lunes, 29 de noviembre de 2021

Nicolás Antonio Rodríguez Aguilar, protomártir. En el centenario de su nacimiento (15 de mayo de 1921 – 15 de mayo de 2021)

Por: Juan Vicente Chopin Portillo

I. El P. Nicolás nació en Cojutepeque, el 15 de mayo de 1921. Fue ordenado sacerdote el 16 de enero de 1949, en la parroquia San Juan de Cojutepeque. Fue asesinado el 28 de noviembre de 1970 en Chalatenango.

II. Este relato tiene como propósito narrar las circunstancias del asesinato del primer sacerdote mártir salvadoreño del siglo XX y, por lo mismo, considerado protomártir. También se inicia la demostración de que la conversión de Monseñor Romero no es un hecho puntual a la manera de un exabrupto, sino la consecuencia de un proceso existencial y eclesial progresivos en su experiencia vital y pastoral. Que en él se aplica la afirmación de la Carta a los Hebreos 5,8: «con lo que padeció experimentó la obediencia».
III. Donde esté el cuerpo, allí se concentrarán los buitres (Mt 24,28; Lc 17,37). Este dicho, usado por Jesucristo, se cumplió en el caso del asesinato del sacerdote Nicolás Antonio Rodríguez Aguilar. Ladinos y campesinos llevaban ya muchas horas buscando al padre Nicolás. Pero la sabiduría indígena es la más poderosa de las tierras cuscatlecas, en particular la sabiduría chalateca. No en vano en esa región norteña se libraron las más encarnizadas batallas de la guerra civil salvadoreña y crueles masacres, como la del río Sumpul (14 de mayo de 1980). Así, un campesino renunció a mirar hacia la maleza, como hace normalmente quien busca algo que se le ha perdido y alzó los ojos al cielo, exponiendo su rostro al quemante sol del mes de noviembre de aquel fatídico 1970. Entonces, logra divisar un círculo recurrente de zopilotes, concentrados en un punto específico, con sus agudos ojos de águilas carroñeras, cuidando aquello que era su descompuesto botín. Siguiendo esta pista, dio con el cadáver del primer mártir salvadoreño.

Dice el libro de los Hechos de los Apóstoles que, cuando mataron a Esteban, el protomártir de la tradición cristiana, unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él (Hch 8,2). En el caso del protomártir salvadoreño no fueron solo hombres, sino también mujeres los que recogieron los despojos del padre Nicolás.

Una vez sabida la noticia del hallazgo, todos los que se habían sumado a la búsqueda, se orientaron hacia el sitio. Sin importarles lo quebrado del terreno, caminaban apresurados, movidos no solo por el sentimiento de alivio por haber localizado el cuerpo, sino también por la curiosidad que genera este tipo de acontecimiento. La muerte se hace acompañar siempre del morbo. Desde que Sigmund Freud propuso su tesis, Eros y Thanatos van siempre de la mano; es decir, en los mártires se funden siempre el amor apasionado y la muerte, el instinto de vivir con el deseo de trascender.
IV. El VIERNES, 27 de noviembre de 1970, el padre Nicolás abordó, en San Antonio Los Ranchos, el último autobús que podía conducirlo a Cancasque. De los documentos consultados, no se deduce que haya dormido en esa localidad, aunque podría suponerse considerando el horario de su llegada.
Sin embargo, el SÁBADO, 28 de noviembre, a las 9:00 am., en el mismo Cancasque, celebró, junto a la comunidad, una eucaristía. Concluida la misa, se le acercó al padre Nicolás un tal Constantino Orellana, quien solicitó al sacerdote que fuera a confesar a su madre, María Sibrián, residente en el cantón Sicahuital, de la misma jurisdicción. Inicialmente, el padre Nicolás dudó en ir a la confesión, dado que tenía que asistir a un matrimonio al cantón Santa Teresa y el bus que lo conduciría estaba por salir. Pero al final accedió.

Normalmente, una misa puede durar entre 45 y 60 minutos, siempre y cuando no se trate de una fiesta patronal, que puede durar entre 90 y 120 minutos, y además que el ministro que preside la celebración no sea tan prolijo en su predicación.

Considerando la observación anterior es muy probable que el padre Nicolás haya salido hacia la casa de doña María Sibrián en torno a las 10:30 de la mañana. Constantino acompaña al sacerdote hacia la casa de su madre.

