuelta en un riesgo constante de destrucción. Esta violencia tiene sus dinamismos internos. Por ejemplo: la violencia de los hombres, lejos de explicarse a partir de consideraciones utilitarias, ideológicas o económicas, ha sido regulada esencialmente en función de dos códigos: el honor y la venganza[9]. Estos códigos son de sangre, destruyen la vida, son destructores en todo sentido. Ante esta propuesta de anti-fraternidad, el cristianismo también hace una propuesta.
Más arriba hemos reconocido cómo el Papa habla de este Dios de la alegría y del amor. Ahora nos detenemos a analizar también otro aspecto importante de la presencia de Dios: el fruto de la paz. «Cristo es nuestra paz» (Ef 2,14). Esta certeza nos confirma la fuerza de unificación que nos propone el Señor: «entre cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad» (n. 229). Por eso el Papa también afirma «la paz es posible porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente». Esta es una buena noticia que nos hace confiar cada vez más en los procesos que realizamos por alcanzar la paz.
Por eso la Iglesia proclama el evangelio de la paz (n. 239), cuida de este bien universal. Para esto se debe privilegiar el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos (n. 238). La actitud de diálogo también incluye la capacidad de confiar en el otro.
Vale la pena referirnos aquí también al mensaje del Papa para XLVII Jornada mundial de la paz, del 2014. Algunas afirmaciones especiales de ese mensaje: «la familia es fuente de toda fraternidad», «una verdadera fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente» (n. 1); «la fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios» (n. 3); «la fraternidad es fundamento y camino para la paz» (n. 4).

Sexta razón: La Iglesia de puertas abiertas y comprometida
Ahora nos concentramos en la Iglesia como un signo de credibilidad en la medida que tiene las puertas abiertas y se compromete con las realidades de este mundo. «La Iglesia “en salida” es una Iglesia con las puertas abiertas» (n. 46). Es una Iglesia atenta, que busca el trato personal, que mira a los ojos y escucha, que acompaña al que se queda al costado del camino. Esta actitud de apertura que debe reflejar la Iglesia procede de la misma actitud de Dios, que como Padre siempre espera al hijo. Recordemos al padre del hijo pródigo.
Por eso la Iglesia debe ser siempre «la casa abierta del Padre». Es más, «Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás» (n. 270); motivada por esa intuición la Iglesia está invitada a estar cada vez más comprometida en una evangelización de carácter integral, mostrando «la fuerza de la ternura».
Otra afirmación categórica: «La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (n. 114). La misión es «iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar» (n. 273).
Como podemos notar, podemos encontrar en la Iglesia una luz que inspire nuestro camino. Los que somos miembros de esta Iglesia sabemos que debemos ser reflejo del amor paternal de Dios.

Conclusión: una nueva etapa evangelizadora
Si se trata de darle razones a este mundo para creer y esperar debemos tener clara la conciencia de que es necesario entrar en una nueva etapa evangelizadora (n. 1). Es un reto que exige conocer bien dónde están los fundamento de la fe y también conocer bien las preocupaciones más sentidas de las nuevas generaciones. Se necesita un discernimiento evangélico de los signos de los tiempos: cultura de la exclusión y la inequidad, la idolatría del dinero, la crisis financiera fruto de una crisis antropológica, el rechazo de la ética y de Dios. Ante este contexto el Papa recuerda que «evangelizamos también cuando tratamos de afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse» (n. 61).
Resumamos los desafíos en siete puntos:
a) Una evangelización con espíritu: esto quiere decir «una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa» (n. 261). En esta nueva etapa evangelizadora se requiere fervor y dinamismo (n. 17). Podríamos decir que en cada tarea que se realice debe estar presente el «estilo evangelizador» (n.18).
b) Una Iglesia en salida:  capaz de superar sus comodidades y llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (Cfr. n. 20). Es interesante la idea que el Papa desarrolla en varios numerales, sobre todo el número 97, sobre la urgencia de que la Iglesia deje de verse como el centro; es decir que tiene  que hacer el «movimiento de salida de sí», y centrarse más en Jesucristo y la entrega a los pobres. La Iglesia debe evitar la mundanidad bajo ropajes espirituales o pastorales.
c) Apertura: La pastoral, entonces, debe ser una pastoral de apertura, de puertas abiertas (nn. 47-49). Con la capacidad de caminar hacia las periferias, no con miedo a equivocarse, sino con miedo a quedarse encerrados en una centralismo eclesial. Es necesario superar el miedo a la novedad y el ostracismo eclesial.
d) Sin exclusiones: Ya que todos tienen derecho de recibir el evangelio, los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie (nn. 14;23), compartiendo una alegría, un horizonte bello, un banquete deseable. Por eso la Iglesia debe «poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral misionera, que no puede dejar las cosas como están» (n. 25; Cf. n. 15).
e) Renovación constante: La renovación en el esfuerzo misionero y evangelizador exige que la Iglesia misma tenga una conversión; pero en qué consiste esencialmente esta conversión: en renovar la fidelidad a su vocación (Cf. n. 26). Se pide una pastoral en clave de misión. Con la renovación adecuada de las estructuras pastorales: las parroquias, las Iglesias particulares y el mismo papado.
f) La alegría: El anuncio del evangelio debe ser alegre, paciente y progresivo, teniendo como tema central la muerte y resurrección de Cristo (n. 110). El entusiasmo de la evangelización se fundamenta en una convicción: «Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor» (n. 265).
g) La creatividad: Con creatividad, por que «toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva”» (n. 12). Además, la convicción de que Dios tiene la iniciativa permite conservar la alegría en medio de la tarea exigente de la evangelización. Se trata, pues, de «intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad» (n.41). Este es otro reto para nuestro tiempo. 
El desafío es que seamos capaces de vivir intensamente los principios y valores aprendidos del Evangelio, de tal manera que dignifiquemos nuestro paso por esta tierra (n. 208). Reto nada sencillo, pero que motiva cada vez más al compromiso por el amor y la paz con alegría.


[1]  G. Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona: Editorial Anagrama, 1986, pp. 77-78.
[2] Entre paréntesis iremos presentando los numerales de la Exhortación Apostólica, ya sea las citaciones textuales o las ideas a las cuales se hace referencia.
[3] Cfr. I. Gastaldi, Educar y evangelizar en la posmodernidad, Quito: Ediciones UPS, 1994, p. 26.
[4] Cfr. G. Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona: Editorial Anagrama, 1986, p. 81.
[5] Cfr. I. Gastaldi, Educar y evangelizar en la posmodernidad, Quito: Ediciones UPS, 1994, especialmente en p. 26: «La corriente de pensamiento de la posmodernidad no se detuvo en el intelecto, pasó a ser una actitud vital, un “estilo de vida”. Vivir la existencia como una sucesión yuxtapuesta de diminutos instantes placenteros… Vivir el encanto de estar desencantados».
[6] Documento de Aparecida, n. 61.
[7] Cfr. E. Díaz, Posmodernidad, Buenos Aires: Editorial Biblos, 2005, p. 124.
[8] Notamos aquí la conexión con la primera razón que comentábamos más arriba.
[9] G. Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona: Editorial Anagrama, 1986, pp. 174-177.

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