1. Creación y acción de Dios
Si nosotros aceptamos la afirmación
fundamental de la teología joánica, según la cual «Dios es amor» (1Jn 4,16), ello nos facilitará
comprender que el primer acto de amor que Dios realiza es la creación; de hecho
la Biblia inicia con esas palabras: «En el principio, Dios creó el cielo y la
tierra» (Gn 1,1).
El acto creador es la condición
posibilitante de la redención, de suerte que con la creación inicia la historia
humana, lugar privilegiado de la salvación que trae consigo Jesucristo. Se
comprende que Jesucristo forma parte al mismo tiempo del acto creador y del
acto redentor, por eso se dice que él es Dios y hombre verdadero. Dios-creador,
hombre-parte de la creación.
Debe ser claro que cuando Jesús resucita y
luego asciende al cielo, no deja tirada su condición humana aquí en la tierra en
el conjunto de la creación, como si solo la hubiera tomada prestada el tiempo
que duró su vida entre nosotros. Todo lo contrario, Jesús lleva consigo algo de
la creación, es decir, incorpora en el misterio la creación, ese proceso forma
parte de lo que normalmente llamamos acto redentor. Así, lo textos bíblicos hablan de que toda la
creación está implicada en el acto redentor:
Porque estimo que los sufrimientos del
tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en
nosotros.
En efecto, toda la creación espera ansiosamente
esta revelación de los hijos de Dios.
Ella quedó sujeta a la vanidad, no
voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una
esperanza.
Porque también la creación será liberada
de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de
los hijos de Dios.
Sabemos que la creación entera, hasta el
presente, gime y sufre dolores de parto.
Y no sólo ella: también nosotros, que
poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se
realice la redención de nuestro cuerpo.
(Rm
8,18-23).
Por supuesto que Jesucristo es la primicia
de la recapitulación de todas las criaturas: «Él es Imagen de Dios invisible,
Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra» (Col
1,15-16).
Ahora bien, entre el acto creador y el acto
redentor verificado en Cristo y que espera su definitiva restauración al final
de los tiempos, tenemos el acto santificador que ejerce el Espíritu Santo. Lo
que dure el tiempo histórico, es misión suya animar a los discípulos a dar un
testimonio del amor que ha tomado cuerpo en la persona histórica de Jesús,
hasta la consumación de los tiempos.
Resumiendo decimos que el acto creador es
propio de Dios-Padre, el acto redentor es propio de Dios-Hijo y el acto
santificador es obra de Dios-Espíritu Santo.
2.
Creación
y Propiedad
Planteemos algunas preguntas: ¿Con qué
propósito Dios realizó el acto de la creación? ¿Forma parte la propiedad
privada del acto creador de Dios?
La respuesta a la primea pregunta tiene que
ver con «los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana», con las
preguntas fundamentales de ser humano, «"¿De dónde venimos?" "¿A
dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?" "¿Cuál es nuestro
fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?"» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 282).
En cambio, la respuesta a la segunda
pregunta está orientada a determinar el hecho de que «si el mundo procede de la
sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal? ¿De dónde viene?
¿Quién es responsable de él? ¿Dónde está la posibilidad de liberarse del mal?»
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 284).
Tomando las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica
afirmamos que «el fin último de la creación es que Dios, “Creador de todos los
seres, sea por fin ‘todo en todas las cosas’ (1 Co15,28), procurando al mismo
tiempo su gloria y nuestra felicidad”» (AG 2).
Por supuesto, que todo aquello que forma
parte de la creación y no favorece este fin fundamental es contrario al amor de
Dios.
Aunque Dios es el señor absoluto de su
creación, sin embargo ha querido que las criaturas participen de la
administración de lo creado; así lo dice el Catecismo
de la Iglesia Católica, en el n.
306:
«Dios
es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también
del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la
grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus
criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de
ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su
designio».
Muchas personas han interpretado mal la
bondad de Dios, pues han pensado que la misión de administrar lo creado los
convierte en señores absolutos de la creación, como queriendo usurpar a Dios su
función creadora. Así ha surgido la propiedad privada, al punto que en muchos
países, unas cuantas personas son dueñas de amplias extensiones de tierra, con
las cuales aumentan sus riquezas y no se conmueven de las personas que no
poseen nada. Ese comportamiento es contrario al amor de Dios y a la fe
cristiana.
De hecho, «Jesús pide un abandono filial en
la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de
sus hijos: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?
¿qué vamos a beber? [...] Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad
de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os
darán por añadidura" (Mt 6, 31-33; cf Mt 10, 29-31)» (Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 305). Cuando le preguntan dónde vive, suele responder que «las zorras tienen
madriguera, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza» (Mt 8,20).
Por tanto, si bien la propiedad privada no
es un pecado, cuando metaliza el corazón de los propietarios y se vuelve
insensible al sufrimiento de los más desposeídos se torna un escándalo, que no
tiene nada que ver con la praxis del amor cristiano.
Por ello, en la historia han existido
hombres y movimientos eclesiales que han combatido con fuerza ese apego
desordenado por la propiedad. Una figura muy importante es San Francisco de
Asís, también Santa Teresa de Calcuta, Bartolomé de las Casas, etc.
El origen de la propiedad privada en
América inicia, en su forma moderna, con la llegada de los colonizadores. En
tiempos de los reinos indígenas los terrenos y las vegas sembradas eran para
sustento de las tribus de los pueblos originarios. De hecho, minerales como el
oro eran puramente ornamentales, no era objeto de una explotación industrial.