Entre las once y las once y treinta, el padre Nicolás tendría que estar regresando de su visita a la enferma. En su viaje de regreso le acompañó el hijo de María Sibrián, Carlos Salvador Orellana, menor de edad. Esta es una costumbre muy normal en las comunidades rurales, es decir, el sacerdote monta el caballo y una persona lo suele acompañar hasta llegar a su destino. No obstante, en este caso Carlos Salvador no pudo acompañar al padre Nicolás hasta su destino final de retorno, dado que los animales se suelen «encaprichar», como dicen los campesinos - cosa que también es común -, sobre todo si se trata de una mula. Eso fue lo que sucedió, el animal que transportaba al sacerdote ya no quiso caminar. Entonces, el padre Nicolás le dice a Carlos Salvador que va a continuar solo y a pie su camino. El muchacho le responde que irá a casa a cambiar el animal por otro menos retobado. Así lo hizo y el padre Nicolás continuó su camino.

A eso de las 12 del día, el padre Nicolás se encontró por el camino con Serafín Tobar. Fue en “La Vuelta del Caraguito”, en las inmediaciones del “Potrero El Pito”. Desde esa hora no se supo más del padre Nicolás.

Mientras tanto, el joven Carlos Salvador llegó a Cancasque con la bestia de recambio a la una de la tarde. El muchacho, preocupado, puesto que acompañar a un sacerdote para un campesino es algo muy serio, preguntó si ya había llegado el padre. A esa hora dio inicio la incertidumbre acerca del paradero del padre Nicolás. La ansiedad aumentaba en la medida que pasaban las horas. Hasta que se decretó su búsqueda.

¿A qué hora fue asesinado el padre Nicolás? Es muy difícil saberlo con precisión. Los expedientes judiciales y el peritaje dicen que pudo haber sido en torno a las tres de la tarde. También se dice que el asesinato fue en el cantón El Cóbano, de la jurisdicción de Cancasque.

Lo cierto es que el DOMINGO, 29 de noviembre, la búsqueda del padre continuaba sin tregua. Cuadrillas de hombres se habían organizado para peinar las zonas aledañas en que se había movido el extraviado.

A las seis con treinta minutos del LUNES, 30 de noviembre, el señor Juan Muñoz encontró el cuerpo del padre Nicolás, en el terreno del señor Juan López, en el lugar denominado la Loma Pacha, Cancasque, Chalatenango. La sentencia judicial dice que el hallazgo fue a las diez con treinta minutos.
V. El sacerdote Alejandro Duarte -hermano del expresidente José Napoleón Duarte-, uno de los fundadores de la Cooperativa de los sacerdotes salvadoreños (Coopesa) y por varios años su gerente, rumiaba pensamientos diversos en su mente de sacerdote pragmático, esperando que la pérdida de su amigo Nicolás y colega sacerdote no fuera algo grave. Estando en ello, sonó el teléfono de su casa. No dejó de sentir un extraño presentimiento, pero prefirió sobreponerse a él y esperar una noticia agradable. No fue así. La noticia fue lacónica: han encontrado muerto al padre Nicolás. Inmediatamente armó viaje para Chalatenango, en busca del cadáver de su amigo sacerdote.

Cuenta Duarte que se fueron por el lado de la represa del Cerrón Grande, es decir, pasando por Ilobasco (Cabañas) y tomando la pendiente que conduce hacia la otra represa, la Cinco de Noviembre (Sensuntepeque, Cabañas), ambas en los límites con Chalatenango. La represa del Cerrón Grande está ubicada a 78 kilómetros al norte de San Salvador, sobre el río Lempa, entre los municipios de Potonico (Chalatenango) y Jutiapa (Cabañas). En esos años y en ese mes, la carretera de acceso, una vez dejando atrás Ilobasco, era de piedra y abundante polvo.

Llegan a la ribera del río Lempa por la parte de Cabañas, al otro extremo inician las montañas de Chalatenango. Atravesaron el extenso embalse en balsas o cayucos, que fueron proporcionados por los campesinos. Hay que decir que aquellos amables campesinos trabajaron todo ese lunes, trasladando personas de una ribera del río a la otra. Duarte y su gente pasaron de largo por Cancasque. No había motivo para perder tiempo. Tampoco hubo necesidad de preguntar cómo se llegaba al lugar del macabro hallazgo, puesto que bastaba seguir una permanente peregrinación de personas, que iba y venía del lugar. Sobre todo, iba.

Noviembre es un mes cargado de sangre martirial en El Salvador. Es un mes que abre la época seca del clima salvadoreño. Es común, en las zonas rurales, encontrarse con maicilleras y zacate Jaraguá, con su característico vaivén, siguiendo la armonía de la leve brisa del verano tropical.

Un nutrido grupo de personas concentradas en una hondonada les hizo suponer que habían llegado al lugar que buscaban. El cuerpo del padre Nicolás, o lo que quedaba de él, yacía tirado a la orilla de un maicillal, propiedad de Sarbelio Tobar, y por un zacatal de Jaraguá, bajo un árbol de Cicahuite. Duarte se dijo para sí: «! Pobre Nicolás. Tanto hacer para venir a morir en esas condiciones tan deplorables ¡» (Duarte, 1999, p. 17).

Se abren paso entre la gente, que está a la expectativa. Necesitaban ver con sus propios ojos el cadáver del padre Nicolás; es decir, querían estar seguros. Pero lo que vieron inicialmente no era un cadáver, sino un promontorio de carne revuelta con ropa clerical. En la vereda Duarte se encuentra a otro colega suyo, A.A., que contempla a unos 150 metros la escena. A.A. también amigo del asesinado. No logran ver el rostro del sacerdote, puesto que estaba boca abajo. Pero tienen una primera pista que los desalienta: un bonete estaba junto al cuerpo. Es ese tipo de sombrero que usaban los sacerdotes antiguamente para protegerse del sol. Además, su ropa, si bien profusamente manchada de sangre, es una sotana; una «veste talare» que dicen los italianos. Entiéndase, un tipo de vestimenta que llega hasta los talones. El expediente judicial dirá que la sotana era de color kaki.
En el lugar del hallazgo la palabra ha perdido vigencia. El tiempo se ha detenido. El asesinado de un sacerdote presagia tiempos terribles. A la usanza de esos tiempos el grupo de personas presentes está segregado: por una parte, los hombres y por la otra las mujeres, a una distancia prudencial.
Como lo manda el protocolo judicial aparece el Juez, acompañado por los esbirros, es decir, los guardias nacionales. Al ver el cuerpo volteado rostro en tierra, pide que desnude el cadáver. Un grupo de hombres está junto al occiso. Nadie toma la iniciativa. Duarte se anima. Pide a los cercanos que le ayuden a girar el cadáver. Al girarlo logran ver la dimensión del asesinato. ¡Ay, no! fue el grito sincronizado de los presentes.

La descripción que da Duarte del estado del padre Nicolás es la siguiente: la mano derecha no la tenía; un machetazo en la nuca, otro en el abdomen, que le dejó por fuera las vísceras; la cara la tenía despellejada. Dice que se le notaban tres pasos de cuchillo levantando la piel de la cara.
Acto seguido, había que desnudar el cadáver. De nuevo Duarte toma la iniciativa y pregunta si alguien porta un cuchillo. Un hombre se lo da. Duarte se coloca sobre el cadáver, con sus canillas abiertas para poder maniobrar. Hombres y mujeres, en señal de respeto, se giran para no ver la desnudez del padre Nicolás. Con dificultad pudo hacer su trabajo, pues como dijimos el padre Nicolás portaba los vestidos clericales, además un cincho de cuero que no resultó fácil cortar.
Al padre Nicolás no lo mataron donde lo encontraron. Su mano derecha cercenada probablemente quedó en el lugar del asesinato. Duarte sostiene que el segundo machetazo se lo dieron cuando aun montaba la cabalgadura, por la posición oblicua de la misma. Y que lo remataron al caer al suelo, casi decapitándolo. Que le causa extrañeza que nadie haya visto ni oído nada. Incluso cuando trasladaron el cuerpo hasta el lugar del hallazgo.