Cuando llegan los colonizadores, con su sed del oro, despojan a los indios de
sus tierras y los obligan a cultivar para generar alimentos para los
trabajadores de la minas, por supuesto también las tierras donde encuentran los
yacimientos de oro les son quitadas, a su vez, los indios son esclavizados y
obligados a cultivar para los españoles y a trabajar duramente en las minas
para la extracción del oro. Bartolomé de las Casas narra muchas veces en sus
escritos la tremenda sed de oro que embarga a los colonizadores; véase por
ejemplo el siguiente fragmento: «Diose buena priesa [sic] Cortés, poniendo diligencia en que los indios que le había
repartido Diego Velázquez, le sacasen muncha [sic] cantidad de oro, que era el
hipo de todos; y así le sacaron dos o tres mil pesos de oro que, para en
aquellos tiempos, era gran riqueza. Los que por sacarle el oro murieron, Dios
habrá tenido mejor cuenta que yo»[1].
Ya en la época de los procesos de
independencia, a los indios se les somete a un sistema ejidal de propiedad, es
decir, unos terrenos de uso público encomendado a una persona o a un grupo de
personas. Cuando viene el cultivo del café y la caña de azúcar, se terminó ese
sistema y se pasó a la propiedad privada, así como la conocemos hoy. Hay que
tener en cuenta que todos los intentos de reforma agraria van orientados a
lograr una mejor distribución de la tierra. Por la tenencia de la tierra se han
dado sangrientas luchas, las cuales no han cesado en la actualidad.
3.
Creación
y acción a favor de la vida
Si como hemos dicho, la creación tiene que
ver con el plan salvífico de Dios y ese plan queda plasmado en las palabras de
Jesús: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10); entonces, la creación es el
acto que da origen a la vida.
Ahora bien, si nosotros somos
verdaderamente cristianos, ello implica por lo menos dos acciones
fundamentales. Por una parte, empeñarnos en la defensa de la vida en todas sus
manifestaciones (cfr. Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 2270). Y, en segundo lugar, oponernos con
determinación, en modo organizado y haciendo uso de los recursos legales,
contra aquellos que ponen en riesgo la vida.
Quiero concluir, citando dos textos. El
primero es de Pablo VI, en el que afirma que los que amamos la tierra y la
creación podemos estar seguros que realizando una labor de pastoral campesina y
de la tierra, estamos participando del proceso evangelizador:
Entre
evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen
efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un
ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos
de orden teológico, ya que no se
puede disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta
situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de
justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en
efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia
y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? Nos mismos lo
indicamos, al recordar que no es posible aceptar "que la obra de
evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan
agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a
la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio
acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad" (Evangelii Nuntiandi, n. 31).
El otro texto es del documento de Santo Domingo (CELAM), en el n. 172:
En
nuestro continente hay que considerar dos mentalidades opuestas con relación a
la tierra, ambas distintas de la visión cristiana:
a)
La tierra, dentro del conjunto de elementos que forman la comunidad indígena,
es vida, lugar sagrado, centro integrador de la vida de la comunidad. En ella
viven y con ella conviven, a través de ella se sienten en comunión con sus
antepasados y en armonía con Dios; por eso mismo la tierra, su tierra, forma
parte sustancial de su experiencia religiosa y de su propio proyecto histórico.
En los indígenas existe un sentido natural de respeto por la tierra; ella es la
madre tierra, que alimenta a sus hijos, por eso hay que cuidarla, pedir permiso
para sembrar y no maltratarla.
b)
La visión mercantilista: considera la tierra en relación exclusiva con la
explotación y lucro, llegando hasta el desalojo y expulsión de sus legítimos
dueños.
CONCLUSIÓN
Lo mejor que
podemos hacer para que nuestro discurso no resulte vacío es poner en práctica
las líneas pastorales que nos ha sugerido el episcopado latinoamericano en el
documento de Santo Domingo, nn.
176-177:
Líneas pastorales
N. 176:
·
Promover un
cambio de mentalidad sobre el valor de la tierra desde la cosmovisión
cristiana, que enlaza con las tradiciones culturales de los sectores pobres y
campesinos.
·
Recordar a los
fieles laicos que han de influir en las políticas agrarias de los gobiernos
(sobre todo en las de modernización) y en las organizaciones de campesinos e
indígenas, para lograr formas justas, más comunitarias y participativas en el
uso de la tierra.
N. 177
·
Apoyar a todas
las personas e instituciones que están buscando de parte de los gobiernos, y de
quienes poseen los medios de producción, la creación de una justa y humana
reforma y política agraria, que legisle, programe y acompañe una distribución
más justa de la tierra y su utilización eficaz.
·
Dar un apoyo
solidario a aquellas organizaciones de campesinos e indígenas que luchan, por
cauces justos y legítimos, por conservar o readquirir sus tierras.
·
Promover
progresos técnicos indispensables para que la tierra produzca, teniendo en
cuenta también las condiciones del mercado, y la necesidad para eso de fomentar
la conciencia de la importancia de la tecnología.
·
Favorecer una
reflexión teológica en torno a la problemática de la tierra, haciendo énfasis
en la inculturación y en una presencia efectiva de los agentes de pastoral en
las comunidades de campesinos.
Apoyar la organización de grupos intermedios,
por ejemplo cooperativas, que sean instancia de defensa de derechos humanos, de
participación democrática y de educación comunitaria.
[1] Bartolomé
de las Casas, Obras completas, vol.
5: Historia de las Indias III, Alianza
Editorial, Madrid 1995, pág. 1871.
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