La descripción del estado del cadáver del padre Nicolás que da la sentencia condenatoria es la siguiente: «…el cadáver mencionado se encuentra amoratado e inflamado de todo su cuerpo, comido por los animales de la cara, de las orejas y del estómago, con una lesión con arma cortante en la región maxilar inferior, región sigomática y región occipital lado derecho y la mano derecha completamente amputada, lo mismo dos rozaduras en el tercio inferior de ambas piernas…» (Juzgado de Primera Instancia, Chalatenango, a las nueve horas del día once de abril de mil novecientos setenta y dos).

El padre Nicolás murió en el ejercicio pastoral de su sacerdocio. Junto a su cuerpo se encontraron también: una estola, los santos olios, un breviario, un corporal, un par de anteojos y un pañuelo.
VI. Víctor Eudenio Orellana, llamado «Teno», fue condenado a quince años de prisión por el asesinato del padre Nicolás, el 12 de abril de 1972. En su declaración del día 19 de enero de 1971, dada en el puesto de la Guardia Nacional de Cojutepeque, el indiciado acepta ser el responsable del asesinato del sacerdote. Depone que el señor Sarbelio Tobar Guardado le ofreció departir con él ingiriendo alcohol, que luego le propuso ganarse doscientos colones por matar al sacerdote y que así lo hizo. Que luego lo obligó a trasladar el cadáver.

Sin embargo, el 21 de enero de 1971, en Chalatenango, Teno manifiesta «que él en ningún momento se hace cargo de la muerte del Presbítero Nicolás Rodríguez Aguilar». La razón que presenta la da en su declaración de ofendido, vertida el 22 de enero de 1971, en el Juzgado de Primera Instancia de Chalatenango, declarando que él se considera ofendido de varios agentes de la Guardia Nacional del puesto de Cojutepeque, quienes para que se hiciera cargo del asesinado del padre Nicolás, lo golpearon bárbaramente. Y que por esa razón se hizo cargo de lo que le acusan.

La documentación reportada por Duarte en su escrito Borbollones es extensa y las versiones del asesinato del padre Nicolás son varias. Sin embargo, al considerar las características de tortura que presentaba el cadáver, tanto Duarte como muchos de los habitantes del lugar sospechaban que había sido la Guardia Nacional quien había asesinado al sacerdote. En particular por los cortes de la piel realizados en su rostro.

La persecución contra sacerdotes y miembros de las comunidades cristianas, para el año 1970, ya estaba en curso. Monseñor Luis Chávez y González había iniciado un proceso de concientización social entre los campesinos, en concreto había iniciado la conformación de cooperativas para fortalecer la organización social. Su proyecto era novedoso e impactaba en las comunidades, pero al mismo tiempo despertaba sospechas entre los militares ocupados en la contrainsurgencia. De hecho, el arzobispo que por primera vez fue acusado de ser «comunista» fue Luis Chávez y González. Sin embargo, hasta la fecha no se ha podido demostrar que haya sido la Guardia Nacional la que cometió el asesinato del padre Nicolás. El único periódico que afirmó en la primera plana que había sido la Guardia Nacional fue el periódico El Independiente. La madera decía: «Medrano Ordenó Muerte de padre Rodríguez».
VII. El martirio del padre Nicolás es una clave de lectura para entender los martirios posteriores. En modo particular, para comprender el martirio de San Óscar Arnulfo Romero.

Cuando cayó abatido el padre Nicolás, Monseñor Romero tenía cinco meses de ordenación episcopal. Su consagración como obispo auxiliar de San Salvador fue el 21 de junio de 1970.

En los designios de la Providencia divina no hay espacio para el azar. Así se explica que, al conocerse la noticia del asesinato del padre Nicolás, Monseñor Luis Chávez y González, designara a Monseñor Romero para que fuera a verificar de primera mano las circunstancias de la muerte del sacerdote. No se olvide que en ese momento Chalatenango formaba parte de la jurisdicción eclesiástica de San Salvador.

Era la primera vez que Monseñor Romero tenía contacto con un sacerdote asesinado, y además torturado. En este dato puntual se funda nuestra tesis de que la conversión de Romero no es algo puntual, sino el proceso evolutivo y acumulativo de sus experiencias existenciales y eclesiales. Además, de que su decisión de someterse al proceso de psicoanálisis no puede separarse de estas experiencias límite de su vida.

El matrimonio que el padre Nicolás debía celebrar en el cantón Santa Teresa se suspendió. Los novios se quedaron esperando. Observaron una a una las personas que bajaban del autobús que hacía el último recorrido de ese día, pero el padre Nicolás no apareció. En días posteriores Monseñor Romero llegó a realizar el matrimonio, poniendo en práctica lo que se dice en la jerga presbiteral: «voy a sacar a Nicolás del compromiso».

¿Qué pudo pensar Romero cuando vio el cadáver mutilado de su hermano sacerdote? Acaso se le vinieron a la memoria los versos que su amigo sacerdote Rafel Valladares Argumedo le dedicara el día de su ordenación, el 4 de abril de 1942:

…sacerdote, eres hostia. No has sentido
la culpa de los hombres sobre ti?
tu sublime estructura se ha formado
para amar y sufrir.
…El odio con su rictus de venganza
se arroja por doquier.
Y es Caín fratricida que se sacia
con la sangre de Abel.
En el cadáver ensangrentado del padre Nicolás, Romero tenía la profecía de su propio martirio. En su diario anota: «En mi entrevista por radio este día, he recordado que hoy es el aniversario de la muerte, por asesinato, del padre Ernesto Barrera y hace nueve años, el padre Nicolás Rodríguez, a quien yo fui, junto con otros sacerdotes, por encargo de Monseñor Chávez, a recoger allá cerca de San Antonio Los Ranchos, Chalatenango» (Diario, 28 de noviembre de 1979).

A Mons. Luis Chávez y González no se le ha reconocido a profundidad su carisma profético. Él modeló el talante de Romero. Al enviarlo a recoger el cadáver del padre Nicolás Mons. Chávez actuaba como instrumento del Espíritu Santo para provocar en Romero esos sentimientos y esas acciones que luego se materializarán en su ministerio pastoral y, en definitiva, en su martirio.
En su diario, Romero no arriesga una interpretación sobre la muerte del padre Nicolás, pero en sus homilías es más explícito y da su valoración de estos acontecimientos:

«Mañana a las 5:00 de la tarde, en la iglesia de San Juan, Cojutepeque, se va a conmemorar la muerte trágica, el asesinato de que fue víctima el padre Nicolás Rodríguez, allá en 1970. Ese crimen se quedó en el misterio y el padre también sufrió una muerte anónima. Es justo que ahora, cuando recogemos el heroísmo de nuestros sacerdotes, recordemos —yo fui a recoger ese cadáver, ya estaba putrefacto— venía de una confesión, traía los instrumentos de despedir un alma para la eternidad, ministro que murió, pues, en el servicio de su sacerdocio, honor a él. Una oración especial por él mañana, a las 5:00 de la tarde. Nos unimos a la iglesia de Cojutepeque» (Homilía: 27 de noviembre de 1977).
Tres puntualizaciones resaltamos. En primer lugar, el esfuerzo de Romero de que no se pierda la memoria de sus sacerdotes asesinados. En segundo lugar, a la manera de los núcleos originarios de la predicación evangélica, lamenta el públicamente que no se haga justicia sobre estos casos. En esa línea, un llamado explícito a que se haga justicia lo encontramos en su homilía del 21 de octubre de 1977: «También le solicito, en este llamamiento, que reclame la justicia en el caso de los siete sacerdotes asesinados, incluyendo al padre Rodríguez». En esa homilía cita una frase del coronel Majano: «No queremos venganza, pero sí queremos justicia». En tercer lugar, considera como heroica la muerte del padre Nicolás y la de todos los sacerdotes asesinados, haciendo mención explícita que el padre Nicolás murió en el ejercicio de su ministerio sacerdotal.
Hasta el último momento de su predicación, ya cercana su propia muerte, recuerda el asesinato del padre Nicolás y a él se sumaba, en la misma fecha, como una cávala macabra, la muerte del padre Ernesto Barrera: «También celebramos con fervor el aniversario de dos padres asesinados en la fecha del 28 de noviembre: hace nueve años, el padre Nicolás Rodríguez; y hace un año, el padre Ernesto Barrera. Coincidencia de un doble crimen que debe de hacernos reflexionar, una sociedad que mata a sus sacerdotes» (Homilía: 9 de diciembre de 1979).
VIII. La primera interpretación oficial de la muerte del padre Nicolás por parte de la jerarquía católica se da el 12 de marzo de 2017, cuando el arzobispo José Luis Escobar Alas publica su segunda carta pastoral, inspirada en el texto de Juan 15,27: «Ustedes también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio»; publicada en ocasión del cuarenta aniversario del martirio del padre Rutilio Grande y en el centenario del nacimiento de Mons. Óscar Arnulfo Romero.

De entrada, reconoce el arzobispo que el padre Nicolás es «el mártir invisibilizado» (n. 35). La afirmación que más interesa a nuestro propósito es cuando llama al padre Nicolás «protomártir»: «Indudablemente, el padre Rutilio, se sentirá muy feliz si proclamamos que este fue el protomártir del protomártir salvadoreño. El primero de los mártires del siglo XX, tanto en El Salvador como en la región centroamericana» (n. 35). También cuando reconoce las motivaciones políticas de odio contra el padre Nicolás.

Es importante aclarar la frase utilizada por el arzobispo, refiriéndose al padre Nicolás, cuando dice que «fue el protomártir del protomártir salvadoreño». La construcción de la frase no se apega al sentido teológico, en cuanto que el padre Nicolás y el Padre Rutilio no pueden considerara ambos como protomártires, a no ser que hubieran sido asesinados el mismo día, lo cual no es así. En sentido estricto, el protomártir es el padre Nicolás, pues precede a todos los demás en el tiempo y en el sentido de su muerte. A no ser que el redactor auxiliar de la carta sea un jesuita y quiera mantener al padre Rutilio como protomártir. En todo caso, el arzobispo acierta en llamar a Nicolás protomártir.

Por protomártir entiéndase el primero de los mártires. En este caso, de los mártires salvadoreños.
IX. El martirio del padre Nicolás es muy peculiar y tal peculiaridad es una prueba de descargo para su supuesta participación política en la organización social. En primer lugar, fue ordenado como sacerdote por Mons. Pedro Arnoldo Aparicio. Además, era amigo cercano del sacerdote Juan León Montoya. Finalmente, era compañero de promoción en sus estudios de Mons. Marco René Revelo. Duarte incluso afirma que se había inscrito al Partido de Conciliación Nacional (Duarte, 1999, p. 15). El sacerdote Juan León Montoya es, probablemente, el primer sacerdote que llama «mártir» al padre Nicolás. En una nota aparecida en el Diario El Mundo y dedicada al padre Nicolás afirma: «el soldado que muere en cumplimiento de su deber es un héroe, para la Iglesia el sacerdote que muere en el cumplimiento de misión pastoral es un mártir» (Citado en Duarte, p. 55). Montoya fue el único sacerdote presente en la ceremonia donde se condenó a Eudenio, el único que fue a la cárcel por la muerte del padre Nicolás. Los restos mortales de Montoya reposan en el Seminario Mayor Pío XII de San Vicente. Y están ahí porque Montoya forma parte del grupo de sacerdotes y obispos contrarios a la predicación de Monseñor Romero. Montoya fue capellán militar por mucho tiempo y tenía su residencia en Cojutepeque. De los obispos Aparicio Quintanilla y Marco Revelo, ustedes ya conocen la historia.
X. «Murió como un perro». El amargo reproche de Alejandro Duarte respecto de su colega y amigo asesinado sigue resonando hasta la muerte del sacerdote Ricardo Cortez, asesinado el 6 de agosto de 2020. Cito las palabras de Duarte: «Yo sé que a la Iglesia y a los curas no les importa este muerto, pero puedo gritarle al mundo y a quienes tengan fe que a Nicolás lo mataron como cura, por ser cura y en función de cura» (Duarte, p. 40).

No es extraño que, cuando se asesina un sacerdote, se hagan comentarios aludiendo a la vida privada del sacerdote, como si esa fuera la causa del asesinato. Pero lo más grave es llegar a considerar esos argumentos como la excusa para no realizar la investigación judicial o para hacerse los desentendidos en las investigaciones. Como principio del derecho y de la justicia, todo delito tiene que ser investigado.

La lista de sacerdotes asesinados en El Salvador engrosa las cifras de la mora judicial en este país y pone en evidencia la indolencia con que son tratados estos temas al interno de la Iglesia Católica.
En la condiciones actuales, judiciales y eclesiales, es inevitable pensar: ¿quién será el próximo sacerdote asesinado?

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